José Villa Soberón…


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Un arte enigmático es la escultura, con una presencia que deja algo por adivinar. El escultor es un ser raro en cualquier parte del mundo, porque siempre está dando vida al volumen.  A diferencia de la pintura, que es plana, la escultura ocupa un espacio y se desarrolla como ser: es algo viviente… En nuestra Isla, a lo largo del tiempo la manifestación ha tenido importantes cultores que han sembrado, en la dimensión del paisaje obras que constituyen regalos visuales que conmocionan las miradas en el entorno nuestro de cada día. En este grupo de creadores se encuentra, en un lugar cimero José Villa Soberón, Premio Nacional de Artes Plásticas 2008, quien este 2 de septiembre arribó a su aniversario 70.

Para presentarlo, un perfecto retrato “escrito” por Miguel Barnet delinea al hombre/artista con finos trazos lingüísticos, extraídos de las palabras para la exposición Mutancia (Museo Nacional de Bellas Artes): …” El autor es una persona casi hermética, pero de profunda elocuencia interior. Formado en Europa, principalmente en la Checoslovaquia socialista, y nacido en la hospitalaria y cimbreante ciudad de Santiago de Cuba, José Villa Soberón posee cualidades muy singulares para la escultura, una de ellas, creo que la principal, es que observa todo lo que le rodea con pupila aguzada y analítica. La otra es que es dueño de una sensibilidad creadora de absoluta autenticidad. Seguro, inconfundible, su universo se traslada de la figuración subjetiva al abstraccionismo concreto. Todo en función de un quehacer que alienta aventuras de transfiguración pletóricas de elementos inconfundibles y personales, evocadores de clásicos signos como la espiral y las grecas…”.

Reflexiones escultóricas

Vale la pena reflexionar sobre esta antigua manifestación donde el hombre ha dejado sus marcas en el tiempo... La escultura, como ninguna otra de las expresiones creadoras, es el arte de dar forma. A través de los siglos, la escultura ha sido identificada con el antropomorfismo, y con la representación naturalista. Nace como necesidad de conmemoración, como memoria, unida al lugar donde ha ocurrido un acontecimiento. La escultura tradicional entró en crisis a finales del siglo XIX y se precipitó de pronto hacia un abismo sin encontrar un escape lógico a sus heredados atavismos. Hacía falta, pues, una refundación de la escultura desde los presupuestos vanguardistas, y transformarla en un arte moderno, alejada de las convenciones milenarias que tenían como base temática el cuerpo humano, como inspiración la naturaleza, como estilo el realismo y como materiales el mármol y el bronce... Para cambiar esos presupuestos, el arte de la escultura del siglo XX tuvo que negar muchos de sus principios, y operar en dos sentidos diferentes, provocando nuevas maneras de ver la escultura. Nuevos problemas escultóricos se plantean en la actualidad: como es la noción del espacio frente a la idea del volumen encerrado por el contorno de la obra; la masa será sustituida por el vacío; la opacidad por la transparencia, el volumen por la superposición de planos...

Otros materiales “visten” la escultura, proporcionados, muchos de ellos por la industria: el acero y otras láminas metálicas, el cartón, el plástico. El término escultura llega del oficio de esculpir, que no es más que “dar forma” tallando sobre madera, metal, piedra. Sin embargo, las obras contemporáneas —en su gran mayoría— no participan de las labores de tallar, esculpir, modelar que motivó el arte de la escultura hasta el pasado siglo.

Los artistas cubanos no se quedan atrás. Inventando nuevos modos de hacer, los escultores que ya no tallan ni esculpen, que no modelan ni vacían, han aprendido otros oficios: la hojalatería, soldadura, carpintería y otros procedimientos industriales. De esta forma, la escultura se acerca a la vida cotidiana —real, no ocultando el procedimiento, la técnica y el esfuerzo que generaron dichos trabajos. Se abre el horizonte temático. A pesar del innegable naturalismo de la figura, el creador tiene que luchar contra lo anecdótico. La figura humana se mantiene como temática pero es radicalmente diferente en cada artista. Se representa el universo artificial que caracteriza este tiempo: los objetos, la máquina... todo un mundo de imágenes cotidianas. La escultura no pretende suplantar la realidad sino instituirse a sí misma en nueva realidad, el valor gestual en las figuras se elimina o se reduce a la mínima expresión, se eluden los detalles y se atiende a los valores antropológicos más que sicológicos.

Esta metamorfosis: mutaciones en los materiales, procedimientos y contenidos, trae como resultado productos estéticos que se alejan de las clásicas esculturas, para convertirse en objetos escultóricos que llevan a nuestros ojos a fijarse en los bordes y no en el interior, a reclamar la atención en el espacio circundante. Transformadas por la mano del artista en símbolos, como insinuaciones ante las cuales nuestra vista y nuestro cerebro deben responder completando los significados de las muy diversas interpretaciones. 

Sembrando piezas en el entorno…
José Villa estudió en la Escuela Nacional de Arte de La Habana a partir de 1971 y, en 1976 comenzó sus estudios superiores en la Academia de Artes Plásticas de Praga (Checoslovaquia), donde tuvo la posibilidad de alcanzar una especial habilidad  en la escultura figurativa, a lo que añadiría más tarde una capacidad singular/personal para realizarla, y que no pocas alegrías le ha regalado a lo largo de su trayectoria creativa. Profesor de escultura casi 30 años, Decano de la Facultad de Artes Plásticas del Instituto Superior de Arte (ISA) durante un lustro, y presidente de la sección de Artes Plásticas de la UNEAC diez años…, José Villa ha sabido combinar el trabajo del taller, el aula y las instituciones con capacidad extraordinaria sin dejar de lado su razón de existir: la escultura.

Y dentro de ella, como explica acertadamente Llilian Llanes en las palabras del libro José Villa Soberón Hijo del espacio “…creo que José Villa Soberón es el artista cubano –en todos los tiempos- que con mayor acierto se ha apoderado del espacio público; quien, con su creación, ha contribuido a la aparición o a la confirmación de mitos que habían permanecido latentes en el imaginario colectivo y, por obra y gracia de su arte, han traspasado la dimensión de lo local, en no pocos casos. Un fenómeno que se ha manifestado tanto en las obras involucradas con leyendas urbanas, como en las destinadas a cumplir una función específicamente conmemorativa”.

A través de ella fue conciliando su espíritu –que en los primeros años de vida se inclinaba hacia la arquitectura–, en estas razones que poco a poco desataron su imaginación/talento para realizar retos que quedan hoy como huellas indelebles de su creatividad, de sus ansias de hacer y entregar lo mejor de sí en el volumen que finalmente lo sedujo. Entrar a la ENA significó un instante importante para el joven artista que pudo comenzar a ver sus sueños realizarse. Contar con el magisterio de grandes creadores como Antonia Eiriz y Servando Cabrera, en la pintura y con nombres cimeros como los de Enrique Moret y Armando Fernández, en las clases de escultura, constituyó un fuerte impulso a su vocación artística, que se maduró con la estancia en la antigua Praga donde realizó sus estudios superiores en esa mágica ciudad abierta a la cultura. “Con seguridad, su paso por la Academia de Bellas Artes de Praga –dice Llilian Llanes en el libro– representó un desarrollo en su formación, tanto en términos culturales como en la adquisición de ese sorprendente oficio que lo caracteriza. Todavía hoy sigue pensando que el método de enseñanza imperante allí era insuperable, no solo por dotar a sus alumnos de la técnica más depurada de la figuración y del manejo de los materiales tradicionales, sino porque les aseguraba el disfrute de suficiente espacio para la creación independiente”.

Ya de regreso a Cuba se encuentra con el recién inaugurado Instituto Superior de Arte a donde van los egresados como profesores, y en el que ven un terreno propicio de búsquedas y encuentros de nuevos lenguajes que vendrían a enriquecer, con fuerza, las artes plásticas cubanas. Dejaría entonces de lado lo figurativo para inmiscuirse en lo abstracto/geométrico, que junto con las “armas” traídas de Europa fueron el motor impulsor que lo lleva a experimentar con los más variados materiales para crear sus nuevas obras…

A partir de ahí y unido a su interés por el arte público, amén del auge que iba alcanzando en nuestro país en los 80 del pasado siglo, sobre todo la escultura conmemorativa y los diferentes concursos habilitados para ello, encontró una puerta por donde encauzar su talento. Participando en algunos y obteniendo lauros empezó su despegue. La primera pieza fue Che Comandante, amigo, Premio del concurso en 1981, con el que se rendiría homenaje al Guerrillero Heroico en el Palacio de los Pioneros del Parque Lenin, en La Habana. Con este proyecto, realizado conjuntamente con el arquitecto Rómulo Fernández, la suerte estaba echada…, y como se ha comentado muchas veces, cambia la manera de enfocar/crear la monumentaria conmemorativa en nuestra Isla. “Para ser más exactos, puntualiza con tino Llilian Llanes– deberíamos decir que, con ella, se apartó de los convencionalismos propios de ese género en el país, alejándose del hábito de glorificación de los homenajeados hasta entonces común –busto y pedestal incluidos– y de la monumentalidad de la escala usada en otras de esas obras, por lo común ubicadas en los espacios exteriores”.

Los ejemplos de trabajos que continuó en este sentido, con un espíritu abstracto/geométrico, serían innumerables, sobre todo junto con los arquitectos Mario Coyula/Emilio Escobar, quienes habían obtenido el Premio del Concurso para el Mausoleo a los Mártires del 13 de marzo, y lo invitaron a tomar parte del proyecto. Fue el comienzo de la colaboración con ellos que le abrió muchos caminos, transformados en obras que iban sedimentando el camino del célebre creador. Muchos son los trabajos que ha dejado por toda la Isla y también por el mundo, que hablan de su creatividad ingeniosa.

El Monumento a John Lennon

Un instante alto en su quehacer escultórico lo constituye la pieza Homenaje a John Lennon (ubicada en un parque de El Vedado) que apareció a principios del siglo XXI a partir de un concurso para la realización del monumento del legendario músico que él ganó. Un proyecto que tenía muchos ingredientes, sobre todo, la nostalgia de los que no pudimos disfrutar a plenitud los ritmos de esa época y sus artistas por las prohibiciones en ese tiempo. Es decir, que para los artistas constituían también deudas a saldar. José Villa no fue una excepción. Con la experiencia acumulada, puso manos a la obra y creó esa pieza, que descansa en un banco del parque y ha alcanzado en el tiempo una alta notoriedad en el entorno habanero, pues fascinó a todos desde el primer día, y hoy resulta un importante símbolo de la ciudad que es visitado diariamente por cubanos y miles de turistas que no quieren perder la oportunidad de disfrutar el Lennon (en bronce) de La Habana.

A partir de ese instante le “llovieron” a Villa los encargos de estos trabajos en el entorno urbano, sobre personalidades del imaginario cultural, político, social… Y surgieron por diferentes sitios de La Habana y otras provincias, estas obras en piel de bronce que cautivan a todos, y donde está la impronta y el amor del artista. Por la parte antigua de la ciudad de La Habana puede tropezar con disímiles piezas que nos acercan a la cotidianeidad a disímiles personalidades a manera de Homenajes: el Caballero de París (2001) Basílica Menor del Convento San Francisco de Asís; Preso 113 (2003) Fragua Martiana; Madre Teresa de Calcuta (2003), jardín del Convento San Francisco de Asís; Hemingway (2003), restaurante Floridita; Julio Antonio Mella, Plaza Julio Antonio Mella de la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI); Antonio Gades (2007), Plaza de la Catedral de La Habana; García Márquez II (2017) jardines del Palacio del marqués de Arcos; Alicia Alonso (2017) Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, entre otros. Además de las que ha sembrado fuera de la capital, en otras ciudades de la Isla como Benny Moré (2004) en el Paseo del Prado, Cienfuegos, y tantas otras dispersas por ciudades del mundo como Tin Tan (2001) , en Ciudad Juárez (México), García Márquez I (2016), Museo del Caribe, Barranquilla, (Colombia); Sr. Barry Bowen (2017), aeropuerto de Belice (Belice); Sir Joseph Francis (2017), parque de los Próceres, Saint Kitts y Nevis; José Martí II (2017), Jungay, Santiago de Chile (Chile); Napoleón bonaparte (2018), café córcega, (Francia)…

Un sinfín de materiales e ideas

El talento creativo del artista se ha mezclado en el tiempo de raíces culturales de diversos lugares del mundo, poniendo siempre como protagonista lo cubano, que es la razón de ser tan universal. Y, además se ha apoyado tanto en la figuración como la abstracción, con todo aquello que añade su creatividad para concebir las piezas con los materiales más disímiles, sobre todo aquellos que tienen algo que aportar y decir en el entorno donde las siembra. En ellas hay piel de acero, bronce, hormigón, piedra de jaimanitas, mármol, granito, bloques de cantera, metales, madera, hierro, resina pintada, cerámica esmaltada, cobre… Un arcoíris de materiales que individuales o combinados realzan las esculturas en un pedestal artístico propio que atrapa las miradas.

Haciendo una ojeada por el vasto catálogo razonado la vista se regodea con las formas, que siempre buscan la originalidad, algo diferente donde la mirada se apoye, no exenta de elegancia, precisión, gusto por el detalle, y una limpieza en la terminación que aporta siempre a la majestuosidad. En muchas ciudades del mundo están sus huellas escultóricas.

Martí en el camino

Villa encontró su camino al andar y ha entregado su talento/vida a regalar una colección de obras que lo multiplican, no sólo en nuestra Isla sino por el mundo. Una figura que ha estado presente en su quehacer artístico es nuestro Apóstol José Martí, que él ha creado desde su espíritu, en diferentes formas, con un respeto y admiración que es palpable en cada obra. Baste recordar el Monumento a José Martí (1986) realizado en mármol verde y acero inoxidable, que reposa en el Paseo de La Habana, en Madrid (España); el joven Martí de la Fragua Martiana, de bronce, en el que emerge el sacrificio y los duros momentos pasados en las canteras, como prisionero, o el Martí de Jungay, en Santiago de Chile.

En la lejana isla de Chipre, tuve la oportunidad de compartir con el artista la creación de una obra singular que involucraba a nuestro Héroe Nacional. Allí, en Nicosia (2007), durante casi un mes transformó una piedra chipriota, con la que se identifican muchos proyectos ambientales de ese país, en un monumento a José Martí, que fue emplazado en un espacio cercano a la embajada cubana de la capital. De aquellos momentos reproduzco aquí parte de un artículo publicado en Granma (2 de junio, 2007) como enviado especial, que recuerdan aquellos momentos de creación, lejos de la Patria.

“En la localidad de Santa Bárbara, a 20 kilómetros de esta capital, encontramos al creador cubierto de un polvo blanco que contrastaba con la piel rojiza de su cuerpo bronceado por el sol. Junto a él, la otrora piedra chipriota se había convertido ya en una hermosa estrella y dentro de ella, comenzaba a aparecer, por la magia del arte, el rostro del Maestro… Y aunque todos sabemos que el creador es de exiguo decir, desbordó las palabras para hablar acerca de esta importante experiencia que se suma a muchas otras obras sembradas por el mundo, y, por supuesto, en Cuba. “Desde el primer momento en que supe que vendría a hacer este trabajo –contó–, me puse a pensar qué podría hacer sobre la piedra en un tiempo relativamente breve, y entre las posibilidades surgió la idea de crear un monumento de carácter simbólico, lejano del tradicional busto de Martí que suele estar en muchas ciudades”.

“El símbolo de la estrella, que en la iconografía de nuestra identidad tiene un enorme peso, por ser parte de la Bandera –dijo– me pareció ideal, para enmarcar el rostro de Martí, trabajando en un gran plano, como una silueta que forma parte de ese símbolo. Además, aparecerán en la pieza (2 metros de alto por 1.60 metros de ancho y 1 metro de profundidad) inscripciones sobre la identidad del Apóstol y unas palabras del Arzobispo Makarios que dedicó a nuestro Héroe Nacional”. Esa obra fue la segunda parte de un proyecto, ideado por el entonces embajador cubano en Chipre, Pablo Rodríguez Vidal y la consejera Conchita Muñoz, que trataba de acercar aún más a estas dos islas. En el 2005 se hizo realidad en la Alameda de Paula de La Habana un monumento a Makarios, realizado por el escultor chipriota Nicos Kotziamanis. 

Con la sabiduría de alguien con pleno control de su mirada sobre lo visible/invisible y coherencia en su interpretación, Villa no es otra cosa que un narrador extraordinario que ha sabido eternizar en sus obras la capacidad y voluntad imaginativas de un adolescente que descubre deslumbrado el mundo y lo vive, en y desde su imaginación, en toda su intensidad y dimensiones físicas, cronológicas, fantásticas, reales…No puede aspirar la creación plástica a mayor privilegio que a plasmar con maestría/humanidad esa verdad y su otredad.

Es lo que hace este intenso artista en sus creaciones. La carnalidad de sus personajes, y sus diversas imágenes abstractas/figurativas constituyen la regia traducción de la existencia que todos debimos o debemos vivir. La vida como es. Pura imaginación, siempre espléndida.


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