Foto: J. Ángel Téllez
Aguzada en los últimos años la larga crisis que atraviesa el planeta, y que no se circunscribe al estancamiento económico y al aumento mundial de la pobreza, sino que incluye el ya inminente agotamiento de recursos decisivos como el agua, y que se manifiesta en las culturas de vida, cada vez más resulta evidente que la humanidad pasa por una crisis civilizatoria, que abarca los más diversos órdenes sociales, individuales y ambientales.
Se trata, pues de una crisis multiforme, de toda una manera de llenar la existencia creada e impulsada por la modernidad, y que desborda sin duda alguna el ámbito humano para expresarse en todos los aspectos del planeta que habitamos. Lo que parecían fantasías y exageraciones de los pioneros del ecologismo, hoy son, tristemente, realidades a la vista de todos: las afectaciones al entorno se hacen sentir a diario y, más aun, aceleran su ritmo.
Junto con ello, estamos ante una de las más graves crisis morales que haya atravesado el ser humano. Religiones e ideologías de toda laya no escapan a esta debacle en que los valores más elementales se tornan indeseados acompañantes ante una existencia en la que el consumo y el mercado dictan la pauta. La cosificación de las personas hace de la ética algo obsoleto: solidaridad, dignidad, decoro, justicia han sido echados por la borda en buena parte del mundo.
Frente a este desolador panorama hay quienes confirman la necesidad de otra filosofía y del mantenimiento de aquellos principios morales. Esta es, a todas luces, la gran batalla de nuestros días porque implica cambios de conductas, de pensamientos, de maneras de vivir y de relacionarse. Y en ella está alistado José Martí por derecho propio.
Político sagaz, escritor de notable fuste, poderoso y original pensador, Martí dejó un legado impresionante para su breve paso por la vida, entre su nacimiento en La Habana, el 28 de enero de 1853, y su muerte en combate, en Dos Ríos, en el oriente cubano, el 19 de mayo de 1895.
A sus compatriotas entregó su extraordinaria capacidad de unificar a las más diversas personas, sectores e intereses sociales en la pelea final contra el colonialismo español, bajo un programa de unidad nacional que no ocultaba sus afanes de justicia social hacia los desposeídos y marginados y su magna estrategia laya para impedir el derrame hegemónico de Estados Unidos hacia el sur de continente, hacia nuestra América, como llamó a Latinoamérica. A los lectores de habla española regaló una vasta obra que cubrió todos los campos literarios y que renovó la propia lengua, partiendo de sus manifestaciones más clásicas, abarcando desde el habla popular hasta los más atrevidos experimentos de su tiempo y adelantando muchos elementos que no serían practicados hasta el siglo siguiente. Al pensamiento moderno ofreció, desde su universal cultura de todos los tiempos y de todas las latitudes, una crítica severa de su apartarse de las grandes mayorías, la necesaria esperanza en la inclusión plena de estas, y una expresión rica y peculiar de ideas de fuerte contenido ético por la plena liberación humana.
Por eso resulta Martí un caso notable en su tiempo ante la avasalladora vanidad del positivismo, del industrialismo, de la maquinización naciente, de la civilización moderna que se imponía sobre las civilizaciones antiguas, llamadas bárbaras, y que se universalizaba al constituirse el mercado mundial del capitalismo. Con una filosofía basada en el reconocimiento de la armonía de la naturaleza, a la que integraba al ser humano, Martí no fue un exponente más del sentido del progreso timoneado por el llamado mundo occidental, sino que, por el contrario, defendió ardientemente la diversidad de culturas y hasta fue brillante expositor de esa diversidad, con inigualable sentido integrador de sus aportes y características singulares.
Apasionado y bien informado acerca de los impresionantes y vertiginosos avances cognoscitivos de aquella época finisecular en que vivió, tanto ciencia y tecnología, como arte y literatura, sólo tenían sentido para él en la misma medida en que contribuían al bien del hombre, a su sistemático y constante perfeccionamiento moral, y, sobre todo, a la armonía natural. La persona que alabó el indudable provecho de la energía eléctrica o de las tecnologías que impartían mayor rapidez a la comunicación, enseñaba a sus lectores también las grandezas de las ruinas mayas e incas, la dignidad de los palafitos de los pueblos del Pacífico, el respeto al trabajo creador en cualquier ámbito, el formidable espectáculo de la bahía de Nueva York, el encanto de un pequeño pueblo haitiano y el formidable misterio del renacer de la vida una y otra vez desde la muerte. Por eso, pues, el pensamiento ambientalista, cuando ha sabido de Martí, con justeza lo ha considerado como un destacado anticipador.
La filosofía martiana —que bebió de fuentes tan diversas como los griegos antiguos, el estoicismo, el cristianismo primitivo; los pensamientos de China, India, el mundo árabe, las antiguas civilizaciones de América, el Renacimiento, la Ilustración, la Enciclopedia, el Romanticismo—, brinda una visión del mundo absolutamente original, perfectamente integrada entre sus partes y elementos, y fija en el amor la fuerza para la acción hacia la recuperación de la armonía natural.
Más que una postura naturalista, lo que hay en Martí es un humanismo natural, de amor y ética, más biocéntrico que antropocéntrico, que parece cumplir en nuestros tiempos la imprescindible tarea creadora en todos los terrenos que hoy hace falta para salvar al planeta, a la vida y a una humanidad mejor.
Conocido y apreciado en vida en Hispanoamérica como poeta y periodista, y por los patriotas cubanos como el líder organizador de la última guerra cubana por la independencia, no fue hasta mediados del siglo pasado, sobre todo después del triunfo de la Revolución Cubana, que se comenzó a comprender la extraordinaria dimensión de José Martí como pensador.
Tal reconocimiento ha marchado parejamente con el creciente interés por estudiar el ancho mundo del pensamiento en nuestra región latinoamericana, durante mucho tiempo condenada como una cultura ajena a la filosofía, cuando más reproductora sin creatividad alguna de las corrientes, escuelas y movimientos del llamado Occidente. Parte de ese rescate de las ideas, del pensar, de las filosofías surgidas desde la realidad latinoamericana, ha incursionado en algunos ángulos del ideario martiano, trabajado desde antes en los aspectos políticos y educativos. Sin embargo, aún queda largo trecho por andar para entender y explicar a fondo la cosmovisión martiana, su filosofía, su aparato conceptual, sus procedimientos expositivos y argumentativos, en fin, la lógica de su pensar.
Para esa gigantesca tarea, dada la enormidad cuantitativa de la obra escrita del Maestro, hay que despojarse de criterios preconcebidos como los que han partido de estimar que sus extraordinarias cualidades literarias le impidieron manifestar un pensar riguroso o que, como estuvo informado de las grandes líneas de la historia de la filosofía, sus ideas lo hacen un mero expositor de los puntos de vista desarrollados por esa evolución en Occidente.
Semejantes apreciaciones solo pueden sostenerse cuando no hay un estudio concienzudo de un gran volumen de sus escritos, ya sean poemas, textos para la prensa, ensayos, cartas, piezas teatrales, documentos de carácter político y hasta sus apuntes y fragmentos diversos; o cuando se citan frases sueltas sin examinarlas en su contexto y, de particular importancia, sin tratar de entender las líneas profundas de su pensar, su sistema de ideas, la intención y el alcance de ellas.
Dado el tiempo de que disponemos, les presento en forma de tesis sucintas, sin mayores argumentaciones y con contadas citas, mis opiniones sobre este asunto.
Primero: Hay un pensamiento orgánico, riguroso y original en José Martí moldeado en la cultura de su tiempo y en las posibilidades y desafíos que este le entregaba, mas con la clara intención de su parte de abrirse al conocimiento de los tiempos pasados y al acervo que estos ofrecían, y el deseo absoluto de preparar un futuro mejor. “Para ser un hombre de todos los tiempos, hay que ser un hombre de su tiempo”, dijo.
Segundo: Desde su precoz adolescencia Martí expresó una voluntad de originalidad y rechazó repetidamente la imitación, la copia en cualquier campo de los saberes, de la expresión espiritual como las artes y la literatura, y de la acción práctica como bases de la personalidad y el carácter del individuo y la sociedad.
Tercero: Sobre dos sustentos esenciales se asentó su pensar: la ética de servicio, manifestada en el segundo, su situarse siempre al lado de los oprimidos del planeta. “Con los pobres de la tierra/ quiero yo mi suerte echar”, dijo en versos inolvidables y lo cumplió a lo largo de su vida.
Cuarto: Su concepción del mundo no era antropocéntrica: el ser humano y la sociedad, a su juicio, forman parte de la naturaleza. La historia, los regímenes sociales fueron asentando la externidad del hombre respecto al resto de lo existente, concebido y clasificado ya en su época por la modernidad, por las ciencias y por la moral imperante como la naturaleza, cuya función es servir al hombre. Sin embargo, para él, “Todo es naturaleza.”
Quinto: Para Martí el ser humano debe recuperar su condición natural que significa recuperar la armonía con el resto de la naturaleza, para lo cual ha de abandonar todo “abestiamiento” impulsado por las sociedades inarmónicas. La ética de servicio, sacrificial era el camino para ello, para llegar a ser “Homagno”, el hombre magno, capaz de potenciar la capacidad humana de levantarse de sus caídas.
Sexto: El bien y la virtud eran para él las razones de esa capacidad humana, sustentada por muchos en la idea de Dios, que para Martí no era el Creador, sino el Bien, portado; sin embargo, por cada ser humano dentro de sí.
Séptimo: Para él, la condición humana es la misma en toda época y en todas las sociedades. Por tanto todas las épocas históricas, todas las culturas aportan a la especie humana y a todos los demás elementos de la naturaleza, todas son respetables por ello y de todas hay que aprender y cultivarlas.
Octavo: Según Martí, la sabiduría radica no en la mera acumulación de conocimientos sino en la preparación para la vida. La educación, pues, debía ser de base científica para poner los nuevos conocimientos al alcance de todos, pero su fin era más amplio: “preparar al hombre para la vida, como escribió.
Noveno: El pensar martiano no sigue las reglas expositivas y argumentativas de la razón occidental moderna. Lo que habitualmente se ha calificado como su lenguaje poético no implica solamente una importante cualidad literaria del escritor: ese es precisamente su modo particular de organizar su pensamiento a través de procedimientos literarios, sin seguir estrictamente la lógica de la razón moderna. Martí piensa por imágenes y para entregar sus análisis, ideas y juicios se vale de una amplia gama de las figuras y recursos literarios, tales como el aforismo, la perífrasis y el símil, al igual que utiliza la narración y el diálogo, entre otros. Por eso ni el tratado científico ni el gran sistema filosófico se incluyen en su escritura y sus conceptos o categorías no son “limpias” ni exactas sino creaciones originales que no pueden enclaustrarse en una definición cerrada. Piénsese en verdaderos conceptos propios como “nuestra América” para denominar a nuestra región, o en república nueva para, de ese modo, sintetizar las grandes transformaciones de la sociedad cubana que, a su juicio, debía acometer Cuba libre del colonialismo español.
Décimo: Martí, entonces, no fue únicamente un brillante político capaz de unir a los patriotas, sino un sagaz pensador revolucionario que buscaba impulsar una sociedad diferente en su Isla, una nueva cultura que aprovecharía de otros países y regiones lo que pudiera ser útil a su país y a nuestra región para escapar al casi seguro dominio de Estados Unidos, como efectivamente ocurrió hasta mediados del siglo XX, y cuyas bases él asentaba en sólidos principios morales y solidarios.
Una cultura nueva, mestiza, ecuménica, armónica con la naturaleza, de liberación humana y de pueblos, exigía un pensamiento original, ajustado a aquellos tiempos, en función de contribuir al verdadero mejoramiento humano, y que, por ello, debía crear su propia lógica de razonar. De alguna manera, tanto con sus ideas como con su vasto proyecto de liberación antillana y continental, y de equilibrio del mundo, ¿no estaba Martí promoviendo una revolución del pensamiento para esa nueva cultura?
[1] La primera versión de este texto fue en el panel especial “Filosofía, moral, y ciencia", sesión plenaria dedicada a la celebración del Día Internacional de la Filosofía en el XXI Taller Internacional Ciencia Política y Enfoque Sur y X Coloquio de Filosofía, La Habana, 15 de noviembre de 2018. Ligeramente ampliado fue presentado en el Noveno Forum de Literaturas de Asia, África y América Latina, “Del otro lado del eurocentrismo: voces de tres continentes”, organizado por el Instituto de Literatura Mundial de Seúl, Busan, Corea del Sur: 25 y 26 de abril de 2019.
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