Así veía Alfonso Reyes a Martí: “Su arte es un arte de relámpago; cada relámpago revela y esconde inexplorados paisajes”. Para Alfonso Reyes, José Martí, era un “Supremo varón literario”.
Nuestro Héroe Nacional, sentía que la Patria era cosa divina, sagrada. Patria es humanidad. Es el pedazo de humanidad donde nos tocó nacer; de América soy hijo y a ella me debo, expresaba.
En una ocasión comentó, que la naturaleza había puesto la espada nueva, en manos de Bolívar. Con Bolívar, llegaba al mundo el hombre americano, expansivo, pujante y suntuoso, como nuestra naturaleza; así era su sabio pensamiento.
Cuando moría Martí, Alfonso Reyes, tenía seis años.
El mexicano universal, estaba consciente, que la vida americana brotaba como de una majestuoso manantial.
Ya Martí lo había dicho: “Los pueblos que habitan nuestro continente, los pueblos en las que las debilidades latinas se han mezclado con la vitalidad brillante de la raza de América, piensan de una manera que tienen más luz, sienten de una manera que tienen más amor”.
Reyes, como buen americano, consideró un deber ineludible, el mantener una firme conexión entre América y el Mundo, sin perder ni un instante la esencia de su mexicanidad. Su vida y obra, en distintos países del Orbe por donde transitó, así lo revela.
Martí se preguntaba: ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo en que el águila de Monterrey y de Chapultepec, el águila de López y de Walker, apretaban en sus garras los pabellones todos de la América?
Fue en 1942, cuando Don Alfonso, participó en el Tercer Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, que se celebró en Nueva Orleans, Estados Unidos. Escribió para este evento un trabajo sobre la América, cuna de una nueva cultura.
La cultura para este humanista mexicano, era suma de emociones, pautas de ideas, sensibilidad de la vida, conocimientos. Como Martí, pensaba que si otros crecen, tenemos que crecer nosotros. Estaba convencido, que ya Europa nos puede enseñar muy poco, anda agotada, decía.
El pensamiento de Alfonso Reyes, marchaba rumbo a la armonía internacional.
Martí había hablado del Universo. Es palabra admirable, expresaba y suma de toda filosofía. Lo uno en lo diverso, lo diverso en lo uno.
Don Alfonso, hablaba de universalismo: “Solo el equilibrio, nos garantiza la lealtad a la tierra y el cielo. Tal es la incumbencia de América”.
Martí había escrito en el periódico Patria sobre los pobres y los ricos, allá por el año 1893: “El mundo es equilibrio y hay que poner en paz a tiempo las dos pesas de la balanza”.
De pronto, recordamos como para el Maestro: “La inteligencia americana es un penacho de indígena”. Años después, Reyes, tenía la convicción de que las universales emociones, normas y conocimientos, son patrimonio de todos los miembros de la Sociedad, sean quienes sean y cómo sean y con verdadero orgullo expresa: “De un pueblecito de Nicaragua, antes desconocido por el mundo, salió Rubén Darío, gran reformador de la lengua poética, solo comparable a Garcilaso o a Góngora”.
La inteligencia americana, le llevan al convencimiento de una concordia continental.
Considera que la posibilidad de toma de posición de América ante la cultura, es por participación y contribución y agrega: “No vivimos en época clásica, de relativa estabilidad y remanso de las aguas. Vivimos en época de renovación. Los focos culturales tienden a diseminarse y los núcleos de especialidad y de universalidad padecen por acarreo continuo e inconexo”.
En este fenómeno de desunión y ebullición, precisa Reyes, está la explicación de la crisis moral que afecta al mundo.
En su ensayo La Última Tule, con gran agudeza refiere, que América —presentida por mil atisbos de la sensibilidad, en la mitología y en la poesía— trajo la consigna de enriquecer el sentido utópico del mundo, la fe en una sociedad mejor, más feliz y más libre.
“Los pueblos de América, por el impulso de su formación histórica semejante, son menos extranjeros entre sí que las naciones del Viejo Mundo”.
En América, existe comunidad de bases culturales, de religión y lengua y por su captación étnica, están singularmente preparados para no exagerar el pequeñísimo valor de las diferencias de raza, concepto estático sin fundamento científico, ni consecuencia ninguna sobre la dignidad o inteligencia humanas.
Alfonso Reyes recuerda, con toda certeza, el sueño de Bolívar, en la labor armoniosa y continuada de conversación intercontinental e internacional.
Cualquier campaña racial, de donde venga, es pretexto de los aires imperiales para dividir las fuerzas de Nuestra América mestiza. La advertencia es válida y merece toda nuestra atención.
Juan Marinello, un estudioso a profundidad de la obra martiana y que conoció y admiró a Reyes, expresó en un homenaje al humanista mexicano, en ocasión de sus Bodas de Oro en la literatura, celebrados aquí en La Habana:
“Los jóvenes enterados, tocan en él, una plena expresión de la mejor cultura, pero por el costado nuestro, criollo, hispanoamericano. En el humanista de México, hallan una culminación de la propia fuerza, un caudal de innúmeras confluencias pero que, en definitiva, corre en ondas reconocibles en veinte países que lo tienen como confirmación de sus posibilidades”.
Para América, decía el mexicano, no hay más raza que la raza humana.
Ya anteriormente había dicho: “Tiene el mundo dos razas: la de los egoístas, como si en sí llevara luz la otra, la de los generosos”.
Martí y Reyes, eran de la raza generosa.
La raza —apuntaba nuestro Héroe Nacional— es patria mayor.
Ahora que Nuestra América resurge victoriosa como una gran Zona de Paz, hay que defender la verdadera historia de la cultura de Nuestra América.
La relación entre el pensamiento de José Martí y de Alfonso Reyes, exige un estudio bien acucioso.
Se observa entre estos dos hombres, una línea histórica de observación inteligente y armónica sobre la cultura de nuestro continente.
Solo en estas líneas, un acercamiento fundamental a un tema que resulta de una riqueza extraordinaria.
Reyes se sentía feliz al comprender, que América tendría un camino libre en su toma de posición frente a la cultura.
José Martí y Alfonso Reyes, bajo el cielo de Nuestra América, aún vivos, señalándonos el camino para la protección de nuestra cultura.
Deberíamos todos estar convencidos, decía Don Alfonso, que la manera de asegurar el presente, es asimilar el pasado. ¿Lo estamos de veras?
Mientras haya en América una nación esclava, recordaba nuestro Héroe Nacional, la libertad de todas las demás corre peligro.
Lo pasado es la raíz de lo presente, nos enseñó Martí.
“Ha de saberse lo que fue, porque lo que fue está en lo que es”.
Reyes abogaba, por un mejor entendimiento entre los pueblos, facilidad humana total para atravesar todas las naciones y aclimatarse en cualquiera de ellas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
Insistía en que la cultura es una función unificadora.
La América en el pensamiento martiano, ha de promover todo lo que acerque a los pueblos, y de abominar, lo que los aparte.
Juntarnos, ¡es tan necesario que estemos todos juntos!, que nos sintamos fuertes y consolados para lo que tenemos que hacer.
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