José Martí, el relevo del 68


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Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que,
sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable,
quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a una tigre su último cachorro.
¡Tal majestad debe inundar el alma entonces, que bien puede ser que el hombre ciegue con ella!

José Martí

Una escarapela con la bandera cubana, que Carlos Manuel de Céspedes le obsequiara a Fernando Figueredo Socarrás en 1873, y que este, a su vez, la entregara en mano a Martí antes de que el principal organizador de la guerra de 1895 se embarcara hacia Cuba y que estaba entre sus pertenencias cuando cayó en Dos Ríos, el 19 de mayo de ese año, ha servido de objeto emblemático de la continuidad entre las revoluciones cespedista y martiana, pero lo cierto es que el puente tirado entre ambos hombres y empeños revolucionarios funcionó, esencialmente, a nivel de las ideas y del ejemplo.

Algunos autores, no necesariamente historiadores, han examinado la relación de interés de José Martí por Carlos Manuel de Céspedes y han escrito páginas que ponen de relieve el vínculo  entre los dos iniciadores (obviamente, inconsciente para Céspedes) de las guerras independentistas cubanas del siglo XIX[1]. Sobresale el texto de Cintio Vitier, “Fases en la valoración martiana de Céspedes”[2], el más enjundioso de todos, en el que el reconocido poeta y ensayista plantea que hubo tres fases o momentos en la aproximación de José Martí a Céspedes, la empática, la historiográfica y la simbólica. Es un texto esencial sobre la relación entre ambos hombres en el que Vitier, utilizando una frase de Martí, afirmó que en dicha relación se fue “tejiendo el alma de la patria”. Realmente la curiosidad de Martí por el hombre del 10 de octubre merece mayores indagaciones e interpretaciones. Aquí solo haré un acercamiento al tema, en función de una perspectiva más amplia, la de la continuidad de la brega independentista.

A Martí, Céspedes entra desde el mismo gesto del 10 de octubre de 1868. Teniendo entonces el joven estudiante habanero solo quince años de edad, ese estremecimiento lo llevó a escribir sus primeros textos patrióticos, a seguir el itinerario cespediano en la manigua oriental, junto a otros condiscípulos, sobre un mapa desplegado en la mesa de su profesor Mendive, a percibir sorprendido los turbulentos sucesos del Teatro Villanueva, donde abundaron los Vivas a Céspedes y, finalmente, a sufrir prisión y destierro.

Es conocido, además, que Martí, alrededor de sus veinticinco años, apenas concluida en 1878 la guerra, tuvo la idea de escribir un libro sobre la misma y sobre Céspedes (con la manifiesta intención de defender al iniciador), texto que aún no se sabe bien si fue redactado (al parecer no lo escribió), pero demostrador de su gran interés historiográfico. Diez años después, redactó el extraordinario texto “Céspedes y Agramonte”, en el que depositó muchas de las reflexiones que había acumulado durante sus pesquisas juveniles y las posteriores; contaba entonces Martí con treinta y cinco años de edad.

A lo largo de su vida, la curiosidad por el hombre de la Demajagua y Yara aparece una y otra vez en su práctica política y en sus incendiarios y apasionados discursos conmemorativos de la fecha del 10 de octubre, en los que fija el sentido de continuidad y el profundo respeto por los iniciadores. Sus amigos José María Izaguirre y José Joaquín Palma, entre otros que fueron también amigos personales de Céspedes, le nutrieron de valiosas informaciones acerca del bayamés (Palma incluso fue el autor de la primera biografía que se le hizo a Céspedes, revisada y autorizada por el biografiado), de manera que, hasta el final de sus días, cuando lo menciona repetidamente en el diario que llevó Martí de Cabo Haitiano a Dos Ríos, la presencia de Céspedes en su mente fue sostenida y frecuente. Esa curiosidad adoptó diversas intensidades, como bien apuntó Vitier, y en ella se apreció siempre la admiración, el respeto y la búsqueda de una mirada crítica (“los enlaces continuos invisibles”) sobre el accionar del gran patriota, “hombre de mármol” le llamó, en aras de no repetir errores en su tentativa revolucionaria de darle continuidad al esfuerzo del 68. ¿Cuánta información pudo reunir sobre el iniciador? No lo sabemos, lo que sí parece obvio es que fue la suficiente y necesaria para hacerse de una imagen objetiva que alimentara su devoción por la figura histórica, pues no creo que en toda la historia cubana haya existido un cespedista más fervoroso que José Martí.

Probablemente uno de los ángulos de análisis de la ejecutoria martiana más interesantes, lo constituye el examen de cómo llegó a convertirse en el relevo natural de los hombres del 68, desde el punto de vista de su ideología. En ese desenvolvimiento, la presencia constante del iniciador de nuestras batallas por la independencia fue decisiva. En Martí confluyeron, como en casi todos los independentistas de la segunda mitad del siglo XIX, el pensamiento liberal de la época y el ideario del republicanismo. Esa característica, más el magnífico ejemplo de una década de batalla independentista entre 1868-78, crearon las condiciones para el tipo de relevo que Martí significó en la praxis política de los hombres de la guerra fundacional, la que fue, y digo con total seguridad, su fuente inspiradora mayor.

Esto merece una breve digresión. A la isla, las repercusiones de la independencia americana llegaron con mucha fuerza. Washington, Bolívar y San Martín, entre otros próceres de las batallas independentistas del hemisferio, fueron estudiados por los revolucionarios posteriores a ellos. Sus figuras históricas y sus prédicas contribuyeron en mucho a gestar un pensamiento emancipador de continuidad. Se puede asumir que una acumulación de factores ideológicos y fácticos larvó lentamente un cambio en la sociedad insular de la primera mitad del siglo XIX, en particular entre los criollos ilustrados. También fue este el período en que comenzó la prédica liberal y emancipadora de Félix Varela en el Seminario de San Carlos, un hecho fundamental en la evolución de las ideas más avanzadas que circularon en la colonia. De igual manera, es el momento en que José María |Heredia publicaba sus poemarios de inspiración revolucionaria; “El filibustero”, por ejemplo, despliega en sus versos todo el legado de la revolución francesa. Para José Gaos, un verdadero especialista en el tema, el pensamiento gestado en el continente suramericano en el siglo XIX fue, más que una meditación, una búsqueda de un destino o lo que es lo mismo, un alegato firme por la independencia. América, según él, no era tanto una tradición que prolongar, sino un destino que realizar.

José Martí, que estudió a fondo los escenarios americano e insular en su actividad intelectual y como parte de su prédica organizativa para la nueva guerra emancipadora, fue uno de los fundadores de lo que pudiera llamarse liberalismo creador latinoamericano, pues según él mismo señalara, “En Europa la libertad es una rebelión del espíritu, en América, la libertad es una vigorosa brotación (…). Se es liberal por ser hombre; pero se ha de estudiar, de adivinar, de prevenir, de crear mucho en el arte de la aplicación para ser liberal americano”. Esta idea habla de una demanda de acción para los pensadores de la libertad en el continente y desde luego en Cuba. Y es el panorama que abarca todo el siglo XIX donde tantas tendencias ideológicas se pusieron en juego. Como señaló Eduardo Torres Cuevas, los liberales radicales, dentro de este contexto, serán en Cuba “aquellos que incluyan la aspiración a la nación, la crítica a la esclavitud y la crítica al poder colonial; porque todo ello constituye el núcleo de las libertades”[3]. Dentro de este grupo puede comprenderse a Céspedes, Ignacio Agramonte, Antonio Zambrana, Manuel Sanguily, Antonio Maceo y, por supuesto, José Martí, entre otros dirigentes independentistas, portadores de un credo republicano culto y sólido.

Otra cuestión de contenido fundamental en este panorama es lo referido al tema racial, importante en la Cuba decimonónica por la alta cifra de esclavos negros y culíes chinos que se trajeron a la isla por el despiadado comercio humano de la trata, así como por la considerable proporción de estos con relación a la población total; importante también por el nudo gordiano que significaba la esclavitud como sistema retrógrado para el desarrollo socioeconómico de la isla y la necesidad de cortarlo en aras de su modernización; las contradicciones amo-esclavo y negro-blanco se encontraban entre las principales de la sociedad insular. En la revolución cespedista se abolió la esclavitud en los campos de Cuba Libre y al final de la guerra la infame institución quedó herida de muerte; ocho años después de la tregua, España decretaba su definitiva extinción (pero antes hubo de reconocer la libertad de los negros mambises que pelearon en la guerra). La Cuba patriótica o República en Armas fue para los independentistas una república de hombres libres e iguales, aun cuando el verdadero sentido de la igualdad demorara en materializarse debido al pesado lastre de la esclavitud en los negros sumados a la batalla. Sin embargo, no tardaron en destacarse algunos hombres negros y mestizos dentro de la guerra y alcanzar altos grados en el ejército libertador (cosa que no ocurrió, por ejemplo, en la guerra de secesión de Estados Unidos).

En el ideario cespediano, que Martí conoció y continuó, a pesar de que sus escritos no tuvieron una amplia difusión entonces, aparecen ideas tan claras y medulares como estas:

“A mí, que en política pertenezco a la escuela avanzada del pro­greso, que estoy por todas las reformas que la filosofía y la experiencia recomiendan, que detesto los sistemas rutinarios y envejecidos que a despecho del siglo practican algunas repúbli­cas, que adoro el ideal posible de un gobierno demócrata radical, que en las instituciones liberales veo el principio salva­dor, a mí no me pueden espantar las ideas de Bruto ni de Dantón aplicadas a nuestra naciente República (...)”.[4]

Pensamiento republicano genuino, auténtico, procedente de la vasta cultura de un hombre educado en universidades peninsulares y que pudo recorrer varios países europeos y asiáticos al término de sus estudios y palpar con sus manos sus realidades políticas; además con el valor adicional de haber sido un pensamiento expresado en condiciones de insurrección armada contra la poderosa maquinaria de guerra de España. Martí debió conocer lo más sintético de esas ideas debido a sus indagaciones ya mencionadas y se convirtió en su entusiasta y firme continuador.

El independentismo del 68 constituyó un nuevo tipo de independentismo respecto a las ideas iniciales de Heredia y Varela, por el hecho esencial de que fue gestado desde la posición de ruptura que significó la lucha armada contra España. Dentro de esta corriente de pensamiento sobresalió el ideario de Carlos Manuel de Céspedes por su radicalismo, amplitud de miras, la concepción soberana del país y por el diseño primigenio que realizó de la futura República de Cuba. Se hace imposible, por lo tanto, estudiar el independentismo cubano desde las ideas primarias de Varela y Heredia hasta las más elaboradas de José Martí desconociendo todo el pensamiento práctico creado por Céspedes y sus seguidores, pues fue en ellos en quien encarnó la idea.

Para Céspedes, deudor confeso del legado de Simón Bolívar, la obra de la revolución había propiciado que “millones de seres condenados perpetuamente a la condición de brutos por el gobierno español, son hoy deudores al gobierno republicano de Cuba, de su restitución a la natural calidad de hombres libres, ejercitando su personalidad con toda amplitud, gozando de los mismos derechos civiles y políticos que los demás ciudadanos con perfecta igualdad”.[5] Esta idea de apreciar a los negros en igualdad de condiciones dentro de los campos de la República en Armas fue considerada por Martí como uno de los logros más altos y dignos de la batalla del 68.

Martí también fue un bolivariano confeso y militante. Los unía el imaginario latinoamericanista del Libertador, también su republicanismo. “La América, al estremecerse al principio del siglo desde las entrañas hasta las cumbres, se hizo hombre, y fue Bolívar”[6]. Si para Martí Bolívar, aquel “hombre solar”, fue el primer “hombre americano”, Céspedes fue el primer cubano libre o “el que nos echó a andar”. Ambos libertadores alimentaron notablemente el credo martiano de la independencia y su fe en la idea republicana. De ambos tomó la pasión revolucionaria necesaria para encabezar la nueva revolución cubana. En los tres, el término república, con todas sus connotaciones, fue el centro de sus discursos políticos.

En el entorno ideológico de 1868-98, confluyeron y pugnaron dinámicamente el liberalismo, el republicanismo, las ideas independentistas, socialistas, reformistas y anexionistas, además del crucial tema racial para la sociedad insular, justo en el momento en que la nacionalidad se acercaba a su configuración primera. El pensamiento republicano fue fuente y raíz del independentismo cubano. Martí recogió el legado del 68, lo perfeccionó con su talento, le dio cuerpo doctrinario con su cultura vasta y ese fue el ideario por el que se batieron los patriotas cubanos en el 95.

Fue precisamente José Martí quien mejor supo reconocer las calidades del republicanismo y del sacrificio de los fundadores, cuando expresó en sus apuntes íntimos: “¿En Cuba, pues, ¿Quién vive más que Céspedes, que Agramonte?”. De manera que el pensamiento republicano de los padres de la nación cubana ejerció un rol decisivo en la historia del país, pues fue esa guerra de 1868-78 el crisol en el que se fundieron los elementos se todo tipo que permitirían proseguir el empeño libertador años más tarde. La idea republicana ya estaba impregnada en sectores populares que serían a los que apelaría en 1895 el autor del ensayo Nuestra América. Para los cubanos, el sueño de la república entrañó enormes pérdidas de vidas humanas y enormes sacrificios de al menos tres generaciones.

De manera que el saldo de la revolución de 1868 consistió en dejar sólidamente establecido en la incipiente cultura política cubana el nuevo independentismo y el comienzo de una praxis ciudadana y política que chocaría, al término de la guerra, cada vez más, con las camisas de fuerza de la colonia. Este sentimiento de miles de cubanos fue racionalizado por una minoría que lo supo convertir en ideario político y logró su legitimación ante la historia con el baño de sangre recibido en la década crítica. Con otras palabras, la simiente había sido echada y José Martí fue el encargado de cultivarla.

Enfatizo ahora lo que he expresado en diversos ensayos y libros: en el momento en que la idea republicana se hizo piel y sangre de los cubanos, es decir, durante la guerra de 1868, el pensamiento republicano e independentista de Céspedes y los otros pioneros de la independencia (“los padres sublimes” según Martí) fue paradigmático para entender bien esa eclosión. José Martí, ojo avizor y mente concentrada en mejorar la experiencia previa, fue el relevo natural y dinámico de aquellos hombres fundacionales.

Seis días antes de la fecha en que moriría a balazos, Martí fue llevado a conocer el lugar en que se unen los ríos Contramaestre y Cauto, en el oriente de la isla, precisamente el lugar donde ocurrirá el trágico desenlace del 19 de mayo, y volvió entonces a evocar a Céspedes en su diario. Fue un vínculo hasta el final de sus días. Para Cintio Vitier, la confluencia de los dos ríos se le asemejaba a la de Céspedes y Martí, una imagen literaria que funciona muy bien, pues ambos hombres fueron caudalosos e indetenibles y entroncaron en su pasión patriótica con fuerza arrolladora. Sirvan estos apuntes apresurados para homenajear a José Martí en el nuevo aniversario de su caída en combate.

 

Notas:

[1] El poeta y ensayista Cintio Vitier, el historiador Salvador Morales y el poeta y periodista Bladimir Zamora están entre los que han publicado textos al respecto.

[2] Cintio Vitiier, en sus Temas Martianos, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1982, p 267-283, Colección de Estudios Martianos.

[3] Eduardo Torres Cuevas, Félix Varela. Los orígenes de la ciencia y con-ciencia cubanas, Imagen Contemporánea, La Habana, 2015, pág 236.

[4] Carlos Manuel de Céspedes. Escritos, compilación de Hortensia Pichrdo-Fernando Portuondo, tomo I, página 207

[5] Idem, página 227.

[6] Leopoldo Zea, José Martí a cien años de Nuestra América, México, UNAM, 1993, pag 164


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