José María Heredia: « el dolor de buscar en vano en el mundo el amor y la virtud»


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José María Heredia, El cantor del Niágara, falleció un día como hoy del año 1839, en la Ciudad de México; no había cumplido los 36 años; a propósito José Martí diría: «Ya estaba, de sí mismo, preparado a morir; porque cuando la grandeza no se puede emplear en los oficios de caridad y creación que la nutren, devora a quien la posee».

Lo anterior es parte del discurso que pronunciara el Apóstol para los cubanos residentes en la ciudad de Nueva York en honor del también periodista, dramaturgo y abogado cubano, el 30 de noviembre de 1889, en el Hardman Hall, al evocar, los 50 años del fallecimiento de quien es considerado el primer poeta romántico de América.

Había nacido Heredia en la oriental ciudad de Santiago de Cuba, el 31 de diciembre de 1803. Su padre, José Francisco Heredia, fue nombrado en 1805 asesor de la Intendencia de Penzacola, en la Florida y hacia allá se traslada la familia; más tarde viajan a Venezuela, pues el padre debía desempeñarse como magistrado de la Audiencia de Caracas; en la Universidad de esta ciudad José María estudia gramática latina en el año 1816; de esta época están fechados sus primeros poemas conocidos. 

Regresan todos a la capital cubana en diciembre de 1817, y comienza estudios de leyes en la Universidad de la Habana, pero mientras cursaba el segundo año, su padre es destinado a la Audiencia de México, y el hijo matricula nuevamente el primer curso de leyes, colabora en publicaciones periódicas y reúne sus composiciones poéticas iniciales en dos cuadernos manuscritos.

Tras la muerte de su padre, regresa a La Habana en febrero de 1821, y obtiene el grado de Bachiller en Leyes; funda la Revista Biblioteca de Damas, y en 1823 recibe el título de abogado en la Audiencia de Puerto Príncipe. 

En noviembre de ese año, es denunciado por conspirar contra la dominación española como miembro de los Caballeros Racionales, rama de la orden de los Soles y Rayos de Bolívar, y se dicta contra él auto de prisión el 5del mismo mes; el gobierno español lo condena a muerte pero logra embarcar en Matanzas de manera clandestina el día 14 en un navío hacia Boston, de donde se traslada más tarde a Nueva York.

Con posterioridad, visita distintos lugares de los Estados Unidos, entre ellos las Cataratas del Niágara donde escribió su popular «Oda al Niágara»; allí conoció más tarde que había sido condenado al destierro, lo que impedía su regreso a Cuba.

En 1824 empieza a trabajar como profesor de lengua española en un colegio neoyorquino; al año siguiente se traslada a México, designado funcionario de la Secretaría de Estado; a partir de este momento realiza diferentes labores siempre en instituciones legislativas y colabora en más de 15 publicaciones periódicas, en las que frecuentemente firmaba sus artículos con solo la inicial de su apellido; en sus comienzos como escritor, utilizó el seudónimo Eidareh. 

Realizó durante toda su vida y desde edades muy tempranas, una abundante faena como traductor, del inglés,  francés latín, e italiano.

La traducción, en Heredia, llegará a convertirse en «instrumento constante de autoafirmación y de intercambio con la literatura mundial, en una actividad muy ligada también a su condición de viajero, de proscripto condenado a vagar por tierras extranjeras», tal y como asegura la doctora Carmen Suárez León en su artículo «Traducir y transgredir: Heredia como modelador de la cultura cubana». 

En el discurso mencionado de Martí, este también se refiere a su poesía, al afirmar: «El temple heroico de su alma daba al verso constante elevación», sus estrofas son «como lanzas orladas de flores», los versos, «magníficos como bofetones”, y precisa que el romántico vate «cantó, con majestad desconocida, a la mujer, al peligro y a las palmas», evocando así su poema «Oda al Niágara», escrito en silvas, en el que se aprecia la búsqueda de lo grandioso y eterno, la nostalgia, y el recuerdo de Cuba, simbolizada en  «las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,/que en las llanuras de mi ardiente patria/nacen del sol a la sonrisa, y crecen,/y al soplo de las brisas del Océano,/bajo un cielo purísimo se mecen?»

La producción lírica de Heredia llega a ser la primera expresión de veras romántica en la poesía española, concluye toda la ostentosa expresión neoclásica, y seinserta por su calidad en la línea más avanzada de la poesía de su tiempo. 

Heredia está muy vinculado al surgimiento de la nacionalidad cubana, entre otros elementos porquecontribuyó a fijar en el imaginario de la isla, algunos símbolos como la estrella solitaria y las palmas,presentes en la bandera y el escudo nacionales.

Las complejidades y contradicciones del momento histórico en que le tocó vivir, encuentran resonancia en su naturaleza romántica, y en sus versos, lo que favorece que se le identifique como el primer cantor de nuestra independencia, referencia obligada para los   más importantes escritores que le sucedieron.

La situación en Cuba y su destierro   lo sumieron en un gran desánimo, a lo que se suma su depresión por el fallecimiento de su hija Julia Heredia y el deterioro de su propia salud.

El hombre que según Martí: « había tenido valor para todo, menos para morir sin volver a ver a su madre y a sus palmas», toma una muy difícil determinación; enabril de 1836 le escribe a Miguel Tacón, Capitán General de la Isla de Cuba, una carta en la que se retracta de sus ideales revolucionarios y solicita permiso para volver a su patria, con el propósito de ver a su madre. 

Obtiene la anuencia de Tacón, y viaja a La Habana a principios del mes de noviembre; sus antiguos amigos, liderados por el mecenas Domingo del Monte, no entienden su actitud y lo rechazan. 

En enero de 1837 regresa a Veracruz; está enfermo   y abatido; profesionalmente solo tiene el puesto deredactor del Diario del Gobierno.

El 7 de mayo de 1839, a las diez de la mañana, después de tres días de delirios y agonía, fallece, víctima de la tuberculosis, en la casa número 15 de la calle del Hospicio de San Nicolás, en la ciudad de México «el primer gran poeta civil de Cuba y el gran romántico de América (…) en la miseria y el olvido»,   en opinión de Leonardo Padura que también expresa en su novela:

«Fue enterrado esa misma tarde, en la mayor pobreza, con la presencia de unos pocos amigos y sin ningún reconocimiento oficial, a pesar de su antigua condición de diputado de la nación.  Su cadáver reposa en el panteón del Santuario de María Santísima de los Ángeles, en el cementerio de Santa Paula».

Ocho años después, al ser clausurado este camposanto, y no ser reclamados, sus restos fueron lanzados a la fosa común del cementerio de Tepellac.

Martí diría como parte de la citada pieza oratoria: «(…) y se extinguió en silencio nocturno, como lámpara macilenta, en el valle donde vigilan perennemente, doradas por el sol, las cumbres del Popocatepetl y el Iztaccihuatl. Allí murió, y allí debía morir el que pasa a ser en todo símbolo de su patria(…)».

Muchos prestigiosos intelectuales cubanos, han escrito sobre Heredia, valorando tanto su obra literaria como su amor a la libertad de Cuba y patriotismo; muchos también lo han recriminado, como poeta y como hombre traidor.

Sin embargo, otros más lúcidos han sabido justipreciar tanto al hombre como al poeta, en su contexto histórico, cultural, personal y político, pero nadie ha podido negar que sea una «figura  central de la cultura cubana», como afirmaba la desaparecida  profesora Ana Cairo Ballester,   doctora en Ciencias Filológicas y Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanidades, quien asegurabaademás:

«Hay una cosa de Heredia que me gustaría que se conociera más que es el Himno del desterrado, uno de los símbolos de la cultura cubana en el siglo XIX, pues fue el primer himno nacional cubano; antes de que Perucho Figueredo hiciera en el 67- 68 la letra de lo que va a ser el Himno de Bayamo; fue el poema más leído, más declamado por los independentistas cubanos, y en ese sentido yo siento muchísimo que este himno sea hoy olvidado totalmente».

Del referido poema, escrito cuando el poeta pasa cerca de las costas cubanas, en viaje de Estados Unidos a Méjico, y ve el Pan de Matanzas, son los siguientes versos: «¡Dulce Cuba! En tu seno se miran/En su grado más alto y profundo/la belleza del físico mundo/los horrores del mundo moral».

Entre los textos literarios que han evocado a Heredia, de acertada manera, no puede dejar de mencionarse La novela de mi vida, del escritor cubano, Premio Nacional de Literatura, Leonardo Padura Fuentes.

Esta pieza continua siendo para muchos lectores, «la más ambiciosa, compleja y perturbadora novela de Leonardo Padura».
Sobre Heredia, primer mito de la cultura cubana, José Martí, además escribió una semblanza aparecida en El Economista Americano, en Nueva York, en julio de 1888, en la que sobre la vigencia de su obra señala:

«Pero nuestro Heredia no tiene que temer del tiempo: su poesía perdura, grandiosa y eminente, entre los defectos que les puso su época y las imitaciones con que se adiestraba la mano, como aquellas pirámides antiguas que imperan en la divina soledad, irguiendo sobre el polvo del amasijo desmoronado sus piedras colosales».

Y acerca de los que lo condenaron con «críticas austeras», diría:

(…) «¿ quién resiste al encanto de aquella vida atormentada y épica, donde supieron conciliarse la pasión y la virtud, anheloso de niño, héroe de adolescente, pronto a hacer del mar caballo, para ir “armado de hierro y venganza”  a morir por  la libertad en un féretro glorioso, llorado por las bellas, y muerto al fin de frío de alma, en brazos de amigos extranjeros, sedientos los labios, despedazado el corazón, bañado de lágrimas el rostro, tendiendo en vano los brazos a la patria?».

Opina Martí, en este texto: «Su poesía, marcial primero y reprimida después, acabó en desesperada», y añade más adelante «El verso triunfa. No van los versos encasacados, adonde los quiere llevar el poeta de gabinete, ni forjados a martillo, aunque sea de cíclope., sino que le nacen del alma con manto y corona. Es directo y limpio (…) aquel verso llameante, ágil y oratorio, que ya pinte, ya describa, ya fulmine, ya narre, ya evoque, se desata o enfrena al poder de una censura sabia y viva».

Y para terminar la semblanza, el Héroe Nacional de los cubanos, que supo como nadie, combinar vida y obra literaria, se inclina ante el bardo santiaguero y asevera:

«Fue hijo de Cuba aquel de cuyos labios salieron algunos de los acentos más bellos que haya modulado la voz del hombre, aquel que murió joven, fuera de la patria que quiso redimir, del dolor de buscar en vano en el mundo el amor y la virtud».


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