Isabel Santos: “El silencio en el cine es muy importante; llenarlo es lo más difícil”


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Isabel Santos, :Foto de Alexis Rodríguez García.

Conozco a Isabel desde mi primera película "Clandestinos". Recuerdo que al ser “primerizo” en aquellos tiempos —había pasado algunos talleres para trabajar con actores— no tenía una formación académica sobre eso, por tanto, me apoyé muchísimo en el trabajo de Isabel y Luis Alberto García. A ambos les debo una película, no porque sea la primera, sino porque el público cubano la ha acogido en distintas generaciones.

Desde ese momento, más allá de lo profesional, entre Isabel y yo se ha creado una comunicación que trasciende el trabajo y tiene que ver con la vida. Hemos vivido muchos avatares y muchas experiencias intensas en nuestras vidas individuales. Aunque estemos separados, cuando nos encontramos, vemos que hay mucho vínculo. Más que aplicar un método de trabajo con Isabel, vale toda nuestra cercanía, en ocasiones sólo basta una mirada para que ella haga todo lo que hace en la pantalla.

Isabel es ese tipo de actriz que uno tiene que dejarla hacer lo que ella siente. Tiene el termómetro, el barómetro que mide los tiempos, los impulsos, las temperaturas del personaje. Cuando se dice: ¡acción!, ella es dueña de lo que va a ocurrir en la pantalla.

Gracias, Isabel, por tu sensibilidad y tu talento. Te quiero mucho.

Fernando Pérez.

Director cubano de cine (La Habana, 13 de diciembre de 2014).

La conocí personalmente en el Hotel Nacional de Cuba, durante la edición 36 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Le pedí conversar durante diez minutos y no dudó en hacerlo. Siempre me dijeron que las grandes estrellas son, generalmente, humildes.

Es uno de los rostros más admirados en el cine cubano. Rostro que tiene las marcas indelebles del tiempo y es carta de triunfo para cualquier director. Verla en la pantalla es, más allá de un disfrute, una clase de actuación, de verdadera interpretación.

No exagera quien escribe. Las cintas hablan y voces autorizadas del séptimo arte en Cuba y Latinoamérica lo confirman.

¿Pesa llamarse Isabel Santos?

No, para nada. ¿En qué sentido?

En el sentido de que la gente la quiere, la admira…

Bueno, claro. Uno llega a acostumbrarse, lo que no te puedes es… (Pausa breve). Cuando uno tiene veinte años esa avalancha de trabajos y admiraciones hacen que la vanidad esté ahí. Pero con los años te das cuenta que la gente te puede querer mucho o no, y que la vida es tuya aunque aparezcas en la pantalla. Eso sí: te tienes que exigir mucho en lo que haces y eso es lo que pesa. No traicionar lo que escogiste hacer y lo que ese público espera de ti. Ya no los premios, sino tu trabajo.

¿Y con el tiempo no se arrepiente?

No,  ya lo hecho, hecho está.

¿Ni por escoger personajes socialmente comprometidos?

Yo me he pasado hasta diez años sin hacer cine. Diez años en la vida de una persona y una mujer soltera, imagínate que pasaría. Gracias a mi compañero de vida. No aceptar un personaje, o no aceptar un proyecto tiene un peso. No es que me dé el lujo de hacerlo, pero siempre he hecho lo que me ha gustado. Eso sí me ha llevado tensa y tiene un costo.

De esos personajes que sí ha escogido, ¿cómo sale de ellos, aunque exista un método de actuación?

Mira, yo soy una mujer súper, súper observadora. Me gusta mirar a la gente, inventarle historias. Puedo estar en un lugar y archivar cosas y cosas. También leer, ver mucho cine, interactuar con la gente y escuchar. Todo eso lo voy archivando y un día sale. Soy una mujer de 53 años, he vivido y no todo ha sido gloria ni felicidad. Todo eso lo vas guardando en el disco duro y un día de repente sale y ¡puff! Además, el proceso de investigación que uno hace para cada personaje es interesantísimo. O le pones o le quitas. Yo siempre trato de alejar los personajes de mí: me robo otras vidas, otras situaciones.

En el caso de La pared de las palabras, es una historia donde la incomunicación no es lo único que plantea, va mucho más allá: va en la sociedad, hasta con los seres más queridos de uno, el silencio, la no respuesta. Y eso sí forma parte de mi vida y  puse muchas de mis vivencias en ese personaje. Para mí el silencio en el cine es muy importante, llenarlo es lo más difícil.

Cada actor trabaja diferente, es como cocinar: tú le echas pimienta, al otro no le gusta el ajo… Te lo estoy llevando a la onda más cotidiana. Yo no llevo los personajes a mi casa. No, no arrastro eso. Pero si te digo y te juro que puedo estar pelando boniatos y estoy pensando. Ese silencio que tengo en mi casa es mi manera de crear. No tengo que estar sentada delante del guion. Es como si viera pasar la película, veo moviéndose el personaje: ¿qué tiene ella que no tengo yo?, ¿qué le pongo?

No me gusta ensayar. Eso es un problema para mí, quizás es porque allá en los noventa se filmaba en 35. Por ejemplo Fernando Pérez en La vida es silbar te decía: Mira, Luisito e Isabel tienen la toma uno porque las otras la tengo para los actores principiantes. No es que fueran peores ni mejores, sino que necesitaban más tiempo.

Te repito: nunca me ha gustado ensayar, pienso que el cine es magia y cuando dicen: ¡acción!,  ahí sale todo (suspira). La primera toma me jode que me la jodan si pasa algo, porque sé todo lo que estoy soltando en ese momento. Ya la segunda toma requiere otra preparación y también te da la posibilidad de hacerla diferente.

¿Se exige mucho Isabel?

Muchísimo.

¿Con los demás también?

Conmigo. La vida me ha enseñado a ser tolerante con los demás. A que cada uno es como es y yo no puedo ser una maestra. A los actores hay que dejarlos hacer.

¿No tiene prejuicios?

Claro, como todo el mundo. ¿Qué cubano no tiene prejuicios? Y más una guajira como yo. Contra esos prejuicios también he luchado. Quién me iba a decir cuando yo estaba en la Escuela de Arte, que iba a hacer desnudos completos. Eso fue una barrera que yo tuve que saltar durísima.

¿En la familia?

Hasta en lo personal. Cuando tu naces en el batey de un central, de diez casas, ¿qué tu puedes tener en la mente? Tienes que saltar más que Sotomayor, es una lucha contra ti. Eso lo vas aprendiendo, a mirarte de otra manera. La gente siempre dice: “los desnudos son para gente joven”. No, los desnudos son del personaje aunque tenga ochenta años. Otros me dicen: “oye, como has envejecido”. Pues, claro, cómo no voy  a ser diferente con todo lo que he vivido, sufrido, reído… se ve en los ojos.

¿Es su interés que el paso del tiempo se refleje en la pantalla?

Sí.

¿No es una mujer preciosista?

A todos nos gusta vernos bien. A nadie le gustan las canas. De un año para otro, si la vida te machaca, te ves diferente. Pero hay que llevarlo, llevarlo bien. Siempre digo que la inocencia está en los ojos, pero la vejez también.  Puedes estirarte la cara, hacerte maravillas, pero en los ojos está la vida, está todo.

Me habló de desdichas y me interesaría saber,  ¿cuáles, dentro del cine, la han marcado más?

Quizás estar sentada mucho tiempo en mi casa, sin que me llamen. No me gusta ser patrón de prueba, pero tampoco alejarme tanto. Hacer una película me hace feliz, aunque sea trabajosa, falten miles de cosas y a esto último siempre le paso por arriba, voy con la luz larga, no la corta.

En ese tiempo de espera, ¿no se ha sentido rechazada?

No rechazada, pero sí me ha tocado esperar y esa espera, por supuesto, la tienes que llenar con otras cosas. Pero soy paciente.

¿Cree que sus personajes, en algún momento, marcaron o ayudaron  a cambiar el discurso?

Uno nunca marca nada, marca el director. El actor pone o quita, si te dejan. En cada película que hago trato de tener ese mismo discurso del director, de eso no te puedes salir. Yo formo parte de una sociedad, de una generación con muchos sueños y que quiso cambiar muchas cosas. Todavía sigo teniendo sueños, porque si no, como dice uno de los personajes en Regreso a Ítaca: “tomo una soga y me ahorco”.

Y por eso también decidí vivir en este país. Mi compromiso con esa generación es grande. Doy vida a muchos seres que no pueden hablar, puedo entregar las vísceras, todo.

A propósito, una mujer con tantas experiencias, ¿cómo ve a la Cuba de hoy?

Una Cuba que tiene que reinventarse. No podemos seguir soñando en los ochenta. Una Cuba que hay que salvarla de alguna manera y tenemos una juventud que mirar.

¿Le duele esa generación más joven?

Me duelen muchas cosas: esa falta de solidaridad, la pérdida de valores. Ver cómo esa pirámide se invirtió a partir del período especial, cómo este país cambió al punto de ser tan diferentes. Eso sí me molesta muchísimo. Es un país que necesita vivir, pero me preocupan mucho los jóvenes, gente como tú.

¿Por qué?

Porque la gente tiene que cumplir sus sueños, tener fe.

Muchos de mi generación optan por irse y personas de su tiempo eligieron quedarse…

Me lo han preguntado y siempre respondo: Me quedé porque me da la gana. Me siento extranjera en el extranjero. Aquí tengo mi hijo, mi pequeña, mi pequeñita familia. Yo necesito respirar La Habana… ¡que no puedo vivir en otro lado! Y no te creas que no lo he intentado, en los momentos críticos lo intenté y no pude.

¿Cuál es la literatura que prefiere?

La buena, la que me llegue.

¿La música?

Mis personajes siempre tienen una música, aunque no esté en la película. Soy fans de Elena Burke, tengo todos sus discos y un día la dejo de oír, quizás un año. Un buen día la pongo y es mi fondillo musical, cada personaje camina con una música.

¿Y el cine?

Ahora estoy mirando todo lo que se hizo antes y te parece tan grande. Todo está inventado, uno no está descubriendo el agua tibia. Me encanta cuando los jóvenes creen que lo están haciendo, así empezamos todos. Pero hay que ir atrás.

¿Sería descabellado verla detrás de las cámaras, frente a un largometraje?

No, eso son palabras mayores. Te lo juro por todos mis seres queridos que todavía no lo he pensado. A mí me gusta pensar las cosas.

Por último, ¿se equivoca quien afirma que Isabel Santos es una mujer triste?

Los amigos dicen que soy el ser más simpático, el alma de la fiesta, fiesta de los amigos. Imito muy bien a la gente, a programas específicos de la televisión…

Tengo mis momentos, como todo. Me ocupo mucho de mi casa, mi pareja, de mi perro pekinés (se ríe). Uno llena las cosas que faltan con otras. En la vida uno va balanceando.

 


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