Una mujer de aspecto grave, sentada, con las espaldas cubiertas de un manto azul, símbolo del aire, y una túnica encarnada, alegoría del fuego, sostiene en las manos dos libros: naturalis y moralis.
Completan la vestimenta dos ropajes. El uno, celeste como el agua; el otro, amarillo como la tierra.
Remata la imagen un lema: Causarum cognitio, el conocimiento de las causas.
El cuadro del gran Rafael de Urbino nos regala, desde hace siglos, la imagen de la Filosofía.
Hija de la Experiencia y de la Memoria, la acompaña, desde siempre, el debate entre ciencia y especulación… ¡Ah, esos debates! La Antropología entre ciencia y arte. La precedencia entre el huevo y la gallina.
La Gran Filosofía. La científica, la metafísica, la especulativa, la que sea: los grandes pensadores… y algún otro —no grande— que le gusta especular.
También, la filosofía del contén del barrio: el cómo y el porqué de cada día, las casualidades y las causalidades del vivir, ese tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él, que nos donara Ortega y Gasset.
Ortega, para quien el hombre es el problema de la vida, y que acuñara la frase Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo, con la cual me pierdo, y me encuentro, en mis filosofías de café en el banco del patio.
En esos momentos, todo lo que guía mis pensamientos está en función de mis circunstancias estacionales, por decirlo de alguna forma. A veces el prójimo y sus molestas circunstancias; otras, recuerdos que arrastra el viento, alguna fecha próxima o pasada, lo malo que estaba el café.
Hoy el café me quedó pésimo, y prefiriendo el viento al prójimo, cuyas circunstancias requieren de una adjetivación no divulgable, me doy a pensar en Platón.
No sé cuan cierta puede ser la historia del Hombre de Platón, esa del bípedo implúmedo que le fuera impugnada al presentar su oponente un gallo desplumado sobre la mesa: He aquí al Hombre de Platón. Me gusta esa historia, me gusta en verdad. Yo conozco algunos que.
En fin, que Platón, filósofo clásico griego, además de filosofar —o tal vez por eso— fue un interesado por las artes como la pintura, la poesía y el drama. Lo que me lleva a recordar cierta frase que, en versión libre, nos dice que la verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que ha tomado la inteligente resolución de volverse loca.
Eso lo escribió Heine, el alemán que además de ensayista y filósofo, fue poeta. Ya sé… Ya sé que yo tengo mis momentos. Permítaseme tomar mis circunstancias como excusa, y ya que mencioné a Heine —y estoy metida en este lío— continuaré llevando en el bolsillo una de sus más conocidas frases: Dios me perdonará, es su oficio.
Así que, con la protección del oficio divino, e importándome un rábano el Santo Oficio Inquisidor, me doy a relacionar Filosofía y Poesía ya que cada una carga con su Teleología, que teleologías al fin han de entenderse en sus causas finales… Al menos, eso espero.
Heine, considerado el último poeta del romanticismo. Hegel y su Poética. Spengler y su Oda de elogio fúnebre. Carlos Marx, novelas cortas, dramas y algunos poemas.
¿Secundum quid? Bien, de acuerdo, generalización apresurada. A solas, en mi banco del patio, café en mano, puedo hasta considerarme un sofisma, un simpático sofisma cuasi-loco. ¿Argumentación? Son mi banco, mi patio y mi café: si quiero puedo volar mientras maúllo.
Admito lo del secundum, nunca lo de ad populum: si yo lo creo así, usted no tiene por qué creerlo. Además, si empezamos por compartir locuras sofísticas tendré que terminar compartiendo el banco, el patio y el café. Aunque si prueba mi café, será difícil que regrese. ¿Por dónde iba? Ni sé.
Entonces que me auxilie En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, una de las cimas de la literatura del siglo XX, que fue influyente más allá de la literatura: la filosofía le debe un mundo. El mundo que se le había perdido y que aún anda buscando, según me parece.
Aún sin generalizar, la Literatura y la Filosofía se encuentran tantas y tantas veces conducidas por la misma mano que puedo asirme del principio de razón suficiente, que proclama que todo lo que ocurre lo hace por una razón específica. A mi entender, con mi filosofía del contén del barrio, esa razón está en la sabiduría, como paso previo antes de convertirse a la locura.
Además, seamos sinceros, es preferible perderse en seudo-falacias de lógica intrascendente —o tal vez a la inversa— a extraviarse, total e irreversiblemente, en las honduras del pensamiento filosófico europeo.
La filosofía latinoamericana, más a mi medida, bien que puede resumirse como pensamiento y acto. Y sobre el asunto comienzan a moverse ciertas ideas en esta cabeza penitente.
Ya sé, ya sé… bien que puedo imaginarme esa pregunta: ¿por qué hemos de pagar la penitencia por tu incapacidad de colar un café decente? Pues, no… Error… Falacia causal, non causa pro causa, causa identificada de manera incorrecta.
Le hablaba de mis circunstancias estacionales que, además del mal café y ciertos prójimos coprofágicos, incluyen —entre todo lo inimaginable— recuerdos y fechas. Recién pasado el Día Mundial de la Filosofía, aborda mi mente la ausencia de una imagen. Nada, simple principio de causalidad.
Y para evitar la falacia de las muchas preguntas (ven acá, niña, quién te dijo que tú… o similar) le explico que este día le pertenece a cualquiera a quien le interese el pensamiento, que este día es un ejercicio de pensamiento libre, y en cuanto a eso me toca y ya.
Vamos, no sea así, súmese a toda esta sabiduría convertida. Mire, verá, le decía de pensamiento y acto como una filosofía latinoamericana. Y la cosa es casi como una calesita: para tener pensamiento filosófico propio hay que llegar a una libertad de pensamiento que solo puede alcanzarse con la independencia política. Ya lo ve, así de fácil.
Súmele el temperamento latino con toda su emotividad: ser, paisaje, pensamiento, historia, y tendremos toda una filosofía cargada de americanidad. Piense en Andrés Bello o en Sarmiento y lo verá: pensamiento y acto, sin dudas. Y también poesía, aunque no insisto.
De ahí mismo son los rasgos generales de nuestro pensar filosófico porque somos americanos, o no. Fíjese en nuestros iniciadores para que vea: hombres volcados a la acción cuyos pensamientos condujeron a la formación de una conciencia común.
Ahí tenemos a Félix Varela que creó una audaz base científica, saltándose a la torera las particularidades del momento. Vaya, que su circunstancia estaba por encima de las circunstancias circunstanciales. Mejor no insisto.
O Luz y Caballero, educador y filósofo, amigo de Longfellow y Goethe. Y la poesía de la mano de los filósofos, dicho esto sin incitación. El caso es que Luz fue positivista, metafísico y teólogo, y todo eso sin perder la ternura. Marcó su espacio y definió la condición de nuestra la filosofía: hay que saber contar su cuento.
Y qué decir de Martí. Aquí mejor que pase al vuelo: político, pensador, escritor, periodista, filósofo, poeta. Filósofo y poeta, para que vea que cuando yo le digo. Pero, ya.
Si lo escrito hasta aquí me queda grande, calcúlese. Yo puedo ser irreverente, hasta puedo reconocer que a veces rozo la herejía, sobre todo filosofando en el banco del patio, al batir de los vientos y contemplando el vaso de emético que tengo en la mano; pero, no.
Y ya que al vuelo iba, revoloteo sobre Montoro y me quedo con Enrique José Varona, pedagogo, escritor, pensador, filósofo y poeta. Otra vez, no soy yo: yo no estoy diciendo nada, no.
Varona, que supo contar muy bien su cuento, fue el mayor exponente del positivismo cubano, y conjugó, más que bien, pensamiento y acto: participó en la Guerra de los Diez Años. La poesía formó parte de toda esta historia: Odas Anacreónticas, Desde mi Belvedere.
El exceso de positivismo lo agota y nos envuelve un silencio filosófico, salvado en muy contadas ocasiones. Las ocasiones podrán contarse; pero, lo que es saber contar su cuento, eso ya es nadar en aguas abiertas, mar gruesa y contracorriente.
Y llega el momento en que el mundo se vuelve patas arriba. Los presupuestos ya no lo son, el análisis social hay que rehacerlo porque el correlato histórico va de estreno. Y la filosofía tiene nuevas premisas: la vida, el valor, el humanismo. El siglo XX va llegando a la mitad.
Y por acá ¿qué? Pues nada, fácil, creo yo. Pensamiento y acción, un cuento bien contado y un mundo en crisis: a filosofar por la vida, en busca de un renacer. Entonces, se forma lo que se forma, frase bastante explícita, dadas las circunstancias. Las mías y las de aquel momento.
Y voy llegando… ¿Estoy equivocada o eso que escuché fue un suspiro de alivio? No, seguro que no. Ya sigo. Estoy llegando, decía, a esa cierta imagen que me llevó hasta el banco del patio.
Rafael García Bárcenas, miembro fundador de la Sociedad Cubana de Filosofía, del Instituto de Filosofía adjunto, y de la Revista Cubana de Filosofía, destaca en ese momento en que se rompen los estrechos márgenes del positivismo, cuando temporalidad y eternidad comienzan a codearse para una valorización del sentido del hombre.
Es el momento de estudios antropológicos-filosóficos, de una cierta antropología religiosa que, al decir de García Bárcenas, es un intento para lograr, por el hombre, un redescubrimiento de Dios en la imagen de su ausencia.
Calza la realidad con una apariencia en la que la acción humana tiene un protagonismo fundamental. Pero, este Hombre además de un ser físico, biológico, social y espiritual, es la criatura, la imagen y semejanza. Y será un redescubrimiento de sí mismo, para el hombre, un redescubrimiento de Dios, aunque su imagen siempre escape, cuando ya había alcanzado su definición mejor.
Para Bárcenas, el tiempo histórico impone su primacía, por la participación del hombre en él; ante la desidia o la evasión, ante el miedo a las dificultades, el Hombre se invoca a sí mismo, y ejercita su reflexión para alcanzar un conocimiento de salvación.
Y personalmente supo hacerlo, al desarrollar la brillantez de su pensamiento científico dentro de la tradición filosófica cubana: luchador incansable por la independencia definitiva, guarda prisión, sufre vejaciones.
Por otra parte, y volviendo con aquello de que las teleologías han de entenderse en sus causas finales, aquí le muestro mis razones: Premio Nacional de Poesía con su obra Sed, Premio Nacional de Filosofía con su trabajo La estructura del mundo biofísico.
Y, ante la coincidencia, si quiere piense usted en el tal secundum quid que yo, por mi parte, pienso que la imagen del mundo es la plenitud del alma porque es la imagen poética, con ad populum o sin él.
Y ya ve usted, ya ve como lo logramos. ¿Qué no? ¿Cómo es posible? Le explico… No, de eso nada: voy a gritarlo, de pie sobre el banco, y si no rompo el vaso vacío en una especie de brindis es porque me quedan pocos.
Todo este ejercicio del pensamiento, de aparente locura que no es más que mi humilde sabiduría criolla convertida, es —para decirlo con sus propias palabras— la imagen de su ausencia.
Vaya, nada, que levanto el vaso y brindo por el güinero García Bárcenas, que supo contar su cuento, que en su filosofar por la vida y por el hombre conjugó pensamiento y acción. Y ahí va, lo rompí.
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