Imagen de eternidad


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Cuando un artista rebasa el reino unívoco de la historia para trascender al reino de la leyenda, todo elogio es inútil. Cuando un artista ha recorrido un trecho largo y rico de su carrera, cuando ha legado al mundo una imagen henchida de eternidad, cuando esa artista es una totalidad en sí misma, una inspiración y una espiración, cuando son ya los astros quienes la rigen y su lenguaje es razón poética y hechizo qué vamos a decir.

Todo esfuerzo es inútil. Ella puede más. Ella ordena su propio destino, su propia evocación.

Jamás una bailarina ha estado más asistida de una herencia ancestral, más habitada por los demonios eróticos del cuerpo que ella. Jamás una bailarina ha resistido con mayor estoicismo y espíritu de combate las adversidades de la vida. Jamás una artista ha retado tanto al destino. Jamás una artista ha sido tan vencedora. Por todo eso Alicia Alonso ya no podrá ser juzgada por los parámetros mortales, sino por los que rigen la conducta de lo sagrado.

Porque ella es una diosa y me consta. La he visto quedar en vilo, detenida como un albatros en el segundo acto de Giselle. La he visto en la encarnación tempestuosa y sensual de Carmen, infundida de la pasión y el vértigo, en Coppélia, leve y profunda, en El lago de los cisnes. La he visto descender al hueco de Proserpina, presa de la locura y ascender al Olimpo de Afrodita.

El mundo que nos rodease vuelve un espejismo y ella en su presencia seductora e inmarcesible lo abarca todo. Ha dado el salto mortal que es lo que la diferencia del resto. Osadía y talento, técnica suprema y equilibrio perfecto. Por eso y porque en su mítica carrera artística lo hizo todo, lo interpretó todo, sin ambages, sin temores, antes bien poseída por esa fuerza interior que la liberó de todas las probables ataduras, de todas las limitaciones comunes de su género, que la desinhibió, ella es nuestra prima ballerina assoluta, que es como decir sustancia de lo lírico y lo épico.

Como la heroína griega, ella es ya un arquetipo y un modelo. Y es ala vez mujer sencilla, una armadura de carne y hueso con un alma generosa. atada a su propia historia, que es la historia nuestra, la de todos los días. Hablar de sus virtuosismos danzarías, de sus arabescos únicos y sus balances, de su dinamismo escénico y su gracilidad, de sus intrépidos fouettés, será repetir lo que ya sabemos.

Hablar de su vasto, yo diría único repertorio, quizás el más completo que una bailarina de nuestro tiempo haya poseído, de su labor coreográfica, de una creatividad inimaginable y creciente, de su cátedra de gran maestra, generadora de un estilo que por fuerza es ya el estilo de la danza cubana, de su escuela, sería también repetir lo sabido. Y si fuera poco, acompañó como ninguna a todos los grandes de su momento y fue acompañada por ellos.

Tensó la fina cuerda de su arte hasta el límite de la gloria, sin caer en el vacío, sino, por el contrario, dejando un vacío que nadie podrá ocupar completamente, y está aquí entre nosotros, alegre en la «melodía de nuestro destino», como escribió José Lezama Lima, evocando a Julián del Casal. y que hoy en esta sala privilegiada de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba la podemos ver, la podemos festejar, la podemos tocar, le podemos decir, gracias, Alicia, por permitirnos acariciar en su propia piel la leyenda.

 

 

2001

 

 

*Palabras en el Homenaje tributado a Alicia Alonso por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en la Sala Martínez Villena, el 24 de diciembre de 2001. Publicadas en: Cuba en el Ballet, La Habana, No. 99, enero-junio, 2002, p. 9.


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