El hombre es, además de ser él y su circunstancia, el resultado de otras condicionantes sociales que le van moldeando el actuar y el vivir; y en ese molde encaja cual pieza de relojería su identidad. Y esa identidad debe reflejarse cada vez que asume el acto de vivir de forma consecuente; y que mayor consecuencia vital que expresarse por medio de esa circunstancia llamada cultura, y como expresión de ella que sea la música el motor impulsor.
Esa es la lectura que deja la escucha del CD Identidad de la cantante cubana Yaíma Sáez, producido por el sello BIS MUSIC, que ya goza de patente de escucha y difusión. Quisiera dejar por sentado que, a mi modesto entender, es hoy por hoy la Sáez una de las mejores cantantes de esta actualidad; quizás por estar en la línea musical que ha definido a las grandes intérpretes cubanas, algunas hoy olvidadas y otras no justipreciadas en su totalidad.
En diez temas tal vez se resuman setenta años de canciones y otras vivencias; donde prima, más que todo, la contemporaneidad. Una contemporaneidad que se corresponde con sus vivencias musicales.
Digo setenta años de canción y puede parecer exagerado pero es que asumir en estos tiempos la música de Orlando de la Rosa —un imprescindible como compositor y pianista—y retomar las composiciones de los años sesenta de Marta Valdés, Silvio Rodríguez y Juan Formell es todo un acto de valentía, pero también un reto cultural cuando pululan tantos compositores y canciones de trasnochada ingenuidad, cual si la música estuviera subordinada el concepto de “consumo chatarra” que nos rodea.
La Sáez para nada cae presa de los giros vocales hoy en boga —esa indiscriminada voluntad de sentirse parte del R&B que recorre la canción cubana— y se apresta a seguir una línea interpretativa en la que resaltan nombres como el de Elena Burke, Moraima Secada o Fredesvinda García (la “gorda” Fredy) que asumen la esencia humana de la canción que cantan y a ellas vuelcan sus emociones y sus frustraciones si es necesario. Se trata de dramatizar el canto como forma de comunicación.
Identidad, es también una conjunción de estilos musicales en materia de arreglos que van desde un “barroco tropicalizado”, la inexcusable presencia del latín jazz o afrocubano, pasando por un danzón y llegando a esos ritmos que desde los años cincuenta nos acompañan en los que se funde todo el Caribe insular y algunas otras corrientes; y que la industria de este lado llama eufemísticamente Tropical y que engloba en la marca “World Music”. Y aquí vale la pena destacar uno de los grandes aciertos de sus productores musicales y arreglistas en general: lo que importa es la canción.
Yaíma nos regresa a Donato Poveda —ya era pues su nombres es necesario e imprescindible para entender la segunda generación de la Nueva Trova; se atreve con un tema poco conocido de Gerardo Alfonso para decirnos que su música es más que Sábanas Blancas o Yo te quería María y nos da otra arista de las canciones de Liuba María Hévia.
Como colofón a esta propuesta está el trabajo de diseño de Santos Toledo, una marca dentro de la cultura cubana que no hace más que acentuar las intenciones estéticas que propone el fonograma.
Un solo detalle, tal vez de apreciación personal, es el orden de los temas: hubiera preferido invertir los dos primeros y que Lo material fuera la carta de presentación de este producto. Pero es el disco de Yaíma Sáez y su orden merece ser considerado.
Identidad es un concepto cultural que en estos tiempos peligra. Identidad es saber elegir, a costa de cualquier sacrificio, la ruta correcta para existir y soñar. La física puede ser cuestionada por la música: los polos idénticos arman la cultura de una nación. Esa circunstancia puede cambiar al hombre y hacerle la vida placentera.
Tal vez ese sea el sueño final que anima este fonograma.
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