El magnetismo de Benny Moré traspasa estas líneas. Su voz de una riqueza tímbrica única, flexible, como el junco, voluptuosa, se brinda sobre la Isla, nacida del ámbito rural para conquistar el mundo.
En la galería industrial de la imagen su rostro fue acicate de la fantasía de los fotógrafos y su figura, apoyada en su bastón pulido y coronada por la versión urbana de su sombrero campesino de alas anchas, acaparó un espacio importante en el mundo musical de la noche habanera. Con su aporte sonoro en el jazz band a varios géneros musicales del Caribe, sobre todo al son, –que elevó a su quintaesencia– extendió sus dominios a un público deseoso de nuevas y más estimulantes aficiones sonoras y bailables.
Fue el genio silvestre de su época. Y toda Cuba lo reconoció así. En el son al que le imprimió un sello de universalidad, como en la guaracha y el bolero, ejerció un magisterio insuperable. Su público no tuvo barreras: amas de casa, adolescentes fanáticos del rock, jugadores de golf, hombres y mujeres del pueblo sentían que él les devolvía algo que se iba alejando, una sustancia que había dejado en el alma cubana Rita Montaner, el Trío Matamoros, Paulina Álvarez, Abelardo Barroso. Un modo de cantar, con voz delgada y nasal que enjugaba la entonación del canto de palo monte con el aire de la guajira. Benny Moré fue el símbolo de ese raro producto de campesino negro de la tradición africana y el son. Se émulo: el sinsonte montuno.
En su trono rústico del Alí Bar, en los parques municipales, en los cabarets de la playa junto a Celeste Mendoza y el Chori, en las emisoras de radio, en la televisión, displicente ante la cámara, rebelde y bohemia, creó un modelo estático que de inmediato se identificó con lo cubano.
Pero no nos engañemos, no seamos egoístas, fue universal. Paseó el espíritu de la noche cubana por el mundo. Su huella está ahí, lujuriosa y fija, en la voz de Juan Luis Guerra, de Oscar de León, de Pablo Milanés. La controvertida salsa le debe más de lo que podamos a simple vista intuir. Y sigue interesando no sólo por lo que dejó atrás sino por el modo en que actúa sobre nosotros. Su canto incita y provoca la sensualidad y el regocijo –sin lugar para la nostalgia–. Su mensaje: la alegría de estar aquí, de vivir.
Imposible valorar su aporte a nuestros géneros. Él fue inabarcable. Consagró en toda su magnitud la manera de ser cubanos mediante el son. Y le fue otorgado el don de quedarse para siempre.
Por la fuerza con que marcó el latir del corazón de todo un continente, donde quiera que esté, ahora mismo, en su Santa Isabel de las Lajas querida, o en la punta del Himalaya, le decimos, Benny Moré, te quedarás.
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