La noche del 29 de mayo del 1995 Chago abandonó la sede del periódico Granma, su trabajo por más de un cuarto de siglo, aquejado de un fuerte ataque de asma que terminó por arrebatarle la vida. Nunca más regresó a ese sitio, donde aún sus colegas lo extrañan por su carácter afable, dispuesto siempre a participar en todas las tareas; sin embargo, su mito se ha multiplicado en Cuba y en el mundo, en una dimensión universal que trasciende en el tiempo.
Parece que el año 1995 fue una tragedia para el arte cubano. Doce meses fueron suficientes para que se nos fueran Antonia Eiriz (1 de abril de 1929- 9 de marzo de 1995), Raúl Martínez (1 de noviembre de 1927- 2 de abril de 1995) y Santiago (Chago) Armada (20 de junio de 1937- 29 de mayo de 1995); algunos de los paradigmas del arte cubano de la década del sesenta. Los tres son grandes y sus obras en la actualidad alcanzan mayor importancia; especialmente porque, en un momento u otro, fueron de los creadores incomprendidos a causa de sus poéticas personales.
En el caso de Santiago Armada, los personajes ―desarropados, simples y entendibles― eran, por sí solos, portadores de la carga conformada por los discursos que Chago quería decir. Su estética es tan limpia y transparente que el artista no precisó de altoparlantes, de rimbombantes exposiciones y mucho menos de los favores de los grandes críticos de arte de su época. En los últimos años un grupo de académicos, curadores y periodistas han sistematizado la obra de Santiago Armada. Entre estos investigadores no podrían faltar nombres tan importantes como Caridad Blanco, Marta Rojas, Roberto Cobas, entre otros.
Chago comenzó a publicar en la revista Mercurio de la Escuela de Comercio de Santiago de Cuba, en 1955, y al año siguiente trabajó como director artístico de la revista Ahora, editada por la Escuela de Periodismo de La Habana. Siguió construyendo su extensa carrera, a pesar de que no contó con el privilegio de una larga vida; pero, como si hubiese tenido una premonición, trabajó intensamente, pintó, dibujó, fue prolífero en sus historietas ―el mayor segmento de su producción artística―. Julito 26 apareció en el año 1958, cuando el artista era parte de la Columna “José Martí” en la Sierra Maestra. También por esos años nació Juan Casquito para el periódico El Cubano Libre, editado en pleno fragor guerrillero. Durante la etapa revolucionaria fue fundador de importantes publicaciones donde, a través de sus personajes, logró sintetizar el ideario popular. Ninguno fue tan famoso como Salomón, que aparecía en la tira cómica del periódico Revolución. La recurrencia de este en su obra dio lugar a la comparación: “decir Salomón es decir Chago Armada o viceversa”.
En 1967, participó en el Salón de Mayo que tuvo lugar en La Habana con la pieza La Llave del Golfo. Esta es una obra colosal, la cual no fue totalmente entendida en su momento, pero que hoy trasciende por su valor simbólico-representacional.
La Llave del Golfo, 1967
El Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana atesora la mayor colección de Santiago Armada del mundo. Dicho tesauro es estudiado y se exhibe para orgullo de la cultura cubana. En las Salas Permanentes del Edificio de Arte Cubano, se exponen Emergen grises (s.f.), Salomón. Tercer Estado (1963), Al pintarte te pido excusas (1964), La Llave del Golfo (1967), La Sagrada familia (1968), Pido la palabra (1968) y Voy a renegar de la lengua (1969), entre otras. Estas tintas sobre cartulina ponen de relieve el amplio repertorio temático del artista, junto a su depurado dominio del oficio.
La Sagrada Familia, 1968
Entre los mayores méritos de la obra de Chago, destaca el hecho de que dibujó para hacer pensar, no para hacer reír. Supo explotar su don artístico de modo eficaz para criticar la burocracia y la insensibilidad, para defender los mejores valores de la ética social y personal, lo cual le brinda autenticidad y permanencia.
Definitivamente, Chago fue un renovador del arte cubano contemporáneo. Nadie, antes o después que él, ha utilizado las historietas como medio de expresión de la manera en que él lo consiguió: para alertar con inmensos mensajes de valor educativo y simbólico. Con tanta fuerza fue capaz de trasladar sus extraordinarios conceptos a sus creaciones que, al cumplirse hoy el primer cuarto de siglo de su muerte, lo seguimos necesitando.
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