El 14 de marzo se conmemora el Día de la prensa cubana. No hubiera podido elegirse para ello un momento mejor: en esa fecha, pero del año 1892, fundó Martí en Nueva York, el periódico Patria. Este fue el vocero más decidido de las ideas independentistas, que debían ser materializadas en base a la unidad, y a través de la guerra liberadora. Desde sus páginas se propuso, a la vez, preparar a sus lectores para la vida en la futura república ya liberada, donde primaran el ejercicio democrático de sus derechos, el cumplimiento de sus deberes como ciudadanos y el respeto a la dignidad y la libertad del ser humano. Desde el mismo primer número declara así sus propósitos: "Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad, nace este periódico".1
Nacía del esfuerzo y de la voluntad de los emigrados cubanos y puertorriqueños establecidos en Nueva York, “[…] para contribuir, sin premura y sin descanso, a la organización de los hombres libres de Cuba y Puerto Rico, en acuerdo con las condiciones y necesidades actuales de las Islas, y su constitución republicana venidera […]”2
Si se mira panorámicamente a la biografía de José Martí, observamos que desde su más temprana adolescencia estuvo presto a fundar órganos de prensa, de lo que dieron fe en su momento El Diablo Cojuelo y La Patria Libre. Luego vendrían, cronológicamente, otros intentos, muy diversos por sus propósitos, pero igualmente destinados al servicio cívico: baste recordar la malograda Revista Guatemalteca (1878), la Revista Venezolana (1881) y La Edad de Oro (1889). Ello viene a confirmar el interés que le merecían las publicaciones periódicas, a las que consideraba como imprescindibles para consolidar los proyectos de la independencia de Cuba, y también como medio educativo fundamental para formar mejores ciudadanos, tanto en Cuba como en el resto de nuestra América.
Con Patria, su último periódico, concretaba Martí algo que ya había dicho en época temprana de su vida, durante su estancia en Guatemala: “Amo el periódico como misión, y lo odio…no, que odiar no es bueno, lo repelo como disturbio.”3
La elección misma del nombre del rotativo expresa su consagración a la causa de Cuba; su devoción a la tierra amada; la asunción de su labor preparatoria para la guerra futura, del todo inevitable, como una verdadera misión: “Reunidos en un mismo espíritu los batalladores de siempre, los de la guerra y los de la emigración, los recién llegados y los infatigables, los de una y otra comarca, los de una y otra edad, los de una ocupación y otra, buscamos lema para este periódico de todos---y le llamamos Patria.”4
El carácter inclusivo salta a la vista: es de todos. Materializaba así algo que ya había adelantado, desde 1891, y que concibiera como una “fórmula del amor triunfante”: “Con todos, y para el bien de todos”.5
En su afán de fortalecer el amor a la tierra oprimida que urge liberar, acude frecuentemente a lo patriótico, y al rescate de la memoria histórica. No pueden perderse los pasajes gloriosos de la Guerra de los Diez Años, ni los nombres de sus protagonistas. Entre los muchos ejemplos notables al respecto habría que destacar las semblanzas biográficas “El general Gómez”, “Antonio Maceo”, “Mariana Maceo”, “La madre de los Maceo” y otros textos como “El 10 de abril” y “Los hombres de la guerra”. A mi modo de ver, y sin dejar de reconocer la grandeza ejemplar de los anteriores, acaso sea el texto más conmovedor de los publicados en Patria el que dedica al Teniente Crespo.
Sabedor de que con el periódico puede llegar a grupos de lectores a los que nunca llegará con el libro, y consciente de cuán útiles serán para su tarea redentora el cultivo de la sensibilidad, el enaltecimiento del heroísmo, el reconocimiento del valor y la entrega del hombre común, escribe Martí este relato singular. Con él rinde homenaje a dos figuras insignes: el general villareño Francisco Carrillo, y el teniente Jesús Crespo. Vinculando de modo muy creador la oralidad y la escritura, pues parte del testimonio de viva voz, brindado por el militar remediano, a quien conoció en Nueva York, construye la historia estremecedora de ese campesino humildísimo y semianalfabeto, que es loa, ciertamente, pero también material de aprendizaje para quienes se verán en breve abocados a una nueva contienda:
Cuando se oyen las cosas de la guerra grande, se cierran los ojos, como cuando reluce mucho el sol, y al volverlos a abrir están llenos de lágrimas. Y si el que cuenta las cosas de la guerra es Francisco Carrillo, no se puede oír de pie, no se puede: la barba tiembla de la vergüenza de no estar donde se debía; se ven sabanas, lomas, cabalgatas de triunfo, agonizantes inmortales, fuertes encendidos; la vida cuelga de la garganta, con el ansia de la pelea; se sale el cuerpo de la silla, como si fuera silla de montar, como si nos tendiéramos sobre el cuello del caballo, picando espuela, besándole la crin, hablándole al oído, para alcanzar al general bueno, que se echa a morir por salvar a los demás, para correrle al lado al general de barba de oro, que va, de sombrero de yarey, tejido por sus manos, y de polainas negras, para que lo vean bien los españoles, bebiéndole los secretos al camino, rasando, como el viento, la sabana. 6
Sobresale el tono épico del fragmento citado, realzado por el aliento poético del lenguaje, la capacidad de sugerencias y esa rara cualidad de pintar con el verbo, propia de la prosa martiana, pero también del discurso oral que lo alentó. Hay toda una incitación al combate futuro, al afianzamiento del amor a la patria, pero se fomenta, además, el respeto a los que pelearon en la primera guerra. Con esto último estaba bregando por limar las asperezas entre los viejos y nuevos patriotas, que aun perteneciendo a generaciones diferentes, tenían un objetivo común: la independencia de la Isla.
Para quienes podían padecer prejuicios de “alta cultura”, por pertenecer a clases económicamente privilegiadas, con el consiguiente acceso a la educación, escribe lo siguiente:
Y apenas sabe Crespo leer y escribir, pero sabe cien veces más, y es grande en literaturas, porque no es de los que escriben poemas, sino de los que los hacen. Carrillo le enseñó las primeras letras que supo; porque aquellos hombres, el capitán y el cabo, el general y el asistente, se enseñaban a leer unos a otros, sentados en un tronco, con el dedo en el libro y el machete al lado.7
La grandeza, por tanto, no está en la sabiduría adquirida de los libros; está en el sentido ético del hombre natural, de campo, leal a los suyos, valiente hasta lo legendario, abnegado y generoso a toda costa. Cuando viene a cuento, en el fluir de la narración, desliza Martí fragmentos aleccionadores, que remiten a los errores cometidos durante la guerra de los Diez Años, con la intención manifiesta de no reiterarlos:
Pero como el valor sublime no basta, por desdicha, a vencer en las guerras, sino que ha de dirigirlo y de concertarse con él, una política sincera y hábil, que le abra el camino en vez de entorpecérselo, y lo vaya limpiando de las enfermedades que le salen con el uso, sucedió aquel oprobio innecesario, en que por envidia de los unos y desmayo de los otros, se rindió la guerra floreciente a un sitiador sin esperanza: y los héroes clavaron sus espadas en el fango. 8
El cierre de este breve texto es verdaderamente conmovedor. En la época en que Martí cuenta esta historia ejemplar a sus lectores de Patria, el teniente Crespo vive en miseria extrema, mortalmente enfermo, en una casita que, como su dueño, se cae a pedazos. Y este hombre singular, en medio de su desdicha, tiene fuerzas y espíritu suficiente, para enviarle a su jefe, entonces en el exilio, una cartuchera que le arrebató en combate a un militar español, llena de los huesos de su propio cuerpo, que la enfermedad ha obligado a sacarle. Todo un mensaje simbólico de su adhesión en cuerpo y alma a la causa de Cuba.
Por eso hoy, repasando esa lección de entereza y dignidad, quiero, invitando a la reflexión y a la lectura de este texto, rendir homenaje a los hombres y mujeres de estirpe martiana, que han hecho del periodismo, como dijo el Apóstol, una misión y una razón de vida.
1 José Martí. "Nuestras ideas", Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1892, t. 1 p. 315.
2 Ibídem.
3 José Martí. Carta a Joaquín Macal, Obras completas, Edición crítica, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2001 p. 83. (En lo adelante, OCEC)
4 José Martí. “Patria”. Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1892, t. 1 p. 322.
5 José Martí. “Discurso en el Liceo Cubano,” Tampa, 26 de noviembre de 1891, OC, t. 4, p. 279.
6 José Martí. Cuento de la guerra. El teniente Crespo. Patria, 19 de marzo de 1892. OC, t. 4, p. 365.
7 Ibídem, p. 366.
8 Ibídem, p. 369.
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