Eduardo Heras León es un hombre admirable. Yo no lo conocía propiamente. Tampoco he bebido la totalidad su obra, aunque si el sorbo necesario para estar de acuerdo con las aseveraciones ventiladas esta mañana de martes por amigos, discípulos, admiradores, y por él mismo. No he asistido a sus conferencias en el Centro Onelio Jorge Cardoso, pero Dazra Novak fue emotivamente explícita al mostrar al maestro.
“No quería conocerlo; temía que el hombre manchara al escritor, al maestro, pero descubrí que el hombre estaba a la altura de ambos”. Confesó Novak, quien aprovechó el espacio para decirle al Chino Heras, de frente y sin censura, todo lo que le ha inspirado su ejercicio intelectual y humanista en el Taller de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, de donde “no todos salen siendo escritores, pero todos aprendemos a leer leyendo, aprendemos a escribir escribiendo lo humano”.
Novak nos estaba hablando de un hombre que, “con tantos motivos para elegir el camino del exilio, como hicieron tantos otros, en su lugar, elige regresar”. Estaba hablando del hombre que “siempre regresa para darnos a los más jóvenes lo que otros, de manera egoísta se reservan para sí”. Al que recuerda “siempre calladito, con un libro entre las manos”, al que “le gusta echarle azúcar a la leche condensada y le apasiona el ajedrez”. El mismo que “se ha convertido en mártir demasiado joven, por el dudoso pecado de humanizar al sujeto revolucionario”.
“Allí donde a otros, maltratados por el despreciable látigo de la censura y la desidia les salieron –todavía les salen– diatribas, al Chino Heras, le nacieron –todavía le nacen– personajes que defienden el honor, el valor del trabajo, la vocación y los principios del hombre”.
Conmovido visiblemente por las palabras de Novak, Francisco López Sacha –según Ambrosio Fornet, su más severo y documentado crítico– prefirió improvisar, sacar espontáneamente todo aquello que piensa y siente por ese narrador vivencial que es Heras León, cuyos libros “están contados, todos, desde la perspectiva de alguien que ha vivido la historia que cuenta”.
“Heras es, al mismo tiempo, un narrador periférico, poético, un narrador autor. En La guerra tuvo seis nombres (Premio David, 1968) y Los pasos en la Yerba (Mención Premio Casa de las Américas, 1970), donde trabaja la dimensión mítica desde la perspectiva de un narrador poético vivencial y coloca una experiencia humana de muy alto calibre, se corrobora que la verdadera circunstancia de crisis está en los personajes revolucionarios, lo cual era entonces muy novedoso para la nueva cuentística cubana de la cual es fundador”.
López Sacha identificó en estos textos la perspectiva del hombre que “está hurgando en la conciencia del tiempo” porque “sus relatos se extienden hacia tiempos indeterminados, avanzan más allá de los hechos buscando la perspectiva de la historia, de la nostalgia, de la melancolía”.
“Ha sido una desdicha que Heras León fuera condenado por escribir Los pasos en la yerba, el libro mejor grabado de la cuentistica cubana. Esto impidió que continuara una línea de narrativa en la cual hay dos o tres cuentos posteriores donde se muestran otros fenómenos de la vida militar y política en Cuba”.
La otra mirada que encontramos después en la obra de Heras –“que es casi la misma mirada épica, la del hombre que se consume el trabajo, del héroe silencioso que va paso a paso construyendo su propia vida”– aparece cuando es enviado de castigo a la fábrica de acero, y escribe el libro titulado precisamente Acero (1977).
En A fuego limpio (1981) y Cuestión de principios (Premio UNEAC 1983), Heras pasa al otro gran tema de su cuentística que es la crítica a los sistemas de dirección centralizada, a los sistemas productivos en Cuba.
Sin embargo, Sacha no pudo pasar por alto un texto que consideró “el mejor libro sobre técnicas narrativas que se ha publicado en idioma español”: Los desafíos de la ficción. “Esa compilación solo puede ser realizada por la pasión de un teórico de la narrativa”.
Al final de su intervención, López Sacha mencionó el “excelente libro de crónicas sobre ballet Desde la platea (2010)” y confesó que “el Chino Heras es un tipo muy extraño: es profesor de artillería y crítico de ballet; un hombre de las antípodas”.
“Es justamente ahí –recalcó– donde radica la grandeza de un autor que es fundador de una cuentistica y de un centro literario que es teórico esencial de la narrativa en idioma español y uno de los grandes críticos de ballet de Cuba. Un autor que tiene la obra que tiene que tener”.
Aunque Laidy Fernández de Juan sirvió de vocera de Ambrosio Fornet en el coloquio, confesó su admiración por Heras León y su deseo de haber sido parte del panel. Las palabras de Fornet, aunque precisas, fueron enjundiosas. “Lo propongo a Premio Nacional de Literatura por tres razones: la primera, de carácter estético; la segunda, de carácter histórico; y la tercera, personal”.
“Heras León es un caso de madurez precoz bastante infrecuente dentro de la narrativa hispanoamericana. En el brevísimo lapso en el que aparecieron sus dos primeros libros de cuentos, cuando aún no había cumplido los treinta años, demostró poseer un sorprendente dominio de sus instrumentos expresivos, virtud que compartía, por demás, con Jesús Díaz y Norberto Fuentes, con quienes formó el grupo de narradores que trajo a la literatura cubana lo que Ángel Rama llamó realismo vertiginoso, expresionista, dramático”.
En cuanto a la razón histórica, Fornet señaló que “está relacionada con el papel que desempeña la narrativa de la violencia y por tanto, la obra inaugural de Eduardo Heras, en nuestro corpus literario”.
Aunque la tercera razón podría calificarse de sociocultural, prefirió llamarla personal. En este sentido aseveró: “creo que en nuestro medio, abierto a tantas iniciativas culturales, el intelectual o el artista que no contribuya, de algún modo, a darle proyección social a su talento, pudiendo hacerlo, deja de cumplir una de las mayores aspiraciones de lo que tradicionalmente hemos llamado con un término ahora en desuso: la vanguardia”.
Maestro de juventudes, el Chino Heras confesó que sigue vivo porque sigue escribiendo. Y escribir para él es dejar una huella de sus vivencias, de su sensibilidad infinita hacia lo humano, hacia todo lo que existe a su alrededor. A él no le hace falta un Premio Nacional de Literatura, pero lo merece.
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