Cuando José Martí proponía crear una república con todos y para el bien de todos estaba ofreciendo la política más inclusiva posible.
Esta política presupone la diversidad y la unidad de lo diverso en propósitos compartidos.
No es una sociedad anárquica, sino basada en una legalidad creada por los propios ciudadanos para ordenar su quehacer.
Esa república tiene que ser democrática, con la más amplia participación de sus miembros.
Como las funciones de gobierno no pueden ser realizadas por todos los ciudadanos a la vez, estos eligen de sus filas a las personas que consideran más competentes para que ejerzan el gobierno por un tiempo limitado y siempre bajo la supervisión de la sociedad en su conjunto, la que conserva el derecho de remover al gobernante electo si este no cumple bien con su encargo.
El gobierno de la república se organiza en distintos niveles territoriales, desde las comunidades, hasta la nación toda.
Martí era un conocedor de los males de la burocracia estatal y siempre abogaba por mecanismos expeditos y sencillos para escapar a los excesos oficinescos, laberintos donde se atascan las gestiones y las decisiones.
Su república era una de trabajo y estudio y en la que cada ciudadano, además de un trabajador, era también un soldado de la patria.
Lo que no cabía en la república martiana era el pensamiento colonialista e imperialista, contrario a la independencia del país.
Y las puertas de la república estarían abiertas también a gentes nacidas en otras tierras, pero dispuestas a trabajar por Cuba y amarla como patria adoptiva.
Históricamente, para la defensa de sus intereses los seres humanos se fueron agrupando. Así, por ejemplo, surgieron las hordas, las tribus, las naciones. Y dentro de las naciones, las gentes se fueron asociando por oficios o profesiones para defender sus intereses grupales dentro de la sociedad. Con la llegada del capitalismo, los gremios fueron dando paso a los sindicatos que reunían a trabajadores de distintos oficios dentro de una empresa. Comenzó un proceso de síntesis.
Por ejemplo, en Cuba, los trabajadores de la empresa ferroviaria, se integraban en un solo sindicato independientemente de que su trabajo fuera como tripulante de los trenes, guardagujas, obrero de los talleres de mantenimiento y reparación, obreros para la carga y descarga de mercancías, oficinistas. Y así ocurría con otros grandes sectores de la economía. Surgieron los sindicatos nacionales por ramas de la producción o los servicios.
Cuba tuvo la suerte –y esto es un mérito de nuestro primer Partido Comunista– de lograr una sola Confederación de Trabajadores de Cuba, desde finales de los años 30 del siglo XX. Su indiscutido líder fue Lázaro Peña. Otros dirigentes comunistas lo fueron de los sectores más importantes como el caso de Jesús Menéndez en el azucarero.
El viejo Partido Socialista Popular (Comunista) nos dejó esa invaluable herencia de unidad obrera. Pero ese viejo partido supo trabajar también uniendo a sus filas a personas de todos los colores de piel, de creencias religiosas y preferencia sexual.
Lo que defendían era la participación más amplia de la ciudadanía en la lucha por la democracia y el socialismo, por la independencia nacional y la solidaridad internacional. Los hombres que lo fundaron a partir del triunfo de la revolución rusa de 1917, recogieron el profundo legado revolucionario de José Martí. No pudo ese partido escapar a algunas erráticas directivas emanadas de la Internacional Comunista de la época de Stalin, pero nunca perdió su orientación básica en la defensa de los mejores intereses de la nación cubana y de los demás pueblos del mundo. Su aporte a la unidad de todos los revolucionarios cubanos en la segunda mitad del siglo XX y su contribución a la causa del socialismo en Cuba fueron de la mayor importancia.
Andamos hoy, ya con la experiencia de varias decenas de años en el ejercicio del poder de nuestro Estado, revisando la obra hecha, tratando de perfeccionarla, limarle los errores, buscando caminos más eficientes.
Nuestra ignorancia no nos permitió hacer las cosas de mejor manera; pero lo hecho ha sido en condiciones muy difíciles de agresión política, económica y militar de la más potente nación del mundo contemporáneo. El mérito de haber resistido y haber hecho en esas condiciones una obra social nada despreciable es un hecho histórico.
Pero la vida no se detiene y la actitud no puede ser la de sentarse a recordar glorias pasadas. Lo hecho, hecho está. Corresponde ahora seguir el consejo que nos daba el Che desde los comienzos: no me digas lo que hiciste, dime lo que estás haciendo.
El presente necesita respuestas y soluciones adecuadas. Algo que ayer fue útil o necesario, puede no serlo hoy. Por eso el Partido Comunista de Cuba señala como el mayor obstáculo las mentalidades obsoletas. Obsoleto no es sinónimo de viejo o antiguo. Hay cosas viejas y antiguas que siguen siendo tan válidas como el primer día. Obsoleto es lo que ya no funciona para lo que fue creado o ha sido superado con creces por formas nuevas mucho más productivas, eficientes, convenientes. Obsoleto es todo lo que frena el normal desarrollo y progreso de la sociedad.
Y en esa tarea andamos.
Para hacer las cosas mejor hay que tener, parafraseando a Buda, un pensamiento correcto, un discurso correcto y una actuación correcta. No se trata en este caso de alcanzar el Nirvana, sino de lograr una nación de una prosperidad sostenible en el tiempo, que sirva de base material a una vida con decoro y bienestar, en la que la libertad, la igualdad y la fraternidad no sean conceptos retóricos y vacíos, o deformados, sino posibilidades con acceso disponible para todos los ciudadanos.
Un mundo mejor siempre es posible. Y depende de nosotros en primera instancia.
Nota: Las citas de los textos de Martí están tomadas de la edición de la Obras Completas hechas por la Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. Al final de cada una se indican, entre paréntesis, los números del tomo y de la página de las que han sido copiadas.
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