Hay una raza vil de hombres tenaces, ya los describió José Martí hace más de un siglo. Inflados de sí mismos, hechos de pura garra y diente, sin una gota de decoro humano en el pecho ni en las intenciones. Ostentan como una medalla su avaricia y son capaces de todo con tal de satisfacer su gula por la riqueza ajena. Son quienes sin ápice de conciencia bloquean, amenazan, invaden, asesinan, hunden, destruyen, mienten, conspiran, saquean; y sin ápice de vergüenza después culpan a su víctima de todo el latrocinio que provocan.
No hace falta que los nombre. Todos saben, al leer sus atributos, a quiénes me refiero.
En Cuba aprendí a llamarlos gusanos. Y no: no son quienes se fueron buscando una vida lejos de las estrecheces. Son quienes con crueldad y descaro las provocan.
Desde hace más de medio siglo los gusanos atenazan a Cuba con un bloqueo genocida. Hay quienes no entienden qué significa realmente para un país vivir de esa manera. El músico británico Roger Waters lo puso muy claro, déjenme parafrasearlo:
Imagínate que al matón de tu barrio le interesa tu casa, pero tú no quieres vendérsela. Entonces él la cerca con alambres de púa y sicarios armados. No te deja salir a trabajar, no deja que entren alimentos, ni medicinas, ni ninguna otra cosa. Te cancela las cuentas bancarias. Si algún vecino solidario trata de ayudarte, lo muele a palos. Evidentemente, al poco tiempo de pasar hambre y encierro tus hijos empezarán a desesperarse y puede que alguno de ellos trate de huir por la ventana. Al verlo, imagina que el matón te trate de inepto, de abusivo, de mal padre y llame a la policía para sacarte a la fuerza, bajo el pretexto de atender la crisis humanitaria en la que él y sus arbitrariedades pusieron a tu familia.
Eso es lo que hacen los gusanos: para poder robar aprietan, maltratan, engañan, amenazan. Si todo eso falla, no tienen el más mínimo reparo en asesinar. O, como lo prueban hechos recientes, contratar mercenarios para que maten por ellos. Luego, con la más inocente de las sonrisas se sientan a la mesa, se anudan una servilleta en el pescuezo y se parten el planeta a dentelladas. ¿Hay acaso alguien que no los reconozca? Palestina, Irak, Afganistán, Libia, Yemen, Siria, Haití… ¿Hace falta seguir enumerando la lista de sus víctimas?
Cuba no es una víctima, aunque los gusanos tratan desde hace 60 años que lo sea.
Es cierto que la pandemia ha venido a paralizar una economía que el bloqueo lleva asfixiando muchas décadas. Es cierto que hay nuevas generaciones desencantadas, que ven las lucecitas de colores que les muestran desde Miami como si fueran aspiraciones ciertas. Es cierto que Fidel ya no está y la legitimidad no se hereda. Es cierto que hace calor y se va la luz y la comida escasea. Es cierto que no es fácil, chico. No es nada fácil resistir por sesenta años.
Pero también es cierto que Cuba exporta médicos y educadores, en lugar de exportar mercenarios como lo hace Colombia, o gases lacrimógenos y balas como lo hizo Argentina en tiempos de Macri. Es cierto que, a pesar de no poder adquirir respiradores, ni jeringas por culpa del bloqueo, en Cuba ha habido diez veces menos muertos de COVID por cada millón de habitantes que en Estados Unidos. Es cierto que, a pesar de todas las limitaciones que le impusieron los gusanos por ya dos generaciones, Cuba ha criado maravillosos artistas, grandes deportistas, importantes pensadores, brillantes científicos, enormes seres humanos. Lejos de retraerse sobre sí misma, lamerse las heridas y lamentarse de sus apreturas, Cuba ha sabido inventar sus propias soluciones y compartirlas con el mundo. Ahora son vacunas, antes fueron programas de alfabetización y de salud, escuelas de arte, de cine, de medicina.
Dijo Martí que, así como en el bosque hay tórtolas y fieras, hay plantas insectívoras y puras; en el mundo, además de gusanos, hay también seres de luz que su alma dan para que otros se alimenten. Eso es Cuba y es su revolución. Ningún gusano va a poder con ella.
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