Además del medio siglo de la publicación de Tengo, este año la poesía de Nicolás Guillén está conmemorando el cincuentenario de los poemas de amor del autor. Digo: el cincuentenario del cuaderno que el poeta tituló así, y que en 1964, editaron los cuadernos de La Tertulia, que dirigía el poeta y pintor Fayad Jamís. Porque la poesía de amor aparecía ya en Cerebro y corazón, el poemario con el que Nicolás saldó sus deudas con sus antecedentes poéticos. Con el posmodernismo, sí, con la secuela del gran movimiento modernista, en el que inicialmente se coloca la voz de Guillén, pero incluso bastante más atrás, con la sentimentalidad becqueriana, que se hace plenamente visible en un poema como “La balada azul”.
Cuando yo asistía a las memorables lecciones sobre poesía cubana que en la Universidad de La Habana impartía Roberto Fernández Retamar, el profesor contrastaba los pocos amores de Neruda con la abundancia de sus poemas de amor, y la gran condición de amante de Guillén, con los pocos poemas que había escrito sobre el tema.
Acaso Guillén sorprendiera a muchos (supongo que también a un hombre tan informado como Roberto) con la colección de los Poemas de amor que edita en 1964, o su ampliación en 1975, bajo el martiano titulo de El corazón con que vivo.
No eran pocos los poemas de amor de Guillén. Incluso, le dijo adiós —desde el más allá— a la poesía, dejándonos una muy bella elegía amorosa que tituló En algún sitio de la primavera.
Desde el punto de vista estilístico, es interesantísimo comprobar como cada texto se va incorporando a la evolución de la manera de decir del poeta, y a los giros que va experimentando la poesía misma en su evolución.
Quisiera apoyarme en uno de los grandes poemas de amor que escribió Nicolás: exactamente, en el que él titula Un poema de amor.
Aparece por vez primera en este poemario publicado hace ahora cincuenta años. Por ello, calculo que su escritura debe ser de esos mismos años sesenta.
El texto funciona como una apasionada reflexión, que resulta a la vez una confesión: el hablante del poema dialoga consigo mismo, habla de una mujer que no está a su lado y, de alguna manera, es un amor prohibido:
Después
(ya lo sabéis desde los quince años)
ese aletear de las palabras presas,
palabras de ojos bajos,
penitenciales,
entre testigos enemigos.
El texto, escrito en los momentos en que empieza a establecerse una expresión conversacional en la poesía de la lengua, frecuenta un léxico desaforadamente apasionado, romántico, renuente a cualquier tipo de moderación: beso, mordedura, insomnio, sangre, veneno, convulsión, suspiro, sueño, muerte.
Para moderar la pasión, el inteligente estilista que es Guillén, acude a una casi invisible ironía que sabe deslizar en el texto al describir el saludo de los amantes:
Un roce apenas, un contacto eléctrico,
un apretón conspirativo
En él, los amantes no pueden dejar de provocar la sonrisa, ante la provocada y evocada parodia de los espías.
Es el trabajo de un poeta mayor, que conoce perfectamente su idioma, y la evolución del género literario con el que trabaja.
Asómese el lector a este poemario, cuya fragancia no le dejará sentir los años que tiene.
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