La extensa actividad de José Martí en su peregrinar por diversas latitudes, estimuló sus extraordinarias facultades de reconstruir, en poética irrepetible, las resonancias polifónicas y la rica policromía de los sitios visitados.
Su intenso curso por los pueblos del continente americano y su contacto no sólo con una diversidad geográfica, sino con la pluralidad de expresiones culturales en resistencia después de muchos siglos, afirmó su concepto de lo nacional, entendido como cualidad identitaria de lo cultural.
Las expresiones cotidianas y las relaciones de intercambio del hombre americano, se encuentran esencialmente distinguidas en la percepción martiana, cuya ávida recepción de la propuesta de la naturaleza y la relación protagónica de los hombres en ella, constituye una de las recurrencias que permiten una apreciación a fondo de las interpretaciones humanistas de José Martí.
Una de estas ágiles y profundas reconstrucciones de la vida de los hombres de diferentes estratos sociales en su vínculo con las peculiaridades de diferentes espacios físicos es Guatemala, un folleto escrito durante la estancia de Martí en México en 1877, y publicado al siguiente año.
Es un folleto de homenaje y agradecimiento a una región que reconoció la beligerancia cubana, lo acogió como intelectual y patriota de mérito, cuya obra educativa y oratoria, colocó al servicio de una nación de la que siempre conservó los recuerdos más entrañables.
La vida social guatemalteca, su geografía autoflagelada, la voluptuosidad de su arquitectura, sus noches de intimidad y regocijo, la belleza de sus mujeres y la cortesía de sus hombres, las manifestaciones auténticas de su cultura, ejercieron en Martí una influencia contribuyente a acelerar una formación de conceptos en su crecimiento como líder y orientar su pensamiento hacia una proyección universal de probada trascendencia.
La pupila de Martí, que se traslada por los diferentes espacios de Guatemala, se permite introspecciones facilitadoras de la aproximación de etapas anteriores de la historia del país, afirmando en valoraciones muy precisas el tránsito epocal.
En un período caracterizado por los enfrentamientos beligerantes entre liberales y conservadores. Define partido Martí junto a los primeros, por esa inevitable convicción de que de las dos fuerzas esa era la más cercana a la preservación del ideal independentista, aunque años después tomaría distancia crítica ante las limitaciones de la tendencia liberal, de resolver la seguridad de nuestros pueblos de América hacia el futuro.
Como el ideal de unidad constituyó para él premisa indefectible para el triunfo definitivo de los intereses populares, la valoración a favor del historiador guatemalteco Domingo Juarros en torno a la desunión y el desconocimiento entre nuestros pueblos, es de alta significación y le permite arribar a conclusiones muy personales en cuanto al tema de la rivalidad fraticida, enfáticamente distinguida a partir de la instauración de los estados nacionales. Esta contradicción la sitúa Martí, en los orígenes divisorios que generaron una política colonial y deshumanizante.
Entonces aparece lo que, en orientación del fraguar continental, representa para él una de las razones principales del bullir de nuestros pueblos en plena diversidad. Blancos, indios en el caso específico de Centroamérica y otros países del continente con menor participación del factor africano, se establecen en una noción del mestizaje americano, más adelante estudiado y sustancialmente ampliado por él a otras culturas y etnias, en su alta productividad de aportes.
En su reflexión sobre esa cualidad de lo diverso en nuestros pueblos de América, plantea un juicio que posee por su fuerza metafórica, una alta expresión dentro de la poética de la naturaleza, distinguida en el cuerpo de toda su amplia obra literaria. “Vivir en la tierra no es más que un deber de hacerle bien. Ella muerde, y uno la acaricia. Después la conciencia paga. Cada uno haga su obra. (Martí, 1998:10)
Es un criterio de compromiso, de participación colectiva en la actitud relacionante entre los hombres y el medio, en el compromiso de preservarlo como fuente generadora de riqueza universal.
En la estéril confrontación advertía el daño ecológico consustancial a toda guerra y el desgaste de energías no situadas a favor de un beneficio colectivo y emergente para nuestros pueblos.
Como confiaba Martí en la grandeza de la producción natural, no censuraba aún la férrea política del Presidente Rufino Barrios quien, apelando a fórmulas autoritarias características de la colonia, enviaba forzosamente a grandes grupos de indios a salvar la elevada producción cafetalera de Guatemala.
No obstante, la sensible formación humanista de Martí, le permite apreciar lo que él llama del indio “pereza inaspiradora” (Martí,1998:30) y que atribuye a la barbarie deformadora de la colonia. Esta actitud del indígena resultaba expresión callada de resistencia, como la del campesino en su oposición ante la política de desiguales beneficios.
Es una etapa en que las enseñanzas recibidas en España por filósofos y políticos, aun ejercen en él una influencia sensible, más aplicada al desarrollo de los pueblos de este continente a partir de sus riquezas, que a la comprensión de asuntos formados a lo largo del tiempo, en la contradicción de clases en la historia de ese país. Por una parte, el júbilo de Martí ante políticas de desarrollo aplicadas con prisa y poca hondura por el gobierno liberal en Guatemala y por otra el conflicto socio-político que derivó de la instauración de los estados nacionales en el continente.
Critica Martí al indio en su peculiar rebeldía, que no demoraría en comprender plenamente, y destaca las virtudes de aquel que trabaja y produce y cultiva su espíritu no sólo en los rumbos de su herencia, sino en los aportes de culturas extranjeras, línea que no tardaría en reorientar para superarla como nadie, en la historia del pensamiento político continental.
Es que su profundo agradecimiento al país hospitalario, despertaba su alta emotividad hacia una región que le ofrecía además del calor de la acogida, el espectáculo grandioso de una naturaleza multiplicada por su originalidad inocente y por la transformación amorosa de los hombres, y su presencia replicante en el curso productivo del país.
La visión que le ofrecía su reacomodo hacia el centro de Guatemala, cataliza en su prosa de elevados matices, las impresiones admiradas de la geografía del país.
Estos recorridos llenaron su mirada de colores y formas y su alma de generosidad infinita, se desbordó de precisiones descriptivas, acopiadas en una síntesis pocas veces lograda con tanta efectividad lírica, porque los recursos metafóricos propician ese encuentro con la reproducción de ese mundo dinámico ante los pasos deslumbrados del caminante.
Los elementos, su calma y su furia; los hombres, su pasión y su cálculo ante los desastres de la frágil estructura geográfica de Guatemala, se dimensionan con una peculiaridad de total independencia en la siguiente cita, que funde la expresión natural y la voluntad modificadora de los individuos.
“Tendíase no lejos el encantado valle de Pauchoy, el de ricas aguas, vecinas canteras, pastos sobrados, flores menudísimas, por río crecido, por dormidos volcanes coronado, -y a él se fueron los habitantes fugitivos. -Ni cielo más azul cubrió, ni más sabroso aire respiró ciudad alguna de la Tierra. Pero, de pronto, preñado el suelo con el llanto de fuego de los indios, reventó en espantosos terremotos que sacaron de quicio torres y palacios, hendieron las bóvedas y echaron fuera los cimientos de la soberbia catedral. Golillas y maestros de obras acrecieron el justo alboroto, y movidos de la evidente ganancia, apresuraron la traslación de la ciudad Antigua a llano espléndido en que hoy se extiende, desdeñosa y tranquila, la blanca y próspera señora del añejo dominio de Utatlán.” (Martí:12-13, 1998)
La noche, que ejerció en Martí toda la fuerza de su misterio y que le sirvió para la reflexión profunda, la evocación amadísima y el disfrute sonoro de sus silencios, es descrita con esa intensidad creciente de su poética extendida como pertinaz cualidad de estilo en toda su obra.
La descripción de una noche de agosto permite apreciar el deslumbramiento que en juego metafórico compara y elogia, bendice y humaniza.
“En este mes hermoso, lucidas cabalgatas interrumpen el silencio de las calles, bañadas de tibia plata por la Luna. Una rival tiene la luna guatemalteca, la de México. Y ya en opaca noche brille sola, ya en noche brillante humilde a las estrellas, siempre tiene aquel cielo un místico lenguaje y parece más que otro alguno abierto al fin sublime y descanso glorioso de las almas. No es un cielo irritado que condena, es un cielo amoroso, que nos llama”. (Martí: 18, 1998)
Los accidentes geográficos de Guatemala abandonan su aparente rigidez de viejos patriarcas tranquilos o enfurecidos, para transitar poderosamente elogiados en la prosa de Martí, quien no deja de asociar los ríos y las flores de ese país, con los ríos y flores de Cuba.
Las montañas y el mar se instauran como eficaces actores en la escena que reconstruye con ojos amantes y con la mesura exaltada de una lírica personalísima.
Más allá de sus impresiones en torno a la explosiva producción cafetalera, sin resolver totalmente no por el crecimiento productivo, sino por los bajos salarios ofrecidos a recolectores y cargadores, existe de la naturaleza guatemalteca una justa enumeración referida a los árboles maderables como el huachipilin, el granadillo, el ébano, el ronrón, el guayacán, el brasilete, la caoba y el cedro, no tan agredidos por la brutal codicia.
Ante el espectáculo virgen, ingenuamente extendido a los ojos de curiosidad del peregrino, la naturaleza transformada asume la validez que le confiere la utilidad edificante y respetuosa del contexto natural.
La disposición urbanística de pueblos y ciudades, la fastuosidad de sus templos y otras edificaciones militares y civiles, irrumpen en la descripción hirsuta y elegante.
Pueblos y ciudades que abren la generosidad de sus rumbos al cruce del caminante, y las puertas de sus hogares y templos, ante los cuales Martí se inclina respetuoso por la belleza de sus construcciones y el nuevo espíritu de una religión que trueca “La virtud por el patriotismo, el convencimiento y el trabajo”. (Martí:131, 1998)
Es la Ciudad de Guatemala, sitio de orgánica disposición urbanística, de calles simétricas y ajenas al voluntarismo que caracteriza a no pocas ciudades de este y otros continentes.
Es lugar donde la vida bulle al centro de sus plazas en horas del día y en el teatro en horas de la noche, y donde varias instituciones ofrecen su espacio al crecimiento espiritual de sus hombres.
Es el sitio donde los hombres levantaron palacios y comercios y una catedral que celebra por su esplendor, mientras recuerda en contraste la Catedral de La Habana, disminuida ante la exhuberancia de la guatemalteca.
En oposición a la nueva ciudad menciona no sin dolor, el estado de la Ciudad Antigua, donde sobrevive el espíritu fundador de un país, sobre el espíritu de un pueblo que también había fundado formas específicas y auténticas de civilización. Antigua, que se lamenta de la ruina y el abandono, sobre sus calles solitarias y el musgo agresor sobre las piedras.
En todas estas observaciones de lo físico, predomina una sincera disposición de comprender a través de la evolución histórica de ese país, la sólida actitud cultural que, por la síntesis, asimilación y depuración, gestó una memoria humanista poco difundida, pero notablemente importante.
Sobre ese espacio contráctil y diverso, desigual y contradictoriamente armónico, distingue José Martí un peculiar sistema de relaciones de intercambio socio-cultural, que contribuye a establecer definiciones de un carácter con marcadas huellas de pertenencia.
Así, del criterio que valida la cualidad honorable del ciudadano guatemalteco sitúa, por encima de los rencores políticos, la grandeza de un carácter deudor, de un ambiente noble, de antiguas costumbres heredero, sin que medien diferencias sustanciales entre las virtudes del hombre de la ciudad y el hombre del campo.
Estas diferencias adquieren amorosa modificación en Martí, especialmente el 15 de septiembre, fecha de la independencia de la metrópoli española y donde concurren todos a saludarse festiva y amistosamente, desde el hombre de alta sociedad, hasta el indio callado y humildísimo, que apura el brindis con chicha y su paso por las calles de la ciudad.
Existe en el libro otro intento referido como el anterior, a significar las costumbres del guatemalteco, de emplear otras sustancias estimulantes incorporadas a una cotidianidad cultural como el café y el cannabis. Dos años atrás, en 1875, había dedicado un poema extenso a ese producto de uso extendido por tierras del Oriente, y que aún no había alcanzado la peligrosa manipulación comercial, enajenante y destructora, que en el siglo XX ocuparía la preocupación de la mayoría del mundo.
Existe en este libro una escena que, por su cinetismo, y por la incorporación de actores que asumen una particular jerarquía, constituye un valioso aporte al reconocimiento del acto ceremonial, a la dieta guatemalteca, a la moda de entonces y a las relaciones intercambiantes de la sociedad. Es el desfile de agosto de 1877, donde todos se confunden en ordenado sentido de festividad y elegancia.
Lo lúdicro como necesidad expansiva del espíritu, asume en Guatemala un reconocimiento humanista y un desprecio hacia la violencia del hombre contra los animales, en el escenario de la corrida mortal en la plaza de toros, suprimida en ese país por considerarla lesiva a los fundamentos formativos de las generaciones que habrían de constituirse, en espíritus de mayor nobleza.
En este intercambio de relaciones cotidianas, se entremezclan las expresiones joviales de un carácter, las manifestaciones de la música y la danza, peculiarmente sintetizadas en la diversidad étnica y cultural, donde se destaca con marcada voluntad de supervivencia, el espíritu del indio, atraído con maniobras a la densa ceremonia católica por el conquistador, que utilizó con esos fines, los instrumentos de los aborígenes y otras prácticas ceremoniales afincadas en la cultura de esos grupos.
Música, danza, vestuario agitado en el frenesí de la fiesta, no escapan a la aguda observación de Martí, en ese afán de reconocer los genuinos valores de identidad, entre los que también sobresale la poesía popular de honda transmisión generacional, porque la fábula sentenciosa, síntesis de una filosofía desde el imaginario del pueblo, ofrece continuidad a los sagrados exponentes que los conquistadores encontraron en estas tierras.
También como reconocimiento al ceremonial afirmador de identidad guatemalteca, insiste en la peculiaridad de una dieta a tono con las características climáticas que aun caracteriza a esa región centroamericana, donde como en todas latitudes, se sincretizan propuestas alimentarias de otras regiones.
“Sobre sufrida estera de petate, apuestos galanes y ricas damas comen el pipián suculento, el ecléctico fiambre: el picadísimo chofin. Pican allí los chiles mejicanos, y la humilde cerveza se codea con excelentes vinos graves. Hace de postres un rosario, cuyas cuentas de pintada paja encubren delicada rapadura. Y como se está en agosto, y en Jocotenango ¿quién no gusta los jugosos jocotillos, rivales de la fresca tuna? (Martí: 17, 1998)
Unido a estas expresiones de la cultura popular, enfatiza en el avance de la educación y de la cultura promovida desde cauces institucionales. Resalta así la vida teatral, el intercambio de ideas en las tertulias animadoras espontáneas del movimiento diverso de la vida espiritual.
El elogio a la historia de Guatemala, a los hombres que protagonizaron los sucesos y fijaron con palabras la memoria, encuentran en la prosa de Martí, valoración justa.
Es examen del aporte de los historiadores, de la larga secuencia que estableció desde el método de la academia una sistematización del suceder de los individuos en el proceso histórico y social, así como sus relaciones modificadoras y de intercambio con el medio natural.
Allí está la presencia reguladora de las leyes, el espacio de circulación de temas literarios y artísticos, la creación de instituciones facilitadoras de una apertura hacia una sensible multiplicidad de ideas.
Allí el saludo al talento de María Josefa García Granados, de quien estima no sólo su genio poético, sino su espíritu polemista a favor del mejoramiento de la vida cultural y sanitaria de su pueblo.
Allí pintores y escultores, alejados del espectáculo de la naturaleza en movimiento y recluidos en la creación de imágenes religiosas, como caminos de acceso a una pluralidad esencial del mundo.
Allí la música de creación académica en contacto con la pulsión espiritual del pueblo, cuya fuente nutricia le aporta una íntima tristeza.
Hacia esta región se encaminan jóvenes de muchos lugares de la América Central, porque en la perspectiva de un sistema educacional se afirma la aspiración al cambio. En este tema que Martí definía como educación popular, se acrecentaba la posibilidad transformadora de la agricultura, de los rumbos de la sociedad, de las relaciones de intercambio de los sujetos a favor de una modificación elevada de las esperanzas.
“Siémbrese química y agricultura y se cosecharán grandeza y riqueza. Una escuela es una fragua de espíritus: ¡ay de los pueblos sin escuela! ¡ay de los espíritus sin temple! (Martí: 54,1998)
Guatemala, escenario de pasiones y alegrías truncas para Martí, sirvió para el resto de su vida como estímulo frecuente, como vibración y sonido de las voces de sus hombres y mujeres, de sus cantos y danzas en trueque maravilloso con lo ignoto, de sus pueblos y ciudades; de sus campos donde florecen generosos los frutos del café y de la uva, y se lanzan los pastos al encuentro ansioso del ganado.
Guatemala, la región bendita de hospitalidad y vida diversa en los contrastes singulares, donde encontró Martí hogar amigo, en la penuria doliente del exilio fundador.
BIBLIOGRAFÍA
Mañach, Jorge: Martí, el Apóstol, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2001.
Martí, José: Obras Completas, tomo 17, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
_______________ Guatemala, Centro de Estudios Martianos,
La Habana, 1998.
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