No, no se piense que este infeliz chupatintas ha incurrido en excesos etílicos que lo llevan a decir incoherencias imperdonables.
De eso nada, comadres y compadres. Quienes entre ustedes tengan la paciencia infinita de seguir leyendo estas líneas, al final de la croniquilla quedarán cumplidamente informados de cómo ese suburbio habanero fue alguna vez el paraje donde se asentó el gobierno de la Muy Fiel y Muy Ilustre Isla.
Una vista antigua de Guanabacoa
La capital nómada
Como puede comprobarse en cualquier libro elemental de historia cubana, fue Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa la primera capital cubana. Y la razón se cae de la mata: no había dónde escoger, pues era entonces la mencionada villa el único asentamiento europeo fundado en la Isla.
Réplica de la Cruz de Parra colocada en Baracoa por Cristóbal Colón
Pasaría el tiempo, y Baracoa iba a ver declinar su estrella. Apresada en un cinturón de impracticables serranías, paraje con la mar como única entrada decente, su decadencia llegaría al punto de que el dominico Fray Bartolomé de Las Casas escribe al Cardenal Cisneros, pidiéndole que disuelva la villa.
No en vano a Santiago la llaman “la ciudad de Velázquez”. Esa localidad con nombre de santo guerrero hechizó al Adelantado desde los días de su fundación. ¿Qué ejerció tal encanto sobre Diego Velázquez de Cuellar? ¿Acaso el seguro puerto, que da al Mar de las Antillas? ¿Lo saneado y luminoso de la comarca? También es cierto que de Baracoa sólo guarda malos recuerdos, que van desde sublevaciones de sus subordinados y de los indios, hasta la muerte de su esposa, una semana después de las nupcias. Y, al final, gobierno y obispado radicarán en Santiago.
Ah, pero a la ciudad llamada en recuerdo del matador de moros le llega también su momento de decadencia. Ya desde los días anteriores a la Conquista, cuando el gallego Ocampo bojea a Cuba para comprobar su condición insular, conocían los españoles el abrigadísimo puerto que llamaron Carenas.
Y San Cristóbal de La Habana, que se ha establecido junto a la susodicha bahía, goza de una situación geográfica de privilegio. Será la Ciudad de las Flotas, donde se darán cita las riquezas de Nueva España, de Nueva Granada y hasta de las remotas Filipinas.
Sí, es el sitio donde los gobernadores comienzan a fijar su residencia, convirtiéndolo en sede de gobierno, aún sin declaración oficial. ¿Cómo no hacerlo, si es el paraje que denominarán Antemural de Indias, Llave del Nuevo Mundo, Margarita de los Mares?
Pero llegaría el instante en que uno de sus suburbios, Guanabacoa, le iba a disputar –es cierto que sólo fugazmente-- la condición capitalina.
Iglesia de Guanabacoa
Un mandante asustadizo
Es el día 10 de julio de 1555, y rige Cuba un personaje al cual llamaban “muy magnífico señor gobernador y justicia mayor doctor Gonzalo Pérez de Angulo”. Más le valdría haber tenido menos cargos, dignidades y tratamientos y más… de lo que se necesitaba para defender al vecindario en aquellos convulsos días.
Frente a la villa aparecen dos carabelas. Es el temible Jacques de Sores, quien acaba de saquear a Santiago.
Y ahí mismo fue cuando el gobernador tomó unos buenos corceles, bordeó la bahía habanera y no se detuvo hasta Guanabacoa, donde fijó su residencia mientras ese francés feroz, que le provocaba palpitaciones, no desapareciese de La Habana.
Queda, pues, probado que la falta de arrestos de un gobernador pusilánime convirtió a Guanabacoa en efímera capital de Cuba.
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