Cada noviembre nos ocupa —al menos a gente como yo— el ajetreo de nominaciones y premios de la LARAS (Academia Latina de Artes y Ciencias de la Grabación), que para igual sorpresa repetida en esta ocasión, contó con el mutismo nacional a ultranza en cuanto a lo visual se refiere. Y véase que además de esa negación televisiva, se suman otras incongruencias concernientes a la exacta cantidad (y por ende, nombres) de los músicos cubanos nominados al Grammy Latino 2015.
Creo que un poco de resumen no vendría mal, si bien el público cubano desconoce algunas aristas del asunto. Cabe destacar que el Grammy Latino (GL) surgió como consecuencia directa del pujante y para nada despreciable mercado hispano en Estados Unidos, que en cuanto a cifras y calidad, ya era insostenible mantenerlo latente solo con las poquísimas oportunidades nominativas de su “hermano mayor”, el Grammy, o como ya lo han bautizado muchos en el planeta: el Grammy Americano. Auspiciado por NARAS (Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación), el Grammy es un premio otorgado a raíz de la opinión y votación de académicos reconocidos, que en su conjunto forman ese quórum que responde a los intereses fonográficos y valuativos de la Academia, NARAS, donde en un gran porciento para nada es un galardón populista, aunque de manera muy atinada sí hace consenso entre fama, ventas y calidades musical y fonográficas. Véase que la industria no puede estar de espaldas a legitimar —o no— tendencias de la música ya sean del mercado que sean, ni tampoco desmembrar por gusto, basados en falsos y arcaicos conceptos individuales, un proyecto musical o línea determinada que sirva como vehículo a lo que me gusta catalogar como la negación del arte sin arte. En otras palabras, son más sutiles a la hora de la construcción o deconstrucción de un mercado o patrón determinado, pero por causas que, creo, aún conservan cierta ética y son regidas por un mecanismo infalible: la opinión del receptor.
Dentro de estos códigos se mueven ciertos hilos que satisfacen a unos y contrarían a otros, pero lo que sí creo está más que claro, es la contribución de NARAS y LARAS a la idolatría de mitos y realidades, donde no escapan los estereotipos pero tampoco el arte de calidad. Como prueba de ello creo menester mencionar aquí el injustamente olvidado primer premio Grammy para la música cubana en el ya lejano año 1979. Hablo de Irakere, la revolución de la música cubana, la escuela y la continuidad, lo divino en la Tierra como muchos pensamos. Con el LP (Long Play) Misa Negra (EGREM), Irakere abrió el camino hacia la concreción de un sueño hasta ese momento impensable: el reconocimiento de la Academia a un disco pensado, fabricado y gestado en Cuba, pero que más allá de eso, significó el reingreso de nuestra música —aunque de manera lenta y aún desproporcionada— en el gran mercado norteamericano. Si bien hoy nadie se refiere a ello, ya sea por desconocimiento (inaudito) o por una obcecada falta de rigor informacional (más inaudito aún), pienso que los distintos bandos del pensamiento musical en Cuba, entre los que destacan los ortodoxos inamovibles anti-mercados y los pragmáticos funcionalistas de la oferta y la demanda, coinciden en no satanizar aquel premio, ya que el mismo cumplió en su debido momento con todos los estándares del buen arte. ¿Cómo justificar entonces la tesis de que el Grammy es un premio menor, ínfimo, carente de todo roce con la mejor cultura musical, habiendo sido Irakere una banda ganadora del mismo? Y ahí, justo ahí, comenzó el calvario de lo improbable pero cierto a la vez, de la cercanía de nuestra música con un circuito comercial, discográfico y ávido que comenzó a voltear la mirada hacia nosotros de una manera coherente y cabal.
Luego, en el 2000 se lanza la nueva era de la industria fonográfica latina en Estados Unidos, LARAS, con su consiguiente premio destinado únicamente al mercado latino incluyendo Brasil, y categorías bien definidas como Música Cristiana, Samba, Pagode y muchas más. Sumado al primer gramófono ganado en 1979, hay que añadir que el CD La rumba soy yo (BIS MUSIC) se alzó, y nuevamente no de manera casual, con el recién estrenado premio Grammy Latino, por lo que ambos premios constituyen dos importantes referentes musicales y discográficos dignos a tener en cuenta, significando el comienzo y la permanencia de nuestra música en sendos eventos.
Ahora bien, ¿han ido de la mano la promoción de los diversos discos cubanos nominados todos estos años con la importancia que reviste en sí misma una nominación? ¿Se valora más lo cubano desde fuera, que desde dentro? ¿Por qué tanto desconocimiento al respecto?
En mi opinión, la pobre divulgación y exaltación en nuestro país de discos nominados a NARAS y LARAS, corresponde a un nivel de incomprensión imperdonable, a una ceguera de dudosas intenciones, más cuando nuestra golpeada industria fonográfica necesita romper cercos, muros y mentalidades de aquellos que precisamente no han tenido más remedio que reinsertarnos por derecho propio en sus eventos. Pero eso no quiere decir que no promocionando nuestros discos le hagamos daño al certamen o a sus organizadores, sino por el contrario, el sable nos penetra a nosotros mismos cual samurái vengativo, desangrando las aspiraciones de posicionar en el espectro cubano un consumo verdaderamente genuino de nuestra discografía, de merecernos y ¿por qué no creernos? que somos lo bastante fuertes como para competir con artistas de grandes transnacionales de la música como Sony Music, EMI, Warner Music y más.
Diversos músicos cubanos como Chucho Valdés, Muñequitos de Matanzas, Pablo Milanés, Los Van Van, Septeto Habanero y más han sido nominados en todos estos años recientes al GL y Grammy, y salvo escuetas notas o algún que otro comentario al respecto, no han pasado de ahí las intenciones mediáticas de nuestro país. Adolecemos de la transmisión de las premiaciones, o de al menos un fragmento. Adolecemos de la entrevista antes y después del premio, se mutila el hecho de que veamos y sintamos lo que más de 8 millones de personas hacen y sienten suyo. Para mí, nuestros artistas no tienen nuestro apoyo. Si a ello le sumamos el pavor de mencionar nombres o bandas de “dudosa procedencia” pues el silencio temeroso se convierte en aliado tenaz del desaliento y la ignorancia. Si ya han venido a tocar músicos que emprendieron un día otro camino y otro azar, ¿por qué no citarlos? Si otros con caminos y azares lejanos no han querido regresar jamás, pero que donde quiera que van se anuncian como cubanos, ¿por qué el silencio? No creo que la mayor traición o acto repudiable sea el haberse ido de Cuba, sino creo que lo más ignominioso hubiera sido que aquellos cambiaran de nacionalidad, negándose a aceptarse a sí mismos como cubanos, lo que no ha ocurrido jamás. Con todo el respeto y la responsabilidad posibles, no sé quién le haga más daño a nuestra música, si aquellos cubanos que radicados en otros países cantan, tocan, piensan y hablan en “cubano”, o aquellos otros que aquí, cada día más, cantan en inglés e incorporan estéticas deplorables teniendo el mal gusto a flor de piel. Y ahí entramos en otra contradicción cultural, sobre quiénes mantienen más vivas las tradiciones de nuestra música, ya sea culta o popular, y cito un solo ejemplo: este año me obsequiaron un CD de una cantante cubana radicada en Los Ángeles, California. La misma canta en español, perfectamente entendible, con una dicción impecable, y sus temas van desde el Son hasta la canción, con influencias de la Guajira. No encontré en todo el disco una ínfima gota de mal gusto o chabacanería. Llamó mi atención el mismo, pues si lo comparamos con lo que sucede aquí, son muy pocas las mujeres en Cuba que cantan en español, pues cada vez más la tendencia local es imitar a Cristina Aguilera y Olga Tañón, chamusqueando un spanglish barato y mal cantando melismas. Agrego que reinciden en una visible involución del lenguaje articulado, aduciendo frases vulgares y bien indecentes. Mejor no continúo.
Volviendo al GL y al Grammy, nuestro tema central: necesitamos validar lo que nos hemos ganado, el derecho de estar codo a codo con la mejor industria del mundo, sin temor ni pánicos, sin equivocados conceptos de mercado que tanto laceran a nuestras pocas disqueras, si no ¿cómo explicar la falta de rigor en perseguir o legislar sobre la piratería? ¿Saben cuánto pierden las disqueras cubanas en el agónico proceso creativo y tecnológico, cuando el pirata en la calle vende el CD a 25 pesos cubanos y nadie dice nada? ¿Saben acaso cuánto cuesta producir un disco en Cuba y cuánto recuperan las disqueras, a la larga el Estado cubano? Pienso que mientras que no rescatemos nuestro mercado interno, cuando no le tengamos miedo a las nuevas formas y estructuras de la mercadotecnia a nivel nacional no se liberarán definitivamente el flujo y el impulso necesarios para que nuestra industria fonográfica retome la senda requerida por todos nosotros. El G y el GL no son el camino final ni el mejor, es cierto, pero tampoco significan involución o malos enfoques, puesto que hace años nos están tratando de allanar, de clarificar un camino que sitúe a nuestra discografía en el lugar correspondiente. Pero si no aprovechamos el camino clarificado y allanado y a ello le sumamos pobres producciones discográficas, entonces seguiremos llamados a estar en la cola, en la anti vanguardia, aunque nos duela irremediablemente.
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