Amanecía el 7 de febrero de 1958, en medio de una brutal represión policíaca provocada por la dictadura de Batista, y la Radio daba a conocer el hallazgo del cuerpo de un joven negro, a la entrada del Palacio de Justicia, hoy la Plaza de la Revolución. El cadáver presentaba 15 perforaciones producidas por armas de fuego y 57 punzonazos; le habían cortado la lengua y sus órganos genitales estaban completamente destrozados. Sin embargo, ni semejantes atrocidades pudieron doblegar al valiente revolucionario, honrado, profundamente humano, valeroso capitán y jefe de las Brigadas Juveniles del Movimiento Revolucionario 26 de Julio Gerardo Abreu Fontán.
Sólo unos meses más de vida hubieran bastado para que este joven de solo 25 años viera hecho realidad el sueño por el cual tanto luchó, el triunfo de la Revolución Cubana. Quizás la misma sensibilidad que le permitía declamar poesías afrocubanas lo hacía ser un hombre defensor de la justicia, la igualdad que aborrecía el abuso y quizás también porque sufre en carne propia la doble discriminación, por su condición de trabajador humilde y por ser negro. Es así que se forja la rebeldía de Gerardo, la misma que lo hizo ingresar al Partido Ortodoxo y dentro de sus filas realizó una ardua labor llegándose a convertir en un prestigioso dirigente de base. Más tarde por orientación de Fidel, organiza las brigadas nacionales del 26 de julio, en la capital.
Ricardo Alarcón, uno de los combatientes más cercanos a Fontán y quien hubo de ser designado por éste al mando de la sección de las Brigadas Estudiantiles, expuso sobre su jefe: "llegó a ser para nosotros un mito. Él, que no había avanzado en la enseñanza elemental dirigió a la jóvenes y estudiantes de la capital”. Gerardo Abreu Fontán, con la guía de Ñico López, impulsó la labor de propaganda contra la tiranía batistiana, logrando que cada amanecer, aparecieran en las calles de la ciudad de La Habana, grandes letreros con consignas revolucionarias.
Después del Moncada estrecha contactos con algunos de los participantes en aquella acción convirtiéndose en uno de los fundadores del Movimiento 26 de Julio como parte de su Dirección Nacional. Es así cuando lo organiza, junto a Ñico López, las brigadas, que eran las tropas de choque del Movimiento en el llano. Fontán recluta militantes, recauda fondos, contribuye a la preparación de la insurrección armada y realiza otras múltiples tareas que ocuparon su atención por espacio de meses de difícil y tenso trabajo. Cuando Ñico López parte hacia México para enrolarse en la expedición del Granma, Fontán asume la dirección de las brigadas del 26 de julio en La Habana donde desplega una actividad tan intensa que atrae sobre sí la atención de la tiranía, que empieza a perseguirlo tenazmente.
Hombre de hablar pausado, de ademanes seguros, firmes y educados, arriesgado y sin miedo alguno a sus represores, había burlado no pocas veces a los cuerpos policíacos. Combatiente de acciones arriesgadas demostró, además, ser un inigualable organizador. Luego del desembarco del Granma sus actividades se multiplican, realizando diversas y riesgosas acciones. Las fuerzas represivas persiguen a Fontán constantemente.
En la más absoluta clandestinidad actúa desde el desembarco del Granma hasta su muerte. En ese período cuando crece el odio de los sicarios del régimen contra el infatigable combatiente, él se gana la admiración, el respeto y el cariño de los restantes dirigentes del Movimiento y de los hombres que combatían bajo sus órdenes. Una de las acciones organizadas por Fontán, que tiene mayor repercusión en la capital, es la colocación de más de 100 bombas en una noche. Identificado por los esbirros de Esteban Ventura Novo y perseguido hasta la calle Santa Rosa, donde lo detuvo una perseguidora que transita casualmente por allí, es arrestado cuando se dispone a subir a un ómnibus en la esquina de Infanta y Manglar.
Es conducido a la Novena Estación de Policía donde es brutalmente torturado para obtener información sobre los compañeros que integraban el Movimiento 26 de Julio en La Habana, conocidos por él y también acerca del lugar donde se ocultaban las armas. Aunque sus compañeros trataron de mover cielo y tierra para lograr su libertad, o en última instancia, evitar su asesinato, sus principales subordinados tenían la confianza plena de que jamás hablaría. Por ello, ninguno abandonó los lugares donde se encontraban. Frente a los interrogatorios y las torturas el jefe clandestino contestó con el silencio.
Cuentan que sobre su tumba quedó un cojín de flores y una cruz de madera con una inscripción: Gerardo, tus compañeros de lucha cumpliremos tus ideas. Vilmente y hasta la muerte fue torturado este hombre de mirada limpia y firme. Así debe de haberla fijado Fontán en sus torturadores cuando quisieron sacarle los nombres de tantos combatientes perseguidos, y conocidos por él, como gritándoles aquella frase martiana con la que hoy, desde una profunda e infinita admiración lo recordamos: !LA MUERTE NO ES VERDAD CUANDO SE HA CUMPLIDO BIEN LA OBRA DE LA VIDA!
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