La poesía de Luís García Montero (Granada, España, 1958), fue puesta a disposición de los lectores cubanos durante la vigésimotercera Feria Internacional del Libro de La Habana. Se trata de una selección de más de medio centenar de poemas hecha por Juan Carlos Abril para el lector ecuatoriano bajo el título de El desorden que soy (1). Abril analiza en el prólogo las coordenadas esenciales de la obra del poeta granadino, entre las que revela la inserción de yo en la historia como enfrentamiento al individualismo sacralizado, la ficcionalidad del yo, la verosimilitud de la subjetividad, la “inteligencia emocional” de lo enunciado, la intertextualidad como primer punto de la enunciación, el reconocimiento de la tradición poética y, sobre todo, de sus clásicos, el equilibrio en la importancia que se le da a la escritura de elite respecto a la de la masa.
“La poesía se concibe —escribe Abril— como un efecto de verdad textual, un artificio de reproducir en una página literaria las emociones de la vida” (2)
Juan Carlos Abril define la posmodernidad en la poesía española de los últimos veinticinco años “como un rico diálogo entre la biodiversidad de las tradiciones, entre ellas las vanguardias históricas, decantándose fruto de ese diálogo la poesía realista, o figurativa.” A su juicio, la posmodernidad española de este periodo aparece ante la crítica como conservadora, por no haber renunciado nunca a tópicos tradicionales de vanguardia, aunque, en el caso de García Montero, escribe interesado por “el cuestionamiento de lo ya existente, una especie de buceo en la tradición de donde se extraerán, como si fuese un barco hundido, los tesoros lingüísticos, conceptuales, estilísticos, rítmicos, etc.” Así, “el poeta no hace nunca sino que rehace”. Por ello ve en la intertextualidad la primera lectura que acompaña al texto.
Esta Antología personal contiene poemas de diez libros y está divida en tres secciones: I. Palabra, II. Edad, y III. Amor. La mayoría de los títulos de los poemas definen el contexto irónico en que se desempeñará la atmósfera poética, integrando el giro reflexivo, conceptual, a una especie de existencialismo que de sí mismo reniega, a veces como lamento, como declaración en otras, y como irónica rendición en unas pocas. Porque mientras los existencialistas buscaron distanciarse del contexto asfixiante, de la política contaminada por espurios intereses personales, sin dejar de denunciar esa asfixia social y esa contaminación política, las alocuciones de García Montero revelan la inevitable convivencia con esta gama de circunstancias sociales y, ante la abrumadora y aplastante realidad, la necesaria condición ciudadana del poeta. Y esa ironía que reniega de la poesía como instrumento del ser, es también parte del objeto lírico al que la norma estilística remite.
Se suceden así intervenciones directas en el sentido de la cruda existencia, en el objeto tradicional de la poética, y en la conducta estilística que, a toda costa, sigue. Su personal enunciación es, además de intensa, reflexiva e irónica, tranquilamente lírica, superando con creces las interjecciones extremas del coloquialismo y, al mismo tiempo, los complejos retruécanos de la figuración que habían precedido a esta tendencia. Sus versos, aun en esta breve selección, conforman una obra mayor que merecía expandirse por todo nuestro continente y que, desde luego, debía ser atendida por alguna de nuestras editoriales, un tanto fuera de lo más relevante que se publica en el ámbito internacional del libro.
La obra de García Montero, un representante de la generación española de los ochenta que ha trascendido no solo el marco generacional en su país, sino buena parte del ámbito hispanohablante, sigue en la esfera de lo desconocido para el lector cubano, aun capaz de retirar de las estanterías de venta poemarios de profunda sustancia, ajenos a las tendencias mercantiles del libro que van alterando nuestro equilibro receptivo en otros géneros. Y a estas alturas me asombra cómo el tiempo transcurre sin misericordia y esta nota, que de mi encuentro con la edición proviene, se haya escondido en mis archivos digitales, con una nueva Feria Internacional del Libro de por medio, y sin buscar aun su salida. ¿Se había quedado esperando el mayor, y merecido, despliegue del análisis?
Como por suerte la verdadera poesía se hace imprescindiblemente intemporal, el inmisericorde transcurso del tiempo retrocede ante la necesaria recomendación, que apenas acompaño de una simple pregunta: ¿Es tan difícil para nuestras editoriales conseguir los permisos de publicación de textos como este, fuera incluso de las presiones que genera la avasalladora industria del libro europeo?
Nota
(1) Luís García Montero: El desorden que soy, Ediciones de la Línea imaginaria, Ecuador, 2013, p. 129.
(2) Ibídem., p. 8.
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