Nos llega a Cuba, desde Chile, una Convocatoria a “Mil Poemas a Gabriela Mistral”. Invita a escritores del mundo a participar en esta Antología planetaria. Los poetas cubanos ya sean emergentes o consagrados, están siendo avisados a formar parte de este homenaje universal a la gran chilena. En especial, hay un interés enorme porque participen los niños, adolescentes y jóvenes cubanos, que han crecido como otros en muchos países de América, con las eterna melodía de aquellos versos inolvidables:
Dame la mano y danzaremos
dame la mano y me amarás
como una sola flor seremos
como una flor, y nada más
El mismo verso cantaremos,
el mismo paso bailarás,
como una espiga ondularemos
como una espiga, y nada más.
Te llamas Rosa y yo Esperanza;
pero tu nombre olvidarás,
porque seremos una danza
en la colina, y nada más.
Solo estos versos servirían para conocer a la Mistral, que bien la definió su mejor biógrafo Volodia Teitelboim : “En rigor era una soñadora y también una realista: una pensadora, una labriega, cuyo pulso latía al ritmo de un corazón universal”.
Ya en su primer libro Desolación, de tan íntima confidencia, hablaba del viento y del efecto que producía en su casa, lo que ella llama una ronda de sollozos y de alarido. Hubiera deseado tanto tener un hijo, “crecer entre sus brazos y en los brazos queridos”.
Ese hijo que mecería en sus millares de olas, oyendo a los amantes vientos.
Todo ese amor por los niños, con un fondo verdaderamente cristiano, lo depositó en su poemario “Ternura”, donde reunió canciones y rondas, publicado en 1924. Era una deuda consigo misma. Los poetas, para ella, habían olvidado y lo que quizás era peor, habían faltado a su deber, al no cultivar las rondas del niño, las canciones de cuna… La gran poetisa aseguraba: “La canción de cuna ha de ser como la gota de agua, divina en su simplicidad y en su descuido. Ligera como el rocío que no alcanza a doblar la hierba”.
Como decía Eliseo Diego: “fortuna fue para Gabriela, aprenderse de niña a gustar de la Biblia en las rodillas de su abuela de origen hebreo. De aquellos tiernos instantes, salió la semilla americana que fructificó radiante. Ya su hijo deseado, no era solo su niño, era el niño de América, el indio, el pobre, el desposeído. Ya la semilla americana, salía hacia la Tierra inmensa. Era, un grito de amor y ternura traspasando horizontes”.
El centro del mundo era el niño. Al niño se le responde al minuto de su reclamo.
Con ese sentido tierno y solidario, se acercó siempre a la poesía infantil, sencilla, pero con toda certeza para ella, la verdadera poesía.
Los cubanos no podemos olvidar su Ronda Cubana, esa ronda que avanza entre cafés y algodones, entre maniguas y platanales:
Caminando de Este a Oeste
con su arrastre de metales
hacen la ronda de espadas
doce mil palmeras reales.
Se desparraman en grupos
como estrellas o animales
y de nuevo se rehace
la ronda de palmas reales.
Todo el sentimiento prendido a la Naturaleza americana, sagrada y bendecida. Era una ecologista Gabriela. América se palpa en sus versos. El trigo, las espigas, los pámpanos, las viñas, el rocío, los ríos, la codorniz, el manojo de las mieses, el bosque sacudido, y estos versos:
En el mundo está la luz
y en la luz está la ceiba,
y en la ceiba está la verde
llamarada de la América.
No podía pasar por alto, su infancia y adolescencia. Ella también fue niña , tan maltratada y triste. Así y todo, a los quince años, comenzó a trabajar como profesora ayudante en una escuela en La Serena. Después en la Cantera y en los Cerrillos. Escribía también, para diarios de Coquimbo y Vicuña. Era maestra de vocación, completamente autodidacta. En 1910, convalidó sus conocimientos en Santiago de Chile. La Escuela Normal le otorgó el título oficial de Profesora de Estado. Podía ejercer su docencia, en los niveles primario y secundario. No pudo evitar envidias y recelos. Quería huir de Chile. La suerte la acompaña entonces. El Ministro de Educación de México, José Vasconcelos, en el año de 1922, la invita a trabajar en tierra azteca.
Estoy en donde no estoy
en el Anáhuac plateado
y en su luz como no hay otra
peino un niño de mis manos.
…………………………..
Yo juego con sus cabellos
y los abro y los repaso,
y en sus cabellos recobro,
a los mayas dispersados.
Este poemario de Gabriela Ternura, donde aparecen los versos anteriormente citados, es ronda inmensa de amor y solidaridad humanas. No hay espacios vacíos. Nada queda al descuido.
Se siente como de lejos, la Canción Quechua, la ronda de los segadores, y el viento de la Pampa, que cuanto más canta, más se crece.
Los colores, las frutas, el niño indio y el tambor indio de la tierra:
Niño indio si estás cansado,
tú te acuestas sobre la tierra
y lo mismo si estás alegre,
hijo mío, juega con ella.
Antes de llegar a México, en 1922, pasa por Cuba. Es la Patria de Martí, ese ser que ella venera, y considera lo más puro de la raza. Aquí, la admira la mejor intelectualidad del momento. Aquí, sembró amigos y sueños. Vuelve a la Isla, en varias oportunidades. A Martí, lo consideraba su Maestro. Lo sentía muy suyo y extraordinariamente necesario. Recomendaba su lectura como fundamental, para el mejoramiento no solo literario, sino humano.
Las palmas reales, le abrían la senda para que avanzara Gabriela por nuestra Tierra cubana.
Los Versos Sencillos del Maestro, le aceleraban el corazón.
Ternura, salió editado en España. Ella se sentía dueña de los cerros de América, de sus ríos, de lo que ella llamaba: “todo lo creado y todo lo nacido”.
La música del verso, la ternura infinita, la sincera transparencia, ese sentido americanista, y el canto al amor que anima y consuela.
Permanece en México en intensa labor educativa, alrededor de dos años. Participó en 1923, en el Congreso Mexicano del Niño.
Alfonso Reyes, el mexicano universal expresó: “En ella se da la ira profética contra los horrores amontonados de la historia, se dan la fe, la esperanza y la caridad, la promesa de una tierra mejor para el logro de la raza humana”.
Ser la primera latinoamericana, Premio Nobel de Literatura, afianzó su condición feminista.
Cuentan que al despedirse del México, que la acogió con verdadero fervor, un coro de mil niños interpretaron sus rondas en el emblemático parque del Castillo de Chapultepec.
¡Debe haber sido un espectáculo muy impresionante!
La cantora chilena se iba a recorrer el mundo. Tareas diplomáticas, docentes y literarias, le esperaban.
Fue reconocida y admirada en muchos países y siempre, el niño en el centro de sus propósitos.
No era solo una artista, era capaz, como ella misma refería, de fundir su religiosidad con un anhelo lacerante de justicia social.
Y al niño, amigos lectores, Gabriela, no podía hacerlo esperar.
Dame la mano y danzaremos
dame la mano y me amarás
Y así comienza la ronda, con toda la devoción de sus versos.
Siempre unidos, amándonos, por la paz y por la vida, como una flor y nada más.
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