Frente a la prepotencia imperial trumpista: ¡Aquí no se rinde nadie! (Parte I)


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Intuyo que numerosas personas se preguntarán cómo llegó a ostentar el poder de la primera potencia más poderosa del mundo un sujeto como Donald Trump. Incluso, ¿quiénes son y qué representan aquellas personas que le apoyan –y hasta impulsan dentro y fuera de los Estados Unidos–, en la realización de muchas de sus increíbles barbaridades identificadas mayoritariamente en desmedidas intervenciones ante infinidad de auditorios y hechos malsanos sin precedentes? ¿Por qué y en qué circunstancias se cimenta este apoyo a un sujeto, magnate multimillonario, insolente e ignorante, además de payaso de pista circense, a principal inquilino de la Casa Blanca? ¿Qué genes nutrieron la capacidad de pensar y de actuar de este individuo manipulador de un evidente (y hasta peligroso en ocasiones) culto a la personalidad? Un destacado analista cubano en fecha reciente destacó que “la mayoría de sus seguidores sabe que miente o se equivoca, lo que ocurre es que no les importa, porque suponen que les conviene. En esta hipocresía, radica el sustento del fanatismo hacia el magnate neoyorquino”.

 Mas, y no obstante a todo ello, ¿a qué ancestros responde este señor? ¿Cuáles son sus orígenes de formación y desarrollo en general? ¿Qué importancia y valores atribuirle a su familia, y a su contexto social y cultural en general?

Un migrante alemán viaja a Nueva York

Según Gwenda Blair, autora del libro The Trumps: Three Generations of Builders and a President (Los Trump: tres generaciones de constructores y un presidente), Friedrich Trump (o Trumpf, como fue registrado su apellido al llegar al nuevo continente) tenía 16 años de edad cuando el 19 de octubre de 1885 contempló por primera vez la bahía de Nueva York, donde por entonces aún se estaba ensamblando la Estatua de la Libertad:

“Había hecho una travesía de unos 10 días desde la ciudad de Bremen a bordo del barco de pasajeros S.S. Eider. Tenía un billete de steerage, una categoría equivalente a tercera clase, lo que significa que no disponía de un cuarto, sino que viajaba en un espacio abierto en el que estaban todos los pasajeros juntos sin nada de privacidad.

“Asimismo, tenía tan sólo un catre para dormir y, en los días en los que el mar estaba en calma, recibía una comida, nada sofisticada. Los pasajeros que viajaban en esa categoría pasaban casi dos semanas encerrados en un área sin baños, ni duchas, ni nada. Y cuando se mareaban, vomitaban en el sitio en que se hallaban.

“Trump viajaba solo, sin la compañía de ningún adulto, pero tenía un claro propósito. Era un inmigrante económico, quien determinó emigrar para ganar dinero y ayudar a su madre y cuatro hermanos.

“La familia tenía algunas tierras en Kallstadt, un pequeño pueblo vinícola que entonces tenía menos de mil habitantes, pero quedaron con grandes deudas cuando el padre murió.

“Anteriormente, prosigue la Biógrafa, y debido a las dificultades para pagar las deudas y alimentar a sus hijos, la madre lo envió a una ciudad cercana para que aprendiese el oficio de barbero. Así y luego de dos años y medio trabajando siete días a la semana para pagar por su entrenamiento y manutención, el joven regresó a su pueblo solo para descubrir que Kallstadt era un pueblo demasiado pequeño como para necesitar otro barbero.

“Enfrentado a un futuro poco promisorio y a la perspectiva de tener que prestar el servicio militar durante tres años, el joven optó por irse de casa una noche rumbo al nuevo mundo, dejando una nota a su madre en la que explicaba sus razones.

“A su llegada a Nueva York, Friedrich fue recibido por su hermana Katherine y por el marido de esta, Fred Schuster –también nativo de Kallstadt–, quienes le acogieron en su casa ubicada en el Lower East Side. Aquella era una zona de la ciudad muy poblada por inmigrantes, en la que se hablaban muchos otros idiomas además del inglés –en especial, el alemán–, lo que es hoy el Harlem hispano”.

Así las cosas y, luego de trabajar como barbero esos primeros años, Friedrich abandona Nueva York para probar suerte en el noroeste. Primero, se estableció en Seattle, donde en 1892 votó por primera vez en unas elecciones presidenciales, justo después de haberse convertido en ciudadano estadounidense.

¿De qué forma obtuvo la ciudadanía? Muy fácilmente. En aquel entonces, el trámite de naturalización era sencillo: solo se requería haber vivido 7 años en el país y aportar el testimonio de alguien que diera fe de que el aspirante tenía “un buen carácter”. Y, al nacionalizarse, también aprovechó para cambiarse el nombre. A partir de ese momento se llamaría Frederick Trump.

 

La mejor descripción sobre Donald Trump que jamás haya leído

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¿Por qué a algunos británicos no les gusta Donald Trump?

Nate White, un escritor inglés elocuente e ingenioso, escribió la siguiente respuesta:

“Me vienen a la mente algunas cosas. Trump carece de ciertas cualidades que los británicos tradicionalmente estiman. Por ejemplo, no tiene clase, ni encanto, ni frialdad, ni credibilidad, ni compasión, ni ingenio, ni calidez, ni sabiduría, ni sutileza, ni sensibilidad, ni autoconciencia, ni humildad, ni honor ni gracia…

Así que, para nosotros, el marcado contraste más bien arroja las limitaciones de Trump en un alivio vergonzosamente agudo.

Además, nos gusta reír. Y aunque Trump puede ser risible, nunca ha dicho nada irónico, ingenioso o incluso ligeramente divertido –ni una vez, nunca.

No lo digo retóricamente, lo digo literalmente: ni una vez, nunca.

Y ese hecho es particularmente perturbador para la sensibilidad británica - para nosotros, carecer de humor es casi inhumano.

Pero con Trump, es un hecho. Ni siquiera parece entender lo que es una broma - su idea de una broma es un comentario grosero, un insulto analfabeto, un acto casual de crueldad.

Trump es un troll. Y como todos los trolls, nunca es divertido y nunca se ríe; sólo canta o se burla. Y con miedo, no sólo habla con groseros insultos sin sentido –realmente piensa en ellos.

Su mente es un simple bot-como algoritmo de los prejuicios mezquinos y la maldad instintiva. Nunca hay ninguna capa debajo de la ironía, complejidad, matiz o profundidad. Es todo superficial.

Algunos estadounidenses podrían ver esto como refrescante por adelantado.

Bueno, nosotros no. Lo vemos como que no tiene un mundo interior, ni alma.

Y en Gran Bretaña tradicionalmente estamos del lado de David, no de Goliat.

Todos nuestros héroes son valientes perdedores: Robin Hood, Dick Whittington, Oliver Twist.

Trump no es ni valiente, ni un desvalido. Él es exactamente lo contrario de eso. Ni siquiera es un niño rico malcriado, o un gato gordo codicioso. Él es más un baboso blanco gordo. Un Jabba el Hutt de privilegio.

Y lo que es peor, es la más imperdonable de todas las cosas para los británicos: un matón. Es decir, excepto cuando está entre matones; entonces de repente se transforma en un compinche llorón en su lugar.

Hay reglas tácitas para esto –las reglas de Queensberry de la decencia básica– y él las rompe todas. Él golpea abajo –que un caballero no debe, nunca podría hacer– y cada golpe que apunta está por debajo del cinturón. Le gusta particularmente patear a los vulnerables o sin voz –y los patea cuando están abajo.

Así que el hecho de que una minoría significativa –quizás un tercio de estadounidenses miren lo que hace, escuchen lo que dice, y luego piensen Sí, parece que mi tipo de hombre es una cuestión de confusión y no poca angustia para los británicos, dado que:

• Se supone que los estadounidenses son más agradables que nosotros, y la mayoría lo son. 

• No necesitas un ojo particularmente agudo para los detalles para detectar algunos defectos en el hombre.

Este último punto es lo que confunde y consterna especialmente a los británicos, y a muchas otras personas también; sus defectos parecen bastante difíciles de pasar por alto.

Después de todo, es imposible leer un solo tweet, o escucharlo decir una frase o dos, sin mirar profundamente el abismo.

Se convierte en una forma de arte; es un Picasso de mezquindades; un Shakespeare de mierda. Sus defectos son fractales: incluso sus defectos tienen defectos, y así sucesivamente ad infinitum.

Dios sabe que siempre ha habido gente estúpida en el mundo, y mucha gente desagradable también. Pero raramente la estupidez ha sido tan desagradable, o la maldad tan estúpida.

Él hace que Nixon parezca digno de confianza y George W parezca inteligente.

De hecho, si Frankenstein decidía hacer un monstruo montado enteramente de defectos humanos, haría un Trump.

Y un doctor Frankenstein arrepentido se agarraría los mechones de pelo y gritaría angustiado: ¿Mi Dios… qué he creado?

Y… si ser un idiota fuera un programa de televisión, Trump sería una serie.”

Continuará...


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