Francisco Vicente Aguilera, padre fundador


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Siendo Francisco Vicente Aguilera una de las figuras centrales de la primera de nuestras guerras independentistas realmente se escribe poco sobre su figura y su papel en nuestra historia. De hecho, hoy, que se está conmemorando el bicentenario de su nacimiento, apenas hace dos días comenzaron a aparecer algunas menciones en los medios televisivos. Es en su Bayamo natal donde mantienen siempre viva su memoria y un evento dedicado al estudio de su figura histórica en esa ciudad centrará la evocación nacional.

Aguilera fue uno de los hombres que hicieron posible la primera revolución, la larga guerra de diez terribles años, de 1868 a 1878, que sirvió de crisol a la nación cubana y a la que aportó su riqueza y prestigio. La vocación rebelde de Aguilera surgiómucho antes de 1868, pues existen investigaciones que lo vinculan a los elementos más revolucionarios del oriente cubano desde la década anterior. Él formó parte de un grupo de barones de la clase oligárquica criolla que conspiraron sistemáticamente, a partir de 1851, en espera de las condiciones más propicias para efectuar el levantamiento. 

Cuando se arribó a la década siguiente, la situación de convivencia en la Isla entre el poder colonial y los cubanos con ideas de independencia llegó a un punto de quiebre. La ruptura era inminente. En la etapa conspirativa surgida en 1867, Aguilera, a pesar de ser nombrado Jefe del Comité Revolucionario de Bayamo, uno de las fuentes surtidoras fundamentales de la revolución y llegado el momento inaplazable del alzamiento, aceptó la jefatura de Céspedes por considerar a su amigo y coterráneo mucho más capacitado que él para el liderazgo. Lo secundó con total conciencia de lo que hacía. Fue un gesto noble y de entrega a la causa. Después, algunos historiadores intentaron una reescritura de la historia en la que se desplegaron tramas de intrigas y envidias de las que, creo en lo personal, aquellos hombres estuvieron muy distantes, aunque, ciertamente, las condiciones de un país nuevo que eclosiona hizo que las diferencias de criterios se volvieran a veces irreconciliables dentro de la vanguardia patriótica. Cuando Aguilera entró en la conspiración representó un apoyo invaluable para la causa independentista. Después, los hechos decantaron a los hombres de mayor empuje y determinación y Carlos Manuel de Céspedes se alzó con el liderazgo oriental. Lo más probable es que, (y ya esto entra en el plano especulativo, pero hay muchos estudiosos que coinciden en ello), si se hubiesen seguido los planes de Aguilera para producir el levantamiento de 1868, este hubiese sido cortado de raíz por las autoridades coloniales, ya impuestas de la conspiración y que se aprestaban a liquidarla. Se precisó de la audacia y determinación de Céspedes, los manzanilleros y tuneros para que la insurrección cobrara vida.

En realidad, la trayectoria patriótica de Aguilera es tan limpia como la de cualquiera de los otros fundadores de nuestra República en Armas y no requiere de arreglos cosméticos deformadores. Aguilera fue de los hombres que habían asumido las ideas del liberalismo más radical y el republicanismo más emancipador de su época. Esa combinación ideológica, proyectada sobre los males de la situación de la Isla provocados por el sistema colonial español, daban como resultado las actitudes revolucionarias de los patriotas. Él fue, sin discusión,uno de los patricios que dieron comienzo a nuestro batallar independentista y, en ese afán, lo entregó todo sin vacilar. Si de sacrificios personales se habla, Aguilera fue uno de los que más sacrificó en aquella guerra.

Nacido en familia rica, perteneciente a la oligarquía bayamesa, los Aguilera-Tamayo, eran de las familias más solventes de la mitad oriental de la Isla, sino la más poderosa económicamente hablando. Medio millar de esclavos, haciendas ganaderas, fincas, ingenios y otras propiedades engrosaban las arcas familiares. Educado en las mejores escuelas cubanas y de Estados Unidos, Aguilera recorrió el poderoso vecino norteño y varios países europeos, una vez graduado de abogado, donde conoció las sociedades más avanzadas de entonces; la comparación de estas con la retrógrada colonia donde vivía era desoladora y, como tantos otros de los líderes del levantamiento, sabía muy bien que España y su sistema de plantaciones y sociedad sometida a un poder omnímodo, tenían que ser lanzados de Cuba si los cubanos querían acceder a la modernidad. 

Comenzada la contienda, Aguilera no estuvo presente en Guáimaro (a pesar de la brillante crónica de Martí sobre la mítica Asamblea Constituyente que lo coloca en el lugar) por encontrarse enfermo; no obstante, Céspedes lo nombró Secretario de la Guerra, primero, y después al frente de las fuerzas libertadoras en la región oriental, pero todos los estudiosos y contemporáneos coinciden en que no poseyó dotes de jefe militar. La Cámara de Representantes, cuando comenzó a planear la deposición de Céspedes lo nombró en el cargo de vicepresidente, creado especialmente para él. 

En 1871, se le encomendó por el presidente de la República en Armas encabezar la Agencia General (diplomática) de la República en Armas en Estados Unidos, de conjunto con Ramón Céspedes. Allí y en otros países a los que acudió para encontrar recursos con vistas a armar expediciones, Aguilera desarrolló una labor febril, más no pudo cumplimentar esa tarea satisfactoriamente, al menos con los resultados esperados; las divisiones en la emigración cubana, en particular en los Estados Unidos, fueron un valladar infranqueable para la causa. Tampoco pudo hacer mucho por obtener el reconocimiento de la beligerancia de los cubanos por el gobierno de los Estados Unidos, asunto que obviamente se escapaba de sus posibilidades. Sin embargo, Aguilera fue un incansablediplomático y un hombre que vivió en condiciones económicas paupérrimas durante su encomienda como embajador. 

Aguilera gozó de un prestigio enorme e indiscutido en todo momento entre los patriotas y aunque finalmente se complotó con Salvador Cisneros Betancourt y los demás rivales de Céspedes y dio el visto bueno para privar al hombre del 10 de octubre de la presidencia de la República en Armas, con lo que dieron inconscientemente un golpe mortal a la revolución (desde luego que ellos pensaron obtener el efecto inverso), fue siempre un digno mambí. José Martí le llamó “el millonario heroico, el caballero intachable, el padre de la República…”.  Otros juicios elogiosos fueron expresados en distintos momentos por sus compañeros de la dirección patriótica.

Después de seis años batallando en la emigración, murió en Nueva York, enfermo de cáncer de laringe y pobre.  De él pudiera decirse lo mismo que expresó Cintio Vitier sobre Carlos Manuel de Céspedes: que había impuesto la condición sacrificial como elemento inherente a la lucha por la libertad. Sin dudas, Francisco Vicente Aguilera formó parte del ethos patriótico que condicionó las ulteriores batallas independentistas. Rindo tributo en su bicentenario a este padre fundador de nuestra nación.


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