“El humor es un asunto no bien tratado en ninguna latitud, no constituye un fenómeno exclusivo de Cuba. Ha sido subvalorado y menospreciado a todo lo largo de la historia y, a la vez, ha sido y es inherente a cada grupo social. El humor posee una característica primordial y esta radica en su carácter local, lo cual no es óbice para que grandes humoristas de muy alto nivel sean apreciados en cualquier latitud.
“Tenemos los ejemplos de Buster Keaton, Charles Chaplin, Les Luthiers…ejemplos todos de un humor universal pero que parten de situaciones locales que se universalizan. Cuba no es la excepción. Si en nuestro país en un momento determinado se vulgarizó el humor, esto fue un fenómeno que afortunadamente ya se está superando. En estos momentos existe un mayor cuidado en las puestas escénicas —en especial, el humor escénico—, mientras que el humor literario ha mantenido (más o menos) un nivel estable, partiendo por supuesto de sus grandes estrellas: Eladio Secades, Marcos Behmaras, Héctor Zumbado (como ejemplo de la Meca contemporánea) … Reitero, el humor literario ha mantenido un nivel más o menos estable, a pesar de que no siempre haya sido reconocido en toda su magnitud. Cuando en ocasiones se habla de escritor humorístico, viene a la mente de algunos una especie de segundo escalón, y no es así. Existen varios humoristas como Kike Quiñones, Jorge Bacallao, JAPE… Esta es una batalla en la cual nos encontramos enfrascados varias personas para tratar y no en específico de dignificar el humor —este se dignifica solo—, sino en tratar de dignificar a los hacedores del humor (…) Para ello contamos también con el evento teórico Aquelarre, que se lleva a cabo todos los años en nuestro país, con la conducción del Centro Promotor del Humor (CPH), el que crece cada vez más en profundidad, en diversidad y en participación de estudiosos.”.
Lo anterior son fragmentos de una entrevista concedida a esta periodista (27-X-2016), por la reconocida escritora Laidi Fernández de Juan, publicada en el periódico digital Cubarte, a la que hago referencia por su vigencia actual, y por lo que verdaderamente atesora para nuestra Cultura nacional el enorme caudal de actores y actrices del arte de las tablas.
Es el caso de Francisco Covarrubias (La Habana, 5 de octubre de 1775/ La Habana, 22 de junio de 1850), actor y dramaturgo cubano del siglo XIX, conocido como el Padre del Teatro Cubano. Fue autor de más de veinte obras costumbristas cubanas, y de una notable personalidad por su participación en los inicios del teatro musical de nuestro país.
Crónicas de la época afirman que Covarrubias recibió una esmerada educación desde muy niño. Estudio latín, filosofía, cirugía y anatomía, e incluso, llegó a trabajar como médico en un ingenio azucarero, pero, finalmente, decidió renunciar a esa actividad para llegar a convertirse con el tiempo en un popular artista de las tablas, y a la vez considerarse como el creador del teatro cubano. Carrera que sólo concluyera en 1847 con su retiro oficial, y su fallecimiento pocos años después, el 22 de junio de 1850.
Arquímides Pous, genial actor del Teatro cubano, representando al Negrito, personaje creado por Covarrubias, símbolo por excelencia del género vernáculo cubano.
Según investigadores, Covarrubias comenzó a escribir sus propias obras a partir de 1810. Dotado de un refinado sentido del humor, supo ganarse el afecto y aplauso del público, a partir de perspicaces y divertidas historias repletas de sátira muy cubana incluidas en décimas y canciones, al igual que en forma de parodias sainetes y entremeses españoles.
Escribió piezas de teatro como: Las tertulias de La Habana (1814), La feria de Carraguao (1815), Esto sí que es chasco (1818), El tío Bartolo y la tía Catana (1820).
En su Breve historia del teatro cubano, el crítico de teatro Rine Leal significó que:
“A Covarrubias debemos la fundación de un teatro de absoluta ascendencia nacional. Concibió la figura del Negrito, inaugurada probablemente en 1812 (…), personaje negro representado por actores blancos para público blanco, actuando en español o en bozal (el idioma parodiado) y, por supuesto, mostrando el punto de vista de la cultura esclavista (…)Transmutó de entremeses, sainetes, zarzuelas y tonadillas propias del teatro ligero español, personajes que sustituyó por tipos populares (guajiros, monteros, carretoneros, peones, entre otros), quienes encarnaron el choteo y lo populachero, un poco para intentar aproximarse al donaire del ser cubano”.
Este comediante y músico de cada una de sus piezas, conquistó significativo auge hasta la década del cuarenta del siglo XIX, en que su éxito decayó y se dedicó solo a la escritura.
Sin lugar a dudas que el mérito mayor de Covarrubias radica en que, a lo largo de su carrera artística supo desarrollar una obra auténtica y personal, la cual sentó las bases del teatro vernáculo. Intelectuales del relieve de Alejo Carpentier intuyeron alguna relación entre aquella y los inicios del teatro musical en la Mayor de las Antillas, además de destacar que: “Francisco Covarrubias, el caricato habanero, fue uno de los principales responsables de la aclimatación y modificación de géneros que habían perdido todo su auge en la Península, construyendo con sus elementos vitales el teatro típico criollo”.
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