¿Se ha valorado alguna vez en toda su magnitud el efecto potenciador de valores que ejerce el exilio en los hombres excepcionales? ¿Cómo genera en ellos más pasión por la lucha, más acción sin desmayo y claridad de perspectivas?
Será el Bolívar de Jamaica que no tiene cómo pagar el cuarto de una precaria pensión, lo que no impide que asuma una nítida concepción del universo americano. Nunca vencido, sus días del destierro lo fortalecen; le hacen latir con fuego anticipado el trepidar de las armas futuras de Boyacá, Carabobo, Pichincha, por el que ha de irrumpir la libertad de un continente.
Será el Juárez que arriba desterrado a Cuba en 1853, año mismo en que nace José Martí. Y no tiene a veces para un bocado de pan y trabaja de tabaquero por unos pocos centavos, pero arde en los planes que lo han de llevar contra la tiranía de Santa-Anna cuando regrese a su tierra en 1855, un siglo antes de que Fidel Castro busque refugio preparador en ella. Para entonces habrá madurado en Juárez el talento singular con el que podrá enfrentar y derrotar al imperio francés que pretendería hollarle la patria.
¿No es la amargura del exilio que abarcará veinticuatro de los cuarenta y dos años de su vida donde se integra y amasa en lúcida pobreza el genio formidable de José Martí, cúspide de la América nuestra del XIX, que ve, el primero en la huella de Bolívar, la necesidad de la unión de los pueblos del Bravo a la Patagonia, para contener el afán depredador del “Norte revuelto y brutal que los desprecia”?
¿Y dónde estaba crecido y creciendo nuestro Julio Antonio Mella cuando pletórico de internacionalismo es asesinado en el año 1929? ¿Y hacia dónde iba nuestro Antonio Guiteras cuando cae con el proyecto antimperialista de su Joven América en el 1935 de la primera tiranía batistiana?
La tarde del viernes 7 de julio de 1955 toca tierra en el aeropuerto de Mérida la aeronave que cubría el vuelo 566 de Mexicana de Aviación procedente de La Habana. Para aquel hombre alto, de muy usado traje azul que un mes después cumpliría 29 años de edad, que ahora baja la escalerilla con paso firme y la mirada escrutadora, con una maleta corriente y menos ropas que libros, comenzaban los días del exilio.
Llega Fidel Castro Ruz de esa manera por primera vez a la tierra de Juárez, a la que ochenta años antes, el 8 de febrero de 1875, había arribado José Martí con sus quemantes sueños de libertad.
Difícil explicarles cuán amargo ha sido para mi persona el paso necesario y útil de salir de Cuba. Casi lloré al tomar el avión, escribe Fidel el 14 de julio a sus compañeros de la Dirección del Movimiento Revolucionario 26 de Julio desde Ciudad México, siete días después de su partida. La escala en Mérida fue breve. Únicamente el tiempo para tomar el siguiente avión que lo lleva a Veracruz rumbo suroeste sobre el golfo de Campeche.
El estado de ánimo –nunca lo individual predominando sobre la obligación social- no impide en Veracruz el abrazo al escultor cubano Manuel Fidalgo y las orientaciones a éste a fin de establecer contacto epistolar con los emigrados de Tampa y Nueva York para ir ganando esos núcleos de cubanos a nuestra causa.
El 10 de julio ya Fidel arriba en ómnibus a Ciudad México. Me reuní la primera noche con Raúl [Castro] y dos o tres cubanos de confianza en casa de una cubana residente en esta desde hace años y que ha sido una verdadera madre para los del Moncada en los días de frío y hambre, detalla en esa misma carta en la que resalta el significado de la ayuda que María Antonia González prestaba a los compatriotas.
Trazamos un pequeño plan de trabajo que comprende desde el modo rápido de obtener noticias de Cuba, hasta el modo de llegar a personalidades influyentes en este país, cuya amistad y simpatías pueden ser útiles, sigue diciendo, y agrega: Con los demás cubanos de distintas militancias, que son escasos, vamos haciendo contacto poco a poco, recibiendo de todos magnífica acogida. Hay otros cubanos residentes en ésta hace largo tiempo de cuyas simpatías estamos informados, que tienen relaciones y recursos y con los cuales nos iremos relacionando más adelante.
Cuando pueda reconstruirse con todo detalle el capítulo del agónico exilio revolucionario de entonces se comprenderá con cuánta abnegación y sacrificios se pavimentó el camino hacia la victoria. Aparecerán en esa historia las noches con hambre y sin almohada, mientras en la palabra y en la acción no cesaba el magisterio vehemente que vence dificultades y suma para la causa por la que se combate en representación del pueblo.
¿Cómo se imaginarán los demás que es esta vida?, escribe el 28 de julio de 1955 en carta en la que apremia información de los compañeros de la dirección del Movimiento, de los que carecía de noticias. Es triste, solitaria, dura. Parece que lo destruyen a uno en mil pedazos cuando lo alejan de la patria a la que sólo se puede volver honrosamente, o no volver nunca más. Sería necesario comprender toda la firmeza de esta decisión para juzgar nuestro ánimo. Yo ando recogiendo todavía los pedazos de mis sentimientos personales que son los de un hombre que por dignidad, ideal y deber todo lo ha renunciado en esta vida.
En la misiva del 14 de julio había dado detalles sobre sus primeros días en el Distrito Federal:
Vivo en un pequeño cuartito y el tiempo que dispongo libre lo dedico a leer y estudiar. Ahora estoy documentándome sobre el proceso revolucionario de México bajo la dirección de Lázaro Cárdenas. Más adelante pienso redactar el programa revolucionario completo que vamos a presentar al país en forma de folleto que puede ser impreso en ésta e introducido clandestinamente en Cuba. Lo enviaría con anterioridad a ustedes para que lo discutiesen aunque espero que para esa oportunidad algunos de ustedes estén en ésta.
Durante aquellas primeras semanas Fidel se hospeda en una habitación interior en un hotel de ínfima categoría. Allí enferma de gripe y, sin atención médica, mantiene todo el tiempo febricitante actividad, visitando a personas en labor de captación para sus proyectos, escribiendo constantemente hacia Cuba con esos mismos fines. Para almorzar y comer tenía que desplazarse obligadamente desde donde estuviera hasta la casa de María Antonia, en la zona antigua de la capital mexicana.
En general, no iba a sobrepasar los ochenta pesos de ingresos mensuales, que su hermana Lidia y algunos compañeros y amigos acopiarían cada mes para enviarle, y que, como es lógico deducir, se irían en una buena proporción en ayudar a los demás exiliados y en los gastos para la propaganda que iniciaba y las comunicaciones de correos con Cuba.
Al salir de Cuba había dejado escrito: Volveremos cuando podamos traerle a nuestro pueblo la libertad y el derecho a vivir decorosamente, sin despotismo y sin hambre. Y volvería. Así lo repite en el bosque de Chapultepec el 26 de julio de 1955, en acto conmemorativo del segundo aniversario del asalto al Moncada, ante un grupo de exiliados latinoamericanos; entre ellos, un joven médico argentino llamado Ernesto Guevara de la Serna, a quien Raúl le presentó días antes en el apartamento de María Antonia. La identidad fue absoluta, instantánea:
(...) Charlé con Fidel toda una noche y, al amanecer, ya era el médico de su futura expedición. En realidad, después de la experiencia vivida a través de mis caminatas por toda Latinoamérica, y del remate de Guatemala no hacía falta mucho para incitarme a entrar en cualquier revolución contra un tirano, pero Fidel me impresionó como un hombre extraordinario. Las cosas más imposibles eran las que encaraba y resolvía. Tenía fe excepcional en que una vez que saliese hacia Cuba iba a llegar, que una vez llegado iba a pelear y que peleando iba a ganar. [1]
La mutua empatía fue instantánea, absoluta:
(...) En una noche -como él cuenta en sus narraciones- se convirtió en un futuro expedicionario del Granma. Pero en aquel entonces aquella expedición no tenía ni barco, ni armas ni tropas. Y fue así como, junto con Raúl, el Che integró el grupo de los dos primeros de la lista del Granma.
Che era una de esas personas a quien todos le tomaban afecto inmediatamente, por su sencillez, por su carácter, por su naturalidad, por su compañerismo, por su personalidad, por su originalidad, aun cuando todavía no se le conocían las demás singulares virtudes que lo caracterizaron.
(...) Para un hombre como él no eran necesarios muchos argumentos. Le bastaba saber que Cuba vivía en una situación similar, le bastaba saber que había hombres decididos a combatir con las armas en la mano esa situación, le bastaba saber que aquellos hombres estaban inspirados en sentimientos genuinamente revolucionarios y patrióticos. Y eso era más que suficiente." [2]
El día primero de agosto de 1955 recibe Fidel la primera carta de la dirección del Movimiento en Cuba. En su contestación del día 2 aparece este fragmento que permite ampliar la imagen de su situación:
Aunque son ya en este instante las 4 y 5 de la mañana, todavía continúo escribiendo. ¡No se sabe cuántas páginas llevo ya en total! Tengo que entregarlas a la portadora a las ocho a.m. No tengo despertador, si me duermo perdería el correo: no me acostaré pues. Inmediatamente [voy a] ponerme a escribir los demás documentos que salen a fines de semana. Tengo catarro con tos y me duele todo el cuerpo. Carezco de tabacos y buena falta me hacen. Este es el cuadro en breves líneas.
En este otro fragmento, muestra una asombrosa confianza en sí mismo y deslumbrante visión de futuro:
Miren: yo tengo una gran fe; pero no es una fe religiosa, sino racional y lógica, porque en esta hora de tremenda confusión, somos los únicos que tenemos una línea, un programa y una meta. ¡Y decisión para alcanzarla o morir en el empeño! Pienso pronto dedicarme a la redacción de nuestro programa completo y someterlo a la consideración de ustedes. Será como un mensaje de esperanza en un mundo mejor al pueblo de Cuba y una promesa de buscarlo con nuestra vida y nuestra sangre.
La lejanía de la patria sojuzgada no sería en Fidel la amargura de un exilio que rompe en impotente llanto. Él mismo lo anunciaría tres meses después de partir, en su discurso antiimperialista del 9 de octubre ante el monumento a Martí en ciudad México, como lo había hecho tan solo una semana después de su salida, el 14 de julio:
Me abstuve por eso en absoluto de hacer declaraciones públicas a mi llegada. Además me lo impide el pudor. No hay derecho a llorar en ningún lugar del mundo las penas de Cuba mientras haya un cubano que pueda tomar un rifle para remediarlas. «¿Y qué hacen los cubanos?», nos podrán preguntar los mexicanos si les hablásemos de nuestra bochornosa situación política. ¡Como si fueran pocos los problemas de ellos! En el más infortunado de los casos, de nosotros podrá decirse el día de mañana que supimos morir ante un imposible, pero nunca que se nos vio llorar de impotencia.
Nunca se le vería llorar de impotencia, porque aquella pasión por la libertad se animaba en fervorosa acción tras un sagrado compromiso con el pueblo; compromiso que una y otra vez reafirmaría como en su carta del 2 de agosto a sus compañeros de La Habana. He aquí el hermoso segmento que encierra el sencillo secreto que señaló a nuestro pueblo el camino de la revolución:
Mi tarea en esta pienso llevarla a cabo cabalmente. No me refiero en este caso a la de escribir cartas y manifiestos desde este solitario cuartito, sino a la otra no menos importante. Estoy optimista de lo que llevo hecho, sencilla y discretamente. Considero tan importante y delicado lo de afuera, que soporto con resignación la amargura de esta ausencia y convierto toda mi pena en impulso, en deseo ardiente de verme peleando cuanto antes en la tierra cubana. Vuelvo a reiterar mi promesa que si lo que anhelamos no fuera posible, si nos quedáramos solos, me verían llegar en bote, a una playa cualquiera, con un fusil en la mano.
[1] Ernesto Guevara de la Serna, en entrevista efectuada por Jorge Ricardo Masseti en la Sierra Maestra en abril de 1958, reproducida con el título: "Che en Guatemala", diario Granma, La Habana, octubre 16 de 1967.
[2] Fidel Castro Ruz: "Discurso pronunciado en la noche del 18 de octubre de 1967", diario Granma, La Habana, octubre 19 de 1967.
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