En uno que otro texto he reiterado la idea acerca de que nadie que sea un estudioso del acontecer musical cubano de los últimos años podría ignorar el buen momento que en la actualidad vive el jazz hecho por nuestros compatriotas, tanto en el país como en el seno de la diáspora, y a lo cual ha contribuido de modo especial la celebración del festival Jazz Plaza, organizado inicialmente por una modesta institución cultural de un municipio de La Habana y, más recientemente, del concurso Jo-jazz, evento competitivo creado a fines del decenio de los 90 para jóvenes jazzistas, que optan por los galardones en las categorías de interpretación y de composición.
Lo antes expuesto pudo ser comprobado durante el pasado mes de agosto, cuando destacados jazzistas cubanos se presentaron en la sala Federico García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, como parte de un ciclo de conciertos de primer nivel artístico en esa institución cultural.
Esta feliz iniciativa estival estuvo organizada por el Instituto Cubano de la Música (con el apoyo del Ministerio de Cultura y del Consejo Nacional de las Artes Escénicas) y abarcó actuaciones de Chucho Valdés, Alejandro Falcón, Gonzalo Rubalcaba, la familia López-Nussa y varios instrumentistas de respaldo de alta valía.
La idea de llevar el lenguaje jazzístico en varias presentaciones a la sala García Lorca puede asumirse como parte del eco o fruto de lo que fueron en Cuba las celebraciones por el Día Internacional del Jazz el pasado 30 de abril, festividad que también tuviese como sede central al Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
Desde la función inaugural del ciclo, protagonizada por Chucho Valdés y comenzada con la interpretación de la pieza In walked Bud, sentido homenaje que el notable Thelonious Monk le dedicase a ese gigante del jazz que es Bud Powell, hasta el cierre de la jornada el sábado 26, con una sabrosa conga, expresión de la cubanía que signa el accionar de la familia López-Nussa, disfrutamos en conjunto de riquísimas entregas, en las que cada participante dejó muestras de ser dueño de una personalidad bien definida y donde, una vez más, quedó claro que el jazz registra posibilidades infinitas de desarrollo para intérpretes imaginativos.
El ciclo de conciertos permite formular varias conclusiones. En primer lugar, se verifica lo falso de la idea de que el jazz es música para públicos reducidos. Todas estas funciones contaron con una formidable asistencia, no solo de músicos sino además de personas de diferente naturaleza e intenciones, pero con la condición de ser amantes del jazz. Ello corrobora que si en algunos espacios nocturnos habaneros donde se toca este género apenas hay presencia de nacionales y mayoritariamente los que concurren son extranjeros, obedece a los precios prohibitivos de tales locales para el cubano de a pie (¡la entrada llega a costar hasta 10 CUC!).
En segundo orden, y en relación con lo del público asistente a las funciones, se comprueba lo acertado de diseñar una campaña promocional que abarque los diferentes medios de comunicación. La televisión, la radio, la prensa escrita y la digital se hicieron eco del anuncio de estos conciertos. Es válido señalar que faltó el correcto seguimiento de lo acaecido y así, hubo presentaciones muy reseñadas, mientras que de otras no se habló o se hizo en escasa cuantía. Ello es una alerta para los organizadores, a fin de que en proyectos venideros encarguen previamente trabajos que dejen testimonio de lo ocurrido.
Una tercera conclusión tiene que ver con el hecho de que es asombroso que en un país donde no hay conservatorios en los que estudiar jazz y las posibilidades de tocar no son lo suficiente que deberían ser, se haya alcanzado el nivel cualitativo que hoy evidencia la práctica del género entre nosotros. En tal sentido, sobresale lo registrado en un instrumento como el piano, en el que en la actualidad se distinguen a las claras varias líneas estilísticas al asumir lo jazzístico, y la vivificante influencia de la música académica, como se puso de manifiesto en la jornada de agosto.
Por último, una cuarta conclusión se desprende del hecho de que en estas funciones participen en, en igual condición, tanto artistas residentes en Cuba como otros que son miembros de la diáspora, muestra de la madurez que en dicho sentido se va alcanzando. Con ello me ratifiqué en la idea de que el jazz del futuro cercano hecho por compatriotas, lo más probable es que tienda a ser transnacional, multicultural y cosmopolita.
Sucede que la obra de estos creadores habla de una avidez esencial por los sonidos, esa que no se detiene a pedir pasaportes, sino que digiere cuanto tengan de valioso para nutrir las ideas que asedian a los verdaderos artistas, protagonistas de una Cuba que —como nunca antes en nuestra historia— hoy se desborda de sus fronteras insulares, con lo que la extraterritorialidad cubana vive un momento de consagración.
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