A las celebraciones, este año, del centenario por el nacimiento de Samuel Feijóo (1914- 1992) se ha unido el estreno del documental La Isla y los signos de Raydel Araoz, premiado en la cuarta edición del Concurso para Proyectos Documentales del Programa de Fomento a la Producción y Teledifusión del Documental Latinoamericano – DOCTV Latinoamérica.
Desde mi punto de vista, pocas veces el documental nacional ha alcanzado un vuelo imaginativo tan alto, en su intención de reflejar la trayectoria vital y creativa de una figura de la cultura cubana. Tópico, este último, bastante al uso en los últimos años, durante los cuales han estado presentes en nuestras pantallas una buena cantidad de obras que han tenido como centro el rescate de personalidades culturales, casi siempre amparados, en su desarrollo narrativo, por los testimonios de la propia figura abordada y/o de otras personas que tuvieron algún contacto o relación con ellas. Todo esto rellenado por imágenes generalmente redundantes de lo que estamos escuchando y que solo funcionan como ratificación de lo expuesto por los seres seleccionados para armar, con sus voces, las historias de vida o un suceso específico. Al final, el producto no trasciende su carácter de registro, y por tanto no alcanza la holgura creativa que permite llamarlo documental.
La Isla y los signos se aparta de este grupo y aunque emplea la entrevista como soporte para reconstruir el itinerario existencial e intelectual de Feijóo, su empaque visual se apodera del universo creativo de este etnólogo, poeta, narrador y ensayista radicado en las provincias centrales de Cuba, para traducirlo en un nuevo mundo donde sus preceptos ontológicos toman una existencia diferente, gracias al poder imaginativo de sus realizadores.
Desde los créditos iniciales, con la aparición del pez mecánico-monociclo animado que se mueve como un eje narrativo a lo largo de todo el texto, unas veces como un narrador omnisciente, otras como el propio personaje centro de la obra, sabemos que nos acercaremos al trabajo de Feijóo de una forma diferente.
Araoz empleó la riqueza tipográfica de las revistas fundadas por él: Islas y Signos, recreó el imaginario que la ecología de las montañas centrales provocó en este hombre de las letras cubanas, y se apropió de las tendencias literarias de vanguardia de los años sesenta presentes en su obra para armar su relato, en el cual los elementos que he mencionado más arriba no se suceden uno tras el otro, sino al unísono.
Este estilo de narrar del documental pone ante nuestros ojos una información multilateral, en la cual tenemos que emplear más de una capacidad cognitiva para captar todo lo que está aconteciendo en la pantalla, ya que —por ejemplo— al mismo tiempo que escuchamos un narrador en off, existe dentro del propio encuadre una información colocada como grafía, escritura, que agrega datos al conocimiento biográfico del personaje. Este multidiscurso le permite a Raydel Araoz transitar, de forma ágil, por la existencia de su personaje, sin dejar olvidado casi ningún elemento de su rica trayectoria intelectual.
El recorrido por la existencia de Samuel Feijóo está concebido, desde lo narrativo, a partir de dos puntos de giro asociados con dos momentos de “muerte”, supeditados a problemas mentales. Como bien señala el filme, la primera muerte fue seguida por una resurrección que lo instauró en la cultura cubana, mientras la segunda lo apartó de ella y lo llevó a su desaparición física. Esta relación sui generis del ser creativo con su psiquis, es reforzado por todo el mundo visual, anclado en la búsqueda de una iconografía remitente a lo surreal.
De este juego creativo no escapan sus entrevistados, casi todos colocados en espacios escenográficos imaginados, que si han sido concebidos como reales, objetivos, de pronto, son convertidos en dibujos animados y visitados por las alimañas nacidas de su fantasía o de las personas que nucleó a su alrededor. Seres, por cierto, que interactúan con cualquier objeto colocado dentro del cuadro.
Por lo tanto, tan interesado está Araoz por mostrarnos el ser humano contradictorio, creativo, “incómodo” para algunas personas, como tratar de explicar la relación creación-mente en la obra feijosiana.
Pero estos no son los únicos recursos expresivos concebidos para La Isla y los signos. Sus realizadores también apelaron a la dramatización, creando diferentes Feijóos (adolescente, joven, viejo) que se mueven en ese universo ficticio, o de otros personajes como es el caso del prestidigitador Pailock, colocado en un momento importante de la historia, coincidente con un cambio importante en el contexto socio-político cubano: la década de los setenta y, en especial, su primer lustro, iniciado con el Congreso Nacional de Educación y Cultura (1971), un evento que marcó un retraso en el pensamiento artístico nacional.
La concepción composicional de la imagen agrega otra transtextualidad al documental. Esta vez, la presencia de las vanguardias cinematográficas. En particular, la expresionista: Pailock se convierte en una especie de Dr. Caligari u otros sucedáneos, que han llenado las pantallas universales, como mensajeros o monstruos anunciadores, de forma explícita o no, de transformaciones sociales.
Dentro de este desborde creativo hay una ruptura en el estilo narrativo, libre de todo el juego imaginativo e intertextual con que se venía desarrollando. Es un regreso a las montañas, primero a través del trabajo comunitario que realiza el grupo Teatro de los Elementos. Por medio de una entrevista a Juan Carlos Valladares, actor del colectivo dramático, el documental se aparta de lo hecho por Feijóo, para analizar la repercusión de los cambios socio-culturales en el entorno que le sirvió de objeto de investigación y materia de inspiración. La entrevista, más específicamente, se centra en las consecuencias que han producido diferentes medidas tomadas de forma exógena sobre esa región, ilustradas con imágenes que refuerzan lo que dice el entrevistado, mediante un contrapunteo visual dentro de la composición de cada cuadro, en los cuales la actitud de los seres humanos y las construcciones que avalan las modificaciones que se han operado en el hábitat de la montaña entran en una sutil contradicción, pues frente a la homogeneidad de las edificaciones y su colocación sin tener en cuenta su inserción en el ambiente, están las actitudes de los habitantes, casi siempre ajenas o en posiciones de inercia, como desarraigados.
Esta introspección en las lomas abarca el acercamiento que el filme hace a dos familias habitantes de una especie de isla dentro de las montañas. Ambas cuentan parte de su experiencia y avatares para la subsistencia. En esta secuencia, la cámara funciona como observadora, se independiza de los sujetos entrevistados y deambula por el paraje de forma independiente: puede estarse moviendo por dentro del bohío, a espaldas de sus habitantes, o mostrándonos la rústica belleza de la luz filtrada por los techos deteriorados.
La solución, para engarzar estos dos fragmentos dentro del estilo general de la obra documental, la encuentran los realizadores al convertir el paisaje en dibujo y regresar a una reconstrucción de lo que podría ser una de las páginas de Islas. De este modo, este capítulo con aires etnográficos, podría formar parte de las preocupaciones de Feijóo, como un epílogo sobre la suerte de ese espacio natural desde donde sacó tanta sabiduría.
Con esa sensación de decadente transformación que se ha estado originando en lo ecológico, sigue la historia de los últimos años de Samuel Feijóo. Es —como escribí más arriba— su segunda muerte.
Pero Raydel Araoz no quiere cerrar en un tono melodramático y construye, mediante una dramatización, llena de los artilugios animados y escenográficos empleados a lo largo de su filme, la fábula de los diez hijos y la inmortalidad. Y cuando el viejo actor (personificación de Feijóo) rompe la pantalla/página y nos dice que todo ha sido mentira, la nieta, quien lo ha acompañado y conducido por el universo ficticio del cuento, le confiesa al oído su sueño, y conocemos que es la prolongación del que acabamos de ver/leer con la imagen de Juan Quinquín, encarnado por Julito Martínez, en el filme dirigido por Julio García-Espinosa: Las aventuras de Juan Quinquín (1967). La moraleja queda clara: nuestra obra siempre nos trasciende.
No quiero terminar este comentario sin destacar un elemento discursivo que le ha aportado una buena parte de su alcance emotivo-comunicativo. Me refiero a la música compuesta por Denis Peralta, la cual recrea un tono nostálgico en este homenaje audiovisual a la figura de Feijóo, sin perder los matices necesarios para acompañar a la imagen y el relato de una vida y una obra que transitó de una manera muy especial, casi mítica, por la cultura cubana.
La Isla y los signos demuestra la utilidad de la entrevista y el testimonio para el género documental, cuando los realizadores tienen claro lo que desean alcanzar desde el punto de vista estético.
Pocos homenajes a figuras intelectuales nacionales han tenido el lujo de verse acompañadas con una obra audiovisual de tan alto calibre, y la selección del proyecto dentro de DOCTV Latinoamérica fue, sin dudas, una de las mejores de este esfuerzo por difundir nuestro imaginario por todo el continente.
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