“El teatro no puede desaparecer porque es el único arte
donde la humanidad se enfrenta a sí misma”
Arthur Miller
Acaba de concluir la decimonovena edición del Festival Nacional de Teatro (FNT) y por las evidencias publicitadas, el eslogan fundacional de “la mejor plaza para el mejor teatro”, parecería seguir siendo el pulso que moviliza a Camagüey. Los públicos repletando las salas, es el mejor de los triunfos en estos tiempos. Ver cómo el arte teatral y las teatralidades más diversas logran insuflar disfrute, gozo, abstracción y hasta fascinación, es restituirle al Teatro su esencia popular, comunal y participativa que le viene por heredad repetida, quizás ahora atemperada a los tiempos que corren. Como suerte de teatro-espíritu que se propone, tal vez no desenrollar una historia, sino levantar una imagen, la poderosa imagen del persistir y la existencia misma.
Entonces rememoré que veinte años atrás, allí en Camagüey, un singular espectáculo santiaguero Ayé N’ Fumbi (“Mundo de muertos”), de Fátima Patterson y su Estudio Teatral Macubá, se desenvolvía a través de su amalgamado conjunto de imágenes. Y ahora, según la información circulada, en Camagüey 2024 volvían a converger tantos modos distintos de asumir lo teatral como especie de estallido en el esplendor poético de directoras y directores teatrales, de generaciones y estéticas, igualmente variadas. Actrices, actores, clowns, titiriteras y titiriteros, afines y distintos; el volver sobre los oportunos encuentros con la crítica y fórums temáticos, los homenajes a consagrados y noveles; también se lamentaron ausencias de propuestas y figuras que no estuvieron en la 19 agenda y que no dejan de ser termómetro del momento. Con todo y más, el reunirse alrededor del Arte que hace felices a los demás, es ocupación necesaria.
Y así, celebrar cuánto puede el teatro entre sus raras alquimias, permitir ir y venir a través del tiempo y de los espacios del presente. Aun resistiendo las trampas del embuste y el simulacro que pudiera pensarse detrás de la mascarada y el rito casi ditirámbico a que nos conmina la escena hoy, insistir en el acto travestí, ampuloso, procaz, bellaco e inconmensurable de ser en vida representación de la memoria, es ya oportuna apuesta. Capacidad casi privilegiada del teatro como zona de resistencia, de re-existencia, porfías y esperanzas.
Al revisar la programación de FNT 2024 y encontrarme con De Molière y otros demonios, de Estudio Teatral Macubá, bajo la dirección y actuación de la Premio Nacional de Teatro Fátima Patterson, es recordatorio de ese camino labrado por la maestra y sus discípulos en los más de treinta años del colectivo. En esta puesta, suerte de teatro total, Fátima y su troupe, logran en abstracción y sustrato, realizar una elipsis derivada de lo que Deleuze llamaría “un manifiesto menos”. Sí, como si el entramado global de la puesta fuera un ensayo crítico que en sí mismo se torna pieza de teatro. Creería que Fátima y su equipo concibieron esta relación entre el teatro y su crítica, entre la “obra originaria” y la “obra derivada”, como estrategia similar a la enhebrada para aquel Mundo de muertos que tanto nos inquietara en 2004. En De Molière y otros demonios pudiéramos anclar una referencialidad muy próxima al carnaval, acto que en Santiago de Cuba goza de un valor intrínsecamente popular/social/cultural como en ninguna otra zona de la geografía cubana, pero eso sería también quedarnos cortos. Y es que el universo poético (imaginería, sabor y saber popular, artesanía teatral y ancestralidad cultural, etc.) de Fátima, rebasa los modos que hasta ahora hemos recurrido para analizar su producción simbólica y la problematización de la teatralidad desplegada a partir del análisis de su poética.
Si Ayé N’ Fumbi (“Mundo de muertos”), quise entenderlo hace veinte años como acto nigromante, escaramuza para la fabulación y viaje inverso: a través de los vivos se llega a los muertos, como si se saldaran cuentas, restableciera el orden, despertaran nostalgias, memorias y más; con De Molière y otros demonios, algo muy equivalente me sucede. Tanto en uno como en otro espectáculo, alto es el coste del querer ser, del conformarse, del escabullirse, del asumirse o elevarse. Los personajes están constreñidos a cumplir su fatum. Si no andas con pies de plomo, fácil se puede trastocar camino por vereda al abandonar el sitio del rito y someterse a las leyes de la escena, siendo indefectible crear un universo poético otro. Yo (performer) no dejo de ser mi Yo (personaje), solo que ahora, de prototipo deviene arquetipo, o sea, excelencia morfológica, síntesis y esencia del ser. Situación, acción y personaje van y vienen en esa síntesis también como concreción de lo diverso. La fábula bien contada, aunque a ratos enrevesada, tiene que ver con el mismo sentido de la escritura textual y escénica que Fátima ha armado para complicitar improvisación estructurada, fuentes de la oralidad y fuerza de los sistemas mágico-religiosos.
Para Patterson, De Molière y otros demonios, es pretexto para exponer incorrecciones que emergen entre los seres humanos ante las grandes crisis, en cualquier lugar del mundo; las enfermedades, las hambrunas, las crisis económicas y la muerte. Elegir un ambiente de carnaval, es idéntico pretexto para mostrar la cara interior y la exterior de la fiesta, amplificar de la manera más desfachatada todas las verdades e inconformidades, como la expresión más clara del choteo cubano. Mirada por fuera y por dentro, el bien y el mal enfrentados, pero, ¿qué es el mal? ¿qué es el bien?, se cuestiona Fátima en la dramaturgia de la pieza. Y como en Mundo de muertos, en otros intermedios (Iniciación en blanco y negro para mujeres sin color, Ropa de plancha, etc.), incluso, en anteriores como Repique por Mafifa, la desjerarquización de la linealidad argumental para revelar lo que, en abstracción y sustrato, se multiplica en escena.
Hay conga en el teatro de Fátima, también sudores, bailes, colores, desenfreno, todo y más. Hay una visualidad elocuente y bien tramada (celebrar a la diseñadora Nieves Laferté por De Molière…). Hay una cuerda muy fina que segmenta los márgenes, y en ella, lo marginal, lo marginado, la marginalidad que pende y surca el estatus comportamental de dichos y hechos, de dimes y diretes, del quehacer escénico más recóndito. Patterson lo tiene claro, clarísimo, la sustracción (filtración, escalo, corte, fuga, manipulación) sensata de evidentes centros de poder simbólico a favor de una comprensión de la realización escénica como operación, devenir y procedimiento teatral que le permite transformar los tiempos, los objetos, las acciones, la performatividad de la fábula, la presencia actoral y sus sagas, es armazón en su teatralidad. De todo ello, se desprende un nuevo reparto de lo sensible, donde se transfigura el lugar común como si intentara expandir el sentido, cambiar de cuajo la cartografía de la escena y ponernos a bailar una rica conga santiaguera.
Deleuze diría que “hay partículas asignificantes que constituyen agenciamientos como presencia en la realización escénica” en sus piezas, y sí, la maestra regresó a Camagüey y desde acá, su antojada visión de Molière me suscita viejas resonancias, pues advierto que, por duros que sean los tiempos, “el teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma”.
Imagen de Portada: Cortesía del autor
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