Evocando a Manzanillo


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Dedicatoria: A la ciudad.

 

“Servir es mi religión y el futuro no me preocupa”.

Ghandi.

 

 “Haz lo que debas, suceda lo que quiera.”

Borgoña.

 

 Razones

 

Manzanillo es una de esas ciudades que obligan a poner en sus pensamientos toda la sangre de quien escriba sobre ella; imposible ser imparcial o no conmoverse cuando se piensa, habla y siente de un espacio que tanto ha dado a la historia de Cuba, a su cultura, a su ser. Claro, en el fuero interior del prejuiciado que discurra sobre estos temas, quedará siempre la prevención y el sabor –hijos de la incapacidad de sentir lo que experimenta quien vive sus días, sufre sus agonías, ama sus triunfos y llora sus derrotas–, de nocivos jingoísmos pueblerinos, de actitudes partidarias, de insanas pasiones; empero, yerra este o el peregrino o el viajero que piensa así, por cuanto, al darse lo justo no se pedirá lo injusto. Por otro lado, desde los mismos inicios forjadores de la nación cubana, el amor hacia la patrilocalidad o el espacio de tierra que el destino reservó por cuna –que no es lo mismo pero es igual–, ha sido centro de atenciones y emocionados acercamientos de parte de aquellos que han singularizado, en pensamiento y corazón, su cuajo; Varela y Martí resultan ejemplares en ese sentido. El presbítero, quien según José de la Luz y Caballero nos enseñó en pensar, decía en fecha tan temprana como 1818:

“[…] los hombres dan siempre una preferencia a los objetos más cercanos, o por mejor decir, más ligados a sus intereses individuales, y son muy pocos los que perciben las relaciones generales de la sociedad, mucho menos los que por ellas sacrifican las utilidades inmediatas o que les son más privativas. De aquí procede lo que suele llamarse provincialismo, esto es, el afecto hacia la provincia en que cada uno nace, llevado a un término contrario a la razón y la justicia. Sólo en este sentido podré admitir que el provincialismo sea reprensible, pues a la verdad nunca será excusable un amor patrio que conduzca a la injusticia; más cuando se ha pretendido que el hombre porque pertenece a una nación toma igual interés por todos los puntos de ella, y no prefiera el suelo en que ha nacido, o a que tiene ligado sus intereses individuales, no se ha consultado el corazón del hombre, y se habla por meras teorías que no serían capaces de observar los mismos que las establecen. Para mí el provincialismo racional que no infringe los derechos de ningún país, ni los generales de la nación, es la principal de las virtudes cívicas”. (1)

Y José Martí, definiendo como nunca antes ni después se ha hecho la patria, legó para todos los tiempos y hombres:

“Cada cual se ha de poner, en la obra del mundo, a lo que tiene más cerca, no porque lo suyo sea, por ser suyo, superior a lo ajeno, y más fino o virtuoso, sino porque el influjo del hombre se ejerce mejor, y más naturalmente, en aquello que conoce, y de donde le viene inmediata pena o gusto: y ese repartimiento de la labor humana, y no más, es el inexpugnable concepto de la patria. Levantando a la vez las partes todas, mejor, y al fin, quedará en alto todo: y no es manera de alzar el conjunto el negarse a alzar una de las partes. Patria es humanidad, es aquella porción de humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer; –y ni se ha de permitir que con el engaño del santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas descaradas y hambronas, ni porque a estos pecados se dé a menudo el nombre de patria, ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción de ella que tiene más cerca. Esto es luz, y del sol no se sale. Patria es eso.” (2)

Hitos

Mucho antes de que los íberos pisaran la tierra que ellos dieron en llamar “Juana”, ya hombres y mujeres habitaban estos predios. Procedían del nordeste venezolano, cruzaron el arco de las Antillas menores, llegaron a Borinquen, luego a Quisqueya y finalmente a Cuba, que es nombre aborigen y por suerte aún blande, como cimitarra redentora, la ínsula. Ya en el oriente cubano se desparramaron por toda la geografía del saliente insular y llegaron a la oquedad del “caimán” para dejar huella indeleble que aún se goza en algo más que una toponimia exuberante: Jiguaní, Bayamo, Yara, Bayate, Jibacoa, Vicana, Guacanayabo... y es justamente, en la ribera de este mar, “[...] á legua (3) y media de un puerto, que está a propósito de la navegación de la isla Española y de Tierra Firme […]” (4), donde se produce el primer alarido que distingue la estructura nodal de la cultural cubana: la lucha constante por la libertad y la independencia, ora individual ora colectiva, cuando el cacique Hatuey se niega ir al cielo antes de ser sometido al suplicio de las brasas; y es precisamente en este sitio, localizado hoy en la periferia de la ciudad de Manzanillo, donde se produce el asentamiento primigenio de la segunda villa de Cuba, San Salvador, llamada así porque según Diego Velázquez, adelantado del Rey y matador del rebelde, “[…] allí fueron libres los cristianos del cacique Yahatuey, é porque con la muerte suya se aseguró é salvó mucha parte de la isla […]” (5). Luego, la villa se traslada a la actual capital de la provincia Granma y comienza a ser nombrada San Salvador de Bayamo.

Pasó el tiempo y al calendario insular llegó 1604, momento en el cual, en las playas del Manzanillo se producen los acontecimientos que dan lugar al primer monumento de la literatura cubana: Espejo de Paciencia, poema épico escrito por el canario Silvestre de Balboa Troya y Quesada, catalogado piedra inicial de la poética isleña por cuanto, en un entorno que empezaba a pergeñar lo cubano se desenvuelven sus principales componentes étnicos: el indio, el español y el negro. En los años que completan las centurias décimo séptima, décimo octava y los primeros cuatro decenios de la decimonónica, Manzanillo, en virtud de su abrigada ensenada, resultó sitio privilegiado para el comercio de rescate y contrabando, trueque no sólo comercial, sino, esencialmente espiritual donde protestantes, hugonotes, calvinistas y toda clase de “herejes” aportaron, junto a sus mercaderías, la masa proteica e indomeñada que caracterizaría a los hijos de toda esta región; la actual ciudad de Manzanillo fue entonces, la salida al mar de la mediterránea Bayamo. (6)

Terminaba el siglo XVIII, el Rey se preocupa porque los cortes de madera en las costas de su vasto imperio colonial afectan sus astilleros y un buen día, el 11 de julio de 1792, ordena se “[…] facilite la cantidad que sea necesario invertir para la erección de una pequeña población en el parage (sic) titulado el Manzanillo, jurisdicción del Bayamo”; empezaba así el proceso fundacional de lo que es hoy la ciudad de Manzanillo, nacimiento que –jadeante y doloroso como todo parto–, dio a luz una entidad humana que ha puesto en las rutas esenciales de la identidad y la cultura cubana claves esenciales, insoslayables además. En 1794 se la da la categoría de puerto menor, para 1809 gana la categoría de partido y en 1819 sus pobladores, de manera bizarra y sin la ayuda de nadie, rechazan un ataque corsario inglés, hecho este que no sólo levantó la autoestima de los locales, sino que, años después sirvió para solicitar al Rey el título de villa e inspiró a Carlos Manuel de Céspedes a escribir justa alabanza hacia los manzanilleros, quienes, con hidalguía y arrojo expulsaron de su suelo a los invasores; sin duda alguna, este ejemplo estaría entre las útiles reminiscencias humanas que contribuirían al parto magnífico del Padrazo.

Para 1830 la sujeción de Manzanillo a la férula bayamesa resultaba un contrasentido inaudito: la aduana, a más de 12 leguas del puerto, ubicada en la capital de la jurisdicción, obligaba a los comerciantes y capitanes de buques a despachar en la villa bayamesa los naves que llegaban a la rada manzanillera, de modo que, una simple exposición al Rey fue suficiente para hacerle entender que tal situación no podía mantenerse; por ello, el 19 de agosto de 1833 –ante su Consejo de Estado–, decidió otorgarle a la marinera ciudad el título de villa, ordenando fuera antepuesto, en todos los documentos de curso legal y públicos, la gracia de Puerto Real; sin embargo, los intereses bayameses, afectados no sólo por el desprendimiento territorial que suponía una nueva jurisdicción que iba desde la margen izquierda del río Buey hasta el Turquino, sino, ante la pérdida sensible que para su economía representaban las gabelas, impuestos, aranceles y todo tipo de gravamen portuario de una economía que comenzaba a ser abierta para la exportación, no podían ver con buenos ojos el desgajamiento que se producía; por tanto, la oposición, el retraso y los intentos de retener el título de villa a la naciente jurisdicción resultan explicables. Por fin, cuando el 6 de enero de 1840 Manzanillo celebra cabildo y gana independencia administrativa de la añeja villa bayamesa, se materializa así un anhelo que había sido provisional en 1821 y permitiría a la Perla del Guacanayabo crecer y dar a la historia y cultura nacional instantes indispensables para su comprensión.

A no dudarlo, el acontecimiento más sublime de la historia de Cuba se produce en el ingenio Demajagua. Para el país y en especial para Manzanillo, fue una suerte elevada a condición de gloria que en sus predios Carlos Manuel de Céspedes nos hiciera hombres al instante de lanzarnos al monte; sus 16 años de vida en Manzanillo –vivía en la ciudad desde 1852–, resultaron tiempo esencial y definitorio que culminó en su condición de Padre de la Patria y le permitió, con ademán heroico, erigir entre y con los manzanilleros el Altar de la Patria. No se yerra si se afirma que lo acontecido en Demajagua aquel 10 de octubre de 1868 constituye el parteaguas de la historia de Cuba; en tanto, hay una condición antes de la Demajagua y otra después de la Demajagua, y esa singularidad no está dada solo por el acto magnífico, casi divino, de partear una nación, sino, por el gesto creador de liberar a sus esclavos, llamarlos ciudadanos, invitarlos a conquistar la independencia nacional y con ello, ahorrarle a la nación dolores y sufrimientos en demasía.

Sin dubitación alguna, el mar ha signado el decurso manzanillero, no sólo propiciando crecimiento y expansión, sino, sirviendo a los que desde 1492 conducían a la Isla con mano de hierro; por eso, cuando a partir de 1875 se levantó la estacada y terminó el sistema de fortines que, en forma semicircular aprovechaba el mar como retaguardia, la ciudad se volvió inexpugnable; a pesar de ello, el mambisado no cejó en su empeño de tomarla militarmente y el ataque de noviembre de 1873, conducido directamente por el entonces brigadier Antonio Maceo, da pruebas de ello.

El Pacto del Zanjón demostró que a la fragua libertaria le faltaba calor pero no herreros que forjaran el metal ígneo de la independencia; los intentos sucedidos en el interregno que van desde el fracaso de la Guerra Chiquita, incluyendo esta, hasta el 24 de febrero de 1895, rubrican la anterior afirmación.

Salida la Isla de la Guerra Grande o Larga, la destrucción de las fincas azucareras, los predios rústicos y otras propiedades rurales, sobre todo en el oriente del país, hacen que el gobierno español libere de impuestos dichas propiedades en un lapso de ocho años con el objeto de lograr su recuperación; esta medida favoreció la inversión de capitales y el mar, siempre el mar, imantó la llegada a Manzanillo de ellos en grandes cantidades; por tal razón, en la ciudad y sus predios administrativos el surgimiento del capitalismo, distinguido con la concentración y centralización de la producción azucarera, alcanzó las cotas más altas del oriente cubano sólo comparadas con un proceso similar acaecido en Guantánamo; de este modo y en virtud de su posición geográfica y el empeño de sus hijos, Manzanillo se ratificó como la ciudad de más rápido y sostenido crecimiento en los territorios que iban desde la cuenca del Cauto hasta el Cabo de la Cruz. Bayamo, en virtud de su condición mediterránea, una estructura productiva básicamente ganadera, la lejanía del puerto de embarque y el efecto de la guerra, se sumergía en un letargo que había comenzado mucho antes del estallido emancipador.

A pesar de que los años de tregua permitieron un crecimiento económico notable, azucarero fundamentalmente, los grandes problemas acumulados en más de 400 años de coloniaje no se habían resuelto, al contrario, una profunda agudización era evidente; por otro lado, la incansable y ciclópea labor de Martí rendía sus frutos más altos cuando el manzanillero Bartolomé Masó Márquez era reconocido como el representante del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en los territorios de las jurisdicciones de Manzanillo, Bayamo y Holguín. Varios sucesos así lo confirman. En primer lugar, el 24 de febrero de 1895, las figuras más notables del oriente que se lanzan a la manigua redentora son el manzanillero Masó y el santiaguero Guillermo Moncada; sobre el primero, teniendo en cuenta su condición de blanco, dirigieron los autonomistas y autoridades españolas sus esperanzas de hacerlo capitular, y en dos oportunidades, con entereza sin par, el manzanillero las rechazó; por ello Martí cree ver en él representado a los padres fundadores y con conocimiento de causa, amén de la coincidencia de ideas, desea sea en Manzanillo donde se celebre la reunión que dotaría a la revolución de un gobierno que fuera al mismo tiempo ala y raíz de la República (7); no por gusto, la mayoría de los hombres (cerca de 300), que escuchan entusiasmados el último discurso de Martí en el Gólgota cubano aquella mañana de Dos Ríos, eran capitaneados por Bartolomé Masó; quien, con su tropa, al llegar la noche anterior al lugar donde el Padre Espiritual de la Nación escribía carta a Manuel Mercado, le hace levantar la pluma en una frase extraordinaria: “[…] porque hay afectos de muy delicada honestidad.”

La brega, dura y heroica, fue rematada con la intervención norteamericana, la cual, como acción militar más importante en los territorios de la actual provincia Granma, bombardeó la ciudad en cuatro oportunidades y quizás, con marcada intención, tomó posesión del gobierno local el 10 de octubre de 1898, justamente 30 años después de la Demajagua; tal vez por eso y no sólo por ello –el veto a Bartolomé Masó como candidato presidencial debió haber influido también–, los años republicanos fueron en la urbe espacio propicio para la eclosión de tanto movimiento obrero y revolucionario conspicuo.

Si bien es cierto que la vida republicana no se redujo a la pelea y mejora humana social, en pocos lugares de Cuba como Manzanillo, la liza entre los que aman y fundan y los que odian y deshacen tuvo tan cálidos y subidos tonos. Por ejemplo, en abril de 1906, un salmantino por casualidad: Agustín Martín Veloz, funda el Partido Socialista de Manzanillo, un año antes había creado la Federación Obrera y con estos instrumentos en las manos y el socialismo en el corazón, salió a romper lanzas por los obreros: la huelga del central Niquero en 1912, el Círculo Carlos Marx, el periódico El Radical, las detenciones, la cárcel y hasta la enajenación mental producto de tanto dolor físico y espiritual, son sobradas razones para que Martinillo –pionero del socialismo caribeño–, ostente un lugar en la memoria de los cubanos.

Contra el Yanqui, libro escrito por el manzanillero Julio César Gandarilla y cuya estructura ideológica se ancla en José Martí, resulta el primer alegato de la nueva hornada de jóvenes patriotas contra el fariseísmo y la intromisión norteamericana, no por gusto el texto debió esperar el triunfo de la Revolución para ser reeditado.

Cuando en agosto de 1925 en La Habana se funda el Partido Comunista de Cuba, los manzanilleros no están por si mismos pero sí en la figura de Julio Antonio Mella; quien, los representó. Así pues, tanto hervor militante, comunista y revolucionario, no podía desembocar en otra cosa que en el diseño y preparación del Soviet de Mabay, experiencia dirigida por el Comité Regional del Partido Comunista radicado en la ciudad y que traspolaría al Nuevo Mundo la primera experiencia de un gobierno de obreros y campesinos.

Si bien es cierto que la circunstancia de la segunda conflagración mundial obligó a los Estados Unidos a cambiar su política del “Gran Garrote” por la del “Nuevo Trato” (New Deal), el avance de las fuerzas progresistas no se debió sólo a este hecho, sino, a su constante puja y exigencia en el mejoramiento social, mientras las elecciones de 1940 demostraron cuan alto, cuan largo y cuan fuerte, había sido el avance de los comunistas manzanilleros quienes lograron, a pesar de los prejuicios hacia esta doctrina social, colocar en la poltrona alcaldicia al primer regente comunista de Cuba: Francisco Rosales Benítez (Paquito), aupado de tabaquero a alcalde.

El decurso histórico de la urbe está marcado de manera indeleble por el gesto inaugural, ya feliz, ya infeliz, y terminando la quinta década del siglo XX, en el marco de una guerra la cual, por el modo de desarrollarse se llamó Fría, la ciudad ve caer el 22 de enero de 1948, abatido por la espalda en la terminal de ferrocarriles, al líder obrero Jesús Menéndez Larrondo, quien, no fue asesinado por negro o comunista; sino, por alcanzar –en virtud del diferencial azucarero–, revertir por apenas dos años lo que es hoy práctica habitual entre los grandes centros de poder y los márgenes: el intercambio desigual.

Un año antes, el imberbe Fidel Castro, en gesto premonitorio, era fotografiado junto al bronce épico de la Demajagua mientras en su mano sostenía el badajo. Había ido a la ciudad, en compañía de Leonel Sotto, a buscar la campana que días atrás había sido negada por el Ayuntamiento al Ministro de Gobernación Alejo Cosío del Pino y, como el címbalo histórico fue hurtado en la capital, Manzanillo se declaró en huelga y alzó cívica protesta obligando al gobierno de Grau San Martín a devolver a la ciudad y sus hijos una alhaja que nadie pudo arrebatarles.

La asonada militar del 10 de marzo de 1952 no sólo coartó el curso democrático de la nación cubana; sino, hizo algo más provechoso, desató la situación revolucionaria que permitió cambiar el sistema político, económico y social de la república porque la rebelión devino revolución y Manzanillo, junto con Santiago de Cuba, resultaron ser los baluartes más representativos de un Movimiento que adquiriendo la gracia de “26 de Julio” condujo al 1º de enero de 1959. Las palabras de Fidel Castro a los manzanilleros no dejan margen a dudas sobre el papel de la ciudad y sus hijos en la consecución del hito más importante de América en siglo XX: la revolución cubana.

“Me he reunido en numerosas ocasiones con la multitud; pero sin embargo, me faltaba un pueblo, me faltaba una multitud, me faltaba un lugar al que había tardado ya mucho en venir. Me faltaba un pueblo que, puede asegurarse es el que más vinculado ha estado con la Sierra Maestra. Me faltaba el pueblo que, durante el primer año de guerra fue prácticamente el primer abastecedor. […] El pueblo del cual nosotros estábamos seguros, porque cuando se trataba de huelgas, cuando se trataba de luchas, nosotros siempre contábamos que Manzanillo estaría presente.

[…] con la Revolución, Cuba entera debe estar agradecida de Manzanillo porque de Manzanillo salieron los primeros dineros para la Revolución, los primeros víveres, las primeras hamacas, los primeros zapatos, las primeras frazadas, las primeras medicinas y los primeros voluntarios […]” (8)

En los años transcurridos desde 1959, Manzanillo ha seguido con su hábito tenaz de inaugurar –para bien o para mal–, además de estar, en primera fila, en los acontecimientos medulares de la ínsula. Por ejemplo, con la botadura del primer Sigma, salido del astillero local en enero de 1960, se inicia la marina mercante de la revolución; durante los días difíciles de la Crisis de Octubre, en la finca la Caridad se establece un grupo coheteril soviético que aseguraba la defensa antiaérea de toda la zona y con la inauguración del muro en el Parque y Monumento Nacional la Demajagua, al cumplirse el Centenario de las Guerras por la Independencia, quedaba abierto el sendero a la arquitectura monumentaria de la Cuba en revolución. Más tarde, cuando el siglo XXI ya tenía un año y medio, la primera Tribuna Abierta que dio continuidad a la Batalla de Ideas, después del regreso del niño Elián González al seno paterno y patrio, se verificó en Manzanillo, tribuna desde la cual –en el 2002–, Fidel Castro Ruz inauguró el Programa de Superación Integral para Jóvenes.

Los agregados o sustracciones territoriales de Manzanillo han formado parte de su evolución histórica y territorial. En 1912 Campechuela se separa y forma municipio, en 1916 le sigue Niquero y en 1927 Media Luna se suma a este último; a partir de aquí su estructura geopolítica quedaría intacta hasta 1976 cuando se produce una nueva división política que convierte en municipios, para bien de estos, los barrios rurales de Yara y Zarzal.

La antedicha división política administrativa resultó ser un acierto y una necesidad en su época; por cuanto, permitió un desarrollo más equilibrado de los territorios contribuyendo a combatir el adefesio heredado de la República; casos como el de Cienfuegos –separado del gran “molote” que eran Las Villas–, demuestran lo acertado de la decisión. Sin embargo, el desconocimiento del mandato histórico, del sentimiento de pertenecer, de las reales diferencias evolutivas entre los territorios y sobre todo, de la exaltada polémica que entonces se verificó, dio como resultado una estructura política y gubernativa fundida artificialmente que posibilitó el crecimiento de una ciudad en detrimento de la otra e hizo rodar a esta última cuesta abajo y atrás; a completar la obra vino el Período Especial y la Crisis Económica que convirtió a Manzanillo en el lugar de mayor índice de desempleo en el país, y, donde no se trabaja, no se genera riqueza… A pesar de ello, las decisiones centrales del estado hicieron posible la creación de centros hospitalarios, educacionales, fabriles y de otra índole que, en su momento, ayudaron y aún ayudan a que la diferencia sea menos dañina. A estas alturas de los acontecimientos, de los cambios ocurridos en Cuba y el mundo, una revisión del trazado geopolítico del país se impone; mirar responsablemente sobre las deudas de 1976 es obligación: obrar con prudencia, justicia, conocimiento de causa y percibir con luz larga, es tarea de todos, no sólo porque se desea, sino, porque se necesita. Manzanillo y sus hijos lo demandan.

Carne y hueso

La ciudad es relación biunívoca de contenido y continente, sin lo uno es imposible lo otro; empero, el primero modifica, transforma e incluso destruye, es pues, definitivo. Entre los hombres y mujeres nacidos en esta tierra o acunados por ella para siempre, más de uno logró hacer crecer, distinguir y respetar el continente.

Bartolomé de Jesús Masó y Márquez nació en Yara, pero hizo y se hizo en Manzanillo. Fue vice-presidente y presidente de la República en Armas y junto con dos de sus homólogos, Manuel de Jesús Calvar, presidente en Baraguá, y Francisco Javier de Céspedes, hermano del Padrazo, descansa en el camposanto de la ciudad, convirtiendo a esta Necrópolis en la única del país que guarda los restos de tres presidentes de la República en Armas.

El año de 1844, conocido también como “del cuero” por la represión a la Conspiración de la Escalera, es la fecha del alumbramiento de unos de los gramáticos más señalados del mundo americano: Rafael María de Merchán y Pérez, maestro, periodista, creador –según José Martí– del término zig-zag y también patriota. Su trabajo titulado Laboremus dio pie a la creación del vocablo “laborante” con el cual se distinguía a los cubanos que, en las ciudades cubanas o en el exterior, laboraban por la independencia patria; fue representante del PRC en Colombia –país que lo adoptó como hijo suyo–, y se desempeñó como el primer embajador de Cuba en España y Francia después de expulsado el león ibérico de estas playas.

No fueron pocos los extranjeros que dieron lustre a esta tierra. Francisco Becantini, italiano, después de decorar el teatro Reina Isabel en Santiago de Cuba, vino a Manzanillo donde se radicó definitivamente y después de decorar los interiores del coliseo manzanillero (1856), inauguró el primer salón de daguerrotipo, convirtiéndose así en el pionero de la fotografía en la ciudad; su coterráneo, Jacinto Minielli, fundó en octubre de 1904 la banda de concierto y sus restos, al igual que los del anterior, están sembrados en el cementerio local. Entre los nacidos en otras tierras y devenidos manzanilleros, el más distinguido fue, sin duda alguna, Modesto Arquímides Tirado Avilés, natural de Puerto Rico, comandante del Ejército Libertador, amigo personal de José Martí, ayudante de campo de José Maceo, Secretario de Despacho de Bartolomé Masó, primer alcalde por elección popular en Manzanillo, hijo adoptivo de la misma y su primer historiador en propiedad.

Entre los literatos la lista es abultada y eximia: las mujeres suman a América Betancourt, Calorta Lluch Casals y Elvira Fornaris; mientras la sola mención de José Manuel Poveda, renovador de la poesía cubana junto con Regino Botti, Luis Felipe Rodríguez, lleva la sociología del campo cubano a la cuentística, y Manuel Navarro Luna, autor de Surco –primer libro de la Vanguardia en Cuba–, servirían para conformar un parnaso de lujo.

Los músicos no se quedan atrás. Tal vez el más genial fue Carlos Borbolla, de quien dijo Alejo Carpentier en 1945: “[…] constituye el caso más extraordinario de la música cubana contemporánea. Todo es singular y digno de atención en este compositor, su formación, su trayectoria al margen de los itinerarios propuestos al artista criollo, su vida, sus actividades, su obra.” Diego Bonilla, Rafael Caymari y Carlos Puebla, por su parte, cierran un ciclo que pueden ser ampliado sin esfuerzo alguno hasta completar las dos decenas; pero basta decir del primero que, firmante del manifiesto del Grupo Minorista, obtiene con su violín las más favorables críticas por sus conciertos en Madrid, París y New York; el segundo, descendiente de mambises, es discípulo de Ernesto Lecuona; mientras el último, inmortalizando con su canto la figura del Che se ha ganado el título de “Cantor de la Revolución”.

A diferencia de los anteriores, los promotores y los pintores no fueron abundantes; sin embargo, su calidad trascendente excusa el reducido número; por cuanto, Juan Francisco Sariol, alma indiscutida de Orto y la Nochebuena Martiana, colocó tan alto la condición de mecenas de la literatura, que justicia sería reconocer su nombre entre los grandes animadores de la cultura del país, mientras Julio Girona, poeta, luchador antifascista y pupilo de Massager, alcanzó –por derecho propio y obra–, un lugar en la historia de la pintura y el dibujo cubanos.

Intentar relacionar en estas páginas, ante el clamor de la verdad y la justicia histórica, a todos los que durante el siglo XX hicieron revolución en Manzanillo sería demasiado extenso; empero, imposible dejar de reseñar algunos nombres cuyo legado trasvasa, con creces, las fronteras regionales. Ya se han apuntado los nombres de Agustín Martín Veloz y de Francisco Rosales Benítez, díptico al que se suma Blas Roca quien, dirigiendo el Partido Comunista de Cuba desde 1934 hasta el 1961, entrega la dirección de la organización a Fidel Castro Ruz en un acto de lucidez histórica. José Luis Tassende de las Muñenas ofrece su sangre generosa en los muros del Moncada, mientras Manuel Echevarría Martínez, Andrés Lujan Vázquez y Pedro Sotto Alba, cruzan el Golfo de México para llegar a Las Coloradas e iniciar la lucha armada. Por otro lado, la cercanía de la ciudad a los escenarios de combate, una tradición histórica de lucha y la disposición de un gran número de sus hijos de ser libres o mártires en el empeño de ver a Cuba próspera y feliz, hizo posible y distinguido el aporte de los hijos de Manzanillo a la revolución; por eso, René Vallejo Ortiz, Pedro Sotto Alba y Manuel Fajardo Rivero fueron Comandantes; también lo fue Felipe Guerra Matos; y la mujer, en la figura Eugenia Verdecia –primera en llevar suministros al grupo guerrillero–, junto a la inmensa Celia Sánchez Manduley, dan a la gesta revolucionaria un toque de ternura, extraño y tremendo a la vez.

Muchos han sido y son los que aportan, y a otros muchos ya se les reconoce el mérito por Manzanillo y Cuba, ora desde la ciudad, ora desde cualquier parte de la Isla y el mundo, pero es preciso que el tiempo decante, y como el buen vino, sedimente para que la vida y obra, en una futura mirada a esta cantera humana, rinda el provecho con que se sedimenta, cual mortero fortísimo, el edificio de la patria.

Espíritu objetivado

Así definió Hegel la cultura, esencia perdurable y que cualifa, en el núcleo duro, la condición humana. Y a no dudarlo, en este campo las aportaciones manzanilleras son realmente distintivas. Véase.

Es la ciudad y su región, junto a Santiago de Cuba y Guantánamo, zona clave para entender el Son, género cubano cuya sonoridad distingue la creación musical insular y que, en virtud de magníficos instantes de osmosis y arrebato creativo, ha dado a la música cubana razones de orgullo y legítima autenticidad. El primero es el órgano, instrumento que tropicalizado y criollizado en estos predios por las familias Fornaris y Borbolla, ha impactado el modo de hacer música en varios lugares del oriente cubano, resultando ser la Original de Manzanillo, con casi medio siglo de vida, una institución que, heredando del "señor de la música molida" y de la charanga francesa, ha devenido embajadora ilustre en cualquier parte o escenario del mundo.

La guitarra, maridaje de cuerdas y formas, en las manos de Raga, Benemelis, Codina y muchos más, acunó tanta trova que en diciembre de 1972, jóvenes de aquel entonces, protegidos y estimulados por "Yeyé" Santamaría, decidieron que en la ciudad se fundara el Movimiento de la Nueva Trova; la placa, colocada frente al gobierno de la urbe se deja leer, y recuerda el instante cuando Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Sara González y otros artistas llegaron a la ciudad de Carlos Puebla quien, en versos exclamaba que prefería no haber nacido a nacer en otra parte que no fuera esta ciudad de mar, a la cual, el magnífico Benny Moré cantó e inmortalizó en riquísimo son montuno.

No nos equivocamos al afirmar que el mestizaje resulta ganancia neta de la cultura cubana, y es la religiosidad popular de la zona donde con mayor nitidez se verifica tal mixtura rendidora. Un esquema religioso del país nos permite percibir en las provincias de Santiago de Cuba y Guantánamo la práctica de creencias de origen africano con profunda aportación haitiana, básicamente del vudú. En la capital de país y Matanzas, la práctica de las reglas yoruba y conga son notables, matizadas en los puntos de Regla y Guanabacoa con la presencia de la fraternidad Abakuá; en Pinar del Río están los "acuáticos", culto animista y singular de aquella región del país; mientras, en el valle del Cauto, con ramificaciones por toda la curvatura del Guacanayabo y centro en Manzanillo, está el Espiritismo de Cordón, práctica que es lícito definir como la más auténticamente cubana. Nacida en esta región, contiene trazas del baile areito de los aborígenes y propone una visión distinta de la relación entre la vida y la muerte. Adherida a los fundamentos del cristianismo prístino, no es raro que se desparramara entre las capas más humildes propalando la paz, el amor y la justicia entre los hombres; no por gusto Martinillo, Paquito y Vallejo fueron espiritistas.

Con legítimo orgullo el teatro cubano declara a Francisco Covarrubias como su padre; por su parte, el Teatro Manzanillo, coliseo inaugurado en 1856, sostiene que el suyo es Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo; quien, no sólo transcribió de su puño y letra los papeles de la comedia El arte de hacer fortuna –pieza con la cual se inaugura la vida útil de la institución–, sino, que se desempeñó como director de escena y actuó en la misma obra, méritos suficientes para un "tablao" que cuenta con 150 años de existencia; y si tales méritos iniciales parecieran insuficientes, se hablaría entonces de la presencia en su proscenio de Brindis de Salas, eximio violinista; Arquímides Pous, figura ejemplar del bufo cubano; Andrés Segovia, el mejor guitarrista clásico español del siglo XX; Alicia Alonso, diva de la danza cubana y mundial; Bracale, regio dramaturgo cubano y americano; Esperanza Iris, considerada en su época "emperatriz de la opereta"; Ernesto Lecuona, el más universal de los compositores cubanos; Pablo Neruda, dulce poeta universal y una lista de figuras de talla mundial que convirtieron al Teatro Manzanillo, en la plaza cultural más significativa de los territorios de la actual provincia Granma y uno de los más importantes del oriente cubano.

Alguien dijo que al principio sólo era el verbo, de ser cierto, entonces Manzanillo estuvo en aquel inicio, y no sólo porque desde 1857, cuando se publica el primer periódico, hasta que el rotativo La Demajagua deja de editarse en la ciudad para darle su gracia al periódico provincial, en la ciudad se editaron más de 120 diarios, interdiarios, semanarios, quincenarios y revitas; sino, porque hubo un Juan Francisco Sariol que prohijó, animó y convirtió la revista Orto en obra de valor imperecedero para la cultura cubana. Sus 45 años de existencia dieron vida y lanzaron la literatura cubana allende los mares, amén de convertirse en medio de expresión del Grupo Literario de Manzanillo, cenáculo que propició la venida a estos lares de personalidades de renombre en el campo de las letras y las artes: Nicolás Guillén, poeta; Ramiro Guerra, historiador y el pintor Carlos Enríquez, son sólo minúsculo botón de muestra.

La arquitectura, definida como la ciencia y el arte de proyectar edificios, tiene en Manzanillo los exponentes más significativos y hermosos del eclecticismo granmense, también los más amenazados. Edificios de dos y tres plantas, con ménsulas, cariátides, balcones, columnas adosadas, miradores; en fin, toda una esplendente variedad de motivos arquitectónicos, hacen de estos edificios de la Perla del Guacanayabo los símbolos de una época de prosperidad y riqueza material que, volcados en dichas estructuras urbanas, hacían de la polis manzanillera una de las más vistosas de Cuba. Todavía hoy, y a pesar de los serios peligros que se ciernen sobre ellos, la ciudad tiene el mayor nivel de urbanización en toda la provincia; ello, sin duda alguna, no es por gusto.

Alguien definió al ron como el hijo alegre de la caña de azúcar, y aquí también Manzanillo ha puesto su grano de arena, mejor, su línea de Pinilla, apellido de un inmigrante español que venido de Zamora, en la actual Castilla y León, legó para todos los tiempos una bebida ya centenaria, la cual, como otras de su misma estirpe alcohólica, distingue no sólo la ciudad, sino, una tradición, un modo de ser, también de beber.

Pocas ciudades cubanas pueden ufanarse con legítimo orgullo –que no vanidad–, de poseer una tradición patriótica. Cuando el 27 de enero de 1953 los estudiantes bajaron de la colina universitaria por la calle de San Lázaro, hachón en mano, para ir hasta la Fragua Martiana, hacía tiempo ya que los manzanilleros, no con antorchas pero sí fuego en el corazón, recordaban aquel instante en el cual –del seno de una canaria–, nació el más universal, trascendente y útil de los cubanos: José Martí. De la estatura sentidora de Juan Francisco Sariol brotó la idea de parangonar la vida y obra del Cristo con el redentor cubano, por eso, decidieron llamar al homenaje, eclosionado el 27 de enero de 1926, Nochebuena Martiniana, gracia que con el decursar de Cronos resultó modificada hasta ser reconocida hoy con el nombre de Vigilia Martiana.

Calla el articulista pero no la pasión que le anima, por cuanto esta no le pertenece sólo a él, sino, a los que conviven en la ciudad, a los que han convivido, a los que convivirán cuando los de hoy hayan partido; no importa que el efecto invernadero amenace con ponerla bajo las aguas de su eterno amante, el Golfo del Guacanayabo; hasta ese entonces, la ciudad y su hijos seguirán soñando y trabajando, creando y sirviendo, riendo y llorando, viviendo y muriendo, con la inextinguible y profunda convicción que un día alumbró a ilustre novelista: "la muerte no es más que un cambio de misión".

 

Notas:

(1) Félix Varela. “Patriotismo”, en: Miscelánea filosófica, editorial de la Universidad de La Habana, 1944, p. 236.

(2) José Martí. Obras Completas. Tomo 5, p. 468.

(3) Medida itineraria equivalente en España a 5.572,7 metros.

(4) Hortensia Pichardo. Documentos para la historia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, segunda edición, p. 70.

(5) Ídem.

(6) La creciente que en 1616 dificultó la navegación hasta la villa bayamesa por el río, motivó en gran medida que Manzanillo fuera su pórtico marítimo.

(7) La carta que José Martí escribe a Félix Ruenes, Jefe de Baracoa, el 27 de abril de 1895, así lo demuestra.

(8) Orientación. Diario Independiente, Manzanillo, Cuba, miércoles 4 de febrero de 1959. Año 25, número 25.

 


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