Cuando el gobierno republicano de Richard Nixon asumió la presidencia de Estados Unidos en 1969, la administración demócrata de Lyndon Baines Johnson estaba perdiendo la guerra de Vietnam, iniciada en 1964 con el pretexto de un falso ataque con lanchas torpederas de Vietnam del Norte a un destructor norteamericano que realizaba labores de espionaje en el golfo de Tonkín. Nixon prometió retirar progresivamente las tropas de Vietnam, conseguir una paz con honor bajo el plan de “vietnamización” ?promesas que no pudo cumplir, pues las tropas norteamericanas sufrieron una aplastante derrota en Vietnam?, y siguiendo esa lógica de “vietnamización”, intentar que cada aliado se implicara más en su propia defensa militar y en la seguridad regional para combatir “la amenaza comunista” contra el “mundo libre”; a esta doctrina, esbozada en un discurso en la isla de Guam, se le llamó “Disuasión Realista”. El primer “contratiempo” importante para llevarla adelante en América Latina y el Caribe fue la victoria electoral de la Unidad Popular en Chile, en 1970, con Salvador Allende al frente; pero si no se pudo impedir el acontecimiento inédito de la victoria de un gobierno socialista llegado al poder mediante las urnas, había que lograr su caída, como dramáticamente ocurrió con el asalto al Palacio de la Moneda en que se destacó el luego dictador Augusto Pinochet, quien en 17 años asesinó y desapareció a más de 4 000 chilenos. Para el control de la “seguridad hemisférica”, la CIA utilizó a criminales para la conocida “Operación Cóndor”; el cerebro de esta y otras acciones fue el ex-asesor de Seguridad Nacional y secretario de Estado de Nixon, Henry Kissinger. Era inadmisible que en los primeros años de la década del 70, gobiernos como el de Allende en Chile, oficiales progresistas como el general Juan Velasco Alvarado en Perú y Omar Torrijos en Panamá, o presidentes como los de Ecuador, Bolivia, Argentina, Venezuela y Guyana, u otros del Caribe como los de Jamaica ?luego de un proceso de descolonización de buena parte de las colonias de las Antillas?, reanudaran relaciones con Cuba. Con la llegada al poder político de gobiernos sin su control, los intereses de Estados Unidos en el área peligraban.
El gobierno imperial entrenó a más de 70 000 militares en el área latinoamericana y caribeña, y se enviaron armas por valor de 2 500 millones de dólares en los años 70 y parte de los 80, con el pretexto de combatir el comunismo y la influencia cubana, el más socorrido argumento. Desde 1964 Brasil fue un centro de entrenamiento, donde se inauguraron y aplicaron las más crueles torturas, y en Chile, Uruguay, Argentina, Perú, Guatemala, Nicaragua y Honduras, se establecieron o regresaron sangrientas dictaduras militares. Hay cifras poco conocidas y escalofriantes de las víctimas y los daños. En el conflicto interno de Colombia, que tiene un origen mucho antes de la existencia la Revolución cubana y aún permanece pendiente, con profundas raíces en la desigualdad social, injusticias contra los campesinos, narcotráfico y violencia desmedida, solo desde los 60 se calculan más de 5 millones de desplazados, casi medio millón de refugiados y miles de víctimas; el gobierno de Estados Unidos ha sido un activo colaborador del ejército colombiano en el infructuoso propósito de liquidar a todas las guerrillas. Entre 1976 y 1983, siguiendo el guion de la “Operación Cóndor”, irrumpieron dictaduras en Argentina que asesinaron a más de 30 000 personas, incluidos desaparecidos cuyos descendientes todavía buscan las abuelas de Plaza de Mayo; de igual manera, entre 1973 y 1985 los regímenes represivos dejaron en Uruguay miles de muertos. Entre 1978 y 1995 en Guatemala hubo 667 masacres en 443 aldeas o caseríos y pueblos pequeños, perpetradas por las Fuerzas Armadas y grupos paramilitares, con un saldo de más de 100 000 muertos que ni siquiera se investigan, y casi medio millón de desplazados: la “ayuda” militar del gobierno norteamericano al ejército guatemalteco es también responsable. Esta afrenta a la democracia y a los derechos humanos en América Latina y el Caribe, maquinada inicialmente por Kissinger, ha sido fruto de la activa y constante labor de la CIA, con el sistemático silencio cómplice, y a veces apoyo, de la OEA.
Aunque pudiera parecer que después de Nixon bajó la tensión agresiva hacia a la región, coexistió un problema histórico y estructural, no importa que ocuparan la presidencia los republicanos o los demócratas: hay intereses encontrados entre Estados Unidos y sus vecinos del Sur, y la supina ignorancia y peligrosa incomprensión imperial conduce al menosprecio de los reales problemas de sus pueblos; el republicano Gerald Ford creía que las discrepancias con Cuba debían resolverse desde una agenda bilateral diplomática, aunque en su mandato conocidos agentes de la CIA hicieron explotar en pleno vuelo, frente a las costas de Barbados, una nave de Cubana de Aviación, con el trágico saldo de sus 73 pasajeros y tripulantes muertos; el demócrata James Carter contribuyó a fortalecer en el área la democracia, los derechos humanos y ampliar el diálogo Norte-Sur, y quizás lo más significativo fueron los tratados canaleros con Omar Torrijos en Panamá y la apertura de las relaciones con Cuba con oficinas de intereses en La Habana y Washington, aunque nunca se entendió la real relación de la Isla con la URSS y con África, y al final de su gobierno hubo un torpe manejo de la crisis migratoria del Mariel; aun así, existió un acercamiento efectivo, voluntad de entendimiento y cooperación constructiva.
Con la llegada al poder del republicano Ronald Reagan en 1981 todo cambió. En Estados Unidos existía la percepción de que Ford y Carter habían sido presidentes “débiles”; la llegada del nuevo mandatario planteó, sobre todo, rupturas. Reagan, como sus precedentes, tenía una fuerte formación religiosa, en su caso presbiteriana; hizo carrera como narrador deportivo en la radio, mal actor de cine y estrella de la televisión; su carrera política ?de admirador del demócrata Franklin Delano Roosevelt, pasó a ser un fuerte conservador que se unió a la campaña de Barry Goldwater? se inclinó por el uso de la fuerza para mantener una economía fuerte; en un discurso del 27 de noviembre de 1964, hablando en nombre de Goldwater, dijo: “Los Padres Fundadores sabían que un gobierno no puede controlar la economía sin controlar a la gente. Y ellos sabían que cuando un gobierno se propone hacer eso, debe usar la fuerza y la coacción para lograr sus propósitos. Así que hemos llegado a un tiempo para elegir”. Reagan fue gobernador de California y ganó las elecciones por el Partido Republicano en 1980; iluminado por el puritanismo de John Winthrop, primer gobernador de la bahía de Massachusetts, citó con mucho éxito una de sus frases mesiánicas, esta vez refiriéndose a que Estados Unidos eran: “una ciudad resplandeciente sobre una colina”. Bajo este deslumbramiento lanzó la aparentemente imbatible “Iniciativa de Defensa Estratégica”, conocida, con el apoyo hollywoodense, como “Guerra de las Galaxias”, un plan de defensa antimisil “invulnerable” a cualquier ataque nuclear. Al mismo tiempo, diseñó una nueva política para América Latina y el Caribe basada en los “Documentos de Santa Fe I y II”, elaborados en 1980 y 1986 respectivamente, como plataforma de su política exterior para la región; en ellos se preveía: el envío múltiple de asesores y la creación de nuevas bases militares; la promoción del neoliberalismo, facilitador de la inversión norteamericana en el área; el empleo de la lucha contra el narcotráfico como pretexto para invadir, afianzar la presencia militar norteamericana y financiar paramilitares; también, el debilitamiento de las posiciones de la izquierda con la promoción de líderes populistas de derecha. A inicios del período de Reagan se creó la Fundación Nacional Cubano-Americana ?FNCA?, se destinaron 824 millones de dólares para América Central y algunos países del Caribe, con el propósito de preparar condiciones para las inversiones comerciales norteamericanas, y se sumaron 60 millones más para planes de “asistencia” militar. Dos intervenciones militares en el área caracterizaron los dos mandatos de Reagan: la operación encubierta e ilícita que devino el escándalo conocido como “Irangate” o “Irán-contras”, que implicaba el financiamiento ilegal no aprobado por el Congreso a las bandas contrarrevolucionarias que intentaban derrocar la Revolución sandinista en Nicaragua, y después de la muerte de Maurice Bishop, la invasión a Granada, acusada de construir un aeropuerto supuestamente militar de la URSS, utilizando a Cuba.
Durante los años 80, ante el enorme endeudamiento los países latinoamericanos y caribeños, Estados Unidos concibió el llamado Plan Brady, adoptado en 1989 para “contrarrestar” la deuda bajo los principios del neoliberalismo, usando los ajustes estructurales de las políticas del Consenso de Washington: eran los primeros frutos de Reagan. Las maniobras fueron denunciadas por Cuba, con una sistemática movilización continental para alertar a los pueblos del peligro de adoptar políticas neoliberales que empeñaran su futuro. Después de la desintegración de la URSS y la desaparición del campo socialista europeo a inicios de los 90, los pretextos políticos de la “amenaza comunista” tuvieron que cesar y a George H. Bush, quien había sido director de la CIA y vicepresidente de la administración Reagan, le tocó encontrar nuevas “amenazas” para justificar la presencia militar en la región. Bajo el argumento de la lucha contra el narcotráfico, Bush envió 26 000 efectivos a Panamá para expulsar del gobierno al ex colaborador de la CIA general Manuel Noriega, y enjuiciarlo en Estados Unidos por tráfico de drogas; apenas es conocido el saldo de destrucción material y muertes que las tropas norteamericanas ocasionaron en algunos barrios de Ciudad Panamá. En 1990, luego de una gira por Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Venezuela, Bush lanzó la “Iniciativa para las Américas”, consistente en el establecimiento de un gran bloque de “libre comercio”, desde Alaska a la Tierra del Fuego, a partir de la apertura de los mercados internos estadounidenses a la producción proveniente de los países latinoamericanos y caribeños: una cruda fórmula neoliberal de la posmodernidad de gran eficiencia esclavizadora.
El demócrata Bill Clinton, en el poder entre 1993 y 2001, también intentó modelar el período posmoderno unipolar, facilitando la continuidad de la estrategia comercial del anterior presidente con una reconfiguración del sistema interamericano mediante la OEA, para lo cual ideó un plan de reuniones sistemáticas con los jefes de Estado o gobierno de América Latina y el Caribe. La primera Cumbre de las Américas se celebró en Miami en 1994 ?por supuesto, con la exclusión de Cuba?, también como respuesta a las Cumbres Iberoamericanas ?emergidas en Guadalajara, México, en 1991, con la presencia de España, Portugal y América Latina y el Caribe, y por supuesto, con la inclusión de Cuba. Pero Clinton utilizó además la fuerza militar, en las llamadas por él guerras “democráticamente necesarias”; una de ellas en la región: la invasión militar “humanitaria” a Haití. Firmó, asimismo, la Ley Helms-Burton para Cuba, después del derribo de dos avionetas de la organización contrarrevolucionaria Hermanos al Rescate, que habían violado el espacio aéreo cubano, a pesar de las reiteradas advertencias de las autoridades de la Isla; la Helms-Burton fue y es una estrategia para reforzar el bloqueo con proyecciones a otros países ajenos al conflicto bilateral; esta ley se combinó con la política de tolerar la entrada de terroristas a La Habana para sabotear instalaciones turísticas. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte ?Estados Unidos, Canadá y México?, firmado en 1994, y las Cumbres auspiciadas por la OEA fueron ensayos y antecedentes para la creación del Área de Libre Comercio de las Américas, Alca. La proyección era eliminar progresivamente las barreras del comercio y la inversión, y concluir las negociaciones en 2005; sin embargo, a las denuncias de Cuba sobre el engaño del “libre comercio” entre países asimétricos, se unieron esta vez las voces de presidentes latinoamericanos elegidos por sus pueblos, como Hugo Chávez, de Venezuela ?1998?; Luiz Inácio Lula da Silva, de Brasil ?2003?; Néstor Kirchner, de Argentina ?2003?, y Tabaré Vázquez, de Uruguay ?2005. En la IV Cumbre de las Américas, celebrada en Mar del Plata, Argentina, en 2005, con la asistencia de George W. Bush, se desenmascararon los planes de Washington y se consolidó el camino a la integración regional que ya contaba con la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América ?Alba?, fundada un año antes por Fidel y Chávez; a esta respuesta inédita de América Latina y el Caribe se sumaron otros presidentes elegidos posteriormente: Evo Morales, de Bolivia, y Manuel Zelaya, de Honduras ?2006?; Rafael Correa, de Ecuador, y Daniel Ortega, de Nicaragua ?2007.
Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, a la doctrina del presidente republicano George W. Bush de “Guerra Preventiva”, se sumó la lucha global contra el “terrorismo” y las “tiranías” en el mundo, dentro de la visión neoconservadora en el contexto del unilateralismo. Además de afianzar el “sistema de seguridad hemisférica”, otro documento de Santa Fe formulado en 2000, “Latinoamérica hoy”, proyectó la política hacia la región, esta vez agravada por sucesivas crisis, uno de cuyos centros turbulentos eran los precios del petróleo, de ahí la prioridad de las guerras en el Medio Oriente de las administraciones del cambio de siglo. Ahora la atención en el área latinoamericana y caribeña, con perfil bajo, se focalizaba en la estrecha relación de Cuba con Venezuela, núcleo inicial del Alba. Cuba, a pesar de haber resistido un dramático “Período Especial” luego de perder sus vínculos comerciales con la ex URSS y demás países ex socialistas, se recuperaba, fundamentalmente por contar con la voluntad del pueblo y con la solidaridad internacional, a pesar de las agresiones económicas, comerciales y financieras de su poderoso vecino. El pueblo venezolano resistió el golpe militar a su presidente constitucional, Hugo Chávez, en 2002, y al año siguiente Chávez salió victorioso del intento de golpe petrolero, fundamentalmente también por contar con el apoyo popular. La política norteamericana hacia el área no descansó en sus operaciones encubiertas contra gobernantes indeseados o poco dispuestos a servir a sus intereses, sin importar que hubieran sido elegidos democráticamente ?si no eran de su conveniencia, eran “tiranías”?; se materializaron golpes de Estado a Jean-Bertrand Aristide, de Haití, en 2004; a Manuel Zelaya, de Honduras, en 2009, y a Fernando Lugo, de Paraguay, en 2012. Por otra parte, se sucedían intentos de golpes de Estado contra Evo Morales, en Bolivia, en 2008, y contra Rafael Correa, en Ecuador, en 2010, mientras se asediaba ?se asedia? constantemente a Venezuela. El proceso de integración latinoamericana y caribeña se consolidaba en la primera década del nuevo siglo, en especial a partir de 2010, fuera de la OEA: en la Riviera Maya, en México, los presidentes acordaban crear la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC ?por supuesto, sin la presencia de Estados Unidos ni Canadá?: nunca en la historia del hemisferio había ocurrido algo similar. Los días 2 y 3 de diciembre de 2011 quedó constituida en Caracas, Venezuela, la CELAC, el presidente de Cuba, Raúl Castro, expresó: “La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños es nuestra obra más preciada. Simbólicamente, consolida el concepto de región unida y soberana, comprometida con un destino común”.
Tampoco nunca antes en la historia había llegado a la Casa Blanca un presidente afrodescendiente: el demócrata Barack Hussein Obama II, natural de Honolulu, electo por dos mandatos consecutivos ?2009-2017; a esa sorpresa se añaden otras: por primera vez un mandatario estadounidense había nacido en Hawái, el más reciente de los estados, considerado por algunos “periférico” por su escasa influencia en la política doméstica; a ningún presidente de Estados Unidos galardonado con Premios Nobel ?Theodore Rooselvet (1906), Woodrow Wilson (1919) y Jimmy Carter (2002)? se le había concedido este reconocimiento al iniciar su mandato, como ocurrió con Obama, quien hizo su campaña presentándose como el “presidente del cambio” y generó una expectativa descomunal, incluso más allá del audaz programa de presentado. En realidad, su intento de fraguar una alianza estratégica de mayor igualdad entre partes antagónicas, se ha combinado en su política exterior con el apoyo a intervenciones encubiertas de variado pelaje con las llamadas “fuerzas blandas”. Tal vez la mayor sorpresa ha sido el reconocimiento al gobierno cubano y el anuncio, el 17 de diciembre de 2014, del restablecimiento de las relaciones entre Washington y La Habana; después de la apertura de las embajadas en ambas ciudades en 2015, avanza lentamente el proceso de normalización. Igual impacto causó el anuncio de su visita a La Habana los días 22 y 23 de marzo de 2016. Para algunos, utiliza la zanahoria con Cuba y el garrote con el resto de los gobiernos incómodos; él ha dicho que ratifica la voluntad de dejar anudadas las relaciones para concluir con la Guerra Fría en el hemisferio, y que nadie pueda romperlas cuando se marche de la Casa Blanca; para los especialistas, Estados Unidos intenta acercarse a América Latina y el Caribe mediante Cuba y elabora otra estrategia, combinación de todas las anteriores. Pero también puede haber otras sorpresas. Según cuenta el periodista argentino Pedro Jorge Solans, en 1973 el periodista Brian Davis, de una agencia inglesa, le preguntó a Fidel: “¿Cuándo cree usted que se podrán restablecer las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, dos países tan lejanos a pesar de la cercanía geográfica?, a lo que el Comandante respondió: “Estados Unidos vendrá a dialogar con nosotros cuando tenga un presidente negro y haya en el mundo un Papa latinoamericano”, lo que causó la risa de los presentes. El 17 de noviembre de 2005 Fidel, refiriéndose al país de Obama, dijo: “...más temprano que tarde el imperio se desintegrará y el pueblo de los Estados Unidos tendrá más libertad que nunca, podrá aspirar a más justicia que nunca, podrá usar la ciencia y la técnica en beneficio propio y de la humanidad, podrá sumarse a los que luchan por la sobrevivencia de la especie, podrá sumarse a los que luchan por una oportunidad para la especie humana a la cual pertenece”. Ahora, cuando por primera vez un candidato a la presidencia norteamericana habla de “socialismo” ?aunque bien sabemos que se trata de la “socialdemocracia”?, ¿quién se reirá?
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