Escenario Habana / Por: Yuris Nórido


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Foto: Cortesía del lautor.

 

Teatro, sociedad, resistencia: el “tríptico” que distingue al XVII Festival de Teatro de La Habana se refiere a tres ámbitos estrechamente relacionados, hasta el punto de que a estas alturas no se puede hablar del primer concepto desligado de los otros dos. En efecto, todo teatro (incluso el más abstracto o “puro”) es una mirada comprometida con su momento, una recreación de una experiencia múltiple: testimonio de una época y sus circunstancias. Y a la vez (mucho más en tiempos de abrumador impacto de la tecnología y la virtualidad en las artes), resulta acto de fe en lo artesanal: expresión efímera y no por ello menos trascendente.

La mayor cita de las artes escénicas en La Habana, que ocupará los principales circuitos teatrales de la ciudad hasta el próximo domingo, apuesta por la variedad en sus propuestas: es difícil encontrar un patrón inamovible, coordenadas estéticas predominantes, ejes temáticos… Pero sí hay una columna conceptual: el teatro como ente transformador. Y en buena medida, como espacio de crítica. El látigo con cascabeles que reclamaba Martí.

Muchos de los espectáculos del pasado fin de semana asumieron situaciones polémicas, “revisaron” momentos controvertidos de la historia contemporánea, establecieron un diálogo cuestionador con sus públicos. Eso se espera del teatro, más allá de su consabida capacidad de alumbrar belleza.

Diez millones (Argos Teatro); Harry Potter, se acabó la magia (Teatro El Público); Los caballeros de la mesa redonda (Teatro del Viento); Éxtasis (Teatro Buendía); No hay flores en Estambul (Iván Solarich, Uruguay); There (Jo Strømgren Kompani, Noruega) … no ofrecieron precisamente una visión apacible del mundo que nos rodea. Sin conflicto no hay teatro. Hay mil y una maneras de resistir.

 

(Tomado de Trabajadores)

Publicado: 22 de octubre de 2017.

 

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