En Cuba entre tres imperios, el primero del conjunto de cuatro libros que Ernesto Limia nos está entregando, la colonia establecida en la isla de Cuba era objeto de las apetencias, las guerras y los negocios de las potencias europeas nacientes, en los tiempos del capitalismo adolescente. La isla estaba en poder del imperio de España, pero también se encontraba en los mapas de los navegantes y de los estados mayores, y en el comercio y la vecindad de otras islas y de las Trece Colonias inglesas de la América del Norte. Mas Limia no nos mostraba una foto fija, ni una de esas frases tan generales como aquella de “Cuba antes de la toma de La Habana por los ingleses”, esos lugares comunes que dejan fuera al conocimiento. En aquel libro, los tres primeros siglos de la historia colonial de nuestro país se llenaban de vida, de acontecimientos y procesos históricos, al mismo tiempo que se poblaban de individuos con nombre y apellido, y con emociones, motivaciones e ideas.
Tanto los datos, las valoraciones del autor y los detalles eruditos como las anécdotas y las imágenes estaban al servicio de un objetivo ambicioso y superior: entregarles a los cubanos una narración del decurso histórico de la isla en la que vivimos que les fuera útil para comprender el pasado y el presente de la patria, para aprender las lecciones de esa madre general de una comunidad que es su historia, y al mismo tiempo apoderarse de sus avatares, sus sentidos, sus claves y sus preguntas. Una narración cuidadosa y amena, rigurosa y coloquial, provechosa y sugestiva, que no fuera para el lector una penosa tarea, sino una experiencia cultural satisfactoria, una lectura provechosa a la vez que sugerente e incitadora, un goce intelectual e inclusive la posibilidad de participar en una aventura.
Ahora tengo la alegría grande de declarar que Cuba libre. La utopía secuestrada ha mantenido todas esas cualidades y valores que contenía el primer libro, dándonos una segunda obra que constituye un logro extraordinario. Me relevo, por consiguiente, de repetir aquí otros atributos que advertí al presentar Cuba entre tres imperios. Pero sí agrego que este segundo libro autoriza a tener la certeza de que el autor cumplirá bien su promesa y tendremos una tetralogía que constituirá un aporte muy relevante al conocimiento de la historia de Cuba.
Por su asunto, esta segunda entrega tenía que ser muy diferente a la primera. A lo largo de sus cuatrocientas cuarenta páginas, Cuba va pasando de ser un objeto a ser un sujeto, y ocupa el centro de la escena una de las dos dimensiones principales de estas obras suyas, el proceso de formación y plasmación de la nación cubana, También va ganando terreno, y termina en el proscenio, un actor que aparecía en el primer libro, todavía como colonia británica: Estados Unidos, que se convierte en el enemigo principal de la existencia y la integridad de la nación cubana. En una entrevista que concedió en marzo del año pasado, Limia explicaba que la historia del complejo de relaciones establecidas entre ambos países es la otra dimensión principal de su obra.
Cuba libre se adentra en la zona más estudiada y de mayor bibliografía de toda la historiografía cubana: el siglo XIX. Pero su primer acierto ha sido lograr no ser uno más en una multitud de libros de ámbito decimonónico. Ante todo, por ser muy orgánico respecto al objetivo y la forma de historiar que comenzó a exponer Limia en el primer libro, a tal punto que ambos consiguen ser distinguidos de las demás obras que abordan aquel período históricos: tienen su personalidad.
La política de las potencias en relación con Cuba sigue estando presente a lo largo del siglo XIX, y Limia nos la sigue mostrando con una ejemplar lucidez en la selección de asuntos y momentos, el manejo de datos significativos o ilustrativos —más de una vez muy poco recordados o conocidos—, sus conflictos, enlaces, influencias y consecuencias para Cuba. Pero esa extraordinaria calidad de la exposición, que revela un exhaustivo trabajo de investigación y una singular capacidad de análisis, no es privativa del tratamiento de la política de las potencias, sino que es la práctica común a la explicación de un gran número de temas y pasajes de este libro.
Después de la narración del proceso de la independencia de las Trece Colonias, reveladora sin duda para muchos lectores de la temprana e influyente relación de esta pequeña isla con su norteño vecino, se relata una etapa de conflictos muy grandes y generalizados, y como desde 1815 en adelante se mantienen conflictos y pujas, pero van creciendo los entendimientos entre las potencias. Pero una relación exterior gana rápida importancia y no dejará de crecer durante el siglo, la que sostiene Cuba con Estados Unidos, que prácticamente desde su nacimiento como Estado tiene la aspiración de apoderarse de nuestro país. Sus motivaciones son las ansias de ganancia de los empresarios y las políticas expansionistas del Estado. La república norteamericana carece de poder suficiente para cumplir su designio de apropiarse de Cuba hasta la fase final del siglo XIX, pero Limia nos narra una larga historia de maniobras e intentos que apelan a cualquier medio a su alcance, salpicados de cinismo y menosprecio. Pese a proclamar que los poderes de Europa deben ser excluidos de América, prefieren que Cuba quede en manos de España mientras no tengan fuerza suficiente para tomarla ellos, y le vuelven la espalda o llegan a perseguir a los patriotas cubanos que luchan por liberar a su país del colonialismo.
En este libro se expone claramente, y muchas veces en detalle, como durante un siglo Estados Unidos no se comportó en ningún momento a partir de principios en su política hacia Cuba. Limia expone esa historia con un rigor y una sagacidad que no dejan resquicio alguno para dudas, y le devuelve vida a numerosos personajes norteamericanos implicados y a la complejidad real de los sucesos y las opciones que manejaron. Todo ello sin el lastre de epítetos y calificativos que son innecesarios en una obra como esta.
Ernesto Limia divulga con maestría los datos necesarios, el mundo de los negocios, los entrelazamientos entre el poder, los hechos económicos y las prácticas políticas. En vez de conformarse con declaraciones abstractas, el lector puede conocer cómo se fue formando la neocolonia cubana de Estados Unidos desde algunas décadas antes de que terminara el poder colonial de España sobre Cuba. La primera de las dos tesis audaces que formuló hace cuarenta y cinco años Ramón de Armas, en La revolución pospuesta, recibe aquí un desarrollo muy enriquecedor por parte de un historiador que sabe manejar el fino entramado que deben formar lo macro y lo micro, el documento y la pregunta llena de sentido y bien formulada, la valoración y la hipótesis, los individuos en su complejidad personal real y en los papeles que juegan, la comprobación rigurosa y la imaginación del investigador, y todo con la ayuda de los adelantos de la ciencia histórica.
El propósito de captar la totalidad de lo que consideramos hechos y épocas históricos lleva al autor a manejar, en las relaciones entre ambos países, las culturales, las de intercambio y formación de personas, las influencias sociales y humanas de tecnologías, saber cómo o alimentos, las ideologías políticas republicanas y democráticas. En síntesis, la gama compleja que forman las realidades materiales y espirituales en un lugar y tiempo determinados, entre grupos humanos específicos. Y esto nos permite ahuyentar toda simplificación y huir de los lugares comunes estériles, una sana conducta que puede hacernos más fuertes y más capaces frente a la mezcla de agresiones y atractivos que porta la ofensiva cultural norteamericana actual.
La obra narra la época en que se estableció una segunda formación económica en el occidente de la colonia de Cuba, que pronto revolucionó los datos fundamentales de la vida social y tuvo efectos que fueron llegando a todo el país. Limia expone datos e imágenes del colosal crecimiento de las fuerzas económicas que sucedió, la importación de un millón de esclavos sometidos a la más bestial explotación, aculturación y opresiones, el encumbramiento de una clase dominante en la economía que fue despiadada y muy moderna, se sujetó al dominio de la monarquía española para conservar su ganancia capitalista y su poder social, tuvo acceso a lo más avanzado del mundo de Occidente del siglo XIX y se negó a ser clase nacional. Desde la sacarocracia que combatió a la Revolución haitiana hasta la burguesía que apoyó a Valeriano Weyler exactamente cien años después, la clase dominante de Cuba fue contrarrevolucionaria cada vez que lo estimó necesario, y priorizó sus intereses y su sistema de dominación en todo momento.
Y ahora se va desplegando la otra dimensión de este libro de Limia, la que se va volviendo dimensión central de la obra, y no por acaso ella ocupa más de la mitad de sus páginas: la del dilatado y muy difícil proceso de formación de la nación cubana. Esta no viene sola, no puede ser, nunca ha sido ni será así. Esta dimensión de la nación viene en conflicto, está marcada por él, es la historia del conflicto con sus enemigos principales. Con el viejo colonialismo, que a pesar de que la verdad y la lógica dictaminan que iba siendo cada vez más débil e incapaz de mantenerse en Cuba, tuvo suficientes fuerzas —materiales e ideales— y testarudez para mandar y gobernar, reprimir y cooptar, mantener lealtades, confundir y dividir, hasta terminar, casi vencido, realizando uno de los dos mayores genocidios del siglo XIX en nuestro continente, durante una guerra que le arrancó la vida a casi medio millón de personas. El conflicto con el nuevo colonialismo que se cernía, se fue formando, tuvo sus primeros triunfos de la mano de las circunstancias del desarrollo mundial del capitalismo y finalmente se abatió sobre el país con la invasión militar norteamericana y el estrangulamiento de los instrumentos de la gran Revolución del 95.
Es al mismo tiempo la historia del conflicto con las caras del reformismo colonizado, coincidentes o sucesivas. Con la modernidad colonizada que ruega derechos y quiere pasar de ser colono a ser súbdito, con las élites del país que son coautoras o cómplices de los mayores delitos contra las mayorías oprimidas y la gente común que quiere convertirse en un pueblo, élites que van pasando de despreciarlos y usarlos como objetos a pretender el recurso final de mostrarse como sus representantes y sacarle también provecho a eso. Con aquellos que modelan, en el papel y en el aire, proposiciones que son remedios de botica, que deberán ser ejecutados por expertos y moderados gobernantes, auxiliados por sesudos pensadores liberales. La historia del conflicto con la evolución que deja intangible todo lo que es esencial para el sistema, que aspira a que los ricos amplíen las dádivas del Día de Reyes, los racistas vayan poniendo fin al racismo paulatinamente, y los de abajo dejen de ser eternos niños mediante sus esfuerzos por educarse, hasta llegar a ser respetables y mejores en su obediencia serena y consciente. Conflictos con las opciones reformistas de una Cuba cuya ley primera sea conservar un orden explotador asegurado por el poder, aunque este sea omnímodo, arbitrario y parásito, y una sociedad que se mantenga igual o se mueva un poco, pero sin sobresaltos.
Ernesto Limia nos trae aquí la historia verdadera de la gesta nacional. Su génesis, desde el tiempo en que se edificaban los palacios que todavía admiramos, se recibían los últimos avances de la tecnología y el mercadeo, y los últimos modelos de vehículos, había diarios y cierto número de pensadores cultos y valiosos, aunque el país se iba convirtiendo en un inmenso barracón, una cárcel siniestra. Pero un negro libre carpintero e intelectual llamó a crear una organización revolucionaria y quiso que el cañón tronara en la ciudad de La Habana para conquistar la libertad de los esclavos y del país. Y un gran poeta santiaguero, muy joven, cantó a las libertades y pidió a los cubanos apercibir el alma y el pecho, y empuñar el acero en una guerra que sucedería medio siglo después. O, a la mitad del siglo, cuando corrían los millones y se traían decenas de miles de esclavos niños, un camagüeyano diagnosticado de loco por haber liberado sus pocos esclavos se alzó en armas un 4 de julio en busca de la independencia y la libertad moderna, combatió y dio su vida.
Y por fin la revolución. Yara, que las revoluciones pueden tomar su primer nombre de un descalabro o de un naufragio, porque ellas son por naturaleza superiores a lo que puede ser y a lo que debe suceder, a las correlaciones de fuerza y la lógica, al sentido común y a las varas de medir, como le escribió el Padre de la Patria a su Ana de Quesada. Y los que participan en ellas se ven obligados, si aspiran a ser realmente revolucionarios, a combatirse y vencerse a sí mismos, a educarse en la acción y los sacrificios, a amar a los compañeros, a construir al mismo tiempo que destruyen, a crear un mundo nuevo desde los materiales existentes, incluso muchos que parecen deleznables, a condenar e ir eliminando la cultura de la dominación, a pelear y vencer en innumerables terrenos y no solamente contra los enemigos abiertos de la revolución.
De todo esto se ocupa Limia con una sagacidad admirable. Ha combinado la investigación de hechos y actitudes de suma importancia que no siempre reciben atención o valoración con el uso inteligente de una copiosísima bibliografía que forma parte del acervo descomunal correspondiente al período estudiado. Y nos brinda una narración veraz y profunda de los procesos revolucionarios sucedidos entre 1868 y 1898, entrando sin temor a develar sus vicisitudes junto a sus incomparables heroísmos, las páginas más gloriosas y los hechos mezquinos, los sacrificios sin tasa y los desencuentros de los grandes y de los pequeños, las diferencias y los conflictos ideológicos, con sus relaciones más o menos íntimas con los intereses y visiones del mundo de clases muy diferentes, que están reunidos bajo la bandera de la patria a conquistar.
Ha sido una idea realmente feliz del autor titular a su libro Cuba libre. Porque esa era la palabra de pase, lo definitorio, lo que podía reunir en una voluntad, un ejército y una decisión inquebrantable a un pueblo dividido en castas, agravios , prejuicios y sentimientos. Y ha sido una iniciativa suya muy encomiable ofrecer la historia real, y no un adorno en nombre de ella. Limia hace expresas sus razones en la entrevista a Juventud Rebelde:
"El gran desafío es que ese hecho no sea ignorado, manipulado o tergiversado, porque los responsables de contribuir a defender la nación desde las ciencias sociales seamos incapaces de sensibilizar, de conmover, al narrar la historia de una forma que atrape al lector, mientras se tributa al conocimiento de la nación. Las circunstancias exigen poner al servicio del pueblo todo el patrimonio generado a lo largo de nuestra historia en términos de cultura de la resistencia contra el colonialismo y contra el neocolonialismo, hasta evolucionar de la mano de Martí a una vocación de cultura raigalmente antimperialista". (1)
Afortunadamente, Ernesto Limia es un historiador apasionado y comprometido. Como exigen las reglas de esta ciencia social, expone los sentimientos de un buen número de personalidades, en los casos en que ellos resultan datos convenientes para el conocimiento de los hechos históricos, porque esos hechos siempre son fruto de las actividades de los seres humanos. Pero también nos muestra abiertamente los sentimientos del autor, sus sentimientos, con sincera honestidad que hay que agradecer. No hay que temer por ello. José Carlos Mariátegui escribió al inicio de su libro más famoso: “Otra vez repito que no soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones”. Y todos los estudiosos están de acuerdo en que el Amauta peruano fue un gran aportador de conocimientos sociales y un gran pensador. Limia ha logrado aquí una combinación descollante y muy eficaz de ciencia histórica y conciencia patriótica.
Pero ya me he dado cuenta de que no podré abordar, en el tiempo limitado que el buen juicio aconseja al presentar un libro, tantos aspectos y cuestiones de esta obra que me motivan.
Me acercaré al final, entonces, solamente con dos comentarios breves, y una cita del texto. El primero, la ayuda de gran valor que ofrece esta obra a la necesidad de que conozcamos la historia económica de Cuba. El que la lea ya no será el mismo frente a las ignorancias y superficialidades que lamentablemente son tan comunes en lo que consumimos sobre la economía cubana. Aquí la historia vuelve a ser maestra, en páginas iluminadoras que explican una multitud de hechos económicos, los modos de funcionar la economía, las relaciones internacionales que han sido y son tantas veces decisivas y siempre de la mayor importancia para Cuba. Pero, al mismo tiempo, como debe ser, la destrucción de la falsedad de que la economía es un campo autónomo, dueño de sí mismo, con leyes ocultas hermanas de la magia, y de que esa abstracción llamada economía determina férreamente la vida y lo que pueden ser y hacer los seres humanos, sin posibilidad alguna de remisión, y mucho menos de rebelión a sus designios.
La economía en el texto de Limia consiste siempre en relaciones sociales, y la historia económica que expone es inseparable de la historia política, de la historia social y cultural. Sus personajes no viven en compartimentos estancos que separen los actos de esas tres dimensiones: aquí sucede lo contrario. Las personas pertenecientes a sectores sociales intermedios y bajos son productores, consumidores, activistas sociales y políticos, víctimas, otorgadores de consensos, resistentes o rebeldes; todo al mismo tiempo, como sucede en la vida real de las sociedades. Y los lectores pueden obtener un gran número de enseñanzas acerca del decurso histórico de Cuba, sus constantes y sus avatares, las cosas que hoy es imprescindible tener en cuenta y algunas guías muy valiosas para la acción actual.
El otro comentario atañe a la segunda tesis audaz de Ramón de Armas, esta vez respecto al curso de la Guerra de Independencia de 1895-1898: se iba la ganando la guerra mientras se iba perdiendo la revolución. Limia ha realizado en este libro un aporte fundamental a la profundización de aquella tesis, que debió esperar más de veinticinco años antes que aparecieran estudios como el de Ibrahim Hidalgo para ser retomada. No atenderé a los aspectos de ciencia social implicados, que exigirían largos debates. Solo anotaré que aquí la honestidad y valentía intelectual del autor corre parejas con su militancia revolucionaria. El respeto a la maravillosa acumulación cultural que posee el pueblo cubano guía esta develación y mostración de los hechos históricos, y esa cultura resulta beneficiada por una asunción más cabal y profunda del patriotismo, en una coyuntura como la actual, en la que este requiere de calificaciones precisas. Es decir, que sea un patriotismo popular de justicia social.
Ernesto Limia cumple su tarea mediante una narración llena de vida y atractivos, como hizo en el primer libro, aunque ahora va en busca de otras fibras de la lectora y el lector cubanos. Mejor que explicarme es que lea el último párrafo de su cuarto capítulo, el final del episodio de Baraguá, en 1878, como podría haber seleccionado el de la muerte de Martí u otros pasajes estelares de la obra.
En Baraguá, los orientales reivindicaron la sangre derramada, al tiempo que erigían un monumento a los sufrimientos, las privaciones y la entereza de los campamentos improvisados de ancianos, mujeres y niños que durante diez años los acompañaron, día tras día, cayendo o agonizando por decenas de miles, sin nombre ni gloria, ante el sable español o el terrible rigor del hambre y las enfermedades. Aquella masa de campesinos y libertos revolucionarios se irguió junto al Titán de Bronce, convertido entonces en un héroe de toda América, para escribir una página memorable de la historia patria y, con ello, preservaron un hálito de esperanza que se transformaría en semilla de la Guerra Necesaria.
Este es un libro para hoy, que participa en la batalla cubana actual. Es un magnífico ejemplo de los productos culturales que tanto necesitamos. Lo dejo en sus manos.
Notas
(1) “Cinco siglos de historia en cuatro libros”. Entrevista de Susana Gómez Bugallo a Ernesto Limia, Juventud Rebelde Digital, 8 de marzo de 2015.
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