El pequeño grupo de alumnos que en 1965 habíamos ingresado en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, apenas llevábamos unos meses allí cuando el profesor de grabado Francisco Espinoza Dueñas (que era a la vez destacado ceramista peruano) nos condujo a extraer viejas piedras litográficas –en su mayoría con huellas de haber servido en la industria tabacalera- convertidas en piso de un almacén cercano a la avenida de Boyeros y calle 100. Gracias a ese “tesoro instrumental”, que los alumnos del segundo y primer cursos cargamos en camión hasta el erótico edificio diseñado por Ricardo Porro en el Reparto Cubanacán, se pudo armar la especialidad de Litografía del taller docente que entonces se instauró en ese centro, parte de lo que inicialmente se soñó como “Ciudad del arte” En más de una ocasión escuché al exigente maestro suramericano, que hoy permanece bastante anciano en un hospicio español, decirnos que aquellas piedras evitarían tener que trasladarnos constantemente a recibir clases prácticas de ese género visual en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana (fundado por Orlando Suárez, con los experimentados impresores Israel de la Hoya y Amable Mouriño), que también se había nutrido de máquinas y matrices pétreas recuperadas, y que funcionaba como espacio de creación profesional y sitio de adiestramiento para iniciados desde 1962.
Por nuestra profesora Antonia Eiríz, quien había realizado en ese taller algunas estampas con sus célebres figuraciones expresionistas, supimos de la importancia que ya tenía como “fábrica” multiplicadora de los resultados imaginativos, donde prohijaron obras –entre otros- nombres como Víctor Manuel, el muralista chileno José Venturelli, el también diseñador Umberto Peña y ese “mago de la cerámica” que todavía permanece juvenilmente activo entre nosotros: Alfredo Sosabravo. Aunque en el país habían funcionado algunos talleres del arte impreso, propiedad de miembros de la Sociedad de Grabadores de Cuba, además del de la Escuela “San Alejandro”, e incluso aquellos radicados en ciudades de territorios no-habaneros, era indudable que la aparición del TEGH (o Taller de la Plaza de la Catedral, que es como mejor se le conoce) constituyó un hito dignificante de las expresiones gráficas, que a partir de su vitalidad productiva se colocaron en sitial contiguo al de la pintura y el dibujo.
Como yo había logrado conocer personalmente al autor de la Gitana Tropical, por mediación de Osvaldo Alén (que era pianista del Restaurant “El Patio” y padre de Olavo, condiscípulo de la ENA que es un importante musicólogo), conversé con Víctor dos años antes de su muerte, manifestándome su alegría por haber podido reproducir visiones suyas con creyones y piedras de impresión litográfica del mencionado lugar. La fundación del Taller figuró entre los actos fundamentales de cultura de los sesentas que mejor acogida tuvieron en el medio artístico capitalino. Su actividad repercutiría, a la postre, en una especie de “renacimiento de las variantes gráficas” que incentivó a esa manifestación en otras provincias, y respaldó la importantísima gestación –por iniciativa de Mariano Rodríguez y Lesbia Vent Dumois- del concurso de grabado y otras experiencias impresas renovadoras titulado Exposición de La Habana, mantenido por la Casa de las Américas hasta inicios del séptimo decenio. Fue precisamente este suceso latinoamericanista y caribeño, aún necesitado de una justa investigación histórica, el que permitió establecer niveles bastante semejantes entre la creación de los gráficos autóctonos y la del movimiento transformador de esa manifestación en los sesentas, protagonizado por medulares figuras nacidas en nuestra región. Debe decirse que parte de los premios y menciones de ese evento anual de la CASA habían sido producidos en las mesas y prensas del TEGH.
Tanto el propósito internacional de hacer del coleccionismo de grabado posibilidad para la clase media, incentivado a partir de la segunda postguerra mundial; como la tradición de entender lo gráfico en función popular, que había constituido ejemplar premisa del Taller de Leopoldo Méndez en los tiempos constructivos de la Revolución Mexicana, influyeron en las ideas fecundantes del Taller de la Plaza de la Catedral. Un complejo proceso de transformación nacional desarrollado desde 1959, que apoyó también el afán por conectar lo estético con la formación de sensibilidades y gustos de la población cubana, no podía obviar las concepciones seriales de producción marcadas por la utopía, que pusieran el espectro expresivo de los artistas en disponibilidad de ser asumido por las mayorías. Era ésa, básicamente, la razón que dio existencia al TEGH: responder a una recepción social amplia con productos artísticamente diversos, que tuvieran altas calidades de oficio y una riqueza expresiva apropiadas para elevar la capacidad de ver y mejorarse de la sociedad a que se aspiraba. Semejante camino de socialización cultural explicaría, así mismo, el doble uso -de anuncio y objeto de colección- que tuvo la cartelística nacional de la Década Prodigiosa, la que por su masividad reproductiva poli-sectorial y destino gratuito, sí devino arte de muchos.
La historia del habanero Taller Experimental de Gráfica no es más que una porción singularísima de la historia, a veces zigzagueante, de una puesta en hechos de la política cultural del Estado en el campo de las artes visuales. Por sus piedras y prensas han transitado emisiones disímiles de lo imaginario en los aspectos instrumentales, formales, icónicos, poéticos, simbólicos, ornamentales, conceptuales y exploratorios. No existe momento de búsqueda o ruptura, de sentido épico o cifrado intimista, de recogimiento local o expansión planetaria de signos, que no haya tenido consumación en las impresiones sobre papel conservadas en los archivos del TEGH; que fueron resultados de opciones en el trabajo con géneros gráficos clásicos (litografía, xilografía y calcografía) y en variaciones que entrelazaban procedimientos, integraban en la monotipia elementos no-artísticos, disfrutaban la ocurrencia efímera, o convertían a la criolla “colagrafía” en recurso generador de sensaciones matéricas próximas a las pictóricas. Una concurrencia generacional múltiple –como realmente ocurre en las circunstancias epocales de un país, y no esa esquemática disposición sustitutiva de generaciones y códigos, contaminadora y reductora de las prácticas museográficas- ha sido característica de ese taller en sus distintas etapas, por lo que se ha podido ver a los artífices de muy diferentes edades y poéticas elaborando simultáneamente sus imágenes sobre las piedras e imprimiéndolas junto a los operarios.
Tampoco podemos dejar de señalar que en la particular vida de esa entidad se ha manifestado –ya sea mediante los autores que en ella han participado, o por las mismas posibilidades y carencias que han condicionado calidades materiales de sus realizaciones- la historia cubana de estos más de cincuenta años. De ahí que haya sido depositaria tangencial de una realidad cuya evolución ha comportado sobredimensionadas aspiraciones, circunstancias de equidad, proyecciones latinoamericanistas y con aquel llamado “Campo Socialista”, acentuado ascenso autoral e institucional del arte nacional, además de complejas crisis e inusitados cambios económicos. Y como la mantenida gratuidad en el uso de los materiales y medios productivos del TEGH no siempre ha podido hallar una respuesta estatal que la asegure en medida necesaria, a veces se ha tenido que recurrir a discretas donaciones de artistas del exterior que él han incursionado, a convenios con otras entidades de la Nación, así como ejecutar obras gráficas en papeles carentes de la naturaleza específica que asegura la calidad de las estampas para circular y alcanzar precios dignos. Por la cantidad y nombradía de los creadores de la visualidad que han realizado estampas en el Taller, sobre todo litográficas, en series numeradas personales o como parte de portafolios y hasta en peculiares piezas gráficas a dúo, existe en él un nutrido panorama de estilos y lenguajes que han participado en el devenir de más de 5 décadas de plástica de Cuba. Y sólo con evidentes excepciones de quienes han entrado en otra categoría de recursos económicos, puede afirmarse que la producción artística de ese sitio de forja de valores culturales ha sido de artistas que han vivido y viven en condiciones semejantes a la de la mayor parte del pueblo laborioso.
Cada uno de los directores precedentes (Orlando, Contino, Frémez, Paneca, Jose Omar, Raimundo, Lara) ha dejado alguna huella de su paso por el Taller; y ha tenido que maniobrar con el entorno político y cultural circundante, proponerse un problema central como égida de mandato, abrir su ámbito desmesuradamente o establecer pautas de culta participación, mejorar sus instalaciones o encontrar alternativas internas y foráneas en pos de preservarlo y colocarlo en planos artísticos pertinentes. Durante el prolongado tiempo que tuve mi “estudio” de arte en Mercaderes 2, a la entrada a la Plaza de la Catedral, fueron frecuentes mis visitas al TEGH en la casona colonial de la Plaza y después en el Callejón del Chorro, las que me permitieron advertir la constancia creadora de algunos legítimos artífices, una episódica asistencia de pintores reconocidos que tenían aparte sus sitios de labor, además de haber aumentado en cierta etapa el número de aficionados o hacedores con poca formación, que aprovechaban sus condiciones productivas y la ubicación del taller en zona turística para sus pedestres mercaderías. Por evaluaciones analíticas de ciertos curadores y críticos, porque es verdad que los efectos climáticos tropicales se reflejan negativamente sobre papeles y cartulinas corrientes, y debido a desviaciones éticas derivadas de los estados de sobrevivencia que hemos padecido, los grabados e impresos de arte que allí se produjeron no siempre alcanzaron rangos de apreciación y de mercado equivalentes a los de la pintura, el arte-objetual, la escultura y la fotografía de creación. Solamente un grupo de nombres de la gráfica que aparecieron profesionalmente desde finales de los ochentas, cuando ya se habían abierto las puertas a la presencia de creadores cubanos en Bienales, Ferias y galerías internacionales, han podido adquirir significativos beneficios promocionales y pecuniarios.
Falta el estudio desprejuiciado y justo que aborde todo lo ocurrido en el TEGH, sin negarle sus méritos y explicar los desvaríos. Queda todavía sin asumir la tarea de entrar con ojo crítico en sus archivos, categorizar los aportes, mostrar a plenitud su memoria, determinar el peso que éste ha tenido en los Encuentros de Grabado y en el denominado Salón de la Joven Estampa, indicar la influencia temporal ejercida por personalidades que en él han tenido papel aglutinador, apreciar la repercusión estética llegada con sucesivos egresados de la Facultad de Artes Visuales del ISA, medir sus interacciones con las nuevas tendencias que han enriquecido la expresión plástica, a la vez que sacar a plena luz las buenas y malas consecuencias de esa galopante mercantilización que hoy marca al modo de hacer de los artistas y al destino de sus productos.
La pérdida de paradigmas ideológicos que fundieron a la gráfica del Taller con motivos ilustrativos y ancilares; el rechazo de valores tradicionales de la cubanía y de la resistencia identitaria en gentes influyentes dentro del sector; la fuerza alcanzada en Cuba por opciones artísticas circunscritas a la “pura subjetividad” o a los patrones transnacionalizados de arte vendible; un conflicto evidente entre la Política Cultural del país y la necesidad de que los instrumentos institucionales del arte pervivan mediante la rentabilidad; la conversión del mercado externo correspondiente en “globalizada patria adoptiva” para los noveles artistas nuestros, han colocado al Taller Experimental de Gráfica de La Habana en una coyuntura inédita y en una suerte de encrucijada que implicará remodelaciones en su diseño y perspectivas. Por suerte, el actual director Octavio Irving (él mismo artista creativo con entonación propia) y aquellos creadores dispuestos al ejercicio serio de la gráfica, continúan desplegando allí acciones posibles en los derroteros de la nueva batalla.
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