Desde que la conocí en la década de los años sesenta del siglo XX, Camila Henríquez Ureña me impresionó hondamente. Alguna vez dije que era como una encarnación de la diosa griega de la sabiduría. Ella y sus hermanos, Pedro y Max, hicieron muy valiosos aportes a los estudios literarios. Alguien me contó y no me preocupé por corroborarlo, que siendo una niña de escasos siete años Camila leía a Dante en su lengua original. También me dijeron que se impresionó tanto con el teatro de Ibsen que estudió lengua noruega para leerlo en el original. Lo que sí puedo afirmar es que después que se editó y publicó en Cuba la versión española de la novela País de Nieve, del premio Nobel japonés Yasunari Kawabata, Camila me comentó en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana que era una lástima que ya a su avanzada edad no estuviera en condiciones de aprender lengua japonesa para poder disfrutar la novela en el idioma original pues, aún en la versión española, la había deleitado.

Grandes lectoras eran también Vicentina Antuña y Mirta Aguirre. Ambas eran fieles a Agatha Christie para balancear las cargas de los rigores académicos.

En el caso de Mirta, que se había leído toda La Comedia Humana, de Balzac, y mucha literatura francesa en general, además de ser una experta en literatura hispanoamericana, o sea, de habla española, combinaba sus lecturas con las obras filosóficas y políticas. Soy testigo de que leyó y anotó las Obras Completas de Lenin para producir volúmenes con selecciones temáticas que se publicaron por la Editora Política.

Las tres damas antes mencionadas eran una constelación distintiva de la Escuela de Letras. A ellas habría que sumarle a Beatriz Maggi, muy ducha en literatura inglesa, quien tuvo el mérito pedagógico de enseñar a leer una obra literaria, desmenuzándola para el análisis de forma y contenido y concluir con una valoración propia que no tenía que ser la de Beatriz. Todo el asunto radicaba en que el análisis y la conclusión fueran coherentes y creíbles, bien fundamentados y no arbitrarios. Ella enseñaba a pensar con cabeza propia y no a repetir a terceros como pericos, aunque esos terceros fueran personalidades de indiscutible valía.

Y en esto del amor a la lectura las bibliotecarias o bibliotecarios pueden desempeñar un papel de suma importancia como consejeros y guías si son bibliotecarios de verdad, amantes de los libros y lectores infatigables. La Escuela de Letras contaba con una excelente bibliotecaria en la persona de Sara Fiderzaid, esposa del Dr. Juan Pérez de la Riva.

Siempre hay que agradecer a quienes se ocupan de preservar y difundir lo mejor de la herencia cultural de la humanidad. Esas personas son indispensables. Archiveros, bibliotecarios, investigadores, escritores, profesores, traductores, editores y todo el personal aledaño, son los guardianes del saber, del espíritu humano que pervive y, permítaseme el anglicismo, pervade, en alguna medida, a nuestra especie en toda la geografía de nuestro planeta.

En estas cosas pensaba a propósito del cercano inicio de la vigésimo quinta edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana, que en realidad es ya de toda Cuba, y que este año tiene como país invitado a la República Oriental del Uruguay y está dedicada a la  poetisa Lina de Feria y al folklorista Rogelio Martínez Furé, Premio Nacional de Literatura, ambos figuras relevantes de la cultura nacional a la que prestigian con sus quehaceres respectivos.

La Feria es uno de los eventos culturales de mayor convocatoria porque su oferta tiene algo para todas las edades, ocupaciones  y gustos. A nadie quita y a todos da.

Sea bienvenida esta nueva edición de nuestra Feria.