Una agradable sorpresa, un regalo danzario/visual llegó a unas centenarias tablas en el caluroso verano cubano.
La danza, en una mágica noche habanera sobre la escena del Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”, hizo palpable que es un lenguaje universal. Pero, es, además, una suerte de soplo divino pleno de optimismo, algo que nos legaron desde el comienzo los dioses a los humanos, para demostrarnos que, nosotros somos quienes construimos barreras, fronteras… que al final nos separan. Hay que sumar, no restar. La vida es muy amplia y el arte, mucho más.
Utilizando un mismo idioma, estrellas internacionales del momento, del ballet de Rusia, Estados Unidos, Japón, Italia, Ucrania, Canadá y Cuba, todos, primeros bailarines de las más célebres compañías del orbe, se reunieron, por vez primera en la Gala única del Ballet Royalty. Un hermoso regalo para el conocedor público nuestro, que desbordó el coliseo de Prado más allá de sus paredes, pues, en una inmensa pantalla ubicada al costado del teatro (calle San José) paseó también la importante función, que según comentaron los organizadores, en rueda de prensa, previa: el Consejo Nacional de las Artes Escénicas, del Ministerio de Cultura de Cuba, e Improvedance, de Cincinnati (Estados Unidos), pasará próximamente por la pequeña pantalla nuestra.
Fue un espectáculo ágil y variado -que ojalá se repita-, conformado por los más variados estilos clásicos, escuelas, maneras de abordar la danza y las coreografías, en el que los danzantes entregaron su energía y talento en cada pieza. Ellos fueron muy ovacionados por un público, liderado por la MAESTRA, la prima ballerina assoluta, cubana y universal, Alicia Alonso. Ella, firme y vigilante, cual nuestra palma real en su usual paisaje de danza, participó del importante instante junto con otras estrellas del Ballet Nacional de Cuba, en sus distintas generaciones, maîtres, alumnos, especialistas y amantes en plural, de este arte. Allí, con sensible felicidad, pudieron constatar durante la Gala, a partir de declaraciones de cada artista, filmadas y mostradas en una pantalla en el proscenio antes de cada obra, la importancia que ellos, personalidades de renombre del ballet en el siglo XXI, conceden a la Escuela Cubana de Ballet, a sus bailarines, profesores, al público nuestro y, por supuesto, a la inmensa bailarina que junto al grupo fundacional encabezado por Fernando y Alberto Alonso, sembraron esa semilla que nos enorgullece de ser cubanos. Todos lo sentimos en esos instantes.
El espectáculo, una oda a la amistad
La Gala, como olas que iban y venían, acercó momentos cumbres del ballet clásico y algunas piezas contemporáneas, y constituyó, para todos, la oportunidad de ver reunidos en las tablas a célebres figuras del ballet clásico de este tiempo. La hermosa música de Jean Schneitzhoeffer descorría las cortinas…Era La sílfide (pas de deux), de Bournonville, interpretado por Misa Kuranaga y el cubano Rodrigo Almarales, primeros bailarines del Boston Ballet y del Cincinnati Ballet, respectivamente. Ellos lo interpretaron con un toque de buen gusto, y sobre todo de respeto por la coreografía, al abordar los matices del dinámico estilo del danés y su supremo refinamiento. Después, ocupó la escena la pareja de Iana Salenko (primera bailarina del Ballet Estatal de Berlín) y el primer bailarín del Royal Ballet, Matthew Golding, quienes se unieron en el Cisne negro. La coreografía de Petipá motivó una vez más al auditorio para coronar con fuertes aplausos las ejecuciones de los danzantes quienes dieron muestras de virtuosismo, tanto en sus solos como en la labor de pareja. Bells (pas de deux), coreografía de Yuri Possokhov, mostró a dos intérpretes idóneos: María Kochetkova/Carlo Di Lanno (primeros bailarines del San Francisco Ballet). Un cerrado aplauso provocó ese instante de pura armonía estética que llega hasta los diseños de vestuario, en un breve trabajo que esboza posibilidades válidas al traducir conceptos al lenguaje de la danza, en la que la energía física alcanza altos instantes en un baile que desprende ternura/sensualidad, amén de la calidad de unos excelentes intérpretes.
Estilos/Actuaciones
Una clase de estilo regalaron con su presencia y, por supuesto baile, Semyon Chudin (primer bailarín del Ballet Bolshoi) y Jurgita Dronina (primera bailarina del Ballet Nacional de Canadá), al unirse en el pas de deux del tercer acto de La bella durmiente. Sin lugar a dudas un instante de baile supremo, en el que se observa el resultado de una buena preparación técnica, el físico indispensable para que mejor luzca el puro diseño de los movimientos y la orgánica asimilación del estilo no perdido nunca de vista, a través de las exigencias de este pas de deux. Algo que volvieron a enseñar -en la segunda parte del programa- en el pas de deux del segundo acto de Giselle, donde volvieron a corroborar una desbordante elegancia y perfección a la hora de abordar esta pieza cumbre del Romanticismo.
Vitalidad, perfección técnica, en pocas palabras, una explosión de energía, que arrancó una de las más sonadas ovaciones de la jornada, ancló en la escena con el dúctil y espigado primer bailarín del American Ballet Theater (ABT), Daniil Simkin en Le bourgeois, firmado por Ben Van Cauwennergh y música de Jacques Brel. El célebre artista, de contagiosa simpatía, es un excepcional bailarín, cuya piel y corazón están espontáneamente aliados con la danza y la música. De pasmosa ductilidad, se lanzó a la intrincada combinación de pasos: donde se mezclan giros, saltos descomunales, entrelazados en un tiempo veloz, con virtuosismo sin par. Aquí se entregó en cuerpo y alma, no solo del lado técnico en el baile, sino en una interpretación de muchos matices, en el que enseñó sus credenciales, como continuador de una familia dedicada a la danza. En la primera parte, el italiano Carlo Di Lanno regresó a escena con el estreno del solo Painting Greys, de Myles Thatcher, donde estuvo admirable; y cerró por lo alto con el pas de trois de El corsario, interpretado magistralmente por la bailarina cubana Aidarys Almeida, Joseph Michael Gatti –ambos primeros bailarines internacionales- y Matthew Golding, quienes subieron la temperatura del auditorio con sus virtuosas ejecuciones.
Otros gratos instantes
La segunda parte acercaría otros gratos instantes que sedujeron ampliamente. Como la desbordante interpretación/ejecución del célebre y carismático Iván Vasiliev –primer bailarín del Ballet Mijailovski y del ABT-, quien se unió en el pas de deux de Las llamas de París a Iana Salenko, que bailada con pasión, conquistó al público con una de las más sostenidas, entusiastas y prolongadas ovaciones de la noche. Misa Kuranaga volvió a las tablas con La muerte del cisne, para recrear una poética que transmite la eterna lucha entre la vida y la muerte, y los cubanos Adiarys Almeida/Rodrigo Almarales se reunieron en la coreografía de este último titulada Chor. No. 2 que dejó una agradable estela de frescura e interpretación técnica de los jóvenes. Don Quijote, (pas de deux) del tercer acto, fue un fértil terreno en el que María Kochetkova/Daniil Simkin, llegaron palpitantes al público con una entrega de alto vuelo danzario. Como colofón, y al ritmo de salsa salieron todos los bailarines a saludar a un público que los ovacionó hasta el delirio. Excelente jornada que como preámbulo al 25to. Festival Internacional de Ballet de La Habana, trajo en la Gala a destacadas figuras y coreografías que ejemplificaron modos diversos de entender el arte de Terpsícore en nuestro tiempo.
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