Un disco diferente, necesario y trascendente… lo digo yo…
El pequeño Enrique se alzaba sobre los cajones de bacalao que ponían fuera de la bodega del gallego Martínez y allí pasaba horas golpeándolos, lo mismo con las manos que con dos largos palitos hechos con lo que fuera. Todos decían que Enriquito tenía alma de abogado por las leyes que ponía cuando hablaba con algún mayor; pero en su fuero interno quería tocar en una gran orquesta, no importa si era una danzonera, lo suyo era la música. Y así llegó siendo mozalbete a los atriles del Cabaret Tropicana, su amigo de la infancia y compadre Claro Bravo le llevó a ver al dueño de una orquesta que buscara un tumbador o pailero. Su sueño se hacía realidad, ahora debía estudiar y aprender todo lo que pudiera para no defraudar al amigo.
En Tropicana aprendió, además de a tocar las pailas, como dominar la batería y el güiro, aquel insignificante instrumento al que se apasionaría y llegará a amar con desenfreno. Estaba listo para alcanzar la fama algún día y tocar aquellos danzones con los que sus padres se juraron amor eterno en un solo ladrillito.
En tiempo de música con alma de fast food, de artistas con texturas de postales turísticas prestas a ser olvidadas en una gaveta superada la emoción inicial; en que algunos agoreros se aventuran a determinar el fin de las tradiciones, tradiciones que deben ser sustituidas por una modernidad con sello de “desechar no es volver a vivir” y cuando la privacidad ha sido enajenada y secuestrada por una individualidad, hija del más vulgar de los estupro; llega a mi mesa de trabajo el CD All star del Danzón: El que más Goza, producido por BIS MUSIC y con dirección musical de Enrique Lazaga.
Quisiera presentarles brevemente a Enrique Lazaga y otras hierbas, como decían, ha mucho tiempo atrás, los mayores. Su nombre es sinónimo de renovación dentro de la música cubana; su profesión es percusionista pues además de las pailas toca toda la batería de instrumentos de percusión cubana y el güiro; en el que asimiló la maestría de Gustavo Tamayo. Antes hablé de renovación y quisiera abundar: Lazaga, junto a Daniel Díaz y Claro Bravo renovaron determinados elementos dentro de la percusión cubana en los años setenta del pasado siglo desde la orquesta Ritmo Oriental; una charanga que fue creada para trabajar en el cabaret Tropicana en los años cincuenta; pero que en los sesenta y setenta —fundamentalmente— hicieron las delicias de los bailadores cubanos.
Y para no dejar de estar cerca de la buena música es Enrique Lazaga quien sustituye a Gustavo Tamayo en el cuarteto Los amigos del pianista Frank Emilio Flyng. Lazaga comienza a imponer sus estilo, un estilo que de alguna manera refleja cuanto de tradición hay en “la modernidad” de su sonido; un sonido único e irrepetible, tanto que a diferencia de otros ejecutantes de ese instrumento hay hoy un sonido Lazaga muy definido por la manera de rasgar o hacer frotar la varilla sobre el instrumento.
Y como proviene de una charanga que mejor manera para demostrar maestría que atreverse a proponer un disco de danzones; pero no los danzones tocados a la usanza del siglo XX, cosa que no debe avergonzar; sino danzones desde las influencias y las virtudes de este tiempo; para mostrar hasta donde este género de la música cubana es capaz de interactuar con otros, fundamentalmente el jazz.
Si hay un género de la música cubana que puede ser considerado como “el gran saco donde musicalmente cabe todo” es el Danzón. En un Danzón usted puede incorporar fragmentos de una sinfonía, el texto de un aria de ópera, un bolero, un buen son y hasta rumbear si se lo propone.
Con estos antecedentes, usted podrá preguntarse: entonces qué de novedoso o distinto tiene el CD que les presento. Sencillo, se trata de hacer danzones como Dios manda y a la vez asumir determinados riesgos musicales que pudieran escandalizar a los tradicionalistas. Pero como sabiamente escribió Leo Brower: “… la tradición se rompe, pero cuesta trabajo…”, y esa ruptura se convierte en goce estético, humano y musical.
No quisiera extender estas notas tras la búsqueda del Dorado musical que pudiera encerrar este disco; prefiero amar la lucidez musical que permite que el güiro sustituya a otros instrumentos en determinados pasajes de Linda cubana; la siempre maestría de Chicoy en la guitarra cuando agrega pasajes roqueros a Doña Olga —una joya musical— que se complementan con la voz de Sixto “el Indio” Llorente.
Lazaga, lo mismo que los productores por parte de la discográfica —en este caso la sin par Pachita, danzonera putativa—, no le temen a los jóvenes y se arriesgan a utilizar a Frasis, un cuarteto de cuerdas femenino que viene haciendo un trabajo interesante con determinadas zonas de la música cubana que ya ha llamado la atención de otros productores musicales.
Y como el Danzón también se canta —no solo con la voz— se escucha la voz de Robertico García en la trompeta y el fiscorno, del cajón de Mauricio G. Upmann, del saxo de Yuniet Lombida en Fefita y la flauta, siempre necesaria e imprescindible en el Danzón, de Policarpo Tamayo. Como cierre Yaima Sáez, inmensa, en Carraguao se botó; uno de esos temas que marcó el tránsito histórico del Danzón “clásico” al Danzón de nuevo ritmo que terminó en el cha cha chá.
Y para completar Emilio Morales al piano y aquí quisiera hacer una pausa. Emilio Morales además de su talento y maestría ha incorporado y continuado la ruta abierta ha ya más de medio siglo por Frank Emilio —fantasma que ronda cada tema alegremente— en cuanto a determinados elementos de cubanía poco explotados en el piano jazzístico. Se trata de economía creativa, una economía que redunda en desbordante virtud y placer. Sí, porque aunque no lo parezca la economía también da placer, sobre todo en música.
Como cierre se hace una versión de la Guajira Guantanamera, que no es un Danzón; sin embargo, tal incorporación no minimiza el valor del disco; simplemente abre el espectro musical. Se trata que desde 1928 cuando Joseíto compuso su guajira la forma de terminar los bailes de las orquestas danzoneras cambió; y si este es un gran concierto de danzones, lo correcto es que termine cerrando el ciclo histórico.
Gozar, es mucho más que sudar y eso lo sabe el siempre sonriente Enrique Lazaga, que devuelve a los seguidores de la música cubana el Danzón.
Puede que vengan otros discos de danzón, que alguien haga una lectura festinada del género —hay derecho a ello—; que se permita “actualizarlo o traerlo a la contemporaneidad”; correcto, pero después de este disco no creo que haya que inventar nada más.
De eso se trata.
En un viejo escaparate de cedro gastado y manchado por los años, en una de sus gavetas, duermen un abanico de orladas imágenes, un tocado femenino de hilo blanco y un sombrero de jipi; en el ante suelo del mismo un par de tacones blancos y zapatos de dos tonos agrietados por los años. Pegada a la puerta hay una foto amarilla, casi difusa, de una pareja que se ve sonriente y feliz; en su reverso estampado un cuño con la fecha y el nombre del fotógrafo.
Ellos se conocieron cierta tarde de domingo en una gira en el parque de Palatino y se juraron amor eterno. Vestían de blanco y con el paso de los años fundaron una familia. Muchos hijos y soñaron con que alguno de ellos un día supiera tocar danzones.
Enrique, uno de ellos, casi cien años después pone ante la foto familiar su disco de danzones. Es la única promesa que siempre quiso cumplir.
Yo, desde la intimidad y la soledad del que escucha y goza le acompaño.
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