Todavía hay gente por el mundo que se pregunta de dónde salen la entereza y lealtad, la modestia y entrega de los médicos cubanos.
Es que, como sentencia el viejo refrán, “De casta le viene al galgo correr”. Y ahí tenemos para seguir, entre otros tantos y tan valiosos, el ejemplo imperecedero de Manuel Piti Fajardo.
Para empezar, tuvo el paradigma en casa: había médicos en la familia por ambas líneas de consanguinidad: su tío paterno, el reconocido Juan Fajardo, por una parte; por la otra su madre, Francisca Rivero Arocha, la primera mujer negra que se graduó de Medicina en Cuba, y primera también en ocupar, más tarde, un puesto de Directora, en el Hospital Civil de su Manzanillo natal; de ella aprendió no solo la perseverancia y el amor a su carrera, sino el patriotismo que caracterizó su vida futura.
Desde que viajó a Estados Unidos en 1948, al terminar el bachillerato, ya Piti sabía lo que no quería para Cuba, pues sufrió en carne propia la discriminación racial que aún perdura en aquel país. Al regresar matricula Medicina en la Universidad de La Habana, y una vez graduado en 1955, como reconocimiento a su talento y altas calificaciones, obtiene plaza de cirujano residente en el Hospital de Emergencias.
Un tiempo más tarde, de regreso a Manzanillo, empieza a trabajar junto a su madre en el Hospital Civil, y también en la Clínica La Caridad, donde ¿el destino? lo llevó a conocer a quien llegaría a convertirse en una leyenda de la medicina cubana revolucionaria: el Dr. Comandante René Vallejo, “el médico de Fidel”. Junto a este notable cirujano no solo adquirió experiencia profesional, sino una actitud ante la vida: en La Caridad eran atendidos, de manera gratuita, los más pobres y necesitados, y además los revolucionarios clandestinos y del Ejército Rebelde heridos en la lucha contra Batista. Como era de esperarse, tal desempeño llegó a oídos del tristemente célebre esbirro Salas Cañizares, y tanto Vallejo como Piti tuvieron que partir hacia la Sierra Maestra. No eran los únicos galenos soldados: allí se encontraban, entre otros, Julio Martínez Páez, Sergio del Valle Jiménez, José Ramón Machado Ventura; por su valentía, Piti mereció rápidamente el grado de Capitán, se erige como médico en primera línea y responsable del arsenal de guerra y la contabilidad de los equipos, las comunicaciones y un hospital, entre tantas responsabilidades de que fue merecedor.
Fue de los primeros en entrar victorioso a La Habana en 1959. Y ya era Comandante cuando le fue asignado el cargo de Director del Hospital Civil de Manzanillo –como lo fuera su madre– y, más tarde, del Hospital Militar de Santiago de Cuba; representa a los médicos cubanos en el Congreso Médico en Porto Alegre, Brasil, y a su vez se involucra en la Ley de Reforma Agraria, en construir la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, en la captura del traidor Beatón como Jefe de Operaciones de la Sierra Maestra y en la lucha contra bandidos en el Escambray, donde fue mortalmente herido el 29 de noviembre de 1960.
Tenía 30 años recién cumplidos al morir. Tal vez la misma edad con la que, en estos momentos, muchos de nuestros jóvenes están dispuestos a responder con un rotundo ¡sí! a la tarea de integrar el ejército de batas blancas y enaltecer con ciencia, honestidad y patriotismo, donde quiera que se les necesite, el nombre de esta Cuba que el Dr. Comandante Manuel Piti Fajardo ayudó a construir.
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