El Lago de los cisnes…Impresiones pormenorizadas


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La obra inmortal de Piotr llich Tchaikovski, El Lago de los cisnes inició una temporada de dos semanas en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. Las primeras funciones resultaron, para los espectadores, una muestra evidente de la capacidad de renovación, cada muy corto tiempo, por cierto, del BNC, pues aparecieron en los elencos nuevas figuras, una gran parte de ellas recién graduados de la Escuela Nacional de Ballet. Y para esos noveles bailarines, una verdadera fiesta de la juventud, una buena oportunidad de entrar por la puerta ancha, pero, al fin y al cabo, un enorme reto al enfrentar tamaña empresa, y poder dialogar/bailar, en distintas escalas, con artistas ya establecidos, y mantener la tradición.

La versión cubana de El lago de los cisnes, con coreografía de Alicia Alonso, escenografía de Ricardo Reymena y vestuario de Francis Montesinos y Julio Castaño, resume los aspectos esenciales que han hecho perdurar este título a lo largo de la historia de la danza: el triunfo del amor y del bien sobre el mal, la integración de plástica, coreografía y dramaturgia, que determina su depurado resultado artístico. Y, sobre todo, las extremas exigencias técnicas e interpretativas, a las cuales deben responder tanto las primeras figuras como el cuerpo de baile. No sin razón expresó el destacado crítico suizo Antoine Livio, al presenciar la coreografía cubana de esta pieza en París, en 1984: "hay que ver El lago de los cisnes por el BNC para saber lo que la palabra magia representa, lo que la palabra danza puede expresar, que la palabra arte existe".

Como en sus otras reconstrucciones de afamadas piezas coreográficas del pasado: Giselle, Coppelia, La fille mal gardée, el Grand pas de quatre..., Alicia Alonso sabe aprehender la médula estilística y conceptual de la versión original de Petipá e Ivanov, para insuflarle ese aliento de contemporaneidad y síntesis que tanto se agradece hoy. En su versión del Lago…, la estructura argumental/coreográfica/musical de Petipá/Ivanov/Tchaikovski se realiza en tres actos y un epílogo. Dijo en una ocasión el coreógrafo George Balanchine (Rusia 1904-EEUU 1983): “ Petipá e Ivanov son para el bailarín lo que es Shakespeare para el actor: si usted puede triunfar en sus coreografías, es la insinuación de que usted puede triunfar en cualquier otra cosa”.

LAS FUNCIONES

El Lago de los cisnes, protagonizado, por Anette Delgado junto con Dani Hernández (viernes 22 de abril), en ocasión de la temporada del clásico en los Días de la Danza –que continúa esta semana, el 28 y 29 de abril-, constituyó una clase de estilo desbordante en la pareja, resultado del rigor, la disciplina y el talento conjugados en esos primeros bailarines. Anette evidenció que es una de las alumnas cimeras de la Maestra en estos tiempos, pues lleva, sin dudas, su extirpe. Detrás de esa etérea figura hay una armadura de acero y fuerza… Fue su Odette un campo fértil donde el gesto artístico se magnificó en una de sus más perfectas interpretaciones. Sin embargo, nadie en al auditorio supo que detrás de aquella proeza, de absoluta emoción y belleza, la artista bailó, con una lesión en la rodilla, acaecida en plena función, en ese segundo acto. Y su danza, perfecta, alcanzó cimas en sus posibilidades de expresión, sobrepasando el dolor, para entregarse una vez más al público, de la mano de una Odette tierna y angustiada. Fuertes ovaciones saludaron, ya al final del adagio, un desempeño cuajado de sensibilidad. Esta y no otra –contado el exigente tercer acto y todo- es la verdadera prueba de fuego del ballet. Al salvarla, daba muestras de su capacidad artística/humana, algo no por esperado menos estimulante. Para lograrlo, resulta indispensable la técnica, pero más aún, el sentido poético que debe regir el movimiento. Dueña de la situación, Anette dibujó cada arabesque, mantuvo el cuerpo flexible y siempre suave el port de bras. No se observó huella de preocupada conducta con respecto a la importante labor. Los minutos del dúo de amor dieron oportunidad para una estética de gran nivel junto a su acompañante, ese danseur noble, de alto calibre escénico/técnico/estilístico, que es el primer bailarín Dani Hernández, un ejemplo digno a seguir por todo el elemento masculino del BNC, ¡que tanto lo necesita! Equilibrada siempre, sacó partido incluso del rallentando –para nosotros excesivo- que asumía la orquesta. Buen gusto, balances, cuidadosos empeines, definieron el desarrollo escénico cuando luego llegó la línea trazada por sucesivos tour-arabesques, se afirmaba la favorable impresión: Anette Delgado estaba dando lo mejor de sí. El lírico matiz de Odette se transformó en talante acento cuando tocó vestir la Odile. En la variación observamos que pasaba -¿dos? ¿tres? ¿cuántas veces? En serie de limpios giros. Luego, la coda (fouettés, dobles pirouettes, para el inicio y el final triple pirouettes, el desplazamiento en arabesque sauté (la vaquita), y los vertiginosos piqués… Siempre en personaje. El trabajo en todos los actos reafirmó su valía, su clase de primera bailarina. Dani Hernández, en el príncipe Sigfrido, volvió a demostrar su valía. Poseedor de un inefable control y de una admirable gentileza, tiene siempre un primer objetivo escénico: realzar el trabajo de la bailarina que acompaña. Y en sus solos demostró su técnica, para sobresalir y acaparar los aplausos del auditorio.

SADAISE: UN ACTO BLANCO IMPECABLE

El sábado correspondió el turno al dúo de Sadaise Arencibia, y el novel Raúl Abreu. La primera bailarina tuvo su mejor momento en el segundo acto. Más que un ser humano demostró ser una emoción viviente… Apasionada, intensa, su imagen del cisne cruzó como un soplo de lirismo por la escena, exhibiendo el más puro corte clásico. Hermosos arabesques, una línea envidiable, y una perfección dramática signaron una enorme actuación que llegó a todos como un poema. El adagio fue el éxtasis. No hubo disonancias, bailó, en una palabra, la angustia de un hechizo. Trabajó hasta el último detalle, pareció perfecta. El port de bras del final del acto realzó estéticamente la emoción contenida del auditorio, con su técnica, sabiamente dosificada logró el ritmo perfecto. En el tercer acto, no hay dudas, desplegó una interpretación de altura, fue elegante en sus poses, pero en la coda no pudo mantener el tono mostrado. Faltó empuje y fuerza. Sin embargo, concluyó con una intrépida ronda de piqués que levantó los ánimos del público. A su lado, el juvenil y recién graduado bailarín Raúl Abreu realizó un enorme esfuerzo para llevar a buen término la difícil tarea de ser el partenaire. Puso todo su empeño, fuerza y tesón en dialogar con la artista. Pero recién comienza en estos menesteres. Aún le espera un largo camino para alcanzar la forma óptima en el personaje, sus detalles estilísticos y expresivos que con el tiempo alcanzará. Cuando la técnica –que desenvolvió muy bien en sus solos-, se sedimente y pueda darle pie a construir el personaje con todos sus matices, sin tener que estar pensando en lo que vendrá y cómo hacerlo. Tiene madera de bailarín y lo demostró sobre las tablas en su debut escénico.

El Lago de los cisnes, en estas dos jornadas comentadas aquí –también bailó el domingo la siempre estelar Viengsay Valdés con Patricio Revé-, fue un campo amplio donde se revelaron nuevos intérpretes en diferentes papeles y también en el cuerpo de baile. Pues, cada función del BNC acerca caras nuevas, algo que sin dudas regala oportunidades a los jóvenes artistas que acaban de integrar las filas, pero que constituyen también proezas, muchas veces anónimas, para aquellos maîtres, ensayadores…, que tienen la importante tarea de enseñarles el camino, y sobre todo,entregar una obra perfecta y limpia al público.

El pas de trois, sin el brillo de otros tiempos del BNC, mostró el buen quehacer de intérpretes aislados. El viernes destacó en su variación una artista que lleva años en la agrupación y que ya ha dejado huellas por su intensidad escénica, en baile e interpretación: Ginett Moncho, mientras que Cynthia González, una bailarina de incalculables valores tuvo instantes de alto vuelo, no en todos los momentos. Adrián Masvidal, que poco a poco comienza encarnar papeles de importancia, y con una línea perfecta, debe proyectarse más en la escena y añadir energía al baile, pues, condiciones tiene. El del sábado, más cohesionado y seguro, encontró en Jessie Domínguez a una bailarina que baila con pasión para matizar, con su personalidad, la variación. Bien por la excelente Gabriela Mesa, y Francois Llorente, que dio muestras de estar bien preparado para enfrentar empeños superiores. Los cuatro cisnes (Maureen Gil, Mercedes Piedra, Massiel Alonso y Adarys Linares) estuvieron bastante coordinados y eficaces en sus movimientos. La reina Madre de Yiliam Pacheco y Ailadi Travieso, respectivamente, deben hacerse sentir más en el escenario, motivar más la acción, mientras que el Wolfgang, el Tutor, encuentra en Félix Rodríguez a un artista singular. Vale destacarse en el comentario, por esa labor de baile de conjunto, de visible uniformidad en los movimientos, a los dos cisnes de las ya establecidas primeras solistas Ivis Díaz/Aymara Vasallo, que tocan las cuerdas al unísono en sus más mínimos detalles, y constituyen ejemplos a seguir por las nuevas generaciones. Un soplo de buen gusto y energía a granel/buen baile aportaron a la danza española Jessie Domínguez y Francois Llorente. Otro tanto para la pareja de Ginett Moncho/Rafael Quenedit, en el mismo rol. Adonis Corveas dejó una muy buena impresión en el Von Rothbart, aunque tiene aún mucho para añadir en el tiempo.

El bufón necesita fogueo en los juveniles Alex Yordano y Brian González. En términos generales giran bastante, tienen buenos saltos, pero necesitan mayor limpieza en los movimientos, y sobre todo, lograr –eso lo dará el tiempo- la ágil comunicación demandada por el importante personaje, manteniendo el estilo. El cuerpo de baile tuvo altas y bajas. En particular, es menester poner mucha atención en los brazos y manos en el medular segundo acto, que no alcanza total uniformidad, pues, cada quien los coloca como le conviene, lo que afecta al estilo, la estética, y a la visualidad de la pieza. Asimismo hacer hincapié en la distancia correcta entre los bailarines, y mantener el silencio en la escena. En el epílogo, se sintieron voces que afectan el buen desenvolvimiento y la disciplina misma del ballet. La orquesta del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, dirigida por el maestro Giovani Duarte, sonó bien por momentos, y tuvo disonancias repetidas a lo largo de las funciones. Es también una institución repleta de nuevos valores que se esfuerzan para mantener en alto el ballet cubano. El tiempo dirá la última palabra.


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