El ingenio otra vez con nosotros


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El ingenio otra vez con nosotros

Quiero utilizar esta oportunidad para hacer algunos comentarios sobre las circunstancias de la primera edición, algunas de las cualidades y la trascendencia de esta obra, la mayor de uno de los más grandes historiadores de Cuba.

Primero saludar con emoción y agradecimiento a todos los que hicieron posible que tengamos al fin, 36 años después, otra edición de El Ingenio (1), cuidada a un grado ejemplar. El Instituto Cubano del Libro puede sentir orgullo por este logro, y con él todas las personas que contribuyeron, de las cuales se hará mención aquí. Hoy es un día de fiesta de la cultura de la patria cubana. ¡Qué buen regalo esta nueva edición de El Ingenio, cincuenta años después de la primera, en la víspera del aniversario de la insurrección de Santiago de Cuba! Para ser, las revoluciones están obligadas a destrozar imposibles, a asaltar, desaforadas, las fortalezas de lo establecido. Por eso su inicio es lo más difícil, y es imprescindible que actúen minorías que se vuelvan superiores y aprendan a abrir caminos. Frank País poseyó la claridad para encontrar el único rumbo verdadero, la determinación para seguirlo inflexiblemente, la magia de su conducción que hacía que todos los buenos lo siguieran y el ejemplo incomparable de su valentía.

Ocho años después el país, con un poder realmente revolucionario y un pueblo desatado que era capaz de todo, probaba a ir creando una cultura nueva, que rescatara e innovara al mismo tiempo, que una y otra vez rompiera las ataduras de lo establecido por la sociedad de dominación que había regido en Cuba, y a la vez creara las bases de una sociedad de personas y relaciones nuevas. La Alfabetización en un año —el mismo año de Girón— multiplicó las capacidades de los más humildes para participar de la lectura y la escritura, hacer suyos los cambios y la nueva vida que se anunciaba y aprender a organizar y expresar sus criterios. Leer se convirtió en una fiebre en aquellos años. Cada victoria y cada logro implicaban nuevos problemas y nuevas expectativas.

Pronto nos dimos cuenta de que era necesario liberar totalmente el presente, pero también el futuro y el pasado, y de que existían nexos íntimos entre los tres tiempos. La historia nacional había sido una fuerza fundamental para el patriotismo durante la república, pero ahora debía ser mucho más. Había que identificar bien a sus procesos y sus eventos, rescatar las vidas de millones de personas olvidadas, enderezar algunos entuertos, contarla completa y comenzar a comprenderla con instrumentos confiables y eficaces y conciencia política cubana. La revolución socialista parecía disponer del arma intelectual más apta para emprender esa tarea: el marxismo.

Pero la cuestión no era tan fácil como parecía. En el de la historia, como en otros campos, se presentó un recetario dogmático en nombre del marxismo, verdadera camisa de fuerza en la que debían entrar los elementos que fueran seleccionados como históricos, formulada como una axiomática del mundo social que, además, era un corolario de la axiomática del mundo natural. Por ella debían regirse los hechos y los procesos, que encontrarían allí su lugar en un repertorio de clasificaciones. Cinco supuestos regímenes sociales eran el A, B, C, y deberían ser hallados en toda historia a toda costa; fuerzas productivas y relaciones y modos de producción eran el quid de una buena interpretación, y la conciencia social y sus hijos podían ser ubicados y clasificados con arreglo a lo anterior.

El centro del problema, naturalmente, no estaba en la ciencia de la historia. En realidad, Cuba acababa de culminar un proceso de revoluciones por la libertad y la justicia social iniciado noventa años antes, mediante una revolución socialista de liberación nacional que resultó un acontecimiento muy trascendente para las prácticas y el pensamiento revolucionarios de la América Latina y el llamado Tercer Mundo, y tuvo una notable repercusión en el Primero y en los países llamados socialistas. La Revolución tuvo que enfrentar desde su inicio la enemistad mortal de Estados Unidos —como sigue siendo hasta el día de hoy— y el establecimiento de relaciones de cooperación y amistad con la Unión Soviética (URSS) fue un paso trascendental.

Sin embargo, aquella relación traía consigo el peligro de que la ideología teorizada oficial de la URSS pretendiera predominar en Cuba, como si fuera lo más normal entre socialistas. Y el recetario dogmático en Historia al que me referí formaba parte de esa ideología. Era una necesidad irrenunciable de la Revolución mantener un curso práctico y un pensamiento propios, y desarrollarlos, y esos primeros años fueron teatro de combates culturales alrededor de cuáles serían el contenido y el rumbo del socialismo en Cuba.     

A mi juicio, la cuestión principal era que la cultura política cubana  era mucho más desarrollada que el modelo que se pretendía importar. El pensamiento social y la historia contaban con una tradición radical revolucionaria de gran envergadura, encabezada por las ideas y la propuesta de José Martí. Desde que el socialismo y el marxismo tuvieron entidad en Cuba fue necesaria una posición nacional, el socialismo cubano, fundado por Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras. La ciencia de la historia tuvo desarrollos realmente notables, y una comunión de nuevos historiadores emprendió una batalla intelectual. Ellos salieron a revisar y cuestionar, a sacar a la luz y lanzar tesis. Su objetivo era buscar y elaborar una Historia cubana que fuera más allá de los axiomas, los lugares comunes y los olvidos  propios de la Historia tradicional, con sus narraciones sesgadas y sin cuestionamientos, y su nacionalismo sin apellidos. Buscar y elaborar una historia de la nación que alcanzara la mayoría de edad, con ayuda del instrumento teórico marxista, con la dialéctica que es crítica y revolucionaria por esencia, y no debe detenerse ante nada.

El joven Manuel Moreno “está familiarizado con las ideas socialistas”, dice un aval en su expediente del Colegio de México, a mediados de los años cuarenta. Pero ser solamente socialista y marxista podía no ser suficiente, si no se ponía en marcha una revolución. El triunfo revolucionario de 1959 devolvió a Moreno a la patria y a la Historia, y la culminación de la investigación histórica que plasmó en El Ingenio fue también su contribución a los combates culturales de aquella coyuntura de los años sesenta.  

En enero de 1964 Manuel Moreno Fraginals escribió la breve pero magistral introducción con la que completaba la primera presentación de la investigación más trascendente que hizo en su vida. Allí expuso expresamente lo que pretendía, el carácter heterodoxo de su aproximación, los resultados nuevos y diferentes a los que había llegado y las funciones que podía desempeñar la obra respecto al conocimiento de la historia de Cuba, la formación de la nación y las ansias que tenía la sociedad cubana en aquel momento de tomar posesión de todo, del país en que vivíamos, su pasado y su futuro. El autor se había propuesto nada menos que rasgar “el turbio velo que cubre la  historia de Cuba”, pero aclaraba que la obra era un pequeño aporte que no pretendía “entregar una nueva y definitiva interpretación de la historia de Cuba”. Hemos ido tan lejos, insiste en el prólogo a la edición de 1978, “porque creemos que la Revolución necesita estudios básicos, con firmeza en los métodos empleados y en las fuentes de documentación”.

En aquel momento un gran número de jóvenes revolucionarios con mucho más entusiasmo que formación intentaba comprender como marxistas la historia nacional. Era realmente difícil vadear el lago sereno del dogmatismo y buscar interpretaciones realmente marxistas de la historia cubana, alejadas del positivismo y el eurocentrismo. Yo era entonces muy joven, apenas terminaba mis estudios universitarios y ya había participado en algunas polémicas sobre cuestiones de marxismo y de historia. Pero sabía que me faltaba demasiado y había comenzado a estudiar con todo detenimiento El Capital, de Carlos Marx. Entonces salió el libro de Moreno, y me resultó un complemento extraordinario, algo que jamás se me hubiera ocurrido antes de conocerlo. Llené una gruesa libreta de colegio con mis anotaciones y comentarios, además de acribillar el ejemplar. Ahora tenía conmigo una obra científica marxista de enorme calidad sobre un tema cubano, al mismo tiempo que tenía al mundo de mis mayores devuelto en las horrorosas realidades que sentaron las bases del país moderno, y ellos no eran unas sombras dolientes sino los protagonistas del trabajo con que se levantó todo aquello. Además, frente a ciertas adusteces vacías, me encantaba el tono desenfadado del marxismo del autor.

Moreno, escritor culto y de prosa muy lograda, es irreverente y formula juicios duros, pero todo lo que expone está fundamentado por el más laborioso y tenaz trabajo con las fuentes, la hondura y la complejidad del análisis, la elaboración de juicios y de síntesis, la fijación del lugar relativo al que se ha llegado, la mostración de caminos posibles, el estímulo al lector a involucrarse con inferencias e ideas propias, y una narración que aúna claridad y elegancia. Es decir, contiene lo que es necesario para que se pueda hablar de ciencia de la historia.

Los grandes no pueden llevar a cabo todos sus proyectos, que siempre son desmedidos. Un ejemplo. Moreno me dijo en 1971, con entusiasmo, que estaba trabajando en un libro aparte de El Ingenio, al que llamaría La sociología del trabajo esclavo. Pero se vio precisado a reducirlo a capítulo I del tomo II, “Trabajo y sociedad”.

Creo que puedo expresar que El Ingenio de Moreno tuvo un significado magistral para una generación de jóvenes estudiosos cubanos. Nos señaló con el ejemplo que era imprescindible que se pensara, se discutiera y se escribiera la historia de Cuba a la altura de la Revolución cubana, y nos dio un ejemplo que podíamos esgrimir. Nos enseñó que la historia podía tener otros contenidos y ser de otro modo, que podía conjugar el riguroso método marxista de análisis, la escrupulosidad histórica y el apasionamiento, hasta tornarse apasionante, como le elogió el Che. A verle a la historia sus numerosos costados, que la emparentan con otras disciplinas, con la epistemología de ciencia social y con campos de la cultura. Nos incitó a buscar por nuestra cuenta tantos temas importantes que estaban esperando, y a tratar de escribir bellamente, como lo hacía él.

El contenido, las implicaciones y la influencia de esta obra, los caminos que abrió, la hicieron, al mismo tiempo, clásica e inspiradora. Medio siglo ha transcurrido desde su primera aparición. Esta coyuntura es muy diferente a la de la edición de 1978. Pienso que El Ingenio puede ayudarnos mucho en varios sentidos. A los maestros, a tantos profesionales y a una población con tan altos niveles escolares puede brindarle un ejemplo de una historia de Cuba científica y seductora, y de cuán lejos se puede llegar en el trabajo de ciencia social. A tantos que tenemos conciencia del peso que conservan los ríos profundos de las sociedades, una aproximación sumamente valiosa a varios de los aspectos que participaron de la formación de la nación cubana y que es necesario tener en cuenta en la actualidad. Y a todos, que hemos sentido más de una vez la angustia de advertir un decrecimiento reciente del orgullo de ser cubanos, El Ingenio puede servirnos para acendrar el patriotismo, que tanta falta nos puede hacer en un futuro cercano. Un patriotismo limpio de banalidades y ocultamientos, más grande cuando rescatamos las hazañas maravillosas que ha sido necesario realizar en Cuba para tener y mantener una patria de libertad y de justicia social.

Termino con el final de mis palabras al inicio del Coloquio “La Historia como arma”, que celebramos recientemente en el Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello, en homenaje al cincuentenario de la primera salida de El Ingenio. Con un saludo a Manuel Moreno Fraginals, que está aquí, de vuelta a la patria y a la Historia, por el conjunto que forman su obra inmensa y las preguntas decisivas que le hace a la cultura cubana.

Nota

(1) Manuel Moreno Fraginals: El Ingenio. Complejo económico-social cubano del azúcar, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2014, Segunda edición corregida y ampliada.


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