Marcel Duchamp dijo: el arte es un juego entre hombres de todas las épocas. A pesar de las épocas y sus particularidades hay motivos que regresan, pero solo al arte, porque en la realidad siempre estuvieron allí. Puede ser tendencioso o arbitrario, pero la poca historia del arte que he leído, me gusta pensar que está allí para dialogar, para habitarla y tratarla como algo vivo.
Por estos días decir la palabra Beso, evoca en el centro del arte cubano, las periferias y un poco más allá, la indignación, el estupor, la risa, el sarcasmo y el deseo de opinar de no pocos apasionados del arte. El detonante de todo este revuelo fue la obra El Beso, emplazada en la ciudad de Milán, Italia, por Wilfredo Prieto. Al menos yo, he leído todo tipo de calificaciones: dos seborucos, futuros escombros, descarísmo y por ahí sigue la lista que muestra un estado de cosas.
Regresando a la historia y al leimotiv de cosas que es, me gustaría, no en defensa de nadie y si en ánimo de estirar la conversación, plantear una ocurrencia. Creo, se podría establecer una relación entre los besos de Rodin, Brancussi y Wilfredo.
El Beso de Rodin
August Rodin, padre de la escultura moderna, frontera decisiva entre la tradición y la vanguardia del siglo XIX, trató su Beso desde lo figurativo, lo anecdótico, con un tratamiento non finito. Los cuerpos desnudos y entrelazados de los dos amantes, se funden como si fueran uno solo, siguen siendo una representación naturalista, aunque ligeramente idealizado. Le Baiser aunque hermosa, no conseguía ser la esencia del beso esculturizado al que Rodin aspiró.
El Beso de Brancusi
“La simplicidad es la complejidad resuelta”, expresaba Constantin Brancusi, quien se alejó de muchas de las convenciones de la escultura de su tiempo. Su representación de El beso, mostraba a un hombre y una mujer casi indistinguibles, fundiéndose en el propio beso y el abrazo. Las dos figuras se convierten en una, surgiendo de un único bloque, respondiendo a la naturaleza intrínseca del material en el que fueron talladas. La “unidad sin fisuras” de la pieza, captaba la esencia del beso, pero no solo del acto entre parejas, expresivamente marchaba más allá. Resolvía así algunas tensiones, entre lo prehistórico y lo clásico, entre lo moderno y lo tradicional, entre lo abstracto y lo figurativo. Sus esculturas aúnan todos esos elementos.
El Beso de Wilfredo Prieto
Las dos piedras de treinta toneladas, no dejan de ser eso, dos pesadas piedras. Sin labios, sin abrazos, sin sexos. Lo único que recuerda al beso es una simple enunciación, dos palabras, seis letras, la memoria y el arbitrario acuerdo común de llamar al acto de besar, Beso. Aun así, el efímero momento es siempre un gran momento, pesa sin pesar, ocupa espacio sin ser, y a veces es solo eso, un gran lastre del tamaño de un seboruco. Hay cierto romanticismo en esas piedras, un viraje a la naturaleza, lo emotivo. Sin embargo, no deja de ser fríamente calculado, terriblemente minimalista e incluso oportunista. Esas ideas encontradas, contradictorias, distantes, esenciales, también son el Zeitgeist contemporáneo.
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