Tranquilos, que no hablaré del eco, ese fenómeno acústico producido cuando una onda se refleja y regresa hacia su emisor. Aunque no hay mejor metáfora -la verdad- para simbolizar ciertos fenómenos que se suceden, influyen y condicionan, como causas y como medio ambiente, a los eventos organizados por el Museo del Humor de San Antonio de los Baños; y a los ensayos como estos, aún se pretendan eco-grafía -esa aplicación tecnológica donde el eco de un ultrasonido es interpretado por un ordenador para generar imágenes y de tan amplio uso para el diagnóstico-, o necesario escudriñar más allá de lo aparente, o un boceto para una más descarnada caracterización del eco-sistema del humor en la Isla, o más bien, del artista que lo crea, pese a todo.
Y sí, en los tres días en que la Humoranga Ariguanabense tuvo como eje central el XIV Salón de Humorismo y Sátira, se repitieron por los organizadores del evento y por los participantes, casi las mismas consideraciones de las últimas ediciones, o en mayor cuantía que las que justificarían el ser casi los mismos. Porque los que hacemos el viaje hasta La Villa del Humor para alegrar nuestro espíritu con las nuevas y buenas obras en las cinco modalidades que convoca cada dos años este Salón, ver nuestras obras expuestas en la institución más importante del Humor gráfico en el país, o recibir algún premio, o compartir con artistas de renombre, o con otros, no tan conocidos, pero que solo vemos de salón en salón..; también lo hacemos para percibir o presentir evoluciones -mínimas tan siquiera- en el statu quo del Humor en Cuba. Aunque terminemos más serios, porque la tristeza en casi ningún caso ayuda, y mucho menos si trata del Humor y de Cuba.
Si en el catálogo del anterior Salón, 24 años después del primero, Isel Chacón, la directora del Museo del Humor, se lamentaba de que “la gran mayoría de los caricaturistas que surgieron o se dieron a conocer gracias a este certamen, hoy están distantes y lo miran con desdén”; y en el de este, por encima de la participación de firmas como Martirena, José Luis, Narciso, Lloyy, Lumat, Raval y Brady, leemos casi lo mismo: “como se ha manifestado de forma reiterada al valorar los últimos salones están ausentes importantes firmas, tanto consagradas como de jóvenes de la llamada vanguardia del humorismo actual”; lo que vale entonces es seguir trabajando y creando, aunque suene a consigna, y reclamándoles a todos los que creen en el Humor y a todos los que tienen la responsabilidad de creerlo imprescindible para nuestras vidas y para nuestro proyecto social en construcción.
En cuanto nos permite abordar temáticas inaccesibles de otro modo, porque no existe mejor procedimiento para destapar lo serio que mediante lo cómico y abordar lo central desde lo secundario que mediante el humor. Y no conseguiremos ser verdaderamente felices y prósperos, si en este tránsito no nos divertimos, nos desviamos, para asimilar las más serias y duras realidades cotidianas; si no nos criticamos, satirizamos, reflexionamos y moralizamos; o proyectamos una visión de lo que queremos o establecemos mediante una imagen, que dice más que cien palabras, nuestra fantasía autóctona y soberana, perfectamente aplicable a la realidad.
Lo real es que en este último certamen participaron la mitad de los que lo hicieron en el 2014. Y que los más premiados de aquel salón, las jóvenes promesas del Humor Gráfico: Heyder l. Reyes (Heyder) y Yoenmis Batista (Yoe), esta vez no enviaron obras. Y es exigua la participación en el Humor volumétrico y tampoco se premió ninguna historieta. Tanto como que no se repitieron los premiados de la edición anterior y que, pese a la presencia de esas firmas consagradas, el premio al conjunto de la obra lo mereció Eduardo Núñez Pulido, entre los más nuevos y desconocidos; o que se mantenga creando y recibiendo menciones el más joven de ellos, el talentoso dibujante David Williams Gallart Núñez. Y que un resultado destacable, el jurado de lujo con el que pudo contar el Salón, con artistas de la talla de Arístides Hernández (Ares), Ángel Boligán (Boligán) y Miriam M. Alonso (Miriam), no pudo solventar el problema de base determinado por la cantidad y calidad de las obras enviadas. Implicando que, al recorrer las obras seleccionadas, percibamos que no en todas ellas se logra la convergencia entre la inteligencia del humorista y la del espectador. O que, teniendo un amplio espectro de modalidades, no abunden las obras donde deslumbran la comunión lúdica-reflexiva, la esencia o el descubrimiento, acompañado con la síntesis y el ingenio artístico, la planificación conceptual y el dominio de la simbología visual que este arte demanda. Más bien uno nota, más preocupación por la factura o lo técnico-formal que por la agudeza intelectual del creador en la búsqueda de la naturaleza humana. Y como es natural, no resulta difícil encontrar en las obras de los más jóvenes las influencias de las maneras de hacer de los ya consagrados o con éxito internacional, como los propios Ares y Boligán.
Otra lamentable realidad es casi la ausencia del humorismo costumbrista y autóctono, como el de la pieza Picasso del artesano Armando Acosta. Como es un hecho que, al intentar respondernos el porqué de estas manifestaciones de la eventual crisis de estos eventos y/o del humor gráfico cubano, pudiésemos cortar y pegar los mismos párrafos ya escritos en anteriores reseñas para certámenes de este tipo organizados por el equipo del Museo, liderado por Isel; la que nos consta, hace todo, o casi todo lo que está a su alcance, para transformarlo.
Ya una vez escribí: “A estas palideces del evento, se suman otros fenómenos, y ya a nivel de país, que contextualizan la producción del Humor Gráfico”. Entre ellas, el pálido reconocimiento por las instituciones legitimadoras de las artes plásticas que, en un país como el nuestro, se pretenden independientes de los dictados del mercado.
Ese mercado que, en otra de sus telarañas, hace que encontremos en una tarde, más caricaturistas en el casco histórico de La Habana Vieja que en la clausura de un Salón “Juan David”.
Súmese la pobre demanda editorial de los medios de prensa, impresos y digitales, fenómeno que motivó que perdiésemos, junto al caricaturista editorial Manuel –que no pudo superar el tránsito de “colaborar con más de diez publicaciones a la vez” a “hacer un dibujito de cuando en cuando”-, sus fulminantes creaciones y su “hacer diana en la raíz de las cosas”, cuando más complejos e inflamables han resultado los fenómenos. Uno de los más patentes ejemplos del impacto en esta manifestación del arte de los acontecimientos suscitados en su medio ambiente.
Por tanto, sigue siendo válido “reclamar a todas las instituciones culturales y administrativas implicadas, un mayor apoyo financiero y logístico, en aras de que no desfallezca este importante Salón. Toda vez que no existe en el país otra institución con la historia, prestigio y las potencialidades del Museo del Humor para la promoción, el ordenamiento jerárquico de la producción de humor gráfico (…), así como la custodia del patrimonio que ya resguarda” (1).
Nota:
(1) Hasta Marzo el Salón Juan David en San Antonio. http://www.cubarte.cult.cu/es/articulo/hasta-marzo-el-sal-n-juan-david-en-san-antonio/36746
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