“Es que vengo caminando desde hace mucho tiempo, desde hace muchas décadas,
el verdadero misterio es que yo viví, hace siglos,
en otros cuerpos y estuve aquí cuando se construyó el Castillo”.
Eusebio Leal (palabras en la inauguración del Castillo de Atarés como institución cultural, 14 de noviembre de 2019)
Escribir sobre Eusebio Leal sin el lenguaje del respeto y la pasión sería imposible. Además, sería indigno de su estatura moral como ser humano. La noticia de su fallecimiento, aunque inminente, por estar al tanto de su situación de enfermedad, no deja de ser estremecedora. Su presencia en nuestra sociedad era tan notoria y su quehacer social tan diverso y pregnante, que el vacío que deja es enorme. Para la cultura, la pérdida es mayor aún. Es un hecho muy triste y doloroso.
Cintio Vitier escribió sobre Leal en el pórtico del libro El diario perdido. Carlos Manuel de Céspedes (Edición de Publicaciones S.A, La Habana, 1992), lo siguiente: “Tienes lo cubano, la emoción patria, en la punta de los dedos, y de inmediato comunicas esa electricidad espiritual de nuestra familia deslumbrante”. Cierto de toda certidumbre. Apostillo ahora que más que en la yema de los dedos o a flor de piel, fue en su frente y en su corazón donde residían la cubanía y el patriotismo de Eusebio Leal; bien adentro, en el núcleo esencial de su ser, estaba anidado e irradiante su genuino amor por Cuba y por su historia.
He conocido a pocos hombres tan entregados a su país como Leal. Su actividad diaria durante años al frente de la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHC) y los resultados del incesante trabajo que allí desplegó son sencillamente impresionantes. La pérdida, por lo tanto, se corresponde con su enorme aporte a la sociedad, a Cuba.
Después de tres décadas de nuestra sostenida amistad creo poder hablar sobre su persona y algunas de sus obsesiones. La admiración que ambos compartimos hacia Carlos Manuel de Céspedes contribuyó en mucho a enriquecer nuestra relación. Fueron numerosas las conversaciones que sostuvimos sobre el Padre de la Patria, algunas en privado, otras en presencia del tataranieto del prócer, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García Menocal, entrañable amigo de ambos. Juntos, fuimos Leal y yo a San Lorenzo, la cima de una montaña de la Sierra Maestra, recoleto lugar donde cayó el héroe en 1874. Allí evocamos al gran bayamés en un intenso diálogo sobre el cual escribiré en algún momento. Su acertada expresión “Céspedes es la piedra angular de la historia de Cuba”, la incorporé como una sentencia magnífica por su gran poder de síntesis. Leal fue un conocedor erudito de nuestra historia y de la historia universal, a lo que le ayudó la portentosa memoria que poseía. Fue miembro de mérito de la Academia de la Historia de Cuba e integró múltiples entidades académicas y científicas en todo el mundo. Deja una extensa obra escrita que es más bien la traslación al papel de sus piezas oratorias.
Pero Eusebio Leal será recordado principalmente por su obra social de rescate de La Habana histórica. Allí quedó y quedará para el futuro su obra humana superior, pues cada calle, cada pared, cada piedra de esa zona de la capital tiene la impronta de sus desvelos por reconstruirla o repararla. Allí tiene también el amor hacia su persona de sus habitantes agradecidos, de todos. Pude constatar en varias ocasiones, en fechas distantes unas de otras, que al paso de Eusebio por las calles de la vieja Habana los saludos afectuosos eran constantes, a veces un “Dios lo bendiga” y otras solo su nombre, “¡Eusebio!” y el brazo agitado en modo de cariñoso saludo; otras veces se le acercaban para plantearle cualquier problema de los tantos que aquejan a los habaneros y siempre, siempre, hubo para ellos un interlocutor atento. Eso sucedía constantemente y él se sentía gratificado con algo tan simple como afectuoso. Los habaneros sabían que Leal se desvivía porque el denominado Casco Histórico floreciera de nuevo y tuviese una utilidad social, un destino de servicio a sus habitantes y sus visitantes. Poco a poco, en labor de décadas, Leal sacó de las garras de la desidia y del abandono, de la ruina física, a edificios, locaciones y calles, convirtiendo a La Habana histórica en el espacio más atractivo y visitado de la capital. De alguna manera, él redescubrió esa zona de la ciudad para sus propios habitantes. Con el objetivo de cumplir ese empeño creó una infraestructura y aglutinó a un entusiasta grupo de colaboradores que lo siguió en la ciclópea tarea.
Leal ayudó a muchas personas que lo reciprocaron con amor y agradecimiento genuinos. Ese es el otro rasgo que me interesa subrayar en esta ocasión, su capacidad orgánica de ayudar a los menos favorecidos, a los ancianos, los niños, los enfermos y gente con muchas carencias, para los cuales edificó hogares infantiles, parques, comedores para los ancianos solitarios, un hospital materno, escuelas de formación de técnicos en restauración y de otros tipo de enseñanzas, hasta una carrera universitaria sobre conservación del patrimonio, diversos centros culturales, apartamentos para artistas e intelectuales sin casas, en fin, una gestión de ayuda vasta, sin par, a los necesitados y a los habaneros en general. Por otra parte, transformó las ruinosas casonas coloniales en espacios para el arte y para la conservación en museos, en resumen, es inabarcable la obra social y cultural engendrada por él. Cuidó el patrimonio como nadie. Fue un creador de rituales históricos que prendieron en la gente de la calle reconectando con viejas tradiciones perdidas. En ese accionar desplegó la mayor parte de su grandeza ética y moral. Eusebio poseyó esa rara luz interior que define a los apasionados con las causas nobles.
Fue también el gran orador que ganó la atención de todo tipo de públicos, tanto el culto como el más simple, ambos cautivados por el torrente de su cálida y vibrante voz. Creativo al hablar, podía fascinar a decenas o centenares de personas con su inteligencia y verbosidad. En una ocasión lo vi disertar en Madrid y el efecto fue el mismo que ante un público cubano: concentración y atención total por parte de los oyentes. Nunca le vi un papel en la mano, era pura improvisación y dominio de la expresión oral.
Fue sin dudas un hombre de su tiempo y su visión se adelantó en algunas ocasiones a su época. Vislumbró la sociedad ecuménica y plural a la que aspiramos y lo hizo sin dejar de militar con entusiasmo y convicción en las filas de la Revolución. Sufrió incomprensiones y luchó contra el absurdo insular, que es resistente y tozudo, pero nunca se arredró ante las dificultades. Era un ser obstinado en busca de sus objetivos. Toda su andadura por el siglo XX y lo que va del presente siglo lo convirtió en un cubano universal, con toda seguridad el más premiado, condecorado y reconocido por las naciones y gobiernos del orbe. Fue el mejor embajador que tuvo la cultura cubana en las cuatro latitudes, un hombre que tendió todo tipo de puentes desde la Isla hacia el mundo y gestionó los del mundo hacia la Isla.
Le hizo honor a su apellido, pues fue leal con sus amigos, en las buenas y en las malas, sobre todo en estas que es cuando de verdad la amistad se pone a prueba. Puedo dar fe de ello. Enfrentó la adversidad con coraje y no dejó de trabajar hasta el último aliento. Cada vez que la enfermedad le daba un respiro, volvía Eusebio a su trabajo como un gladiador a su pelea. Abatido su cuerpo y la voz quebrada, siguió trabajando frenéticamente por los festejos del 500 aniversario de La Habana, su amada Habana. Nadie la quiso tanto como él y los azares de la vida hicieron que la enfermedad se agravara precisamente en las vísperas del acontecimiento, una trágica eventualidad. Así y todo, reunió fuerzas para presentar un libro o una revista, despedir el duelo de Alicia Alonso, inaugurar un castillo reformulado como institución cultural, atender brevemente a los reyes de España o presidir una reunión y ocuparse de asuntos administrativos. Eusebio, en un momento de gravedad de su enfermedad se desplomaba y volvía a erguirse, fue un gigante o un héroe del trabajo, como se prefiera. Jamás le dio tregua al dolor o al abatimiento. Noviembre de 2019 fue el escenario de una hombrada, de la demostración de todo un carácter.
Las últimas ocasiones en que conversamos telefónicamente sentí que la voz ya no era la misma y eso me estremeció. De la habitual voz bien timbrada y la frase torrentosa no quedaba nada, solo un hilo de voz que se extinguía por sí mismo. Hablamos de encontrarnos posteriormente, lo que no pudo ser.
Será llorado por sus compatriotas con absoluta sinceridad. Será recordado por mucho tiempo. Las llagadas paredes y muros de La Habana tendrán por siempre en sus ásperas superficies las huellas emotivas de sus manos. Como expresó poéticamente Fina García Marruz: “Cuando lo olviden los hombres, lo recordarán las piedras”.
A miles de amigos y conocidos nos deja sumidos en el dolor y la tristeza, pero recompensados por el privilegio de haberle conocido.
Dicen que José Martí expresó sobre Domingo del Monte que este había sido el hombre más útil de su tiempo, quiero apoderarme de la oración para aplicarla a Eusebio Leal, a sabiendas de que la tiene más que merecida: él fue, sin duda alguna, el cubano más útil de nuestro tiempo.
Gracias Eusebio por ser quien fuiste, por tu entrega y por tu obra colosal y generosa. Descansa al fin.
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