Cierta vez que llegué a la Facultad de Ciencias Médicas donde laboro como profesor, me encontré con un grupo de jóvenes docentes, casi todos residentes en el municipio Diez de Octubre, que discutían —como suelen hacerlo los cubanos, hablando todos al mismo tiempo—, acerca de un emblemático lugar del actual municipio de Arroyo Naranjo: El castillo de Averhoff.
El debate giraba acerca de sus orígenes y antiguos propietarios, y los participantes en la porfía no lograban ponerse de acuerdo, encontrándose divididas las opiniones. No más crucé el umbral de la pequeña puerta que da acceso al patio central del edificio donde se había congregado el corro, cuando uno de los integrantes, dirigiéndose hacia mí, anunció al improvisado cónclave: “Caballeros, llegó el más conocedor de los habaneros de la Facultad, hasta aquí las clases”. Después del inmerecido anuncio, que escuché no sin cierto sentimiento de satisfacción y complacencia, como por arte de magia quedé rodeado por todos ellos, me impusieron sobre el motivo de la discusión y quedaron mirándome, muy atentos, esperando que les contara la verdadera historia de la susodicha edificación del otrora barrio de Arroyo Naranjo, actualmente Consejo Popular de Mantilla.
Recuerdo que desde muy pequeño escuché en varias ocasiones a mis mayores, sobre todo a mis tíos maternos, hablar sobre la otrora elegante mansión y, pasados los años, leí varios artículos donde se hacía alusión al singular “castillo inglés”.
En el año de 1917, cuando se inauguró la regia residencia en una elevación de la entonces finca San Carlos del barrio de Arroyo Naranjo, con todo el bombo y el platillo prodigado por la crónica social de la prensa de la época, Octavio Averhoff ostentaba el cargo de Rector de la Universidad de La Habana y había contraído nupcias, nada más y nada menos que con Celia, hija amantísima de don Ernesto Sarrá, poseedor de una de las fortunas más sólidas del archipiélago cubano.
El suntuoso palacete de verano, y digo de verano, pues la familia Averhoff solo lo utilizaba por breves temporadas, fue el regalo de bodas de papá suegro Sarrá a los recién casados y comenzó a edificarse en el año de 1912. Se utilizaron en su construcción unas magníficas piedras azules de una cantera cercana, mármoles traídos especialmente desde Carrara, tejas provenientes de la Ciudad de los Vientos (Chicago) y maderas preciosas de Sudamérica. El proyecto resultó un formidable inmueble de tres plantas. En el primer nivel —como gustan decir los arquitectos— se ubicaban los espléndidos salones destinados a recibir a lo más rancio de la sociedad habanera de entonces, el segundo nivel fue reservado a las numerosas habitaciones y el tercer piso albergaba a la servidumbre.
Durante el gobierno del tristemente célebre Gerardo Machado y Morales, Octavio Averhoff fue nombrado por el tirano Secretario de Instrucción Pública, cargo que después se denominaría Ministro de Educación. A “Coquito” Averhoff (sobrenombre con el que se le conocía en la época) se le consideraba como el culpable de la muerte del líder estudiantil Rafael Trejo, quien a causa de la orden dada por el funcionario al jefe de la policía Rafael Cabrera, de impedir a toda costa aquella manifestación estudiantil del 30 de noviembre de 1930, cayó abatido por una bala policial el joven estudiante de Derecho para luego expirar en el Hospital de Emergencias en la flor de su vida.
A la caída del régimen dictatorial de Machado en 1933 Octavio Averhoff, junto a su familia, tuvo que tomar las de Villadiego para escapar de la ira popular y jamás regresó a Cuba.
La mansión de Mantilla pasó a ser propiedad estatal y el elegante castillo de los Averhoff se convirtió, de la noche a la mañana, en la decimoquinta Estación de Caballería.
En 1940, cuando ocupaba la primera magistratura del país Fulgencio Batista y Zaldívar, la suntuosa casona fue devuelta a sus dueños, actuando como albacea el abogado Dr. Ricardo Loubart quien, a nombre de la familia, tomó posesión del inmueble y nombró como administrador al ciudadano Pablo Cancio.
Así las cosas, llegó el triunfo revolucionario de 1959 y tras abandonar el país los propietarios, el ya conocido como Castillo de Averhoff pasó nuevamente a manos del estado cubano.
Desde entonces el recinto ha funcionado como una unidad militar hasta el año de 1976, fecha en que las instalaciones fueron ocupadas por el Comité Ejecutivo del Poder Popular de la antigua provincia Habana. Tiempos más tarde, a partir de la creación de las nuevas provincias de Mayabeque y Artemisa en el 2011, ocupó esa ubicación la Dirección Municipal de Arroyo Naranjo del Ministerio de Educación y en el 2012 se le adjuntó el preuniversitario Kim Il Sung.
Esperemos que por muchos años se alce en su cúspide de Mantilla tan sui generis palacete para disfrute estético, no solo de una cúpula plutocrática y exclusivista sino de todo un pueblo.
Hasta más ver.
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