El 28 de mayo del 2015 se publicó en “La ciudad como texto cultural” el primero de tres artículos dedicados a la identidad de un poblado de singular connotación en su historia cultural: El Cano. En aquel entonces, bajo una mirada centrada en el origen de su paisaje urbano arquitectónico, precisábamos como fecha inicial de su desarrollo urbano el 10 de septiembre de 1723, día en que el Dr. Francisco del Barco donó una caballería de tierra para su urbanización bajo la advocación de la Purísima Concepción; y, a modo de recorrido por sus calles y edificios, presentamos los rasgos fundamentales que nos legara el transcurrir de los siglos xviii al xx, destacándose la organización del núcleo urbano y las técnicas constructivas utilizadas. En esta ocasión pretendemos revelar algunos pasajes que gestados en el período colonial alcanzan sumo esplendor en la etapa republicana, signos de un continuo mirar de sus habitantes a la modernidad de los diferentes tiempos históricos por los que ha transitado el poblado.
Uno de los rasgos de renovación en los que se inscribe El Cano se relaciona con la construcción de un cementerio que siguiendo las normas sanitarias de finales del siglo xviii e inicio del xix distara del núcleo urbano. No se ha localizado la fecha de inauguración de esta institución, pero resulta probable que su fomento no se materializara hasta 1833, año en el que el Gobernador General de la Isla promueve estas obras a causa del cólera. (1) La protesta establecida por el Cura del poblado en relación con las certificaciones que expide la policía para enterrar cadáveres de pobres en 1856 (2) evidencia que para entonces el cementerio general constituía un espacio en práctica.
Correspondía al párroco, obedeciendo órdenes superiores, designar los espacios en los cuales enterrar no solo a sus feligreses sino también a los no practicantes del catolicismo. Así, las anotaciones realizadas en el “Libro de defunciones de los asiáticos que no son bautizados y los que mueren sin bautizar”, anuncian la heterogeneidad del tejido social del Cano en la segunda mitad del xix, al tiempo que dibujan algunas costumbres y tradiciones de sus ciudadanos en relación con la ciudad de los muertos. Acotemos para ilustrar dicha consideración algunos de esos registros: el 6 de mayo de 1867, en la parte anterior del cementerio general, fue sepultado “un moreno párvulo que nació muerto, hijo de la morena Sabina Criolla, esclava del Excelentísimo Señor Marqués Duquesne y de la dotación de su tejar grande en esta feligresía”; el 6 de junio del mismo año, en el costado Norte, el “colono asiático adulto Viong Iong Pun, natural del pueblo de Vas Choo, en China, soltero de 28 años, el mismo estaba a cargo de don Juan Iglesias, vecino de La Lisa”; y, el 3 de septiembre, en el costado Este, el “cadáver de la morena adulta emancipada María Rojas procedente de la expedición del Guadalquivir. Soltera, de 34 años y de nación Conga y consignada al Exmo. Sr. Marqués Duquesne”. Aunque en tierras santas o en áreas aledañas, de españoles, negros africanos y asiáticos era el cementerio general del Cano.
Caracteriza el paisaje arquitectónico un conjunto de bóvedas que por su sencillez devienen huellas de finales del siglo xix e inicios del xx; entre las que se distingue la tumba de dos figuras insignes del poblado, los esposos Juan Santos y Clara Rivero, ejemplares defensores de la independencia de Cuba en la Guerra del 95. En diálogo con ellas un ordenado grupo de bóvedas de granito, fundamentalmente de los años 60, en las que se registra el nombre o apellido de sus propietarios: “Magdaleno González y Familia” (1960), “Garau – Riguera y Familia” (1961) y “Prieto y Familia” (1962), por solo citar algunos; textos que invitan a recoger la ciudad de los vivos en aras de encontrar el legado de estos comerciantes y alfareros.
Las referencias más antiguas del movimiento comercial en El Cano la debemos a Fernando Inclán Lavastida, investigador que en el cargo de Historiador de Marianao refiere en Apuntes históricos de Arroyo Arenas, El Cano, La Ceiba y Wajay que en 1827 el poblado poseía una farmacia, tres almacenes de víveres, tres tiendas de ropa, ocho zapaterías, una carpintería y una barbería. La Guía-Directorio del Comercio, Profesiones e Industria de la Isla de Cuba [Bailly-Bailliere, Madrid, 1909]; el Nuevo Directorio de Informaciones de la República de Cuba. Comercial, Agrícola, Industrial, Profesiones y de Intereses Generales, [Ed. Gutiérrez y Gutiérrez. La Habana, 1910] y el Directorio de Cuba [Schneer, 1927], atesorados en la Biblioteca del Archivo Nacional de Cuba multiplican con creces esas cifras y permiten constatar la consolidación del poblado y el surgimiento de sólidos antecedentes a los signos culturales que laten en el presente dentro de la ciudad.
Entre 1909 y 1910, bajo la tutela del teniente alcalde Emilio Rodríguez y el párroco Manuel Ronco Varela se encuentran entonces 3000 habitantes, destacándose socialmente las féminas Julia Rodríguez de Blandino, en el puesto de administradora de comunicaciones, y Gabriela Barreras, Josefa Cepero, Catalina Madera y Clorinda Ruiz en la instrucción pública; a las que acompañan en respeto y consideración los médicos Julio Galletti y Carlos Ramírez y el boticario Pedro J. Blandino con la farmacia “La Fe” (en la calle Independencia no. 41). Popularmente, en representación de la alfarería, aparecen los talleres “El Español”, de Constantino Fernández; “La Trinidad”, de Mariano Gómez Viera; “El Atrevido”, de Francisco Núñez; “Los Cocos”, de Emilio Rodríguez y sin nombre alguno los de Antonio Castillo, José González, Adolfo Herrera y Ramón Herrera.
Por poseer tiendas de víveres o bodegas, serían conocidos Evaristo Antúnez, Constantino Fernández, Javier Gorostola y Sandalio Martínez (este último en el inmueble de la calle Victoria no. 14) y, por tiendas mixtas, José García (Victoria no. 32), Constantino Fernández, Mariano Gómez Viera (Independencia no. 41), Claudio Martínez (Sol no. 1) y Francisco Olivera (Independencia no. 46); a los que habrían de sumarse, con auténtica popularidad, los barberos Hilario Barrera y Saturnino Fernández.
Tanto los nombres de las personas como los de los establecimientos debían funcionar como sistema de orientación entre vecinos y forasteros del Cano; algunos de los cuales pasarían a perpetuarse en el ámbito de la arquitectura a pesar de los cambios de numeración de casas y rotulación de calles terminada en los primeros días de abril de 1952 según anunciaba el periódico El Sol en su edición del día 9. (3) Desde la cotidianeidad todos ellos contribuyeron a hacer menos traumático el hecho de que las calles Janga, Pedraje, Real o Independencia y Juan Delgado fueran rebautizadas con los números 280, 282, 284 y 286 respectivamente; y sus perpendiculares, Sol o C. Marrero, Victoria, Soledad y Baños por el de Avenida 83, 85, 89 y 91; proceso que muestra en su fachada la casa de la calle 284 no. 8124 entre las avenidas 81 y 83 al conservar el número antiguo de la calle Independencia: el no. 14.
Así, con sólidos antecedentes en el período colonial, la República legó al Cano un rico patrimonio de bienes muebles, inmuebles portadores de un capital inmaterial que sus moradores reconocen con merecido sentido de pertenencia; signos culturales que colocan al poblado en las coordenadas del arte y la cultura en Cuba. Asomémonos a algunos de ellos en aras de guiar los pasos del forastero.
De estirpe decimonónica, caracterizada por un elevado puntal y una amplia fachada encontrará el visitante en la intercepción de la Avenida 83 y la calle 284, con el número 28222, la antigua bodega de los hermanos Claudio y Alfredo Martínez (hoy bodega “La Bienvenida”), inmueble sobre el que gravita el pasaje de la noche de 1949 en que Panchito Cárdenas dio candela al referido Alfredo Martínez. Y, aledaña a ella, por la calle 284, en representación del eclecticismo que abrió las puertas a la República, la vivienda de Claudio y su familia, hoy con el no. 8129; un inmueble que encuentra su antecedente en el sobrio lenguaje que distingue a la antigua oficina de Correos (1911), en la Avenida 85 no. 28219.
Pero nada más auténtico en El Cano de este período que la casa no. 8115 de la calle 284, por encontrarse justo en ella un sistema de soluciones que denota el lugar de la praxis por encima de toda teoría arquitectónica. Urbanísticamente se presenta esta casa con una fachada en la que se distribuyen cuatro amplios vanos, dos de los cuales, en función de puerta de entrada y un ventanal que comunican con la espaciosa sala, al tiempo que un amplio portal se apoya en columnas que no podrían incluirse en estilo alguno. En su interior, esa hermosa combinación de sala/saleta delimitada por dos arcos de medio punto que se apoyan en columnillas de corte neoclasicista por el estilo jónico de sus capiteles; espacio que para sorpresa del visitante accede a una galería techada y un amplio patio para mostrar una construcción de planta en C. Tradicional en su ancho frente y cubierta de tejas a dos aguas, ecléctica por los referidos elementos de la sala; auténtica a pesar de no poder ser encasillada dentro de la historia de la arquitectura cubana.
Se inscriben en el Decó, con la prestancia que reclama su jerarquía urbana, la casa y establecimiento comercial “Las Brisas”, de Aniceto Martínez, en Ave. 85 no. 28401 y 28403, que data de 1949; y en postura más sencilla, y quizás precisamente por ello de mayor connotación sociocultural las viviendas de los alfareros Armando y Antonio González, de 1941 y 1950 respectivamente, en la calle 282 no. 8501 y 8507, entre las avenidas 83 y 85. En representación del gremio de alfareros del Cano, Alfredo González edifica la obra para morada junto a su esposa Luisa Roca, razón que eterniza el texto colocado en el cristal de la puerta de entrada “A 1950 L”; inmueble sede desde poco tiempo después de María Belén Coro Rubio, quien atesora un juego de cuarto de lograda factura que le obsequiara su madrina Concepción Garófalo como regalo de bodas en 1967; exponentes del patrimonio mueble del Cano junto a las mamparas que desde la sala conducen al dormitorio.
A modo de cierre citemos como hitos urbanos arquitectónicos del período, la Casa de Socorro, actualmente la sede de la Casa de la Cultura, en la calle 284 no. 8102, esq. Ave. 81, lugar en que se recuerda a los médicos Montero y Riera junto a los servicios del enfermero Pepe; el Centro Escolar, en la Ave. 81 no. 28228, construcción que en signo de modernidad inaugura el ingeniero José Saif Yapor en compañía del Dr. Vicente Cause, Ministro de Educación, y el alcalde Francisco Orúe González, en septiembre de 1958 (3), en el que honraron la memoria de la maestra Clorinda Ruiz Braña y la casa en la que viviera Ernesto Lecuona, cita en Ave. 91 no. 28013 entre 280 y 282.
En breve síntesis, pasajes de una ciudad que desde su pasado reafirma su identidad en las coordenadas republicanas, El Cano. Un pueblo que se erigirá en primer pueblo socialista de Cuba en la etapa revolucionaria, tiempo que merece un tercer espacio para afianzar su continua inscripción en la modernidad.
NOTAS:
(1) Archivo Nacional de Cuba (ANC), Gobierno Superior Civil, Leg. 1526, no. 70558, “Expediente de la disposición en que se ordena que con motivos del cólera, se construyan cementerios en las fincas, se amplíen los que hay y se hagan donde no los hubiere”.
(2) ANC, Gobierno Superior Civil, Leg. 747, no. 25669, “Expediente sobre queja de los Curas de San Juan de Los Remedios, del Cano y de Guadalupe por las certificaciones que expide la policía para enterrar cadáveres de pobres”.
(3) V.: El Sol, 47(32):3, Marianao, lunes 9 de abril de 1952.
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