No la conocía personalmente, aunque ya había leído artículos suyos sobre arte publicados en Bohemia y Casa durante el primer lustro de los sesentas. Su pequeña serie de textos referidos a la historia de las artes plásticas en Cuba, útiles como información para todos, era convertida en instrumento necesario entre quienes no vivíamos en La Habana y teníamos afán por conocer la evolución de nuestra cultura visual. Solamente pude verla cuando vine a estudiar pintura en la Escuela Nacional de Arte del reparto Cubanacán: ella llegó justamente frente a mí, sentándose en una de los mesas de aquel comedor que había sido morada de comensales del antiguo Country Club, donde aparte de mantenerse algunos cocineros del “selecto” lugar para gente adinerada, los becarios y nuestros profesores usábamos parte de la vajilla con el logotipo de la mencionada instalación. Un estudiante de Artes Dramáticas que almorzaba a mi lado la señaló con sutileza y dijo: es la profesora Adelaida de Juan. La noté concentrada entre el almuerzo y unos libros que traía consigo, por lo que no advirtió que yo intentaba saludarla. Con posterioridad la vi en aperturas de exposiciones, pero no quise interrumpirla en sus diálogos con artistas fundamentales de nuestra nación. Y sólo al ser invitado especialmente a la Casa de las América, por ser uno de los premiados en pintura del Salón de Mayo de París en 1968, pude coincidir de nuevo con ella, acompañada esa vez por Roberto Fernández Retamar; y aproveché para saludarlos y manifestarles mi juvenil admiración por lo que solía leer de ambos.
A partir de 1970, que fue cuando estuvimos juntos entre los cubanos participantes del Coloquio de Arte Contemporáneo -adjunto al Salón 70- efectuado en la sala con mural de Venturelli del edificio “rampero” que alberga al Ministerio de Salud Pública, comenzó para mí una reiterada comunicación con Adelaida de Juan, lo que me ha permitido apreciar su naturaleza mesurada y elegante, además del modo preciso y fundamentado de decir las cosas. Los Encuentros de Arte Latinoamericano y del Caribe de los setentas, el trabajo en jurados, y otros sucesos de reflexión acerca del quehacer imaginativo, nos tuvieron identificados en posiciones declaradas desde una perspectiva emancipadora y socialmente justa. He tratado de leer, en lo posible, todo cuanto Adelaida ha publicado, atrapar los datos aportados por sus investigaciones, conocer enfoques que le son característicos, y advertir esa interacción entre lo que ha escrito y las tareas encargadas a sus alumnos. Aunque nunca fui alumno suyo, siempre he reconocido su magisterio y el de Graziella Pogolotti, dentro del conjunto de personalidades del pensamiento cultural que alimentaron mi labor en la crítica de arte.
Vista de manera integral, la producción historiográfica y ensayística sobre artes plásticas de Adelaida de Juan se nos presenta como un complejo de revelaciones y juicios de valor, donde son evidentes la adecuada formulación y claridad de la escritura, la razón expresada con equilibrio y seguridad, además de la presencia implícita de un método de comprensión basado en vivencias y lecturas, que se completa con la apreciación directa de buena parte de la creación visual cubana y del mundo. Su dedicación a la enseñanza de Historia del Arte y una conciencia de servicio que le ha conducido por nobles caminos del acontecer social y político, actúan como condicionantes de sus textos, los que devienen fuentes para el entendimiento y el aprendizaje de la trayectoria artística de Cuba y América Latina. Sorprende el modo claro y bien hilvanado de una prosa que no renuncia al condimento sazonador de lo culto, pero donde lo más importante es decir con propiedad, ordenar con lógica el asunto tratado y preservar la transparencia que permite una recepción diáfana por diferentes tipos de lectores. Hay en Adelaida una constante: la vocación pedagógica que rige el discurso, enlaza a las páginas con el ámbito de la clase, e impone con firmeza su manera selectiva de interpretar y redondear sucesos, personalidades y tendencias de lo artístico; de todo lo cual ella ha sido, en su mayoría, contemporánea.
Acabo de leer, publicado por Ediciones La Memoria del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, el que en un correo que me envió, la propia Doctora de Juan llamó “un librillo mío de memorias”. Su lectura no ha sido solamente ocasión de disfrute y alimento para la curiosidad. Simultáneamente funcionó en calidad de recurso que explica mejor la trayectoria y conformación de la óptica profesional de su autora, describe sus experiencias en contextos locales y no-cubanos, reconoce el papel desempeñado en su existencia por determinadas personalidades nacionales y foráneas del arte y la literatura, así como nos muestra esos viajes de trabajo y placer que le han permitido sentirse ciudadana del mundo y palpar la diversa producción universalizada de lo sensible e imaginativo. Se trata de un cuento, porque la sencillez elevada del tono narrativo nos introduce en ambientes y anécdotas múltiples; y también de un recuento, al volver la mirada evaluativa sobre sí y el complejo vital que la completa.
Soy de aquí (título del volumen, elegido para reafirmar el orgullo habanero, insular y humanista) teje copiosamente la certeza de ser ella y sus circunstancias, como diría equivalencias se vertebra con la fidelidad a la magna obra histórica de nuestro país, que siente como paraje maravilloso de partida y de llegada, campo incesante de batallas y definiciones, y espacio para el gozo y la meditación. Ortega y Gasset, mediante el tránsito por numerosísimos escenarios y situaciones, su participación en medulares procesos de la cultura, algunas noticias orgánicas de su vida familiar y profesional, y un conjunto armonioso de aspiraciones y logros. El libro que ahora nos ofrece va más allá del útil carácter testimonial, de contarnos con arte su historia, incorporándose a las variadas entregas impresas donde nos ha trasmitido impresiones, deslindes y puntos de vista respecto de las realidades artísticas convertidas en materia destinada al conocimiento. Adelaida aparece en el texto poli-dimensionada: como mujer inquieta, apasionada profesora, esposa y madre, inductora de talleres para desarrollar en otros el ejercicio del criterio y los modos de publicarlo, personalidad enrolada en proyectos fundacionales, espectadora zahorí y analista del arte marcada por la búsqueda de la verdad y el sentido de la responsabilidad. Mostrándosenos ahí, a la vez, en la condición de intelectual consecuente, cuya capacidad para disfrutar lo valioso en disímiles
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