Eduardo Rivero… nombre con destellos de DANZA


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Autor de piezas antológicas como Okantomí, Súlkary, Omnira, Tanagras, Sarabanda, Elogio de la danza, Dúo a Lam…; intérprete definitivo de las coreografías de Ramiro Guerra: Mulato, Suite Yoruba, Orfeo Antillano, Chacona, Medea y los negreros… Un ARTISTA en mayúsculas entre aquellos que seleccionaron el lenguaje del cuerpo/movimiento como su medio expresivo. Su nombre está inscrito, con letras doradas, en el firmamento de la danza cubana e internacional.

Eduardo Rivero (La Habana, 13 de octubre, 1932/ 1 de noviembre, 2012) bailarín, coreógrafo y profesor, fundador de la Compañía Nacional de Danza, hoy Danza Contemporánea de Cuba, y director general y artístico de la Compañía Teatro de la Danza del Caribe, hubiera cumplido hoy 88 años, buen cauce para iniciar un recorrido por las memorias…

Si su fantástica figura, talento y las enseñanzas/huellas de célebres maestros y profesores lo llevaron a ser un virtuoso bailarín, el instante que se abrió en su carrera –como coreógrafo– con obras emblemáticas como Okantomí (1970) y Súlkary (1971) habla de una solidez que muy pocos son capaces de mostrar en estos terrenos. Bastarían estas dos solamente para reconocerlo, por siempre, dentro y fuera de Cuba.

En un momento importante de su vida como artista conocí a Eduardo Rivero, era abril del 2001, justamente cuando acarició el Premio Nacional de Danza. Su felicidad era inmensa, no solamente por ser un momento de recuento y de recuerdo del tiempo transcurrido, de una historia sobre las tablas. Su nombre se inscribió en ese sitial de honor, sólo antecedido por tres muy grandes: Alicia Alonso que obtuvo el primero que se entregó en 1998, Ramiro Guerra (1999) y Fernando Alonso (2000). Y, por si fuera poco, como quedó como testimonio en un artículo publicado en el diario Granma firmado por este periodista, lo alcanzó “entre un total de 15 nominados, donde se encontraban Zenaida Armenteros, Loipa Araújo, Alberto Méndez, Mirta Plá, Marianela Boán, Aurora Bosch, Laura Alonso, Josefina Méndez, Lorna Burdsall, Santiago Alfonso, entre otras destacadas personalidades de la danza”. En el acta de ese prestigioso jurado que estuvo presidido Por Isidro Rolando e integrado por Isabel Blanco, José Zamorano, Juan García, Salvador Fernández, Ada Oramas y Roberto Ferguson rezaba que se entregaba ese máximo galardón “por la integralidad de su labor artística y por sus relevantes aportes al universo de la danza contemporánea de cuya gestualidad es uno de los creadores”. Huelgan palabras para reconocer la valía de esta personalidad que es orgullo de nuestra cubanía.

Génesis de un artista

De aquellos días quedan memorias escritas que lo esculpen en el tiempo. Al hablar de sus primeros tiempos, el artista comentaba siempre en sus entrevistas que provenía de una familia pobre, pero con mucha educación, y buenas costumbres, por parte materna procedían de Jamaica, de ahí su segundo apellido Walker. Su primer idioma fue el inglés y refería que le “enseñaron a amar lo bello”. Los primeros recuerdos en el arte era las largas caminatas desde Buena Vista (en Marianao) hasta el Conservatorio Municipal de La Habana, en Balascoaín, lo que nunca constituyó para él un castigo, todo lo contrario, porque tenía muy claro dentro lo que sería… Allí recibió clases con destacados profesores, algunos de los cuales habían integrado el otrora Ballet Alicia Alonso (Ballet Nacional de Cuba). Y un nombre quedó grabado siempre para Eduardo Rivero, el de Clara Roche que perfeccionó su trabajo técnico durante la última etapa de su aprendizaje. De aquellos recuerdos, guardaba en un lugar especial, esos instantes en que se quedaba solo en el salón, después de terminadas las clases y “me movía con toda la libertad del mundo”.

En el año 1959 comienza su fructífera trayectoria, al entrar en el Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional. Por ello, cuando aparecía en el diálogo el nombre de Ramiro Guerra se encendían las memorias, pues, para él fue “paradigma”, la persona que le entregó las “herramientas” para el conocimiento profundo de la danza. “El no solamente daba clases de danza, sino conferencias, seminarios de apreciación de la música, literatura, artes plásticas”. Su método era plural, y en cuanto a la formación como coreógrafos, subrayaba la insistencia del maestro en “tener una cultura vasta, estudiar mucho”, decía. La fuerte disciplina que él desplegaba fue la que, luego, en el futuro le permitió dirigir hasta una agrupación…

Nunca olvidaba el primer programa que presentó Danza Nacional de Cuba, en febrero de 1960, donde se barajaron las piezas Mambí, La vida de las abejas y Mulato... En la primera interpretó un personaje que se asemejaba a Maceo, y Mulato representó una prueba de fuego para Eduardo Rivero, ya que fue su primer papel como protagonista. “Era una suerte de Cecilia Valdés, pero con un personaje masculino, con música de Amadeo Roldán”. De sus inicios como coreógrafo expresaba que como sucedía a todos los jóvenes quería absorberlo todo, aprender y así lo hizo. En los primeros años de la década de los años 70, en el instante en que Ramiro Guerra deja la agrupación, tuvo que asumir el reto/rol de coreógrafo. Le encargaron que realizara una obra y pensó que “en lugar de recrear la historia de los africanos que trajeron a América como esclavos, sería interesante reflejar cómo vivían antes de que fueran cautivos.” Comentó que, visitando el Museo del Hombre, vio muchos objetos, máscaras, estatuillas…, y así nació Okantomí.

Súlkary, verdadera pieza maestra de ritmo dancístico que preconizó en su momento la fusión de estilos que hoy es ya una realidad, resulta un clásico del conjunto, en el que tres parejas cumplen en escena el rito del amor a la manera de las culturas primitivas del África atlántica. De ella refirió que empezó por estudiar la metodología de Ramiro y Elena Noriega. Y entonces recordó cómo había sido el trabajo de él cuando preparaba Medea y los negreros. El interpretó en esa obra maestra a Creonte y tuvo que aprender todo sobre la época… Para Súlkary –dijo– se interesó por la cultura africana profundamente, desde Egipto, las pinturas rupestres hasta los diseños de las sillas, los bastones de mando, peinados, bailes y cantos yoruba y arará. Esa obra le regaló grandes satisfacciones a lo largo de su vida.

La autenticidad ante todo

Cuando se le preguntaba acerca del movimiento danzario cubano, el célebre bailarín/coreógrafo, con cierto aire de tristeza teñía sus palabras cuando expresaba que había cierta tendencia a olvidar lo cubano. “Es muy bueno que todos puedan crear con libertad, lo que quieran, pero es menester ser auténticos. “Pero no se deben copiar corrientes que han tenido éxito en otros lugares. Se pueden tener en cuenta, pero eso sí, ser bien cubanos”, decía con mucha alegría cuando pronunciaba nuestra identidad, esa que siempre vibró en cuanto trabajo realizó y bailó en su fructífera vida. Entonces comparaba, ponía el ejemplo de que nuestra escuela estaba repleta de códigos de Graham, pero a ellos él le sumaba lo nuestro: la ondulación de los brazos, la rotación de caderas… todo eso que nos legaron, por algo, nuestros antepasados. Se puede interpretar todo, pero desde nuestra cubanidad, solía decir el maestro…La última vez que Eduardo Rivero pisó las tablas como bailarín, ocurrió durante la celebración del aniversario 30 de Danza Nacional de Cuba (1989), donde Ramiro Guerra realizó una selección de algunas de sus obras, y él bailó el Orfeo Antillano. Fue en el Teatro Mella donde se le tributó una sonora ovación a toda su trayectoria.

En 1988 fundó el Teatro de la Danza del Caribe (Santiago de Cuba) donde continuó regalando al público destacadas obras, y sobre todo siguió siendo “un defensor confeso de los principios estructurales de la llamada “técnica de danza moderna cubana”. Pues, sus piezas insisten en la danza que se resuelve desde el uso detallado del lenguaje técnico, o sea, a partir de torsos y pelvis que ondulan y contorsionan dejando ver lo depurado de sus líneas y formas”, como ha expresado el profesor y crítico Noel Bonilla-Chongo. Mientras que su trabajo como profesor lo avala, además, una labor académica que sumó la formación de agrupaciones como la National Performing of Granada, Compañía de Danza Contemporánea Okantomi, de Barcelona (España) así como la National Performing de Belice. Su trabajo de asesoramiento técnico llegó a diversas instituciones danzarías: la Compañía Nacional de Danza de Guyana, la National Dance Theatre Company y la National School of Dance, ambas de Jamaica, fue invitado a colaborar en Danza Contemporánea Le Corail (Martinica) e impartió clases en los cursos internacionales de Danza de Verano, en Londres y Birmingham (Inglaterra), entre otros.

Cedo la palabra a la especialista, profesora y periodista Mercedes Borges para cerrar con broche de oro este artículo recordatorio de uno de los grandes de la danza cubana que nos dejó, con su obra y su quehacer escénico una huella imborrable que el tiempo no podrá borrar jamás como símbolo de cubanía, de una forma caribeña para la danza moderna, en el movimiento… “Hablar de Eduardo Rivero es un privilegio que siempre disfruto. Después que nos conocimos, nos encontramos muchas veces, sobre todo durante sus visitas a La Habana, y siempre terminábamos hablando de Súlkary, obra grande que sobrevivió a su creador y nos va a sobrevivir a todos nosotros, porque es la imagen perfecta que sintetiza lo mejor del movimiento que aportó Cuba a la danza internacional. Como decía el viejo maestro Orlando Suárez Tajonera, Súlkary es de esas obras de arte que hay que mirar más con los ojos espirituales que con los ojos físicos. Honrar la memoria de este hombre de danza, recordar su hermosa imagen en el Oggún de la Suite Yoruba de Ramiro Guerra, es lo menos que podemos hacer los cubanos que amamos la danza; cuidar su legado, preservar su obra como él lo hacía, manteniéndose firme a su idea personal del movimiento, es una obligación permanente y un compromiso hermoso que podemos hacer con todo el gusto del mundo”.


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