En Divino amor, película brasileña en concurso en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, Joana trabaja para el Estado como secretaria de una oficina de registro donde entra en contacto con muchas personas que desean divorciarse. Como buena cristiana, Joana trata de salvar a las parejas en lugar de registrar su desunión, sugiriéndoles que visiten el grupo de autoayuda Divino Amor en el que ella y su esposo Danilo están involucrados y que les ha ayudado en el pasado a resolver sus propios problemas.
Durante las sesiones las parejas hacen ejercicios grupales que incluyen relaciones sexuales con otras parejas antes de volver —en el último minuto—, a las suyas; pues si el orgasmo se produce con tu propia pareja, presumiblemente, no cuenta como infidelidad a los ojos de Dios.
El joven director Gabriel Mascaro aborda el sexo y la religión en un tono general bastante serio en este drama futurista, que ubica en el Brasil de 2027. El tema se plantea sin sugerir de inmediato cómo deberían sentirse las audiencias al respecto. Lejos de ser un panfleto antirreligioso de amor divino, la película insinúa que los rituales y creencias que vienen con la religión organizada pueden ser relajantes y ayudar a estructurar la vida de las personas, lo que explica el atractivo del filme para millones en Brasil y en otros lugares. "La fe es certeza y no requiere más pruebas", dice un personaje. Y el director al principio insiste en la paradoja del silencio de Dios: la ausencia como prueba, lo que lleva a diferentes preguntas e interpretaciones de pastores y creyentes por igual.
A través de su exquisita visión, con una sugerente atmósfera erótica y las consistentes interpretaciones de Dira Paes y Julio Machado, Mascaro cuenta esta curiosa historia sobre entrega espiritual, problemas maritales y sobre la confusa línea que separa Iglesia y Estado; y aunque en ocasiones nos parezca demasiada ambiciosa en el abordaje del complejo tema de la fe, Divino amor nos brinda una poderosa y necesaria reflexión sociopolítica.
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