La historia de Marina es aparentemente muy sencilla, la de una joven que vuelve a su lugar natal luego de siete años en La Habana, y se encuentra que su padre ha muerto y que en su casa viven unas personas damnificadas; a partir de ahí el espectador comienza a ver a Gibara a través de la mirada de la protagonista que está tratando de reencontrarse con su propia identidad.

Marina es el tercer largometraje de Kiki Alvarez,  le anteceden La Ola (1995) y Miradas (2001);  con su nueva película abandonó el propósito de  hacer cine de tesis para concentrarse  en una historia natural que fuera, sobre todo,  resultante del trabajo con los actores para la construcción de sus personajes.

No por poco ambiciosa en el discurso narrativo,  la cinta despierta reflexiones desde lo social, sobre todo a partir de la relación especial que se establece entre el personaje que defiende Mario Limonta,  un viejo pescador que a pesar de estar enfermo de muerte sigue pescando, y la  protagonista encarnada por la joven actriz Claudia Muñiz, (que fue también coguionista), actuaciones ambas que merecieron elogios del público y la crítica especializada.

Gibara es otra protagonista de Marina,  pues su belleza de pueblo pintoresco deslumbran mediante la fotografía de Santiago Yanes.

La producción es de Javier González Hernández; la edición de Joanna Montero y el sonido de Raúl Amargó (Nikita); completan el reparto Marianela Pupo, Carlos Enrique Almirante y Rosa Vasconcelos.
Esta cinta, sin mayores pretensiones,  constituye una bien contada historia de amor, con la ayuda de un buen lente y  habla de la necesidad de la memoria e invita a descubrir los misterios de Marina.