Primera crónica desde el Sauce.
Han pasado al menos treinta años de la última vez que vi sobre un escenario a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Fue en el mes de abril y para ese entonces los seguidores de estos dos artistas ignoraban que sería esa la despedida de ambos de aquellos conciertos en que se alternaban con sus canciones, su poesía y hasta compartían el público.
Para ese entonces intentaba dejarme una barba y hasta me aventuraba a lucir una cola de caballo –maltrecha y escasa—que combinaba con mi prematura calvicie. Finalizaban los años ochenta y todos ignorábamos los acontecimientos que vendrían después. El fin de la utopía, la abrupta y lamentable crisis; los teléfonos celulares (primitivos en una etapa, inteligentes hasta el cansancio en la segunda), el internet; el error del milenio, los hijos y algunos sueños pospuestos.
Sin embargo nos quedaban las canciones de la trova (toda trova sin exclusiones ni “itsmos”) y los otros trovadores que les complementaban. Así pasamos de la Nueva a los Novísimos y todos los post que le siguieron hasta que el movimiento se diluyó por causas naturales dejando en el recuerdo el mito y la inagotable presencia de aquellas canciones que nos marcaron y definieron socialmente.
También la vida pasó factura. Noel Nicola se marchó con toda su rebeldía y su irreverencia oculta en una modestia infinita; Sara le siguió acosada por un cáncer de tentáculos mayores al “cara pálida” de Silvio. Emiliano y Jorge Aragón dejaron su sitio en el piano y en la música, hasta llegar a la fulminante muerte de Santiago.
También está la distancia, la del emigrado que se perdió con sus canciones y sus sueños, que se bebió de un sorbo la copa del olvido; hoy algunos no son ni hacedores de canciones ni reparadores de sueños. Ya ni sus fantasmas gravitan sobre nosotros. Algunos tomaron la senda del retorno una vez superada la vivencia; y es que hay una bohemia que no se repite en cualquier ciudad, tal vez adolezca del calor humano de los parques habaneros.
La trova, o los trovadores, a pesar de las crisis, los flujos sociales y hasta la desidia de quienes nacieron en estos treinta años; no ha dejado de estar. Tal vez se ha modificado; se ha fundido con otras tendencias sonoras; sin perder la personalidad que le ha definido desde fines del ochocientos.
No somos los mismos. Nuestros cuerpos han envejecido, los hijos han crecido y hasta algunos se ufanan de sus nietos. Aquellas hermosas mujeres hoy cargan sus años con dignidad y los mozalbetes muestran sus barrigas y canas con orgullo. Ahora se trata del “selfie” y no de dónde comprar un rollo para atrapar el momento. El wifi nos acompaña en esta larga noche calurosa en que muchos nos reencontramos.
Silvio carga con su guitarra y comienza la ruta. Canta la canción de la trova e interrumpe los aplausos y las lágrimas que no se contienen; es una mujer que escapó de un cuadro de Chagal y nos pregunta que adjetivo debemos usar…
Mis hijos y algunos de sus amigos las conocen y las repiten con la misma emoción que me embarga.
Afrocuba es una leyenda que solo sobrevive en los discos. Diákara pasó sin penas ni gloria por su música. Hoy están otros músicos. Aragón regresa al piano –es el hijo--; Emilio Vega siempre está bajo la luz del blasón patrio, Oliver, Jorgito y Niurka llenan esos espacios sonoros que conocemos.
Silvio podrá cambiar de músicos pero la filosofía sonora de sus canciones no muta. Es un organismo que evoluciona y no deja de sorprendernos.
La trova vuelve a estar de moda. Tal vez por unos días; tal vez sea necesario que estas noches se repitan. Que este calor nos queme.
Han pasado treinta años de aquella noche en que no sabíamos qué nos ofrecía el futuro; sin embargo nuestro espíritu aún se resiste a envejecer. Lo mismo sucede con la trova.
Mañana habrá algo más que contar.
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